José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, abril 01, 2024

¿Le entregaremos el placer de la lectura a la inteligencia artificial?


            El usuario Miguel | El Maestro de la IA (@MigueMaestroIA) publicó el 25 de marzo en 𝕏-Twitter, un hilo de dieciséis tuits: «¿No tienes tiempo para leer libros? Utiliza estos prompts de ChatGPT para hacer un resumen de cualquier libro». Las instrucciones que el hilo sugiere son el pedido de resumen general y detallado por capítulos, de contexto, de análisis de personajes y temas, de críticas y recomendación de libros similares a la aplicación de IA. Más allá de la propaganda sobre una aparentemente inocua y servil IA, se trata de un hilo distópico que presagia la pérdida del lenguaje humano. Si usamos la inteligencia artificial para reemplazar la lectura de libros con resúmenes y generalidades sobre aquellos, estamos renunciando al enriquecimiento del lenguaje, al desarrollo del pensamiento crítico y al placer de la lectura. Sabemos que las aplicaciones de IA se alimentan del lenguaje de la humanidad, pues procesan todo lo que se ha escrito y lo reelaboran, por tanto, lo que hacen con una novela, por ejemplo, es un compendio de ideas generalmente aceptadas sobre ella. Para la escritura de este texto, le pedí a ChatGPT que hiciera un resumen de Cien años de soledad y, en entre otras cosas, escribió: «La historia se desarrolla en Macondo, un pueblo ficticio en Colombia, y sigue la saga de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones. La novela comienza con la llegada de José Arcadio Buendía y su esposa, Úrsula, a un lugar desolado donde deciden fundar Macondo. A medida que la ciudad crece, la familia Buendía enfrenta una serie de eventos extraordinarios y misteriosos que afectan profundamente sus vidas y el destino de Macondo». Si después de leer este texto, similar a la entrada de un diccionario enciclopédico, yo creo que he leído la novela, estoy rechazando no solo la placentera inmersión en ella sino también el aprendizaje cultural que todo texto genera. El resumen no está equivocado, pero tiene una redacción elemental; el problema es creer que dicho texto reemplaza la lectura de la novela de García Márquez y que así hemos ahorrado tiempo. Es similar a leer resúmenes de libros en las antiguas enciclopedias, con la diferencia de que ahora la IA es una aplicación que podemos llevarla en el teléfono móvil y nos invita a creer en ella sin que nadie se haga responsable, académicamente, de su contenido y fabrique, al mismo tiempo, la ilusión de conocimiento en quien resumirá el resumen de los resúmenes existentes en la cultura virtual. En una entrada de este blog sobre el uso de la IA y sus riesgos en la enseñanza de la escritura académica ya cité el artículo publicado el año pasado en The New York Times, del filósofo e historiador israelí Yuval Noah Harari, en cooperación con otros académicos, en el que señaló que: «El lenguaje es el sistema operativo de la cultura humana» y advirtió sobre los peligros que entraña la entrega de nuestro sistema operativo a las aplicaciones de inteligencia artificial. El pensamiento crítico, que se alimenta de lecturas, es una elaboración del lenguaje y un lenguaje empobrecido solo genera criterios pobres. Si no somos capaces de leer y, con ello, descifrar por nosotros mismos los códigos culturales de lo que leemos, y le pedimos a una aplicación que lea por nosotros y nos simplifique el sentido de lo leído, pues tendremos un pensamiento limitado en su perspectiva interpretativa, lleno de lugares comunes y perezoso en todo momento. Además, el encargo de la lectura de libros a la IA para ahorrar tiempo es el renunciamiento del gozo intelectual que genera el lenguaje, es la pérdida del placer estético y del estremecimiento ético que producen en nosotros las palabras de los libros. Si le pedimos a la IA que nos dé masticados y digeridos los libros con los que debemos nutrir el cerebro, pronto nos convertiremos en personajes de una distopía en la que el sistema operativo del ser humano pasará a ser propiedad de robots alimentados con el conocimiento de la humanidad. Siempre hay que encontrar tiempo para leer, pues las horas de la lectura son el mejor de los tiempos.

PS: la ilustración fue ordenada por mí a Craiyon, generador de imágenes de IA.

lunes, marzo 25, 2024

«El niño y la garza»: la poesía visual de Miyazaki


El niño y la garza, de Hayao Miyazaki, Oscar a la Mejor Película de Animación 2024.

            
Desafiado por una garza parlante, Mahito Maki, un niño de once años, emprende la búsqueda de su madre en el mundo de la muerte. La madre ha fallecido tres años atrás, en un hospital de Tokio que se incendió por causa de un bombardeo, pero la garza le anuncia que está viva. Shoichi, el padre del niño, que es propietario de una fábrica de partes de aviones de guerra, ya se ha casado con Natsuko, la hermana menor de la madre muerta, que está esperando un hijo y a la que Mahito se niega a aceptar como su madrastra. El viaje se inicia en una torre abandonada, en un pueblo lejos de Tokio, que le abre las puertas a Mahito hacia un mundo en donde la experiencia del duelo es un proceso de aprendizaje. En ese mundo, el niño es guiado por la garza y, en un momento fundamental de la historia, por Lady Himi, una muchacha con poderes mágicos. Hayao Miyazaki nos entrega El niño y la garza (2023), una conmovedora película de animación artesanal, que nos seduce, durante el viaje de aprendizaje de un niño, con su fascinante poesía visual. Son los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y estamos en Japón. La escena del incendio del hospital y la angustia por rescatar a su madre, reflejada en el rostro y la carrera inútil de Mahito, es la pintura del infierno que queda grabada en la memoria del niño como un terror recurrente. Años más tarde, en el pueblo de la antigua casa de la madre, el paisaje natural del bosque y el río es un remanso que anuncia un tiempo bueno. La torre abandonada —parecida espiritualmente al parque temático abandonado que vimos en esa otra maravilla de Miyazaki que es El viaje de Chihiro (2001)— encierra el misterio del viaje de maduración, en medio de lo elegíaco, la tristeza y la esperanza, que conducen a Mahito al descubrimiento de sí mismo. Ya en el mundo onírico de la muerte, en donde Mahito busca a su madre, la poesía visual de Miyazaki se multiplica. El paisaje brumoso de los barcos, en medio del cual Mahito es guiado por la joven Kiriko, es una metáfora visual sobre el mundo de los muertos y, al mismo tiempo, sobre el tránsito que Mahito llevará a cabo para sanar de su orfandad. La bandada de pelícanos enloquecidos que atacan al niño es el núcleo de una pesadilla abrumadora y el terror se complementa con esa multitud barroca de pericos que se comen a las personas y que obran desde su naturaleza destructiva sin conciencia del mal. El niño y la garza es una elegía animada que conjuga lo imposible de la fantasía con la urgencia afectiva que representa, para un niño, la asunción de la pérdida de su madre; el filme se presta para un sinnúmero de interpretaciones por la polisemia de la aventura vital de Mahito que está atravesada por ese placer visual de lo onírico en el que nos envuelve la poética de la animación de Miyazaki.


lunes, marzo 18, 2024

La poesía, la que vive en mí inasible


            ¿Qué es poesía?, me preguntan con motivo de este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y yo intento, en vano, definir aquello que es indefinible por su propia condición de inasible. «Escribir un poema a la poesía es un asunto de Bécquer y yo soy solo un Vallejo menor de cualquier antología»[1], alcancé a balbucir en unos versos recientes con el ánimo de acunar en mi mano alguna sustancia de la poesía. Para mí, la poesía, «insostenible suspiro de luciérnagas / frágil conjunción de vocablos de espuma / Palabra / murmullo para el vasto corazón de mi noche»[2], ha sido una posibilidad de vivir en otros, de ser otros, de construir la voz de otros que no soy, pero que soy yo a mi pesar porque con aquellos comparto lo humano. Si he sido tantos en tantas otras vidas, si he sido la inocencia condenada o aquello que el poder marcó con fuego, por opción vital «soy / el mundo lapidado / por los que arrojaron con rabia las primeras piedras»[3]. A pesar de los intentos, la palabra que uno tiene, que uno da en la escritura, no alcanza a representar la voz de otros sin caer, de alguna forma, en una tergiversación esencial porque cada ser humano es la imagen de su dolor y de la historia de su tránsito. Así toda apropiación de la voz del prójimo resulta ilegítima; de ahí que: «Soy lo único que puedo ser y sin traiciones / y hasta de eso dudo, pero en ello persisto necio. / Voz de mi voz y de mi personal profundidad de soledades / y nada más que este pobre palabreo mío»[4]. La imposibilidad de poseer un resquicio de la poesía es solo comparable con aquella imposibilidad de poseer al ser amado y aceptar que, tan solo en destellos de lucidez o en instantes de gozo, logramos esa comunión que nos salva del horror, aunque tengamos que aceptar nuestra derrota continua: «El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele. / Junto a mí, tu vacío de ti y en él… / ¡la trasparencia de su Ser que arde!»[5]. En la soberbia que nos da la práctica de nuestro oficio, a veces, nos sentimos la voz del que anuncia una buena nueva o presagia una catástrofe porque la del poeta es una palabra que escudriña las regiones abisales del espíritu; es, en muchos sentidos, «lenguaje que nos convierte en seres humanos / poesía que da su numen a la voz de los profetas»[6]. De alguna manera, la poesía se escabulle de la ansiedad del mercado que, además, liquida a la ética. En aquello que escribo, siempre en busca de la poesía, soy también otros poetas que me precedieron y cuyos textos han formado mi sentido del verso, del ritmo, de la imaginería; así, puedo decir en un nuevo retrato de mí mismo: «El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano […] Soy espectro del que fui y esbozo del que anhela / ser en esta innominada poesía mía»[7]. Pero resulta que se escribe en un mundo hostil a la poesía —¿es que alguna vez el mundo fue amigable para la poesía—, un mundo que la desdeña y que no le interesa aprender a leerla, pues teme enfrentarse al espectro de su soledad y al reconocimiento de su finitud, a ese silencio que nos confronta con la muerte. «¿Para qué escribo, entonces? / Tan solo para asumir mi condición de sobreviviente»[8]. La poesía es también esa convocatoria para que el prójimo concurra a la plaza del pueblo y congregado alrededor de la palabra logre exorcizar sus miedos y saborear sus anhelos, y la ráfaga de felicidad a la que todos tenemos derecho: «El poema es una mazorca que amalgama los oficios del pueblo»[9]. La voz del poeta procura, entonces, ese canto que es semilla en tierra pródiga, que consigna la invención de vidas y de mundos en el verso libre, que da cuenta de aquello que nos acongoja y de aquello que nos obliga a la condición de rebeldes, a la necesidad de subvertir ese orden que, impunes, nos han impuesto los poderosos de todos los tiempos: «La poesía / bosque de sueños invadido / por los espectros de la realidad»[10]. En lo más íntimo de mí, estoy convencido de que «mi madre es la ardiente sustancia de mi poesía»[11] y de que existe algo mucho más importante que mis versos, que es aquello por lo que mi escritura, toda ella, es posible: «Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada / por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad»[12]. Este oficio de la poesía, la que vive en mí inasible.


[1] Raúl Vallejo, «Envío: una vez más, Márgara Báez», en Trabajos y desvelos (Ibagué: Caza de Libros Editores / Ulrika Editores, 2022), 57.

[2] Raúl Vallejo, Crónica del mestizo (Quito: b@aez.editor.es / Libresa, 2007), 11.

[3] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2003», en Rituales de oficio. Poesía reunida 2003-2015 (Bogotá: Grupo Editorial Ibáñez, 2016), 18.

[4] Vallejo, Crónica…, 37.

[5] Raúl Vallejo, «Balada de Oriana y Constantino», en Cánticos para Oriana (Quito: Planeta / Seix Barral, 2003), 32.

[6] Raúl Vallejo, «Credo», en Missa solemnis (Quito: Planeta / Seix Barral, 2008), 55.

[7] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2015», en Mística del tabernario (La Habana: Casa de las Américas, 2017), 26.

[8] Vallejo, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo», en Mística del tabernario…, 31.

[9] Vallejo, «Roses For Export», en Trabajos y desvelos…, 51.

[10] Vallejo: «Envío», en Mística del tabernario…, 207.

[11] Vallejo, «La máquina de coser Singer», en Trabajos y desvelos…, 62.

[12] Vallejo, «Primero de mayo», en Trabajos y desvelos…, 56.


lunes, marzo 11, 2024

«En agosto nos vemos»: un García Márquez menor


            Al finalizar la última versión de En agosto nos vemos, el 5 de julio de 2004, Gabriel García Márquez, cuya memoria comenzaba a deteriorarse por causa del cáncer y el Alzheimer, y a extraviarse en el camino sin retorno de la demencia, sentenció, según sus herederos: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». La novelina, entonces, quedó inédita, pero en el natalicio del escritor, este seis de marzo, los herederos de García Márquez la publicaron bajo la invocación de que anteponían el placer de los lectores antes que cualquier otra consideración y que, tal vez, la terminante opinión del escritor sobre su obra se debía al deterioro de sus facultades mentales. A pesar de la excusa de los herederos, la publicación de En agosto nos vemos es, más que un hito literario, una jugada del mercado editorial que se alimenta de los restos de la literatura de un escritor genial. La novelina es un texto muy menor en el conjunto de la obra de García Márquez tanto en el tratamiento de los temas del amor, la soledad y la vejez como en el uso de los recursos de una escritura de frase envolvente, adjetivación asombrosa y ritmo trepidante. Ana Magdalena Bach es una mujer de 46 años, con un matrimonio feliz, que todos los años, el 16 de agosto, visita la tumba de su madre en una isla y, durante cada estadía, vive una aventura amorosa que la llena de una sensación de libertad plena y remordimientos. Ayer domingo, he leído esta novelina con el gusto de estar ante un relato cautivante, escrito con la maestría que da el oficio, y con el disgusto de darme cuenta, a cada momento, de un fraseo ya manido y cierta cursilería de un García Márquez que se imita a sí mismo y se muestra superficial y condescendiente en el tratamiento de su personaje femenino. He empezado la lectura de En agosto nos vemos con la esperanza de descubrir una obra que me deslumbre con algo nuevo, pero la he terminado con el sabor agridulce que da el disfrute de una historia bien contada, con destellos de una expresión brillante y la desilusión de encontrarme con un estilo convertido en manierismo. Algunas personas que leemos somos como la Ana Magdalena Bach de la novelina, que «detestaba los libros de moda y sabía que el tiempo no le alcanzaba para ponerse al día». Ni los herederos necesitan más dinero ni García Márquez necesita más obra, y quienes leemos, por placer y oficio, no necesitamos celebrar al escritor con una obra menor. No es que, en abstracto, el libro no sirva y habría sido mejor destruirlo. Lo que sucede es que cualquier escritor, no se diga alguien como García Márquez, tiene el derecho a decidir que no vale la pena publicar un texto, tras el ejercicio autocrítico del creador, porque estima que no añade nada nuevo ni mejor al conjunto de su obra.

lunes, febrero 26, 2024

Si quieres postre, trabaja duro, muy duro

           

Ecuador está entre los diez países del mundo con las peores condiciones laborales, según la Confederación Sindical Internacional. (Marcha del 1 de Mayo de 2022 en Quito, Agencia Xinhua)

Recientemente, el presidente Daniel Noboa, muy suelto de lengua, dijo que, si los ecuatorianos trabajasen duro como él y su gobierno, no se estarían quejando de que les faltan recursos: podrían comer de todo… hasta postre, dijo. No lo dice alguien a quien, en la lógica del individualismo capitalista, pudiésemos llamar una persona hecha a sí misma, sino el heredero de la mayor fortuna familiar del país. En sociedades inequitativas y con una institucionalidad social frágil, el discurso de que los pobres son pobres porque son vagos y quieren vivir de la caridad estatal desconoce la necesidad de aplicar políticas públicas destinadas a cerrar brechas de acceso a educación y salud de calidad, la urgencia de generar empleo sin precariedad ni explotación laboral, la obligación de aplicar políticas impositivas cuyo peso recaiga sobre los sectores de mayores ingresos y las empresas que tienen ganancias extraordinarias. La gente del campo trabaja duro, los profesionales, obreros y burócratas de la ciudad trabajan duro, el magisterio y la academia trabajan duro. Quienes escribimos trabajamos duro. Y, por supuesto, también existen pequeños y medianos empresarios que trabajan muy duro para que sus negocios crezcan. Lo que no se dice es que hay trabajos que exigen una mayor calificación que otros y que, por tanto, están mejor remunerados. El problema, entonces, no es lo que dice esa falsa y repelente consigna establecida por un capitalismo insaciable acerca de la vagancia de quienes no poseen más que su fuerza de trabajo. El problema reside en un modelo económico inequitativo, excluyente y de acumulación basada en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y en la especulación financiera, frente al que hablar de justicia social se ha convertido en una propuesta subversiva y a la que le cae el sambenito de comunista, como si todavía viviésemos en los años de la Guerra fría. Y ese modelo inequitativo es el que ha ubicado al Ecuador como el tercer país en el mundo con las peores condiciones laborales, según el Índice Global de Derechos, elaborado por la Confederación Sindical Internacional, CSI, con datos de 2023. Con la lógica presidencial, si quieren comer postre, los trabajadores del país tendrán que levantarse más temprano aún de lo que ya se levantan para trabajar duro, muy duro, porque los buses de las seis de la mañana ya están llenos con los funcionarios de este gobierno y los ricos del país y sus herederos yendo a sus trabajos.