José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, julio 29, 2007

Carta del editor (y poeta) Marcelo Báez a El Universo

Guayaquil, lunes 23 de julio de 2007

Sr. Dn.
Carlos Pérez Barriga
DIRECTOR DIARIO EL UNIVERSO
Ciudad

Estimado señor:

Cinco puntos que debo señalar con respecto al texto MINISTRO TUVO TRATO PREFERENCIAL (sábado 21 de julio, sección GRAN GUAYAQUIL), a propósito de la presentación del libro Crónica del mestizo de Raúl Vallejo Corral.

Primero, quiero agradecer la cobertura cultural del diario tanto en la presentación en Quito del 10 de enero de 2007 como la del 18 de julio acá en Guayaquil.

Segundo, debo aclarar que Raúl no tuvo ningún trato preferencial ya que lo que él hizo fue lo que todos los escritores —que hemos ganado premios en alguna bienal de poesía en Cuenca— hemos hecho: publicar en otra editorial. Las bienales cuencanas suelen demorarse demasiado en publicar poemarios ganadores por lo que uno tiene que agenciárselas en otra casa editora. La verdad es que publicar en la Atenas del Ecuador tiene sus bemoles: las ediciones son de escaso tiraje y suelen quedarse encerradas en el Austro, es decir, no hay una adecuada difusión. Hay inclusive algunos casos en que escritores que han publicado en Cuenca se han visto obligado a republicar en editoriales de Quito o Guayaquil para poder difundir mejor sus obras.

Tercero, es mi deber consignar que sólo los escribidores novicios (léase novatos o jovencitos advenedizos de los tantos que pululan por ahí) acostumbran a contratar ediciones, por lo que nombres de consagrados como Abdón Ubidia, Jorge Velasco Mackenzie, Iván Egüez, Miguel Donoso Pareja y del mismo Raúl Vallejo no entran en ese tipo de transacciones. Este último recibió el mismo trato que tienen escritores como los arriba nombrados: su edición fue costeada por el editor y deberá recibir el 10% por cada ejemplar vendido, tal y como lo estipula la ley de derechos de autor.

Como cuarto punto, tengo que aseverar que entre los escritores que forman parte de mi fondo editorial están los mejores de este país, incluyendo el autor de Crónica del mestizo. Basta con solo revisar el índice de la antología de narrativa El escote de lo oculto que preparé con Dalton Osorno, donde están, entre otros, Aminta Buenaño, Sonia Manzano, Javier Vásconez, Jorge Dávila… El hecho de que Raúl sea ministro es circunstancial. Él es un excelente escritor independientemente de su servicio público.

Como quinto y último punto debo recordar que mi editado ganó en 1992, con Fiesta de solitarios, el premio Ismael Pérez Pazmiño, al mejor libro de cuentos. Este certamen fue organizado por los 70 años que cumplió el diario de su acertada dirección. Debería ser grato recordar esta distinción no solo porque se trata de un concurso del periódico sino también porque se trata de un antepasado suyo, señor director, ancestro que hizo mucho por la cultura de nuestro país. Es un premio que solamente ha sido obtenido por contados escritores y que debería ser de orgullo para el periódico que usted dirige. Por eso, cuando se hable del escritor de Crónica del mestizo habría que consignar siempre lo siguiente: Raúl Vallejo Corral, ganador del Ismael Pérez Pazmiño de Diario El Universo.

Sin más que añadir, quedo de usted.

Marcelo Báez
EDITOR DE CRÓNICA DEL MESTIZO

Contrarréplica a El Universo

Quito, 29 de julio de 2007

Señor
CARLOS PÉREZ BARRIGA
Director de diario El Universo
Guayaquil-

De mis consideraciones:

Toda vez que a El Universo le incomoda que un ciudadano argumente in extenso sobre un tema fundamental, escribo esta contrarréplica de manera breve:

1) Al publicar mi carta, no me “están dando gusto”, como dicen: sólo cumplen una obligación consagrada en el artículo 23, numeral 9 de la Constitución.

2) Mi opinión personal no es la del gobierno: es un punto de vista que como intelectual siempre he defendido. Punto de vista, además, expresado con altura académica.

3) Al no responder al análisis sobre el sensacionalismo de los medios, ustedes reducen mi argumentación a un reclamo puntual; lamento que confundan lo sustantivo con lo adjetivo.

4) La explicación que dan acerca de la noticia sobre la inauguración de las escuelas solo ratifica lo dicho por mí: ustedes se habían fijado de antemano un objetivo; no obstante, la realidad es diferente y así debieron informarlo.

5) No ha habido ningún trato preferencial en la edición de mi libro: yo pedí, con la delicadeza del caso, la autorización correspondiente a los organizadores y esa autorización me fue dada por mi trayectoria de escritor. En el supuesto no consentido de que haya habido un trato preferencial como ustedes creen eso sería responsabilidad de los organizadores y no mía. Por lo demás, desconozco si algún autor en el pasado pidió dicha autorización y le fe negada. El que ustedes insistan en su interpretación sólo demuestra incapacidad para la autocrítica por parte de los editores que redactaron la respuesta.

6) Efectivamente, “noticia es lo que ocurre en la realidad,” mas sucede que la realidad no abarca sólo la mala noticia: ¿o ustedes creen que únicamente ocurre en la realidad lo que se publica en la sección de crónica roja? En todos los casos, es un editor de noticias el que decide qué informa, en qué espacio, y qué no publica o qué publica de manera minimizada.

7) Insisto en que el lector tiene el derecho de conocer cuál es la tendencia de quien escribe y ésta debe ser reseñada de buena fe. Es todo lo contrario a la intolerancia que ustedes pretenden endilgarme: en mi carta señalé que los artículos de opinión deben ser escritos de manera libérrima. Yo, en lo personal, no suelo encasillar a las personas por su ideología sino que trato de entender sus argumentos. Así lo he hecho siempre, así lo continuaré haciendo más allá de la confrontación política coyuntural.

Este saludable debate profundiza la libertad de expresión, que tanto usted, señor director, como yo defendemos. Por lo mismo celebro con esperanza su actitud democrática al publicar mi carta anterior.

Saludos cordiales,
Raúl Vallejo Corral
Ministro de Educación

Respuesta de El Universo a mi carta

Reproduzco lo aparecido en diario El Universo, el domingo 29 de julio de 2007.

El ministro de Educación, Raúl Vallejo, dirigió esta larga carta a Diario EL UNIVERSO y exigió que la publicáramos sin ediciones. Estamos conscientes de que al darle gusto al ministro estamos restringiendo el derecho de otros lectores a expresar sus puntos de vista, pero también creemos que el texto permite comprender la concepción que este régimen tiene de la labor de los medios de comunicación, por lo que la publicamos, haciendo excepción a nuestro derecho de editar las cartas, que nos lo reservamos (como se anuncia siempre en esta página) para distribuir el espacio disponible entre varios lectores.

Respuesta al ministro Vallejo

La extensa carta del ministro Raúl Vallejo se explaya sobre tantos temas y con tanta amplitud que para responderle con propiedad deberíamos emplear un espacio igual o mayor al suyo. El ministro nos critica, por ejemplo, cómo titulamos las noticias de fútbol; le molesta que no precisemos la ideología de cada columnista y hasta discute sobre cómo deberíamos presentar las noticias sobre la modelo chilena Cecilia Bolocco.Son preocupaciones sin duda todas muy interesantes, pero por respeto al tiempo de los lectores y economía de espacio debemos escoger solo aquellas que reclaman especial atención.

Comencemos por lo que entendemos que le preocupa al Ministro: el enfoque que supuestamente ha tenido en nuestras páginas su gestión y de manera especial el poco espacio que le habríamos dado a su participación en algunos eventos de los que este Diario informó el 19 de julio. Según el Ministro, en esa nota “se silenció, no sé si de manera deliberada, la presencia del ministro de Educación: jamás publicaron una foto del acto”. Lamentablemente, el Secretario de Estado parece no haber reparado en que esa nota no tenía como objetivo informar de su labor sino que fue parte de una serie de artículos (que se publicaron entre el 4 y el 24 de julio, casi a día seguido) para informar las actividades del Alcalde de Guayaquil en el mes de la ciudad. De allí su título: ‘Nebot, entre tarimas y ofertas’. Otros títulos de esa misma serie fueron: ‘Nebot inauguró 4 escuelas y recorrió el Guasmo’ (13 de julio), ‘Alcalde Nebot entregó 1.057 títulos de propiedad’ (15 de julio), ‘Nebot no pedirá dinero al Gobierno’ (17 de julio), ‘Nebot: Habrá sanción si Interagua no cumple’ (18 de julio).Al Ministro se lo mencionó en la nota del 19 porque ese día estuvo junto al Alcalde. Con el mismo espíritu, los demás días se mencionó a otras personas que hasta la fecha no se han quejado.Aun así, ese mismo 19 de julio nos escribió la asesora de Comunicación del Ministro para informarnos del malestar del secretario de Estado y para invitarnos a que hagamos un “gesto de reconocimiento” de las “buenas acciones” de Raúl Vallejo.

Por las razones expuestas, consideramos que el reclamo no tenía fundamentos, pero respetuosos de la crítica ajena informamos de esa carta el 21 de julio bajo el título ‘Ministro pide se resalte su trabajo con Nebot’.Para nuestra sorpresa, aquello también disgustó al Ministro, que ahora nos acusa de emplear un título “tendencioso” y de usarlo “como un pretexto para priorizar la confrontación”.Hubiese sido útil que el Secretario especifique dónde encontró ese supuesto ánimo nuestro de “confrontar”. ¿En el titular, que destaca el pedido del Ministro de que se resalte su buena relación con el Alcalde? ¿En el texto de la nota, que se limita a reproducir la carta de su asesora? ¿O en la foto, que muestra al Alcalde y el Ministro en un gesto muy caballeroso entre ambos?

El Ministro nos critica también porque en esa misma página se incluyó otra nota sobre la publicación de un libro suyo.El hecho ocurrió cuando Raúl Vallejo era ministro de Educación en el gobierno de Alfredo Palacio y consiguió que la entidad que posee los derechos de edición de ese libro le dé la autorización correspondiente, siendo que ese derecho se les había negado antes a otros escritores. Al Ministro ese trato preferencial le parece normal y lo atribuye a su destacada carrera literaria. Lamentamos no coincidir, por mucho que reconozcamos sus méritos como escritor. Uno de los mayores problemas del país es que los funcionarios públicos constantemente les piden a los ciudadanos e instituciones privadas un trato especial, lo que constituye el mejor caldo de cultivo para posteriores abusos.

Respuesta al ministro Vallejo (II)

Pero aun si eso no fuese suficiente, ocurrió además que las invitaciones al lanzamiento del libro en Guayaquil (que se realizó el día anterior a nuestra nota) fueron cursadas en papelería del Ministerio de Educación y a través de su departamento de Prensa. Fue todo eso lo que le dio actualidad y valor noticioso a ese asunto, y por eso lo publicamos.De tal modo que no ha habido mala fe con el Ministro, ni hemos manipulado las noticias sobre su gestión, ni mucho menos hemos querido afectar su buen nombre.

Pero como el Ministro necesitaba darles más piso a tan frágiles críticas, nos acusa también de ser un diario de oposición. ¿Con qué pruebas? Que pusimos en primera plana el alza de precios de algunas medicinas y solo en la página once la reunión del Presidente con algunos emigrantes en España.Es fácil entender que la primera noticia se refiere a la salud de millones de ecuatorianos y la segunda a un acto proselitista del Gobierno, que aprovechó un viaje pagado por los contribuyentes para hacer propaganda de sus candidatos. No tenemos ninguna duda de cuál fue en aquella ocasión la noticia importante y cuál la secundaria.

El Ministro agrega también que solo publicamos cartas contra el Gobierno. Pero cualquier lector podrá comprobar que eso no es cierto si revisa las ediciones de los últimos meses, donde hay varias cartas publicadas a favor del régimen. Debemos reconocer, eso sí, que en general a nuestra redacción llegan pocas cartas que aplauden la gestión del presidente Correa, o vienen acompañadas de insultos y agravios o sin firma de responsabilidad. Aun así, expurgamos los epítetos para publicar las misivas que sean rescatables.

Lo que el Ministro sí pudo haber argumentado es que Diario EL UNIVERSO ha criticado muy severamente a este Gobierno. Pero en ese caso le habríamos respondido que lo mismo se ha hecho con el Alcalde, el Prefecto, los diputados, los dirigentes de los distintos partidos políticos, etcétera. Nunca privilegiamos a ningún actor político sobre los demás. De todos señalamos sus logros y sus desaciertos. No es casual que muchos mandatarios y políticos de distinta tendencia, sobre todo en años recientes, se hayan expresado sobre EL UNIVERSO en términos incluso peores a los que ahora utilizan el ministro y el presidente Correa.

Digamos finalmente que el Ministro nos hace varias sugerencias que no podemos acoger. Nos pide, por ejemplo, que tomemos “la iniciativa en la búsqueda y producción de noticias esperanzadoras” (el destacado es nuestro). Solo podemos responderle que noticia es lo que ocurre en la realidad. Si se trata de buenas noticias, tanto mejor. A diferencia de lo que mucha gente cree, los lectores sí quieren leer sobre acontecimientos positivos. Pero rara vez ocurren en nuestro mundo político, y no es tarea del periódico fabricarlas o “producirlas”.Por último, el Ministro nos propone que identifiquemos ideológicamente a las personas que escriben artículos de opinión en nuestras páginas: este es liberal, el de más allá conservador, el otro socialista, y así.Semejante sugerencia es imposible de aplicar. El Ministro, por ejemplo, se considera “socialdemócrata”; pero eso no aclara nada porque habría que preguntarle de qué línea: ¿la de Tony Blair, la de Raúl Alfonsín o la de Lula?

Pero además es una propuesta que revela un método político intolerante, el mismo que emplea este Gobierno: obligar a las personas a que se encasillen en cierta ideología para luego ubicarlas como aliadas o enemigas.La prensa, naturalmente, no puede caer en semejante error. ¿Nos toca a nosotros decidir qué filiación tienen Javier Ponce, Walter Spurrier, Nelsa Curbelo o el mismo Raúl Vallejo? ¿Es que acaso somos jueces del pensamiento ajeno?

Nuestra única misión es abrir las páginas de EL UNIVERSO a la mayor cantidad de tendencias posibles. Son los lectores los únicos con derecho a juzgar ese pensamiento.

Diario EL UNIVERSO

jueves, julio 26, 2007

Simón Bolívar, un sembrador del mar y la tierra

La reunión de San Martín (derecha) y Simón Bolívar (izquierda) en Guayaquil, Ecuador, el 26 de julio de 1822. (Foto publicada en www.aceros-de-hispania.com/espada-simon-bolivar.htm)




Por Raúl Vallejo

“¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”[1]

Estas palabras las pronunció el joven Simón Bolívar el 15 de agosto de 1805, desde la cima de unas de las colinas de Roma, delante de su maestro Simón Rodríguez. Constituyen el juramento de un romántico del siglo XIX alimentado de la idea sobre el deber que la formación neoclásica enseñaba. Son el sentido vital de la existencia de un ser humano que dedicó su vida a la realización del ideal libertario de Nuestra América.

Bolívar no es un santo para languidecer en el silencio de los altares: a lo largo del tiempo diversos sectores políticos se han disputado la figura del libertador convirtiéndola, sin un ejercicio crítico, en la de un icono que de tan inmaculado se volvió irreal. Bolívar es un personaje fundamental de nuestra historia, bañado de contradicciones como lo están todas las personas que actúan sobre la realidad del tiempo que les toca transformar.

“Nosotros somos un pequeño género humano: poseemos un mundo aparte: cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias aunque en cierto modo viejo en los usos de la sociedad civil,”[2] escribió Bolívar en su célebre “Carta de Jamaica”, del 6 de setiembre de 1815. Este “pequeño género humano” es un cúmulo de diversidad, según lo desarrolla en la misiva y, si bien ésta tiene por objeto denunciar las atrocidades de la dominación española desde el primer día —“todo lo sufrimos de esta desnaturalizada madrastra”[3], escribe— también en ella Bolívar imagina la construcción de una nación mestiza que emergerá de lo nuevo americano y aunque le entusiasma la idea de la unidad del Mundo Nuevo, “ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión,”[4] tiene clara consciencia de la imposibilidad de aquel deseo por cuanto “climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América.”[5] Bolívar, en términos de su comprensión de la política real en el momento en que escribe esta carta, es un soñador con los pies anclados en la tierra.

Tres años después, en una carta desde Angostura, el 12 de junio de 1818, dirigida a Juan Martín Pueyrredón, Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Bolívar señala el anhelo de entablar “el pacto americano que, formando de todas nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas.”[6] Una Hispanoamérica considerada como un solo cuerpo político será uno de los ejes del pensamiento de Bolívar, idea basada en una historia común y en la búsqueda de una identidad única pese a la diversidad de los pueblos que siempre será reconocida por él; como afirma en el párrafo anterior del ya citado: “Una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que en todo hemos tenido una perfecta unidad.”[7]

Este “pequeño género humano”, en su pensamiento, tiene una identidad clara por diferenciación con la América del Norte y con Europa. En la construcción de este proceso, Bolívar tiene plena consciencia de la confrontación que tendríamos con Norteamérica pero al mismo tiempo reconoce, desde su matriz liberal, el camino del progreso del norte en contraposición con la herencia española que nos tocó. Es conocida la cita de la carta del 5 de agosto de 1829 que, desde Guayaquil, Bolívar dirige al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de S.M.B., respondiéndole que sería casi imposible nombrar un sucesor que sea “príncipe europeo” puesto se opondrían a ello “todos los nuevos estados americano y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad.”[8]

¿Se desprende de esta idea expresada al paso, mientras trata un asunto diferente, un pensamiento antiimperialista por parte de Simón Bolívar? Me parece que en realidad, más que una posición antiimperialista, lo que mueve a Bolívar es el anhelo de ver a la América, desde el Río Grande hasta el estrecho de Magallanes, como un cuerpo político capaz de, en la carrera del progreso y la felicidad de los pueblos —conceptos en los que se mueve el liberalismo romántico del XIX—, confrontar con éxito al desarrollo de la América del Norte puesto que el proyecto nacional que ésta enarbolaba pasaba por triunfar en dicha carrera y utilizar a los pueblos de Nuestra América como el combustible de su maquinaria en el enfrentamiento que aquella estaba dispuesta a dar contra Europa.

El pensamiento integracionista de Bolívar lo situó como un adelantado a las ideas generales de su tiempo y, al mismo tiempo, desnudó las dificultades que éstas tenían para su viabilidad. Los resultados poco efectivos del Congreso anfictiónico de Panamá, convocado el 7 de diciembre de 1824 y realizado en 1826, así lo demostraron para la gran decepción del Libertador. No obstante estas contradicciones propias de la acción política concreta, la tarea central de Bolívar fue exitosa: la independencia de los pueblos americanos. La gesta libertaria, por sí sola, le permite a Bolívar permanecer en la historia, a despecho de la secta de los promotores de la estulticia que con especulaciones amañadas y descontextualizadas quieren presentar a Bolívar como si fuera un populista embriagado de autoritarismo. Lo que les duele a los promotores de la estulticia es que, en Nuestra América, el concepto de Patria vuelve a tener sentido luego de que los tecnócratas neoliberales pretendieron convertir a nuestras naciones en un mercado de consumidores. Ellos se olvidaron de que nuestros países, diversos, múltiples, antes que mercados eran la Patria y que en el comienzo de esta tradición patriótica sobrevivía Bolívar.

José Joaquín de Olmedo, en La victoria de Junín, subtitulada Canto a Bolívar, publicada por primera vez en 1825, escribe un monumento poético que ratifica la admiración que aquél sintiera por el libertador; aprecio que era correspondido plenamente por Bolívar y que se confirma cuando, en 1826, el libertador le enviara a Olmedo, especial y personalmente, el proyecto de la Constitución de Bolivia para recabar su opinión. Los siguientes versos del poema perennizan en la literatura de un poeta civil, como lo fue Olmedo, la grandeza histórica de Bolívar:

¿Quién es aquel que el paso lento mueve
Sobre el collado que a Junín domina?
¿Que el campo desde allí mide, y el sitio
Del combatir y del vencer desina?

¿Quién aquél que al trabarse la batalla,
Ufano como nuncio de victoria,
Un corcel impetuoso fatigando,
Discurre sin cesar por toda parte…?
¿Quién sino el hijo de Colombia y Marte?[9]

Quien así canta a la gloria de un contemporáneo inició la construcción de un símbolo heroico más allá de las contradicciones políticas de la coyuntura de aquellos años. No obstante vale la pena aclarar, que la anexión de Guayaquil a la Gran Colombia fue un momento del proceso de construcción de la nación. Ese momento, el 12 de julio de 1822, fue el resultado de la solicitud de 226 vecinos principales de la ciudad, situación que ponía fin a la disputa de tres partidos, el autonomista de Olmedo, el peruanófilo y el colombianófilo, que pugnaban por definir el destino de la ciudad, como los demuestra Jorge Núñez en un artículo reciente: “Bolívar no incorporó a Guayaquil por la fuerza, sino que asumió el mando civil y militar de la Provincia y la tomó bajo su protección, atendiendo un pedido de los más prestantes y numerosos ciudadanos del puerto … Así una breve mirada a la nómina de suscriptores nos permite hallar los nombres de los Garaicoa (José y Lorenzo), tíos del Héroe niño de Pichincha, Abdón Calderón Garaicoa, de los Espantoso (Vicente y Tomás), de los Marcos (José Antonio y Manuel), los Elizalde (Juan Francisco y Antonio), los Gómez (José Antonio y dos Antonios más), los Parra, los Roca, los Noboa, los Avilés y los Castro, entre otros.”[10]

Pero, como decía al comienzo, Bolívar no es infalible ni carece de contradicciones. Como todo hombre de acción, la realidad política en la que se desenvolvía lo fue llevando por los caminos de autoritarismo y el temor al ejercicio democrático de las masas, de quienes sospechaba una falta de educación política para resolver los asuntos de la nación. Así, en su discurso en Congreso de Angostura de 1819 dijo: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la libertada republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, lo mande perpetuamente.”[11] Años más tarde, en su mensaje al Congreso de Bolivia, el 25 de mayo de 1826, sostendrá, en cambio: “El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución, como el sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los magistrados y los ciudadanos: los hombres y las cosas.”[12]

¿Cómo entender esta paradoja en el pensamiento y la acción del libertador? Pues entendiendo las contradicciones políticas que le tocara vivir. En cualquier caso, una lectura crítica de los documentos históricos nos impide utilizar y acomodar una idea a contextos actuales porque siempre correremos el riesgo de manipular la información. No obstante, el Bolívar de 1819 está lleno de entusiasmo e ideales liberales en la gesta libertaria que él mismo está liderando. El Bolívar de 1826 ha pasado, rápidamente, por los avatares y amarguras de la lucha por el poder que llega luego de toda gesta independentista. Para el uno, el ejercicio del poder es todavía la coronación de un ideal; para el otro, es el purgatorio de la ingobernabilidad. Para ambos, a pesar de todo, la Patria es más que un concepto: es la estrella que guía su tortuoso tránsito por la historia. Frente a la propuesta de una presidencia vitalicia y de transferencia personal, y un senado hereditario, junto a otras autoridades de elección libre, el historiador Enrique Ayala Mora, propone que “el Libertador pensaba que éstas eran necesarias limitaciones de la democracia, que garantizaban su vigencia y que permitían un equilibrio político en la etapa de transición entre la colonia y la ‘auténtica’ república.”[13]

En medio del proceso de consolidación de las nacientes repúblicas, la tentación monárquica fue una posibilidad cierta, en la medida en que la participación popular no era parte del proyecto político y el concepto mismo de “pueblo” terminó restringiéndose a los notables pues las masas carecían de conciencia para ejercer sus derechos políticos. No obstante, en una carta del 6 de diciembre de 1829, dirigida a Antonio L. Guzmán, Bolívar reitera su negativa a la opción monárquica: “la nación puede darse la forma que quiera, los pueblos han sido invitados de mil modos a expresar su voluntad y ella debe ser la única guía en las deliberaciones del congreso; pero persuádase Vd. y que se persuada todo el mundo que yo no seré rey de Colombia ni por un extraordinario evento, ni me haré acreedor a que las posteridad me despoje del título de Libertador que me dieron mis conciudadanos y que halaga todo mi ambición.”[14]

Las contradicciones no desmerecen a Bolívar puesto que ellas son el producto de una encarnizada lucha por el poder que de se desató inmediatamente después de la independencia por la disputa de los caudillos locales y que, por sobre ellas, el libertador construyó con éxito efímero su proyecto de la Gran Colombia e intentó, sin fortuna, despertar la consciencia de los pueblos hispanoamericanos. Tal vez por eso, al final de sus días, encontramos un Bolívar desencantado, menos victorioso pero más humano en medio de la derrota política. El 9 de noviembre de 1830, desde Barranquilla, enterado ya del asesinato de Sucre, escribe una misiva cargada de tristeza y desengaño a Juan José Flores, ya presidente de la naciente República del Ecuador, en la que, desencantado, dice que: “servir a una revolución es arar en el mar,”[15]

En este momento próximo a la muerte Bolívar carece de la perspectiva histórica necesaria para que alcance a ver la grandeza de su propia obra: la liberación de los pueblos de Nuestra América. El 10 de diciembre de 1830, desde la hacienda de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, en un acto de desprendimiento vital, luego de perdonar a sus enemigos, proclama: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.”[16]

García Márquez, en El general en su laberinto, recrea los últimos días de la vida del libertador. El día del fin, Bolívar “examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos, la prisa sin corazón del reloj octogonal desbocado hacia la cita ineluctable del 17 de diciembre a la una y siete minutos de su tarde final.”[17]

En la persona de nuestro Simón Bolívar, ese héroe de carne y hueso a quien recordamos en un aniversario más de su natalicio, se concentra el militar, el político, el estadista, el pensador utópico, el desencantado. Ahora lo podemos ver como no lo vio Fernanda Barriga, esa negra del Chota, de veintidós años, que cocina para Bolívar y lo ha acompañado hasta San Pedro Alejandrino. Ese 17 de diciembre ella canta, con una voz de tristeza esclava, las canciones que los negros entonan como un rezo para llevar el alma de los agonizantes a la paz de la eternidad. Logra entrar al cuarto del libertador con la camisa prestada que Bolívar vestirá como una mortaja. Se dice que en sus brazos, el Libertador entró en las tinieblas de lo eterno iluminado como el hombre de las vicisitudes, vencedor de las batallas por la libertad, perdedor de las intrigas políticas por el poder; el que cumplió con su juramento de no dar reposo a su alma hasta no liberar a su patria del yugo español, Bolívar, el sembrador del mar y la tierra.

Guayaquil, julio 24, 2007

[1] Simón Bolívar: la vigencia de su pensamiento, Francisco Pividal, comp., La Habana, Casa de las Américas, 1982, p. 15.
[2] Simón Bolívar: documentos, Manuel Galich, comp., 2da. Edición, “Carta de Jamaica,” 6 de setiembre de 1815, La Habana, Casa de las Américas, 1975, pp. 45-46.
[3] Ibid., p. 38.
[4] Ibid., p. 61.
[5] Ibid., p. 61.
[6] Ibid., p. 69.
[7] Ibid., p. 68.
[8] Ibid., p. 329.
[9] José Joaquín de Olmedo, “La victoria de Junín,” en Poesía de la Independencia, Emilio Carrila, editor, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 10.
[10] Jorge Núñez Sánchez, “Simón Bolívar y Guayaquil”, El Universo, 23 julio 2007, 7A.
[11] Simón Bolívar: la vigencia…, p. 105.
[12] Ibid., pp. 207-208.
[13] Enrique Ayala Mora, ed., Simón Bolívar: pensamiento político, Sucre, Universidad Andina Simón Bolívar, 1997, p. 34.
[14] Simón Bolívar: la vigencia… p. 277.
[15] Ibid., p. 287.
[16] Ibid., p. 290.
[17] Gabriel García Márquez, El general en su laberinto, Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1989, p. 266.

domingo, julio 22, 2007

A propósito de Crónica del mestizo

Al finalizar el acto de presentación de Crónica del mestizo, en Guayaquil, en la Casa de la Cultura, el miércoles 18 de julio. En el orden acostumbrado: Lucho, Giselle, Rafaela, Raúl, Daniela y Paul.

La poesía implica un espacio de silencio, una mirada hacia adentro y un proceso de reelaboración del lenguaje. Tal vez por eso la gente tiene cierto temor a la lectura de poesía y los medios de comunicación son reacios a hablar de ella: después de todo, la poesía implica la construcción permanente de un lenguaje metafórico y, al mismo tiempo, la poesía no es un espectáculo mediático sino una manera íntima de acercarse al espíritu a través de la palabra.


La lectura de poesía requiere de un momento especial. Si el poeta se ha mirado para adentro, el lector debe hacer lo mismo: olvidarse del mundo que lo rodea, concentrarse en la repercusión del lenguaje, saborear la profundidad de la imagen, asumir la metáfora como la realidad de la palabra. Esta lectura es lenta e íntima a contracorriente de un mundo que todo lo devora con la omnipresencia del mercado, de una realidad mediática que nos ha hecho creer que la realidad es una cápsula de 30 segundos en donde supuestamente cabe una vida.


La poesía es esa utopía que no ofrece nada más que la contemplación del ser humano en el espejo de su propia finitud.

Carta abierta a El Universo

Quito, 22 de julio de 2007

Señor
CARLOS PÉREZ BARRIGA
Director de diario El Universo
Guayaquil

De mis consideraciones:

El ejercicio de la libertad de prensa implica la asunción de la responsabilidad de aquello que se dice por parte de quien ejerce dicha libertad; la ética de la palabra y el sentido alerta de la autocrítica resultan indispensables. Ahora que se debate el límite borroso que existe entre lo público y lo privado, la manipulación de la noticia a favor de una posición política y la objetividad o no del ejercicio de la opinión, se torna indispensable que las redacciones y los espacios editoriales de los medios actúen con prudencia y la mayor conciencia crítica evitando el desborde de las pasiones.

Considero que el ejercicio de la opinión en una columna editorial es libérrimo pero, al mismo tiempo, es en donde el articulista debe asumir a plenitud la responsabilidad que de sus palabras derivare. En lo personal, siguiendo a Voltaire, puedo no compartir las ideas de algún editorialista pero estoy dispuesto a luchar por el derecho que ése tiene a expresarlas. Al mismo tiempo, es indispensable que el público lector conozca la orientación ideológica o política del articulista puesto que nadie habla desde la imparcialidad; pretender que eso es así es engañar al lector. Por ejemplo, si un sacerdote escribe sobre la despenalización del aborto es más que seguro que su argumentación será en contra de aquella; asimismo, si una militante feminista lo hiciera, seguramente estaría a favor. Lo mismo sucede con otros temas: probablemente un consultor de las petroleras estará por la explotación inmediata del Yasuní y un miembro de una organización ecologista creerá que lo mejor es mantener el petróleo bajo tierra. Lo contrario sería excepcional. En todos los casos, para el público es importante conocer la argumentación pero también lo es saber desde donde viene y en qué proyecto de vida, ideológico, institucional o político ésta se ubica. Esto último es difícil conocerlo porque, por lo general, los medios son reacios a publicar esta ubicación de quien escribe, cosa que se podría solucionar con un par de líneas descriptivas al final del artículo; por ejemplo, si yo escribiera una columna en algún periódico al dejar el ejercicio de mi cargo, tendría que, por lo menos, informar al lector lo siguiente: “Raúl Vallejo, escritor; militante socialdemócrata y ex ministro de Educación.”

En este mismo campo, la línea editorial de un periódico puede ser muy amplia o, entre otras posibilidades, por el contrario, tomar partido frente a un gobierno. Cualquiera de las opciones es legítima pero la segunda significa convertirse en un actor político más con los riesgos que ello conlleva frente al público. Si se ha tomado este camino, que en otras latitudes lo asumen algunos medios, es indispensable que el público lector lo sepa. En el siglo XIX, los periódicos eran espacios militantes que, en América Latina, se definían liberales, conservadores, radicales, católicos, etc. Un periódico como El Universo que parecería, según observo en el tratamiento noticioso y editorial de los últimos meses, ser un espacio militante de crítica y oposición al proyecto político del gobierno de Rafael Correa, tiene todo el derecho de hacerlo pero también tiene la obligación moral de comunicárselo así a sus lectores. Una vez en esta posición, el medio pasa a convertirse en un actor político más y, por tanto, pasa a sujetarse al ámbito de la confrontación política y sus lectores sabrán que la opinión del diario y el tratamiento noticioso está mediatizado por dicha opción. Lo que resulta carente de ética es que, habiendo definido una línea de oposición, se pretenda mantener la neutralidad desde el discurso.
¿Por qué me parece que su periódico ha optado por ser un actor político de oposición? Pues porque mayoritariamente los editoriales del diario han sido opuestos a los diversos actos del gobierno, porque en la sección de “Cartas al director” se han dedicado a publicar, en su mayoría, cartas de ciudadanos en contra del gobierno, porque el editor de opinión del diario únicamente escribe en contra del gobierno y sus miembros. Lo honesto sería que el periódico se declare en la oposición, que explique sus razones al público lector y, por tanto, que asume la responsabilidad política que esta definición implica. Seguir esgrimiendo la imparcialidad y la objetividad, habiéndolas perdido, es engañar al público. Si estoy equivocado en esta apreciación, sería bueno que la dirección del diario revise las observaciones que he realizado.

El tratamiento noticioso no deja de ser preocupante en aras de la objetividad. Se dice que la prensa publica la realidad pero lo que hace es recortar la realidad y publicar de manera prioritaria el segmento de la “mala noticia”. ¿Cómo creer en la objetivad de un sistema que proclama como principio filosófico que la buena noticia no es noticia? Es así como los diarios se llenan de la impudicia de la crónica roja, noticia en la que no se respeta el espacio más íntimo y privado del ser humano que es el de la muerte; los noticieros condensan en treinta minutos todos los desastres y escándalos posibles llenando de desazón y desesperanza a la gente que los ve. Durante los últimos días ustedes se han dedicado a destacar en la primera plana las noticias negativas: en primera plana va un supuesto aumento en determinadas medicinas y en la página once la noticia de la reunión del presidente Correa con los inmigrantes en España. Al parecer, la línea editorial ha decidido que el presidente, salvo crítica expresa, no es noticia de primera plana. Como usted podrá ver ambas noticias son ciertas, pero el editor de noticias decide qué va en primera plana, qué no va, qué va con grandes titulares, qué va con menor espacio. Ese es el dilema ético al que debe enfrentarse una prensa objetiva.

A eso se referían las cartas de mi asesora Dolores Santistevan de Baca que, la semana pasada, dirigiera al editor de noticias del diario. Sobre el tratamiento noticioso voy a retomar algunos puntos. Ustedes publicaron, tiempo atrás, sendos reportajes sobre las escuelas República de El Salvador y Amazonas, ambas de Guayaquil, que tenían seriamente afectada su infraestructura. Hubiera sido esperanzador para la gente publicar otros reportajes, también de media página, en el que se vea a esas escuelas ya reparadas y la alegría que aquello causó a la comunidad. No se trata de “promocionar al ministro”: después de todo, los funcionarios somos servidores, es decir, personas que hacemos todo lo que está humanamente a nuestro alcance para que se cumplan los derechos ciudadanos, en mi caso, en el campo educativo y siempre obrando de buena fe. Coincido con ustedes que hay enorme problemas en el sistema educativo pero creo también que se está trabajando con mucho tesón para solucionarlos. Si la gente votó por convertir al Plan Decenal de Educación, en noviembre del 2006, en una política de Estado –noticia a la que la prensa, en general, según mi parecer, no le dio la importancia que tenía–, es positivo para la esperanza de la gente informarle que, a pesar de las dificultades, el Plan se está cumpliendo. ¿Se solucionaron todos los problemas? Por supuesto que no: justamente por eso hemos definido un Plan de diez años: en este momento atendemos alrededor del 12% de las necesidades de infraestructura pese a que estamos realizando la inversión más grande de la historia (alrededor de 104 millones de dólares); pero si ustedes, al tratar la noticia, ponen énfasis en el 88% que todavía no se atiende, entonces tendremos a la desesperanza como el sentimiento general de los ecuatorianos. Lo mismo puedo sostener sobre el asunto de las nuevas partidas docentes.

Llegado a este punto, me parece por demás tendencioso y con mala intención el titular del sábado 21, en la sección El Gran Guayaquil, página 2: “Ministro pide se resalte su trabajo con Nebot”. Más allá de la muy buena relación personal que me une al Alcalde de Guayaquil, con quien, sin tomar en cuenta las diferencias políticas que tenemos, realizamos una tarea de servicio a los más pobres de la ciudad, el motivo del reclamo –y así lo verá usted si lee las cartas que la señora de Baca enviara al editor de opinión– fue el tratamiento prejuiciado y sesgado que el diario dio a la noticia de las inauguraciones de locales escolares intervenidos integralmente en la ciudad. Al informar tales noticias se silenció, no sé si de manera deliberada, la presencia del ministro de Educación: jamás publicaron una foto del acto, ni siquiera publicaron fotos de las escuelas antes y después de la intervención; no pusieron énfasis en los discursos propositivos y positivos tanto del alcalde como del ministro en lo que tiene que ver con un modelo de intervención ejemplar en el que también participa la Universidad de Guayaquil, y tampoco sacaron las palabras de gratitud de la gente. Apenas si dijeron que el ministro estuvo presente pero sin señalar el porqué de su presencia. Por el contrario, el periódico puso énfasis, tanto en los titulares como en el desarrollo de la noticia, en la confrontación política coyuntural y en resaltar la presencia del Alcalde como si fuera única. No quiero que la opinión pública se confunda: no se trata de “figurar” –cosa que me es ajena–; se trata de que el periódico no utilice una noticia positiva, como es el trabajo conjunto del Ministerio de Educación, la Alcaldía de Guayaquil y la Universidad de Guayaquil, como un pretexto para priorizar la confrontación desde una toma de posición de política que, al parecer, el diario ha hecho sin informar al público lector. La ciudadanía tiene derecho a saber y a formarse la idea de que en el campo educativo debemos superar las confrontaciones coyunturales y trabajar por un proyecto destinado a hacer de la educación un motivo de esperanza para la gente. Concertar es una palabra clave en el campo educativo.

Pero esto no es todo porque cuando alguien toma partido, el espíritu tendencioso no tiene límites. En la misma noticia, un titular de recuadro viene a confirmar la mala disposición informativa para conmigo: “Publicación del libro de Vallejo tuvo trato diferente”. Para empezar, en término periodísticos la una noticia no tiene relación con la otra: es como si, resignados a publicar una aclaración a la que han tergiversado su sentido con un titular que no da cuenta del texto noticioso, tuviesen que, de todas maneras, insistir en un aspecto negativo. En segundo lugar, el contenido de la noticia, muestra un evidente afán de escandalizar en donde no existe razón alguna para ello. Tercero, el recuadro es un ejemplo típico de lo que en periodismo se conoce como la fabricación de una noticia: cuando no se tiene nada en las manos, la especulación es una manera taimada de insinuación maliciosa sin comprometerse. Bastante he leído para que estas trampas del periodismo inescrupuloso me sean desconocidas; lo que me asombra es que un periódico serio y de tradición como El Universo ahora las esté utilizando. La verdad se concentra en la declaración de mi editor Marcelo Báez –cuyo sello Báez editor en conjunto con Libresa tiene un amplio fondo editorial–: “se pudo hacer esta edición (la de mi poemario Crónica del mestizo) cuando el ministro pidió permiso a La Palabra y esta entidad se lo concedió”. Pero el recuadro enloda con sospechas e insinuaciones perversas lo que es un proceso transparente y sencillo: yo gané el premio en abril del 2006; en noviembre de 2006, cuando ya había pasado algunos meses y el libro no era publicado aún, pedí autorización a fundación La Palabra para buscar una editorial por mi cuenta y también para enviar el poema a revistas de fuera del país y tal autorización fue concedida, no por mi calidad de ministro, como la nota insinúa con mala fe, sino por mi calidad de escritor –situación personal que es suficientemente conocida– que es lo que me define. En todo caso, esa decisión libre de la fundación La Palabra no ha perjudicado a nadie como se quiere hacer aparecer, de manera ligera, en la nota de marras. Yo soy escritor y sucede que, por ahora, estoy de ministro y el hecho de que la sección de noticias política del diario haya tomado partido en contra del gobierno al que pertenezco no le da derecho para querer enlodar mi trayectoria literaria. Lo que confirma este afán persecutorio es que el libro fue presentado en Quito, el 10 de enero de este año, y al parecer el departamento de noticias de El Universo recién se entera de que la fundación dio el permiso correspondiente. No obstante lo dicho, reconozco la cobertura que del evento de presentación del libro en Guayaquil se hizo en el mismo diario en la sección Vida y Estilo, página 2, bajo el titular: “Reflexiones sobre el oficio de escribir”, noticia que me llena de esperanza en el sentido de que habrá un espacio de reflexión por parte de la dirección de un diario que por años se ha ganado el respeto y el cariño ciudadanos.

La discusión sobre el borroso límite entre lo público y lo privado cobra sentido, por lo tanto. ¿Es lícito que un reportero invada y viole la intimidad de Cecilia Bolocco y luego publique las fotos de ella en una casa particular? ¿Cuál es el límite del respeto a la intimidad de un personaje público? ¿Es ético que cualquier grabación hecha sin conocimiento de la persona en una situación personal sea transmitida por televisión? Me parece que esa es una discusión ética que conmueve el sentido mismo de lo que se entiende por libertad de expresión. ¿Es moralmente aceptable que el cadáver de una persona, tendido sobre la mesa de autopsia, sea publicado en un periódico en nombre de la libertad de prensa? ¿Es admisible que los cuerpos esparcidos en una tragedia aérea o en un accidente de tránsito sean exhibidos por los noticieros de televisión? ¿Es correcto que, en medio de un duelo, un reportero acuda al velorio e importune a los deudos buscando una entrevista? Me parece que estas preguntas son pertinentes para definir por lo menos de forma aproximada los límites de los que hablé al comienzo del párrafo.

Este aspecto va unido al tratamiento sensacionalista de la noticia que llevan a cabo los medios; por ejemplo, en una noticia deportiva: “México humilló a Paraguay al vencerlo 6-0”. El titular pudo ser objetivo: “México ganó a Paraguay 6-0” o menos simple: “México goleó a Paraguay 6-0”. El problema es que al introducir el subjetivo “humilló” el sensacionalismo de la prensa convierte a un simple partido de fútbol en una cuestión de “honor nacional”. Lo mismo sucede al recordar, en el peor lugar común de estilo periodístico, el “maracanazo” cada vez que juegan Brasil y Uruguay: en estricto sentido habría que recordarlo cuando en un campeonato del mundo, nuevamente se enfrenten en la final ambos equipos; pero hacerlo cada vez y cuando demuestra pereza mental en las redacciones deportivas. Lo mismo sucede cuando juegan Argentina e Inglaterra: recordar la guerra de las Malvinas es de mal gusto histórico y revela falta de imaginación a la hora del comentario deportivo.
Invito al medio de comunicación, fundado e históricamente dirigido por periodistas honorables, testigo y relator de los sucesos más transcendentes de la historia de nuestro país, para que una vez más abra un espacio para el debate sobre los compromisos que conlleva la libertad de expresión y los alcances de la ética periodística.

Invito a El Universo para que tome la iniciativa en la búsqueda y producción de noticias esperanzadoras, que reconozcan la importancia de las mismas en los procesos de construcción de ciudadanía y democracia, como pieza fundamental en el desarrollo social y en el crecimiento de una sociedad propositiva, cuya permanencia va más allá de gobernantes y temas coyunturales.

Yo sé que en una disputa con un medio de comunicación tengo las de perder: ustedes son un poder que todos los días pueden machacar en contra de una persona hasta destruirla y esa persona apenas tendría la posibilidad de enviar una carta con el peligro de que, como ha sucedido con las cartas de mi asesora, sea manipulada. Sin embargo, todavía confío en que el diario El Universo, que usted dirige, sabrá reflexionar sobre estas palabras que no aspiran a ser la verdad sino una parte de ella.

En cumplimiento del artículo 23, numeral 9, de la Constitución vigente, aspiro a que esta carta, a pesar de su extensión y atendiendo a esa libertad de expresión que usted y yo defendemos, sea publicada íntegramente pues una edición de la misma, que desde ya no autorizo, afectaría el sentido global de mi planteamiento.

Saludos cordiales,

Raúl Vallejo Corral
Ministro de Educación

miércoles, marzo 28, 2007

Cuando casi me queman en la hoguera


Por Raúl Vallejo
Diario Expreso, revista Semana, 18 marzo 2007

El martes 26 de octubre de 1976 me desperté con fiebre y falté al colegio. Hacia las nueve de la mañana me llamó Fernando Balseca, que entonces era mi amigo, y me leyó la columna “¡Buenos días, país!” de Eduardo Arosemena Gómez, Edargo, en El Telégrafo. Edargo se escandalizaba de los libros Color de hormiga, de Balseca, y de mi Cuento a cuento cuento, que habíamos presentado la noche anterior en el Cristóbal Colón, colegio salesiano en donde estudiábamos y nos graduamos en enero de 1977. Edargo organizó su artículo con citas que, fuera de contexto, daban la impresión de que los cuentos estaban embebidos de procacidad y concluía con el manido “¡O tempora, o mores!”.
Quedé atónito. Creí que oiría elogios y escuché a Torquemada. Con esa desfachatez propia de los adolescentes me repuse enseguida y sonreí: tuve razón cuando escribí en el programa de mano: “Que muchos criticarán la actitud que he tomado en mis cuentos, no lo dudo; como tampoco dudaré de que quien se queja es porque algo le duele y, precisamente, cuento a cuento quiero hacer sentir esa tachuela en el asiento de cualquiera.” Edargo y los moralistas de una sociedad pacata saltaron hasta el techo al sentarse sobre la inocente tachuela que yo había puesto.
El 31 de octubre, Pedro Tinto, de El Telégrafo, en “Dos cuestiones atroces”, decía: “Un colegio, religioso por añadidura, edita en sus talleres dos libros conteniendo [sic] indignos relatos pornográficos…” y hacía un llamado de inquisidor: “Individuos como aquellos deberían ser expulsados de la casa que ocupan para luego fumigarla y desinfectarla y ser juzgados como malhechores atroces, enfermos de un mal contagioso e indigno.” Tuve un remanso cuando, el 7 de noviembre, Filosofito (Pepe Guerra Castillo), desde Expreso, en “Tinta de calamares”, elogió los libros y nos comparó con los escritores de Los que se van en cuanto a la valentía de la denuncia: “Ellos lo que han hecho en sus cuentos es contar la historia tal como es. Como no la quieren ver los ciegos, encerrados en sus torres forradas de negra tinta.”
Una mañana de noviembre salí de clase porque alguien me buscaba. Bajé hasta la portería y un tipo, facha de personaje de Pablo Palacio, se me acercó y, sacando el recorte del artículo de Edargo del bolsillo interior de su leva, preguntó: “¿Usted vende estos libros aquí?” Yo no sabía si reírme o patearlo, así que opté por la verdad: “Los libros están incautados. Nos los darán cuando nos graduemos”. Años después me enteré de que el P. Eduardo Sandoval, rector del colegio, nos defendió sin aspavientos y con firmeza contra aquellos padres de familia que nos querían arrojar a la hoguera.
Cuando me atreví a releer estos cuentos, ya con más experiencia vital y literaria, los sentí cándidos: en esa escritura yo era un discípulo de Don Bosco escandalizado por la hipocresía del mundo y el pecado. Sin duda, este episodio me definió como escritor: intuí que la literatura sirve para el exorcismo del escritor y para la conmoción de sus lectores.

miércoles, marzo 07, 2007

Deslumbramientos a partir de unas langostas

Con Gabriel García Márquez en La Habana, en 1985, en la Casa de las Américas

—“Me han pedido 61 entrevistas en las últimas 48 horas”, —comentó García Márquez mientras transcurría aquella fresca tarde de diciembre de 1985 y los comensales platicábamos de libros, de esto y lo otro, y devorábamos algunas langostas cubanas recién sacadas de la parrilla. Tuve que bajarme casi un vaso de cerveza Atuey para que me pasara el trozo de langosta atorado en la garganta seca después de escuchar su frase.
Yo era entonces un audaz escritor y periodista de 26 años que comía con un apetito de adolescencia prolongada. Había sido invitado al II Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de Nuestros Pueblos y la jefa de la revista en donde trabajaba —Vistazo, la más importante de Ecuador— me dio permiso para el viaje a La Habana con la condición de que regresara con una entrevista al premio Nobel que, dicho sea de paso, yo había asegurado que estaba prácticamente concedida. El adverbio me sostendría la vida al regresar a Guayaquil si la entrevista fracasaba.
Una fascinante mujer llamada Trini Pérez, de la que los escritores solían enamorarse sin que ella diera más motivo que la cautivante amabilidad de sus iluminados ojos, conocía de mis tribulaciones laborales. Como alta funcionaria de Casa de las Américas tuvo la generosa idea de colocarme en un grupo de trabajo donde estábamos Frei Betto, Chico Buarque, Eduardo Galeano, Roberto Fernández Retamar, Osvaldo Soriano, García Márquez, y yo. Me sentí como la canción–acertijo de Plaza Sésamo: “hay una cosa que no pertenece a este lugar”. El problema para mí era que desde el comienzo del encuentro, García Márquez, que acudía a las sesiones cuando el grupo ya había empezado a trabajar y se retiraba discretamente antes de que concluyera, se quejaba sin remedio de esa desmesura cotidiana que viene junto a la fama: “Cada vez que camino por los corredores hay alguien que quiere hacerme una entrevista”.
Luego de oír la frase sobre el número de entrevistas sentí que era la descortesía más deplorable del Caribe el que yo arruinara un almuerzo de langostas con alguna impertinencia; después de todo, habíamos pasado algunos días trabajando juntos en la redacción del manifiesto final del encuentro y me daba vergüenza romper ese clima de confianza. Me movía en una paradoja terrible pues entre más cerca estaba del escritor que tenía que entrevistar más lejana era la posibilidad de hacerlo sin que pareciera un abuso de confianza.
Pero el tiempo de mi estadía en la isla se acababa y me veía sin trabajo por esas calles de mi ciudad “donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia”. Además yo estaba con varias Atuey adentro, había hecho una apología sibarita sobre la langosta cubana celebrada ruidosamente por los comensales y Osvaldo Soriano, que durante esa semana llena de sobresaltos me asesoró acerca de la manera de abordar a García Márquez para que me concediera la entrevista, me golpeó sin disimulo en el hombro para que me decidiese a hablar:
—Pues con mi pedido serán 62. —Lo solté de golpe y sin los preámbulos que había repasado frente al espejo de mi habitación del Hotel Riviera y me sentí igual que José Arcadio Buendía cuando anunció a sus hijos que la tierra era redonda como una naranja, “temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de la imaginación”.
Afortunadamente, García Márquez y Mercedes Barcha, los anfitriones de aquella mesa de cuatro personas, tuvieron a bien reírse de lo que yo había dicho. A lo mejor vieron en mi azoramiento el destello de “los ojos marítimos y solitarios” de aquellos que, como Ulises, el de padre holandés, se extravían por San Miguel del Desierto. Soriano me tranquilizó con un guiño cómplice y mi miró con el mismo asombro con el que lo había hecho cuando, días atrás, le pedí que firmara mi ejemplar de la edición cubana de Triste, solitario y final. Mercedes me ofreció otro pedazo de langosta y García Márquez habló dirigiéndose a Soriano y a mí:
—Las entrevistas son otra forma de la literatura —dijo la frase como una sentencia parecida a la que pronunció Ángela Vicario “cuando el juez instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar” y “ella le contestó impasible: Fue mi autor”. Saboreó con los ojos cerrados un bocado de langosta y cuando hubo terminado con él, añadió—: Los periodistas siempre me preguntan lo mismo: sobre la paz mundial, que por qué soy amigo de Fidel y Belisario, que qué significa el color amarillo en mi vida, que no se qué vainas más... y todos quieren tener la exclusiva —bebió media copa de vino blanco y terminó la idea con una nueva sentencia—: es preferible inventarlo todo.
Mas yo no quería entrevistarlo para hablar de los mismos temas de siempre cuyas respuestas básicas, por otra parte, ya están en El olor de la guayaba, el libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza; yo quería entrevistarlo acerca de los deslumbramientos que provocaban algunos episodios de sus novelas. García Márquez, por su lado, no quería hablar de otra cosa que no fuera sobre El amor en los tiempos del cólera, la novela que el 4 de diciembre acababa de ser presentada en Bogotá.
Como se dio cuenta del laberinto laboral en el que estaba atrapado, me propuso la amistosa salida de que yo lo entrevistaría únicamente si leía la novela para el siguiente día y que si no alcanzaba a hacerlo, entonces tenía libertad para asumir en toda su extensión la fórmula que había expuesto. Puesto que no existía un solo ejemplar de la novela a mi disposición en la ciudad, la propuesta me dejó la misma sensación que la del cuento “La mujer que llegaba a las seis”, cuando a la mujer se le ocurre pedir otro cuarto de hora a José, el hombre detrás del mostrador. Trescientos ejemplares viajaban por los cielos del Caribe y las burocracias aduaneras del capitalismo y del socialismo dejaron que los cajones se extraviaran y que los libros llegasen a La Habana justo cuando los últimos invitados al Encuentro regresábamos a nuestros países. Cuando tomaba el avión de regreso a mi país, el martes 10, yo, que esperé como asunto de vida o muerte la llegada de los libros, me identifiqué enseguida con la angustia de Pietro Crespi que regresó a Macondo “a barrer las cenizas de la fiesta, después de haber reventado cinco caballos en el camino tratando de estar a tiempo para su boda”.
Me imagino que todo esto tenía que ver, tal que una maldición gitana, con ese aspecto siniestro de la fama contra el que tanto se queja García Márquez. En aquellos días, copié del Granma una parte de su discurso durante la inauguración del Encuentro en el que contó que “un Premio Nobel de Literatura asegura haber recibido en lo que va del año casi dos mil invitaciones a congresos de escritores, festivales de arte, coloquios, seminarios de toda índole: más de tres diarios en sitios dispersos del mundo entero. Hay un congreso institucional con frecuencia constante y con todos los gastos pagados, cuyas reuniones se suceden cada año en treinta y un lugares distintos, algunos tan apetecibles como Roma o Adelaida, o tan sorprendentes como Stavanger o Yverdon, o en algunos que más bien parecen desafíos de crucigramas, como Polyphénix o Knokke. Son tantos, en fin, y sobre tantos y tan variados temas, que el año pasado se celebró en el castillo de Mouiden, en Amsterdam, un congreso mundial de organizadores de congresos de poesía”.
Me consolé del extravío de los cajones con los libros cuando por fin pude leer El amor en los tiempos del cólera el martes 31 de diciembre de 1985, en la playa de Salinas. Fue una galopante lectura de día completo que terminó una hora antes de que empezaran los fuegos pirotécnicos con los que la gente del balneario celebra el Año Nuevo. Tiempo después, en alguna parte que no recuerdo, leí una declaración de García Márquez en la que decía, con su maniática manera de entreverar ciertos paradigmas de la crítica literaria que El amor en los tiempos del cólera era su mejor novela y aquella por la que sería recordado. No coincido con aquella opinión pero de lo que sí estoy seguro es de que esta novela desparrama una enorme sabiduría, pespunteada de manera original sobre la base de un oficio controlado hasta en su mínimos detalles, sobre el eterno tema del amor erótico, que se resume en la enseñanza de Florentino a la viuda de Nazaret: “nada de lo que se haga en al cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor” o en lo que aprende Florentino de su experiencia con Ángeles Alfaro: “que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna”. Cuando llegué a la parte en que América Vicuña toma la iniciativa del amor y arrincona a Florentino Ariza, de tal manera que “lo fue llevando de la mano hasta la cama como a un pobre ciego de la calle, y lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa”, me acordé de las langostas, aunque éstas eran a la parrilla.
A las cinco de la tarde, de aquel domingo 8 de diciembre, después del opíparo almuerzo, los comensales llegamos al Hotel Riviera y lo que sucedió fue como en esas películas de guiones obvios donde los encuentros casuales con algo o con alguien remarcan los deseos y temores de los protagonistas. No bien habíamos entrado al lobby del hotel, García Márquez fue abordado por un periodista del Clarín de Buenos Aires que le espetó sin preámbulo de ningún tipo y con la cancha de los porteños sus ganas de entrevistarlo, en exclusiva, che. García Márquez negó con algo de fastidio tal posibilidad pero enseguida recuperó su sentido caribeño del humor y le dijo:
—Mira, estas dos personas también son periodistas —Soriano y yo nos miramos y sonreímos como si fuésemos cofrades de alguna secta secreta y antigua— y andan conmigo porque les he hecho prometer que no habrá ninguna entrevista.
¡Qué puedo decir! Nunca más he vuelto a estar cerca de García Márquez ni creo que él se acuerde de este episodio perdido en el laberinto sin fin de sus azarosos episodios de vida huyéndole a las entrevistas exclusivas. Yo, en cambio, aún conservo conmigo el glorioso sabor de las langostas, la serena hospitalidad de Mercedes Barcha, la discreta complicidad epistolar que mantuvimos con Osvaldo Soriano hasta su muerte y la edición de Casa de las Américas de Crónica de una muerte anunciada, con el autógrafo de su autor: Para Raúl, del patriarca. Gabriel, 85.
Por supuesto que me hubiera gustado preguntarle por qué razón se identificó al escribir el autógrafo con el dictador más triste de la literatura, aquel personaje de El otoño del patriarca, de quien dice uno de los narradores de la novela, que es “el anciano más antiguo de la tierra, el más temible, el más aborrecido y el menos compadecido de la patria”. También le hubiera preguntado sobre el final de estilo y sentido simbólico paralelo aunque de resolución anecdótica opuesta de El coronel no tiene quien le escriba: “El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda”, y de El amor en los tiempos del cólera: “Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches: —Toda la vida —dijo”.
Finalmente, no pude entrevistar a García Márquez. Hube de inventarlo todo.

Publicado en Gaborio. Artes de releer a García Márquez. Julio Ortega, compilador. México DF, Jorale Editores, 2003: 89-93.

sábado, febrero 17, 2007

"Si se calla el cantor, no pasa nada: la lucha continúa"


Entrevista para Vanguardia con María Luisa Carrión
Enero 4 de 2007
(De izquierda a derecha: Ariruma Kowii, durante su intervención; Raúl Vallejo, el autor; y Marcelo Báez, editor. Durante la presentación del libro el 10 de enero de 2007, en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, durante la inauguración del encuentro de poesía "Ritual de la palabra")

¿De qué se trata Crónica del mestizo?
Crónica del mestizo es un poema largo, compuesto por once estancias, en el que el Yo poético, a la manera de un cronista colonial, va recorriendo algunos levantamientos indígenas a lo largo de nuestra historia y tomando conciencia de que el poeta ya no es más “la voz de los que no tienen voz” sino, apenas, voz de su propia soledad, puesto que aquellos que, aparentemente “no tienen voz”, han hablado, con voz propia, a través de sus actos. Al mismo tiempo, el yo poético se interroga acerca del sentido moral que tiene su testimonio en la medida en que habla de sucesos de los que ha estado ajeno, de dolores que no ha sufrido, de luchas políticas en las que no ha participado. El yo poético toma consciencia de sus límites: ya no puede hablar en representación de nadie más que de sí mismo.

¿Por qué abordó esa temática?
Hace algunos años, en una conversación con Alejandro Moreano, él me hizo notar el hecho de que los levantamientos indígenas de los 90 en el país no habían suscitado una obra significativa en la literatura—no digamos una producción literaria como, por ejemplo, sucedió con el indigenismo de los 30. La conclusión a la que llegamos, en ese momento, fue que los escritores de hoy estaban tan ajenos a la realidad del país, tan ensimismados en la moda del apoliticismo, que la historia pasaba por su lado sin que la tomaran en cuenta. Después, dándole vuelta a las inteligentes reflexiones con las que Alejandro profundizó el tema, me dije a mí mismo que, en combinación con lo dicho, los actores históricos con su presencia y con su poderosa voz política habían desplazado de la escena pública la voz del poeta que, en los sesenta y parte de los setenta, se consideraba a sí mismo como el que hablaba a nombre de los desposeídos. Entonces decidí escribir sobre el tema de los levantamientos pero también sobre los límites que tiene la representación del Otro por parte del yo poético.

¿Con qué novedades nos encontramos en este libro?
Una novedad, con todo el respeto y la admiración que tengo por Neruda, tal vez podría ser el cambio de perspectiva de aquello que heredamos de la voz poética solidaria y comprometida con la que él construye su Canto general y también de la llamada “poesía comprometida” de los sesenta: desde mi punto de vista, los levantamientos indígenas hablan por sí solos, no son voces de muertos sino el grito perenne de una lucha que sobrevive los silencios de la “historia oficial”. Al situarnos en el leit motiv radical del poema, “si se calla el cantor” no pasa nada: la historia sigue, la lucha continúa; los desposeídos de todas las épocas no requieren del poeta para ser, aunque cierta poesía sí requiera de los actores de la historia para existir. De hecho, mi propia Crónica del mestizo no habría existido sin los hechos históricos que testimonia.

¿Alguna experimentación en particular?
En el poema cito breves textos de crónicas, manifiestos y los versos de la primera estrofa del “Atahualpa huañuni” (“Elegía a la muerte de Atahualpa”), atribuido a un cacique de Alangasí, y que Juan León Mera señala como el poema fundacional de la lírica ecuatoriana. Estos versos los cito para evidenciar la distancia cultural del hablante lírico con respecto de los seres sobre los que intenta construir un poema puesto que ni siquiera conoce su lengua. Imito el lenguaje de las crónicas, con cierta tonalidad épica, para dar testimonio de la historia y, a su vez, cuando el yo poético se interroga acerca del valor de su presencia en los sucesos de los que da fe, el lenguaje adquiere un tono intimista y dubitativo: el poema se abre y se cierra con este tono pues quise acentuar la actitud lírico del yo poético.

¿Qué tipo de investigación previa hizo para la realización de este poemario?
Trabajé, en el campo académico, con la Corónica de Guaman Poma de Ayala, y con los escritos críticos de Juan León Mera; leí sobre los levantamientos indígenas durante la colonia en un imprescindible libro de Segundo E. Moreno: Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia; y, utilicé para los datos de los sucesos recientes la base de mi trabajo Crónica mestiza del nuevo Pachakútik. Ecuador: del levantamiento indígena de 1990 al Ministerio Étnico de 1996, publicado por el Latin American Studies Center de la University of Maryland, College Park.

Cuéntenos de sus hábitos de escritura…
Los textos narrativos los escribo directamente en el ordenador, aunque los esquemas los trabajo a mano en un cuaderno de notas; en cambio, los textos poéticos los escribo, en un cuaderno especial, primero a mano, a veces a lápiz, a veces con pluma fuente –antes lo hacía con tinta negra o azul, ahora también con tinta verde (ya sé: igual que Neruda, pero qué le voy a hacer: así escribo). Trabajo en mi estudio que está en una especie de ático de la casa. Asumo cierto ritual: quemo un palo de incienso, escojo un tipo música que considero acorde a lo que escribo, cebo mi mate amargo y requiero que el teléfono sea respondido por el contestador automático. No son sofisticaciones: son muletas necesarias para derrotar el miedo a la ausencia de las palabras. Me gusta dibujar mapas de acciones, esquemas con las ideas básicas del texto, encierro en círculos las relaciones de los personajes, marco de alguna manera los momentos intensos del relato, acomodo algún final ajustado a mi ansiedad por tener resuelta la historia antes de escribirla: todas son manías que me ayudan a escribir y no las expongo como teoría de la escritura sino como testimonio del pánico creativo. Ahora que, si me dejaran en una isla con tan sólo lápiz y papel, de todas maneras escribiría; a lo mejor amontonaría piedritas sobre montículos de arena pero, estoy seguro, también escribiría.

Muchas veces, los escritores sacan ideas de su plano laboral y lo aplican en su producción narrativa. ¿Son las reuniones de gabinete una fuente de ideas, el día a día como ministro tal vez o por lo contrario?
No en mi caso. La función pública —también la docencia o la administración escolar— requiere de su propio sistema de “inspiración y transpiración”. Estas tareas están en una esfera muy distinta a la del trabajo creativo y uno tiene que separarlas de manera radical; de lo contrario se corre el riesgo de no cumplir ni con las responsabilidades éticas ni con las estéticas. Sin embargo, el ámbito laboral, así en términos generales, está incorporado a mi producción literaria tanto como lo están otros ámbitos de la vida: las relaciones familiares, las relaciones personales, o la bohemia.

¿Cómo equilibra el tiempo y la vocación entre ser un funcionario público y escritor?
De la misma manera como durante toda mi vida he equilibrado las responsabilidades laborales con la necesidad de escribir. En nuestro país, quienes escribimos literatura vivimos de trabajos, a veces cercanos, a veces lejanos, a las letras, pero no por eso dejamos de escribir. Para mí, el logro de ese equilibrio es imposible de explicar. Obviamente, en la función pública que ahora ejerzo, el deber ciudadano que he asumido me obliga a priorizar, siempre, las responsabilidades del ministerio.

domingo, febrero 11, 2007

Las preguntas de la literatura en los papiros electrónicos

A mediados del siglo XV, entre 1452 y 1455, Gutenberg estuvo dedicado a una tarea que habría de modificar sustancialmente el sentido social de la escritura y la lectura basado en una novedosa manera de asumir la multiplicación del saber. A finales del siglo XX, en el año 2000, Stephen King ha puesto a circular su novela más reciente en el espacio cibernético a través de Internet: los cibernautas que llegaron a la página electrónica del señor King el primer día disfrutaron de algunos capítulos gratis; al día siguiente con un par de dólares adquirían el derecho de bajar la información para almacenarla en los ordenadores personales.
Los 200 ejemplares de la Biblia que imprimiera Gutenberg distan mucho no sólo de los millones de ejemplares que las editoriales imprimen de las novelas de Stephen King sino también de los cientos de miles de usuarios de Internet que en una semana ya tenían almacenada la novela en sus particulares discos duros, pero ambos hechos constituyen gigantescos saltos tecnológicos que amplían en su momento el acceso a la cultura escrita. La imprenta de Gutenberg hizo de la lectura una práctica potencialmente accesible a la humanidad. La novela de King, presentada en Internet, ha modificado tecnológicamente la relación del público lector con el texto literario. Ambas representan el esfuerzo humano por reproducir la escritura, esa esfera de abstracciones destinada a posibilitarnos un entendimiento complejo del mundo.
Además de los adelantos tecnológicos en la industria gráfica y el significado de la Internet, en esta época las potencialidades de los multimedia son impredecibles para el desarrollo de la cultura escrita, siempre y cuando no se entienda la relación como una competencia excluyente en la que tenemos que optar por uno u otro medio. La novela didáctica acerca de la historia de la filosofía, El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, por ejemplo, también tiene su versión en CD-ROM. Se trata, entonces, de otro instrumento novedoso que modifica sensiblemente el papel del lector porque potencia la función lúdica de la literatura y hace del texto ya no sólo un juego literario manejado desde la esfera de la recreación lectora, sino un juego en sí mismo que permite la interacción y la creatividad del lector frente a la autoridad de la palabra escrita. El CD-ROM tiene algunas ventajas sobre el libro: en primer lugar, ocupa un espacio insignificante y almacena, de lejos, mayor información, a tal punto que una enciclopedia de algunos volúmenes cabe en un disco compacto; en segundo lugar, abre las posibilidades didácticas y críticas de y acerca de cualquier texto; en tercer lugar, desarrolla nuevas formas de intensidad lúdica desde el texto literario convirtiendo al lector en una inteligencia interactuante. Su desventaja básica tiene que ver con su naturaleza pues requiere de mayor tecnología para ser operado; así, mientras el libro se necesita solamente a él mismo, el CD-ROM necesita, de entrada, un ordenador personal.
Así mismo, Alianza editorial, con la edición de las Obras completas de Miguel de Cervantes, preparada en 1996 por Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, incluyó varios disquetes (3,5; HD) con los textos de las obras tal y como estaban fijados en la edición impresa, archivado en formado MS-DOS (ASCII). La copia en disquete obviamente no pretendía sustituir al libro como tal sino constituirse en una herramienta a ser utilizada por los académicos. Lo interesante de la experiencia es la combinación complementaria de dos instrumentos aparentemente disímiles en el que el objeto libro cumple con las funciones tradicionalmente a él asignadas y los disquetes, instalados en los ordenadores personales, ponen los textos de Cervantes a disposición del que así lo desee, ya sea para copiar una cita textual, ya sea para enviar un capítulo o una parte de él a través del correo electrónico como un documento adjunto y ser parte de ese diálogo continuo que es la cultura de los libros.
En cualquier caso, ya sea que continúe en la forma tradicionalmente conocida de libro, ya sea que adopte la forma de un texto de la red, ya que se encuentre comprimido en un disquete o potencializado en un CD-ROM, la relación del texto literario con sus lectores todavía depende de algunas definiciones primigenias que incluyen una conceptualización de lo que es la palabra literaria, del sentido que ésta tiene en el mundo de hoy, y de los procesos sociales y educativos destinados a expandir el acceso a la lectura y al libro.
Concibo la palabra de la escritura literaria como un intento de impregnarse en el papel igual a un sueño que, en aguas frías, nada contracorriente para no ser arrojado al océano pragmático del mercado. Por su naturaleza, no es nunca la última palabra porque su ciclo no se cierra en el punto final de lo dicho sino que fluye en la multiplicación eufórica de los instantes. Se autoriza a sí misma para construir el otro orden de las cosas: toca lo sagrado y se arma el jolgorio profano; toca lo severo y lo vuelve un amasijo de preguntas; toca la superficie ligera de las máscaras y las endurece con el anuncio del secreto insondable que yace tras ellas. La palabra literaria busca esa desnudez con la que se vestía el ‘dios deseado y deseante’ de Juan Ramón Jiménez.
El destino de la palabra literaria ha sido siempre el de la irreverencia, el de la construcción de un discurso que se interesa por la duda, por la pregunta, por el lado oculto de las buenas conciencias. Es por esto que el poder destierra al artista para que agonice en el patio trasero de la mansión levantada sobre los terrenos abonados con el espíritu de sus esclavos. Ya lo sabía el poeta condenado a la soledad y la muerte después de ser utilizado como un saltimbanqui de feria en “El rey burgués”, de Rubén Darío. Y es por eso que escritores y artistas debemos estar conscientes de que es contra la tautología del poder que inventamos nuestras pesadillas y les damos forma y nos exorcizamos a través de lo creado. Es la posibilidad de contemplar la transición de muerte y resurrección en el horizonte ensangrentado de luminosidad agónica, allí donde el poder tan solo puede confirmar que son las seis y treinta de la tarde. La palabra literaria requiere de la libertad que perdió el mono de la fábula de Augusto Monterroso “El mono que quiso ser escritor satírico”, quien por causa de sus compromisos personales tuvo que dedicarse a la Mística y el Amor, pero frente a su inautenticidad ya no fue apreciado por nadie.
La literatura y el arte son el espacio sin alambradas sobreviviente en el que la utopía ha construido morada. Existencia paradójica de un sitio para el lugar que es lo que es por que existe sin sitio alguno. Edad de fragmentos diseminados como piezas de un rompecabezas sostenido en el aire, en los que a duras penas el sujeto alcanza a reconocer la desfiguración de la conciencia que imagina de sí mismo. En ella y su razón no hay espacio para el espacio que no tiene lugar. Y, sin embargo, la palabra literaria irrumpe fragmentada, sobreviviendo a la angustia alucinante de saberse siempre fuera de lugar y se posa aleteando entre el polvo de la finitud y el soplo suave de la eternidad. Es la intensidad insospechada de la orfandad adulta entretejida en la construcción paradigmática del Sollozo por Pedro Jara, de Efraín Jara, o la recurrencia metafísica acerca del amor y su huella indeleble en la osamenta desnuda de Los amantes de Sumpa, de Iván Carvajal.
La palabra literaria rehuye y rechaza el espectáculo. Hoy que la vida y la muerte no son más los espacios privados que confirman el origen, la transición y la condición efímera del sujeto; ahora que la vida y la muerte se han convertido en el bizarro argumento de consuelo para el vacío finisecular; ahora que el tiempo y el espacio son categorías infinitas que, sin embargo, caben sin más en cada puerto particular del espacio cibernético; ahora que el asombro parece ser un arcaísmo, la palabra literaria aún se refugia en la serena sabiduría del libro que habla callado, abierto como un agosto de sol y viento, en las manos de su lector solitario y cómplice. Es la palabra de Adso de Melk, en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que recupera la memoria enriquecida por la vida en la monástica paz de una vida retirada. A la literatura, y su verbo andrógino, le corresponde fortalecer el espíritu de los pasajeros de la nave de los locos que todavía no es aceptada para atracar en puerto seguro. En tanto escritor, con mi escritura quisiera contribuir con la marca de un punto de veneno en la piel acerada y soberbia del absoluto que manda, sabiendo que existe la permanencia de signos capaces de escupir su impertinencia en el maquillaje perfecto de la mueca soberbia del poder.
El sentido de la literatura en el mundo de hoy nos remite a la pregunta que cada grupo de escritores, de una u otra forma, se hace en su momento y hace a su tiempo: ¿qué es y qué sentido tiene aquello que escribo? A comienzos del siglo XVII, Miguel de Cervantes en su “Prólogo al lector” de La gitanilla, la primera de la serie de las Novelas ejemplares, dice acerca del sentido de sus textos: “Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo...” y señala sobre su oficio: “...y es así que soy el primero que he novelado en lengua castellana...”[1] En este sentido, Cervantes está abogando por el goce intelectual de su palabra literaria en la misma dirección que Carlos Fuentes, en el tercer tercio del siglo XX, plantea en La nueva novela hispanoamericana, que “la fusión de moral y estética tiende a producir una literatura crítica, en el sentido más profundo de la palabra: crítica como elaboración antidogmática de problemas humanos”[2], pero, además, Cervantes es consciente de su proyecto estético, de aquello que hace de su palabra literaria, una palabra única.
La literatura estaría destinada a ser parte de la construcción de una memoria cultural a partir de procesos que incluyen asuntos contradictorios en apariencia como son la continuidad de la tradición poética y la ruptura estética. Esa memoria es fundamental para el dibujo de aquello que hemos llamado identidad. Es el sentido que tiene la famosa sentencia de Heródoto: “Hesíodo y Homero han elaborado la teogonía de los griegos, han dado a los dioses sus apelativos, han distribuidos entre ellos sus derechos, honores y los ámbitos de su obrar, y han aclarado sus imágenes”[3]. En este caso, la palabra literaria es fundacional: construye el orden de una tradición y también el sentido de la identidad cultural de la nación.
La función ética de la literatura continúa mostrando a la literatura como una confrontación del ser con la compleja condición de ser humano. En Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum, una de la voces narrativas del texto, el autor ficcionalizado, define a la propia novela como un libro “sobre el fracaso de nuestro país como república, el fracaso de su partido como guía de un pueblo que no tiene patria, el fracaso de literatura como arma y como literatura, es decir, el lento y largo fracaso de uno mismo”[4], como una manera de plantear un interrogante ético que no permite simplificaciones ideológicas.
Lo lúdico, en algunos casos, tiene que ver con la experimentación del texto que plantea desafíos directos a sus lectores. Rayuela, de Julio Cortázar, por ejemplo, es una novela básicamente lúdica pero no exclusivamente lúdica pues tras el juego de las posibles lecturas y la tabla-guía para lectores desprevenidos no se encuentra sólo la peripecia formal sino, sobre todo, una reflexión teórica sobre el texto novelístico y una honda meditación acerca del desarraigo, la palabra intelectual que incide en la vida de todos los días, y el amor como desgarramiento espiritual. En otros casos, lo lúdico se refiere a esa experiencia estética del ser humano que no puede ser definida con la superficial alegría sino con la ambigua vocación de placer en la que se conjugan vida y muerte como elementos indispensables del rito purificador que es la lectura, como en la poesía de César Dávila Andrade, sin ir más lejos. Pero, en todos los casos, lo lúdico jamás se presenta como un elemento aislado sino como sustancia imprescindible de un todo poético que reside “en lo inefable que lo envuelve todo, que flota sobre todo, que lo vivifica y transfigura todo”[5], según las enseñanzas de Aurelio Espinosa Pólit, que sigue al abate Henri Brémond en su discurso de 1925.
“Tener un destino entraña el tener un origen”, escribió Iván Carvajal en su trabajo “Acerca del destino de la poesía”, para enfatizar el sentido de lo poético que va más allá de ciertas servidumbres históricas exigidas en demasía al texto literario. “El origen, en sentido poético, nos coloca en la Tierra, en el Cosmos, con nuestra finitud, nuestro dolor, nuestra fuerza, nuestra libertad, en la apertura de mundo que el ser realiza a través del lenguaje”[6]. En esta línea de reflexión, no importa el vehículo tecnológico a través del cual el texto literario llegue al lector, la palabra poética siempre tendrá dificultades para encajar en la sociedad del homo videns, pues el recogimiento, la concentración y la soledad que requiere la lectura es incompatible con la banalidad espectacular, dispersa y estridente del mundo de los tele-veedores, según la tesis de Giovanni Sartori[7]. No podemos hacernos demasiadas ilusiones: en una sociedad que no lee por deformación ideológica, educada exclusivamente para ver el recorte de la realidad presentada, sin embargo, como la realidad total por la televisión y, por tanto, con un pobre desarrollo de la abstracción y el pensamiento crítico que exige el lenguaje escrito y, más aún, el lenguaje simbólico de la literatura, el texto siempre tendrá una relación clandestina con sus lectores destinada a suplantar la euforia de la banalidad por la angustia de la existencia en las que siempre nos sumerge la palabra literaria. Como sostiene Harold Bloom en The Western Canon: “All that the Western Canon can bring one is the proper use of one’s own solitude, that solitude whose final form is one’s confrontation with one’s own mortality”[8].
El lector ideal, esa persona imaginaria que el escritor espera que entienda la experiencia representada y sintonice con sus deseos, es una especie que lucha por sobrevivir en la hostilidad social hacia el libro, al que, desaprensivamente, se ha catalogado de ‘elitista’ frente al supuesto carácter democrático y de masas de la televisión. El lector ideal requiere de ese momento de lectura, exigido por la palabra literaria y que una sociedad empeñada en desarrollar la hipnosis de la imagen visual casi ha eliminado del horario cotidiano de los individuos. En Estados Unidos, por ejemplo, las familias que en 1954 le dedicaban un promedio de tres horas al día a la televisión, en 1994 le dedicaban más de siete horas diarias y, si bien carecemos de datos más recientes, todo nos hace suponer que la dedicación a la televisión le está quitando tiempo a las ocho horas destinadas a dormir, asearse y comer, ya que todavía no las puede quitar a las nueve de trabajar que incluyen el tiempo de la movilización[9]. Por tanto, nuestro lector ideal, cualquiera sea el medio por el que la palabra literaria llegue a sus manos, es cada día más escaso, más apremiado por otras urgencias, más acosado por los ruidos de una sociedad globalizada, regida por la industria del entretenimiento y en la que no sólo las oportunidades educativas sino la calidad de la educación son cada día más críticas.
Sin mencionar la realidad social generada por un mundo organizado desde el poder económico y destinado a perpetuar ese mismo poder económico en el que la respuesta a la pregunta ¿para quién escribimos? nos llenaría de furia y vergüenza, el problema de la relación entre el texto literario y sus lectores, entonces, también necesita ser planteado fuera de la esfera de la literatura, en el campo de la políticas culturales y educativas destinadas a promover la difusión del libro y la lectura como una destreza indispensable para el ser humano. El informe a la Unesco de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, presidida por Jacques Delors, titulado La educación encierra un tesoro, señalaba que “incumbe a la educación la tarea de inculcar, tanto a los niños como a los adultos, las bases culturales que les permitan descifrar en la medida de lo posible el sentido de las mutaciones que están produciéndose”[10] y que, para ello, era fundamental profundizar el concepto de “la educación a lo largo de la vida [que] se basa en cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a ser”[11] (109). La idea de educación a lo largo de la vida está concebida para superar la tradicional visión que diferencia educación básica de educación permanente para plantear una concepción nueva: “la de una sociedad educativa, en la que todo puede ser ocasión para aprender y desarrollar las capacidades del individuo”[12]. En esa sociedad, desde el postulado teórico, todo tiene cabida sin exclusiones; por tanto, no se trata de demonizar los avances tecnológicos de la humanidad sino de adoptar una actitud crítica frente al uso que las corporaciones transnacionales le dan a la tecnología para imponer no sólo una manera de ver al mundo sino también, lo que es peor, una uniforme actitud de ser en el mundo vestida de manera perversa con la máscara de la libertad de elegir. Por ello, en una sociedad educativa la lectura resulta indispensable más allá de la superficialidad con la que la sociedad teledirigida plantea y resuelve los problemas del ser humano.
En la introducción del informe, titulada “La educación o la utopía necesaria” y firmada por Jacques Delors, sin dejar de tomar en cuenta los apremiantes condicionamientos de los programas económicos neoliberales y su discurso triunfalista sobre la globalización, Delors contrapone una visión que, desde el sector educativo, enfrenta los nuevos desafíos humanos: “el ‘crecimiento económico a ultranza’ —señala— no se puede considerar ya el camino más fácil hacia la conciliación del progreso material y la equidad, el respeto de la condición humana y del capital natural que debemos transmitir en buenas condiciones a las generaciones futuras”[13]. Enseguida plantea las ‘tensiones’ que habrán de superarse y en las que debemos enmarcar nuestra práctica educativa. Entre otras: a) tensión entre lo mundial y lo local: cómo ser ciudadano del mundo sin perder la identidad propia; b) tensión entre tradición y modernidad: como enfrentar lo nuevo sin negarse a sí mismo; c) tensión entre el largo y el corto plazo: cómo pensar proyectos de largo aliento en medio del predominio de lo efímero y lo instantáneo; d) tensión entre la indispensable competencia y la preocupación por la igualdad de oportunidades: en este punto, Delors afirma que la presión de la competencia opaca la necesidad de otorgar iguales oportunidades a todos y que hay que actualizar el concepto de educación durante toda la vida para superarla.
No se trata, siguiendo esta línea de pensamiento, de glorificar o demonizar la globalización sino de entenderla como un proceso de conversión del mundo en un único mercado ante el que debemos ser conscientes de nuestra identidad para evitar disolvernos y críticos de aquella uniformidad a la que las corporaciones nos quieren llevar. Jerry Mander en “Facing the Rising Tide” señala:

The principles also include the idea that all countries —even those whose cultures have been as diverse as, say, Indonesia, Japan, Kenya, Sweden, and Brazil— must sign on to the same global economic model and row their (rising) boats in unison. The net result is monoculture — the global homogenization of culture, lifestyle, and level of technological immersion, with the corresponding dismantlement of local traditions and economies. Soon, everyplace will look and feel like everyplace else, with the same restaurants and hotels, the same clothes, the same malls and superstores, and the same streets crowded with cars[14].

Nuestro aparato educativo tiene que prepararse para enfrentar estas tensiones pero no estaremos en condiciones de hacer frente a tales desafíos con una dirigencia política y empresarial preocupadas únicamente por concentrar poder y acumular capital a través de privatizaciones sin consenso. En este sentido, se ha reducido la modernización a la privatización y no se entiende que para hablar de lo moderno es necesario invertir en una ciudadanía educada en el saber moderno.
Nuestra educación, en este mundo de economía global y homogenización de la cultura planetaria, tendría que asentar sus cambios en la construcción de una identidad nacional sólida, incorporar la tecnología necesaria para su funcionamiento en la comunicación global pero, sobre todo, resolver de manera urgente los problemas básicos del aparato educativo que no tienen que ver principalmente con el uso de computadoras o con el estar conectado o no a Internet —aunque esto, obviamente, sea una ayuda importante en determinados niveles del sistema— sino con la comprensión del proceso educativo como una tarea de la sociedad en su conjunto a través de un compromiso de continuidad y profundización para el mediano y largo plazo. En esta tarea, la promoción del libro y la lectura es uno de los principales vehículos que contribuirá a que el ser humano no se disuelva en la promiscuidad banal del entretenimiento y rehuya el pensamiento de su condición de transeúnte en la vida, de habitante de la zona de la angustia existencial, de buscador de utopías inalcanzables cuyo sentido cierto reside no en la apropiación que de ellas podamos hacer sino en el sentido vital que la búsqueda nos permite explorar en nosotros mismos.
En un trabajo mío de hace diez años dije que “el nuestro parece ser un país donde los escritores escriben y los lectores ven televisión” y que, en el caso de los jóvenes, “la cultura del videoclip se [había] impuesto como una forma de conocimiento sensible, de mucho interés y dinamismo”[15]. Con excesivo optimismo en la tarea escolar reduje la solución del problema a la buena voluntad pedagógica del magisterio en su tarea del aula. Y sin bien sigo creyendo que la modificación de la actitud ante el libro y la lectura tiene que comenzar en el aula, me parece también que es imprescindible pensar, dentro de la relación del texto y sus lectores, en la instrumentalización de las políticas sobre el libro formuladas de manera expresa o desde su ausencia.
En El libro ecuatoriano en el umbral del un nuevo siglo, editado por ese infatigable promotor cultural que es Carlos Calderón Chico, hay varias entrevistas en las que algunos editores plantean el estado de la cuestión en lo que tiene que ver con las políticas sobre el libro. Yo citaré algunas opiniones que demuestran que lo que resta por hacer ya no depende de los escritores sino de la voluntad política de una sociedad que impulse el desarrollo del libro y de la lectura.
Jaime Peña, de Libresa, sitúa la problemática: “La actual crisis económica ha creado enormes dificultades al sector del libro: ha contraído la demanda, ha encarecido la materia prima (papel, cartulina) de manera inverosímil, ha encarecido los procesos de preparación de originales, preimpresión e impresión”[16]. Marcelo Báez, de Báez & Oquendo, señala las dificultades de la difusión: “el libro ecuatoriano es maltratado, no tiene sex appeal editorial. No lo ponen en las vitrinas de las librerías”[17]. Frente a la problemática, Osvaldo Obregón, de Planeta, sintetiza lo que podría ser un ‘programa de acción’ al respecto basado en el incremento del hábito de la lectura concebido como un compromiso social de: “padres de familia y colegios para que motiven la lectura; del Estado con regulaciones adecuadas; de las editoriales y distribuidoras mediante la producción de libros más económicos y acordes a la época actual; de los medios de comunicación con la difusión y crítica de las novedades”[18].
Finalmente, para contribuir en términos sociales a que los lectores tengan una relación cercana con el texto y desarrollen los afectos de los que he hablado en este trabajo, creo que el Estado tiene que diseñar políticas permanentes destinadas al fomento del libro y la lectura, que contemplen, al menos, los siguientes aspectos: una reforma a la Ley de Fomento del Libro, que libere de impuestos a todos los insumos de la industria editorial, que estimule la promoción y exportación del libro nacional, que subsidie por, al menos, veinte años, la industria editorial para procurar su desarrollo y crear condiciones de competitividad en el ámbito regional; el fortalecimiento de la Comisión Nacional del Libro; la expansión del Sistema Nacional de Bibliotecas; campañas permanentes destinadas a fortalecer el hábito de la lectura en la casa y la escuela; y el diseño un programa económico que considere la recompra de deuda externa, impuestos al lujo, y participación de la renta del Fondo de Solidaridad, en otros aspectos, para el soporte de las políticas esbozadas.
En su texto “La muralla y los libros”, Jorge Luis Borges medita sobre Shih Huang Ti, el emperador que ordenó la edificación de la gran muralla china y, así mismo, dispuso que todos los libros anteriores a él fuesen quemados, es decir, que fuesen borrados de la faz de su mundo tres mil años de memoria. Borges ensaya una interpretación: cree que Shih Huang Ti amuralló el imperio porque conocía la debilidad del mismo y destruyó los libros por entender que cada libro enseña lo inconmensurable del universo o el sentido profundo que cada ser humano[19]. Nosotros, que no tenemos la fuerza ni los medios para construir siquiera la muralla que preservará del espanto del vecindario urbano nuestra propia morada, menos nos atreveríamos a destruir la memoria de aquello que nos antecedió. Si la eternidad para Shih Huang Ti radicó en la perpetuación de un gesto, para nosotros no existe eternidad personal más que por la posibilidad de disolvernos en el torrente imperecedero de la memoria y esa memoria pervive porque yace escrita en los libros, sea que se encuentren en los estantes laberínticos y asépticos de The Library of Congress en Washington D.C. o en los hipertexts in progress de la Biblioteca Virtual Universal, en http://www.biblioteca.org.ar/, página electrónica de las Biblioteca Rurales Argentinas que hasta hoy tiene digitalizados 1067 libros que pueden ser consultados gratis en el jardín de senderos virtuales de Internet[20].

Nayón, abril 21, 2000.
[1] Miguel de Cervantes, Obra completa, 6. La gitanilla. El amante liberal. (Madrid: Alianza editorial, 1996), p 21-2.
[2] Carlos Fuentes, La nueva novela hispanoamericana. (México: Joaquín Mortiz, 1976), p 35.
[3] Citado por Wilhelm Nestle, Historia del espíritu griego. (Barcelona: Ariel, 1975), p 29.
[4] Jorge Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer desnuda. (México: Siglo XXI, 1976), p 237.
[5] Aurelio Espinosa Pólit, Dieciocho clases de literatura. (Quito: editorial Fray Jodoco Rike, 1947), p 67.
[6] Iván Carvajal, “Acerca del destino de la poesía”, en Memorias del VI Encuentro sobre Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla”. (Cuenca: Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad de Cuenca, 1997), p 23.
[7] Giovanni Sartori, Homo videns. La sociedad teledirigida. (Madrid: Taurus, 1998).
[8] Harold Bloom, The Western Canon. The Books and School of the Ages. (New York: Riverhead Books, 1995), p 28. “Todo lo que el canon occidental le entrega a uno es el uso correcto de la propia soledad, aquella soledad cuya forma final es la confrontación de la persona con su propia mortalidad” (traducción mía).
[9] El dato pertenece al libro de Sartori; la interpretación es mía.
[10] Jacques Delors, ed., La educación encierra un tesoro. (Madrid: Santillana / Ediciones Unesco, 1996), p 73.
[11] Ibid., 109.
[12] Ibid., 126.
[13] Ibid., 15.
[14] Jerry Mander, “Facing the Rise Tide”, en Jerry Mander y Edward Goldsmith, eds, The Case Against the Global Economy. (San Francisco: Sierra Club Books, 1996), p 5. “Los principios también incluyen la idea de que todos los países —inclusive aquellas culturas que han sido tan diversas como, por ejemplo, Indonesia, Japón, Kenia, Suecia o Brasil— deben suscribir el mismo modelo económico global y remar sus botes al unísono. El resultado neto es la monoculturalidad, es decir la homogenización global de la cultura, los estilos de vida, y el nivel de inmersión tecnológica, con el correspondiente desmantelamiento de las tradiciones y economías locales. Pronto, cada lugar se verá y se sentirá como cualquier otro lugar, con los mismos restaurantes y hoteles, la misma ropa, los mismos centros comerciales y tiendas gigantes, y las mismas calles atestadas de carros.” (La traducción es mía).
[15] Raúl Vallejo, “Prefacio”, en Una gota de inspiración, toneladas de transpiración. Antología del nuevo cuento ecuatoriano. (Quito: Libresa, 1990), p 9.
[16] Carlos Calderón Chico, El libro ecuatoriano en el umbral de un nuevo siglo. (Guayaquil: edición del autor, 2000), p 43.
[17] Ibid., p 26.
[18] Ibid., p 27.
[19] Jorge Luis Borges, “La muralla y los libros”, en su Nueva antología personal. (Barcelona: Bruguera, 1980): 239-242.
[20] “Una biblioteca sin papel ni tinta”, Hoy (Quito) 22 abril 2000: 4B.