José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, marzo 18, 2024

La poesía, la que vive en mí inasible


            ¿Qué es poesía?, me preguntan con motivo de este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y yo intento, en vano, definir aquello que es indefinible por su propia condición de inasible. «Escribir un poema a la poesía es un asunto de Bécquer y yo soy solo un Vallejo menor de cualquier antología»[1], alcancé a balbucir en unos versos recientes con el ánimo de acunar en mi mano alguna sustancia de la poesía. Para mí, la poesía, «insostenible suspiro de luciérnagas / frágil conjunción de vocablos de espuma / Palabra / murmullo para el vasto corazón de mi noche»[2], ha sido una posibilidad de vivir en otros, de ser otros, de construir la voz de otros que no soy, pero que soy yo a mi pesar porque con aquellos comparto lo humano. Si he sido tantos en tantas otras vidas, si he sido la inocencia condenada o aquello que el poder marcó con fuego, por opción vital «soy / el mundo lapidado / por los que arrojaron con rabia las primeras piedras»[3]. A pesar de los intentos, la palabra que uno tiene, que uno da en la escritura, no alcanza a representar la voz de otros sin caer, de alguna forma, en una tergiversación esencial porque cada ser humano es la imagen de su dolor y de la historia de su tránsito. Así toda apropiación de la voz del prójimo resulta ilegítima; de ahí que: «Soy lo único que puedo ser y sin traiciones / y hasta de eso dudo, pero en ello persisto necio. / Voz de mi voz y de mi personal profundidad de soledades / y nada más que este pobre palabreo mío»[4]. La imposibilidad de poseer un resquicio de la poesía es solo comparable con aquella imposibilidad de poseer al ser amado y aceptar que, tan solo en destellos de lucidez o en instantes de gozo, logramos esa comunión que nos salva del horror, aunque tengamos que aceptar nuestra derrota continua: «El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele. / Junto a mí, tu vacío de ti y en él… / ¡la trasparencia de su Ser que arde!»[5]. En la soberbia que nos da la práctica de nuestro oficio, a veces, nos sentimos la voz del que anuncia una buena nueva o presagia una catástrofe porque la del poeta es una palabra que escudriña las regiones abisales del espíritu; es, en muchos sentidos, «lenguaje que nos convierte en seres humanos / poesía que da su numen a la voz de los profetas»[6]. De alguna manera, la poesía se escabulle de la ansiedad del mercado que, además, liquida a la ética. En aquello que escribo, siempre en busca de la poesía, soy también otros poetas que me precedieron y cuyos textos han formado mi sentido del verso, del ritmo, de la imaginería; así, puedo decir en un nuevo retrato de mí mismo: «El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano […] Soy espectro del que fui y esbozo del que anhela / ser en esta innominada poesía mía»[7]. Pero resulta que se escribe en un mundo hostil a la poesía —¿es que alguna vez el mundo fue amigable para la poesía—, un mundo que la desdeña y que no le interesa aprender a leerla, pues teme enfrentarse al espectro de su soledad y al reconocimiento de su finitud, a ese silencio que nos confronta con la muerte. «¿Para qué escribo, entonces? / Tan solo para asumir mi condición de sobreviviente»[8]. La poesía es también esa convocatoria para que el prójimo concurra a la plaza del pueblo y congregado alrededor de la palabra logre exorcizar sus miedos y saborear sus anhelos, y la ráfaga de felicidad a la que todos tenemos derecho: «El poema es una mazorca que amalgama los oficios del pueblo»[9]. La voz del poeta procura, entonces, ese canto que es semilla en tierra pródiga, que consigna la invención de vidas y de mundos en el verso libre, que da cuenta de aquello que nos acongoja y de aquello que nos obliga a la condición de rebeldes, a la necesidad de subvertir ese orden que, impunes, nos han impuesto los poderosos de todos los tiempos: «La poesía / bosque de sueños invadido / por los espectros de la realidad»[10]. En lo más íntimo de mí, estoy convencido de que «mi madre es la ardiente sustancia de mi poesía»[11] y de que existe algo mucho más importante que mis versos, que es aquello por lo que mi escritura, toda ella, es posible: «Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada / por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad»[12]. Este oficio de la poesía, la que vive en mí inasible.


[1] Raúl Vallejo, «Envío: una vez más, Márgara Báez», en Trabajos y desvelos (Ibagué: Caza de Libros Editores / Ulrika Editores, 2022), 57. La fotografía que ilustra esta entrada es mía.

[2] Raúl Vallejo, Crónica del mestizo (Quito: b@aez.editor.es / Libresa, 2007), 11.

[3] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2003», en Rituales de oficio. Poesía reunida 2003-2015 (Bogotá: Grupo Editorial Ibáñez, 2016), 18.

[4] Vallejo, Crónica…, 37.

[5] Raúl Vallejo, «Balada de Oriana y Constantino», en Cánticos para Oriana (Quito: Planeta / Seix Barral, 2003), 32.

[6] Raúl Vallejo, «Credo», en Missa solemnis (Quito: Planeta / Seix Barral, 2008), 55.

[7] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2015», en Mística del tabernario (La Habana: Casa de las Américas, 2017), 26.

[8] Vallejo, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo», en Mística del tabernario…, 31.

[9] Vallejo, «Roses For Export», en Trabajos y desvelos…, 51.

[10] Vallejo: «Envío», en Mística del tabernario…, 207.

[11] Vallejo, «La máquina de coser Singer», en Trabajos y desvelos…, 62.

[12] Vallejo, «Primero de mayo», en Trabajos y desvelos…, 56.


lunes, marzo 21, 2022

Acerca de la poesía

                                                                            La esperanza sobrevive en el corazón del poeta

[…]

La esperanza sobrevive al corazón del poeta

                     escribir es hablar con los ausentes

 

Siomara España[1]

 

 

 

Siempre me ha parecido una situación poco poética aquello de tener que escribir acerca de la poesía, más aún cuando se trata de articular algo coherente para conmemorar un evento tan primaveral y festivo como el Día Mundial de la Poesía, que fuera establecido para el 21 de marzo por la UNESCO, en 1999. Quiero decir, esto de encontrar definiciones más o menos aceptables para ustedes —lectores inteligentes que toman la poesía en su insondable y estremecedora belleza— es, de antemano, una tarea que supera las fuerzas de quien la emprende. Jorge Dávila Vázquez apela a la tradición bíblica para encontrar la simiente de la poesía que vendrá:

 

Ella es

tan antigua como Dios: el primer poema

fue la luz,

salida de la nada, por Su Palabra.[2]

 

La poesía es un quehacer que esencialmente rehúye a las definiciones; un trabajo estético que escapa a los encapsulamientos en frases para ser subrayadas o reproducidas en un exergo. Los conceptos con los que podríamos definirla radican en la escritura misma de poesía y, por tanto, en las infinitas posibilidades de cada poeta. En estos casos, urgido por lo indefinible, prefiero cantar como Alejandra Pizarnik:

 

el centro

de un poema

                        es otro poema

el centro del centro

                        es la ausencia

 

en el centro de la ausencia

mi sombra es el centro

del centro del poema[3]

 

La famosa rima XXI de Gustavo Adolfo Bécquer —que tan buen resultado ha dado a los enamorados que aún estiman el valor de la palabra— sitúa la belleza en el objeto poético, según la mirada romántica: «¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía… eres tú»[4]. Un siglo después, Gabriela Mistral, heredera de simbolistas y modernistas, también traslada esa belleza del mundo a la palabra del poema y sus múltiples posibilidades para hablar al espíritu del ser humano:

 

¡Os amo, os amo, bocas de los poetas idos,

que deshechas en polvo me seguís consolando,

y que al llegar la noche estáis conmigo hablando,

junto a la dulce lámpara, con dulzor de gemidos![5]

 

            Con el traslado de la belleza poética del objeto que la inspira a la palabra del poema, según nos enseñaron Baudelaire y Darío, es esta la que embellece dicho objeto más allá de la condición real de aquel porque si para el espíritu humano fuera suficiente la emoción provocada por la belleza intrínseca de dicho objeto, entonces, ya no tendría sentido la palabra poética que lo asume. Heredero de la tradición del romanticismo de Bécquer, Juan Ramón Jiménez indaga la esencia misma de la belleza anclada en el espíritu del objeto, cuyo camino propio debe llevar a la desnudez de la poesía, con este díptico de 1918: «¡No le toques ya más / que así es la rosa!»[6]. Y, sin embargo, Ida Vitale, evoca el peso de la palabra poética que ya ha sido dicha y la necesidad de reinventar la expresión poética en sí misma:

 

Tanto haría falta la inocencia total,

como en la rosa,

que viene con su olor, sus destellos,

sus dormidos rocíos repetidos,

del centro de jardines vueltos polvo

y de nuevo innumerablemente levantados.[7]

 

La poesía requiere de un espacio de silencio, una mirada hacia adentro y un proceso de reelaboración del lenguaje. Y ese silencio es, a su vez, una confrontación con el abismo no solo del alma humana, en general, sino, en particular, del alma propia: es una confrontación que nos envuelve y nos arroja desnudos hacia la desnudez del espíritu. Recuerdo la honda resonancia frente al abismo sin ropaje del espíritu humano que emerge desgarrada del soneto de Miguel Hernández, «Umbrío por la pena, casi bruno», cuyos primer cuarteto y segundo terceto dicen:

 

Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

                        […]

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y de cardos:

¡cuánto penar para morirse uno![8]

 

Tal vez por eso la gente tiene un inconfesable temor a la lectura de poesía: nadie desea esa tremenda, temible, terrible confrontación consigo mismo porque aquello nos convierte en huérfanos y en transeúntes: así, todas nuestras seguridades quedan en entredicho. Además, la poesía implica la elaboración de un lenguaje cuyo objetivo es la ruptura de la convención comunicacional. El lenguaje de la poesía, atravesado por la metáfora y la metonimia, no sirve para la transmisión de mensajes directos; eso es una tarea del periodismo. El lenguaje poético permite nominar, dar sentido, crear el mundo desde la realidad del propio lenguaje. En esos afanes, Yuliana Ortiz Ruano busca la manera de llegar al territorio de origen en su palabra poética:

 

¿Cómo nombrar lo nunca antes visto?

¿La obsesión del decir de dónde viene?

[…]

Nombrar es hacerse isla:

Limones es la repetición infinita del exceso

[…]

Tal vez la urgencia del arribo

extienda mi lenguaje.

[…]

Tal vez la necesidad de la llegada

desconfigure mi lenguaje.[9]

 

Así, el lenguaje poético es, en un sentido general, la explosión de una imagen que sugiere significados que transgreden las definiciones de diccionario, el florecimiento de una palabra que lleva en sí, agazapados, sentidos múltiples y nuevos, la revelación que emana del espíritu del lector en orgiástica simultaneidad con la omnipresencia de la voz poética. La poesía es la escritura que intensifica el sentido de la experiencia vital, según Aleyda Quevedo:

 

Versos de versos de versos,

bandadas de voces. Pájaros

de todos los tiempos.

Imágenes de imágenes de imágenes.

Piedras y los mismos misterios

a los que me declaro fiel.[10]

    

De ahí que los medios de comunicación, y particularmente la televisión, sean reacios a hablar de la poesía. Su negocio se asienta sobre la corrupción del lenguaje y la exaltación de lo banal, sobre esa capacidad para entregarle a cada protagonista, escogido de manera aleatoria, su cuarto de hora de fama, sobre esa habilidad para reproducirse y repetirse a sí mismos creando mundos para la chismografía sobre los famosillos locales. Y, por supuesto, como la poesía implica la construcción permanente de un lenguaje metafórico y, al mismo tiempo, la poesía no es un espectáculo mediático sino una manera íntima de acercarse al espíritu a través de la palabra, la poesía no tiene cabida en la propuesta de felicidad con la que la dictadura mediática ha obnubilado a la humanidad. En todo caso, Sonia Manzano me ayuda a quitarle solemnidad a estas reflexiones, cuando plantea que al poeta no hay que llevarlo a las mesas redondas:

 

No le pregunten

para qué sirve la poesía

por qué y para quién escribe,

quién lo lee, quién medio lo lee

y quién no lo lee nunca,

cualquier respuesta que él dé

será para escabullirse

por debajo de las velludas piernas

de los connotativos,

aparenciales,

estructurales,

denotativos

idiotas circunstanciales.[11]

 

Finalmente, es bueno entender que la poesía es una fiesta; y cada fiesta tiene su propia música. La seriedad para trabajar la poesía tiene que ver con la manera cómo uno asume la escritura, no solo del poema sino de todo tipo de texto estético. En la escritura hay que buscar, como decía el cubanísimo Lezama Lima, la dificultad: «Solo lo difícil es estimulante; solo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento…»[12]. Con ello no quiero plantear que hay que volverse críptico; me parece que se trata de buscar esa forma poética en que lo contextual sea olvidado por quien se acerca al texto y en su lugar permanezca sólo el hálito de la palabra poética. Más allá de la arqueología, Jorgenrique Adoum transforma a dos esqueletos abrazados, con diez mil años de historia encima, en un símbolo de la permanencia del amor a través del tiempo —como en el famoso soneto de Quevedo[13]—:

 

 

la primera pareja como dos palabras juntas

como un breve vacío donde estuvo un día el guion varonil

(hembra la conjunción copulativa),

anudados hasta hoy, amor fosilizado, estatua viva encajonada.

mientras nosotros, voyeurs del siglo XX, viejos a cualquier edad, con nuestro

            muerto amor a cuestas,

removiendo tablones, telas de nilón, piedras que las sostienen,

y acostándonos junto a ellos para atisbar la inmodesta y duradera amarra

que no acaba jamás en estallido, 

nos hundimos el corazón para que no se avergüence

frente a ese amor que existe todavía

en estos esqueletos de anteayer en los que yace

igual que la ternura que cayó de la caricia al hueso.[14]

 

Más que ninguna otra, la lectura de poesía requiere de un momento especial. Si el poeta se ha mirado para adentro, el lector debe hacer lo mismo: olvidarse del mundo que lo rodea, concentrarse en la repercusión del lenguaje, saborear la profundidad de la imagen, asumir la metáfora como la realidad de la palabra. Buscar la manera de decir lo ya dicho, de hacer de la página en blanco una realidad de afectos; una cascada de sentidos que conmuevan a quien espera la palabra poética para que invada ese indecible vacío en el alma que solo la poesía llena con la resonancia de su belleza conmovedora, tremenda y de vértigo, como en estos versos de Luz Mary Giraldo:

 

Se levantan las palabras del fondo del cuaderno

y llegan a la página en blanco

con su letra viva

para decir:

¿existe, acaso, una habitación sin el dios del amor?

 

Dios traduce su silencio

mientras escucho la canción de un pájaro solitario

que ruega para no morir.[15]

 

La lectura de poesía es lenta e íntima y se encuentra a contracorriente de un mundo que todo lo devora con el omnipresente ruido del mercado y la predecible uniformidad a la que nos somete el algoritmo de las redes sociales. La poesía es esa utopía que no ofrece nada más que la contemplación del ser humano en el espejo de su propia finitud.

 

Santa Ana de Nayón, Quito,

Versión del 21 de marzo de 2022.

Este ensayo sale de manera simultánea en

Nueva York Poetry Review 



[1] Siomara España, «Sueños (Memoria inexistente)», Celebración de la memoria (Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2018), 87.

[2] Jorge Dávila Vázquez, «Memoria de la poesía», en Memoria de la poesía y otros textos (Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, núcleo del Azuay, 1999), 33.

[3] Alejandra Pizarnik, «Los pequeños cantos, III», de Los pequeños cantos (1971), en Poesía completa, edición a cargo de Ana Becciú (Barcelona: Editorial Lumen, 2001), 381.

[4] Gustavo Adolfo Bécquer, «Rima XXI», en Rimas. Leyendas. Carta desde mi celda (Barcelona: RBA Editores, 1999), 13.

[5] Gabriela Mistral, «Mis libros», de Desolación (1922), en Poesías completas, estudio preliminar y cronología de Jaime Quezada (Santiago de Chile, Editorial Andrés Bellos, 2001), 57.

[6] Juan Ramón Jiménez, «El poema. 1», de Piedra y cielo (1917-1918), en Segunda antolojía poética. 1898-1918 (Madrid: Espasa-Calpe, 1981), 252,

[7] Ida Vitale, «Canon», de Palabra dada (1953), en Poesía reunida, edición de Aurelio Major (Montevideo: Tusquet Editores, 2017), 443.

[8] Miguel Hernández, «Umbrío por la pena, casi bruno», de El rayo que no cesa (1934-1935), en Poesía esencial (Madrid: Alianza Editorial, 2010), 47.  

[9] Yuliana Ortiz Ruano, Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Valparaíso: Ediciones Libro del Cardo, 2021), 19, 21, 26, y 29.

[10] Aleyda Quevedo Rojas, Jardín de dagas (Ciudad de México: Editorial Praxis, 2013), 14.

[11] Sonia Manzano, «El poeta no debe ir a las mesas redondas», de El ave que todo lo atropella (1980), en El ave que todo lo atropella. Antología poética (Quito: Centro de Publicaciones PUCE, 2018), 90.

[12] José Lezama Lima, La expresión americana (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2017), 57.

[13] Me refiero al soneto «Amor constante más allá de la muerte», cuyo primer cuarteto dice: «Cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra que me llevare el blanco día, / y podrá desatar esta alma mía, / hora a su afán ansioso lisonjera;», en Francisco de Quevedo, Antología poética (Barcelona: RBA Editores, 1999), 112.

[14] Jorgenrique Adoum, «El amor desenterrado», en Claudicación intermitente. Antología (Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León / Alforja Arte y Literatura, 2008), 77.

[15] Luz Mary Giraldo, «Página en blanco», en De artes y oficios (Bogotá: Taller de Edición Rocca, 2015), 36.


sábado, marzo 21, 2015

Oficio de la poesía


           En 1999, durante su trigésimo periodo de sesiones, la UNESCO declaró el 21 de marzo como el Día Mundial de la Poesía. Con motivo de esta celebración —que coincide con el Equinoccio de Primavera, en el hemisferio norte—, Irina Bokova, directora general, ha dicho: «Cada poema, aunque único, refleja lo universal de la experiencia humana, el anhelo de creatividad que trasciende todos los límites y las fronteras, tanto del tiempo como del espacio, en la afirmación constante de que la humanidad forma una única y sola familia».
En este día, comparto con ustedes algunos poemas o fragmentos que, de alguna manera, hablan sobre la poesía.


XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
En mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

Gustavo Adolfo Bécquer,
de Rimas, 1871.


XLVI

[…]

¡Verso, nos hablan de un Dios
Adonde van los difuntos
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!

José Martí,
de Versos sencillos, 1891.


Ars
 
El verso es un vaso santo; ¡poned en él tan solo,
            un pensamiento puro,
en cuyo fondo bullan hirvientes imágenes,
¡como burbujas de oro de un viejo vino oscuro!

[…]

José Asunción Silva,
de Sitios, 1895.




El poema, 1

¡No le toques ya más,
que así es la rosa!

Juan Ramón Jiménez,
de Piedra y cielo, 1917 – 1918.


Arte poética

[…]

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.

Vicente Huidobro,
de El Espejo de agua, 1916.


La poesía es un arma cargada de futuro

[…]

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

[…]

Gabriel Celaya,
de Cantos íberos, 1955.  


Arte poética

[…]

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

[…]

Jorge Luis Borges
de El Hacedor, 1960.


Poema

Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.

Alejandra Pizarnik,
de Los trabajos y las noches, 1965.


Qué es poesía

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
Varias decenas de pinchos en la carne.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Que cualquier cosa sea posible, eso es poesía.

Roberto Fernández Retamar,
de Buena suerte viviendo, 1962 – 1965.




El combate poético

Tú me darás el arma, Poesía
para vencer al enemigo oculto,
para arrasar las fortalezas fatuas,
para escalar las torres de lo bello,
para extirpar las sierpes del planeta
instaurando el reinado del rocío.

[…]

Jorge Carrera Andrade,
de Vocación terrena, 1972.



Duro con ella

[…]

Duro con ella hasta que aprenda
hasta que nunca más se ponga entre mayúsculas
duro con ella duro muy duro hasta molerla
que reviente la puerca la maldita la increíble
que explote la tremenda la copulante la insidiosa
Duro con ella hasta encontrarla ausente y descreída
duro con ella con esta absurda torpe y loca poesía

Fernando Nieto Cadena,
de De buenas a primeras, 1976.


Anónimo del siglo XX
 
ustedes presabían (como todo) camaradas
que iba a ser un espécimen de intelectual podrido
porque escribo en lugar de componer-el-mundo
            entre dos tintos
ahora me hago la autocrítica bisiesta
pretendí ser la palabra que cortan en las frase
            de los otros
esa que censuran cada día en el texto de los casitodos

[…]

Jorgenrique Adoum,
de Prepoemas en postespañol, 1979.


Artificios

Ocurre que cada día mudamos de entusiasmo,
y al borde de los versos uno olvida
la ropa, los recibos, los mandados,
porque el poema atormenta las horas,
el minuto feliz, ese frágil momento
en que se nos escapa el milagro
o inventamos la magia, y el secreto florece.

Entonces la noche se enciende tajante
y esas dulces lucecillas de bengala
regalan esplendor a las más viejas ruinas.

José Luis Díaz-Granados,
de Sala de operaciones, 2006.


             
            Pablo Neruda, en su célebre texto “Sobre una poesía sin pureza” (Revista Caballo verde para la poesía, Madrid, # 1, 1935) señaló: “Es muy convenientes, en ciertas horas del día o de la noches, observar profundamente los objetos en descanso […] de ellos se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico”; y, más adelante le dio cuerpo a la definición de esa poesía sin pureza que propugnaba: “Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos”.