José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, noviembre 10, 2013

Testimonio de lo cotidiano y su absurdo vital


         
Cinco jóvenes cuentistas del Ecuador
Al parecer nada los une ni los articula. Inclusive su lugar de nacimiento no corresponde al lugar en donde viven actualmente y hay quien nació en Londres. No han formado cenáculos literarios a pesar de que mantienen cierta cómplice identidad. Pertenecen a una generación que creció viendo cómo se desintegraba la Unión Soviética y se derrumbaba el Muro de Berlín, así que, de alguna manera, están vacunados contra las utopías políticas aunque no contra la esperanza. Sus mundos literarios están inmersos en un asombro y asunción de ese sentido absurdo que emana una cotidianidad que se vive sin moralejas.
            El vecindario como una escenografía. La vida de la gente del barrio vista desde una mirada infantil. En “Las tortas de la señora Griselda” la soledad y el desamor aparecen en el cuento como espectros que se agigantan y lo envuelven todo hasta que la inocencia termina por romperse. En ese cuento, María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976, vive en Madrid) ha conseguido narrar desde la ternura de la mirada infantil un drama de violencia intrafamiliar, prostitución y muerte. El tono del relato es conmovedor: la ilusión de las singulares tortas que cocina doña Griselda se ve opacada por los sucesos de esa Navidad, ajenos a la voz infantil que cuenta la historia. Aquí, la fiesta siempre ha terminado y revela su otro lado: el del drama familiar que esconde la joven prostituta que, al final, se marcha del barrio. El cuento consigue exponer la crudeza de una vida signada por el desamor desde la visión inocente de la niñez y, al mismo tiempo, logra situar la madurez de ese personaje infantil que, luego de lo sucedido con la señora Griselda, abre sus ojos a un mundo que ha perdido la inocencia.
            María Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980, vivía hasta hace poco en Pittsburgh y al momento de escribir estas líneas, en Quito) ha optado por tomarle el pulso al absurdo cotidiano. En “Yo  BSC”, a partir de la búsqueda aleatoria de un hincha de Barcelona S.C. —el club de fútbol más popular del Ecuador, conocido como el “Ídolo del Astillero”— construye en dos planos una historia que sucede en el plano de la cotidianidad y otra que ocurre en el de la imaginación de la protagonista. En un momento del cuento, ambos planos parecerían fusionarse en una acción que alimenta el realismo del plano de la imaginación. Narrando de manera sustantiva, directa, con diálogos hiperrealistas, el cuento funciona como una suerte de poética de la creación literaria en medio de la vivencia cotidiana de una escritora.
            “Harold”, de Jorge Izquierdo (Londres, 1980, vive en Vancouver), es una historia contada a la manera de un thriller. Dos obsesiones se encuentran en el camino: la del narrador que quiere ser escritor pero se dedica a la abogacía y la de su primo Harold, un genio de las ciencias duras, que siente una atracción malsana por la violencia inmediata. Los personajes del cuento son seres que se ven confrontados con la fragilidad de sí mismos. Izquierdo maneja con solvencia esa tonalidad narrativa que evita cargar lo narrado con juicios de valor y narra las situaciones más escabrosas como si se tratase de sucesos comunes. Este es un cuento construido, como otros de su autor, con dureza y sin concesiones frente a la situaciones vividas por sus personajes; un cuento en donde la serenidad de lo cotidiano es destruida en un instante por un suceso inesperado que quiebra el optimismo burgués sobre la vida.
            En “Una chica como tú en un lugar como éste…”, encontramos elementos de ciencia ficción combinados con la extrañeza que demanda la literatura de anticipación y esa sutil ironía que termina convertida en un grito de horror ante un futuro que podría ser y estar deshumanizado. Solange Rodríguez (Guayaquil, 1976) gusta de lo extraño como manifestación del límite de lo humano. En este cuento de anticipación, la posibilidad del deseo humano genera la repulsa de los seres que ejercen el poder en el universo. Ese poder establecido en el nuevo orden del cosmos organiza la represión de la existencia de lo humano desde el rechazo de sus características intrínsecas: una de ellas, la reacción química del cuerpo frente a la atracción sexual. La memoria de la risa de ella es, en ese espantoso futuro, la permanencia de la ilusión del amor a pesar del despojo al que el ser humano habría sido sometido.
La ironía y la crítica cultural atraviesan una narración que, desde el humor y el desenfado, cuenta una historia de desarraigo y parodia de lo pornográfico. “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979) es un texto atravesado por el drama de la migración de los latinoamericanos a España, crítico de la segregación racial y cultural, irónico con el sentido de los valores tradicionales, y, además, un texto que habla de la desolación y la miserias humanas. La dureza de lo que cuenta se ve alivianada debido al tono irreverente que utiliza el narrador, estrategia que permite aseveraciones terribles sobre la condición humana, que son dichas con desparpajo. Por su fuerza narrativa, por su tono desenfadado y por su aguda crítica cultural, “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez, seguramente, se convertirá —con algo más de tiempo y lectores de otras latitudes—, en uno de los cuentos más memorables de la nueva narrativa ecuatoriana.
Esta selección de cinco jóvenes narradores ecuatorianos (todos ellos menores de 40 años) es una pequeña muestra de un grupo mayor del que es de justicia mencionar, para que los lectores de Hispamérica los tengan presentes, entre otros a: Juan Carlos Moya (Latacunga, 1974), Mariagusta Correa (Cuenca, 1976), Luis Felipe Aguilar (Cuenca, 1977), Marcela Noriega (Guayaquil 1978), Diego Falconí (Quito, 1979), Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), Esteban Mayorga (Quito, 1979), Eduardo Varas (Guayaquil, 1979), Luis Alberto Bravo (Milagro, 1979), Luis Monteros Arregui (Quito, 1978), Elías Urdánigo (Santo Domingo, 1980), Edwin Alcarás (Quito, 1981), Juan Fernando Andrade (Portoviejo, 1981), Luis Borja (Quito, 1981), y Andrés Cadena (Quito, 1983).
Esta muestra es también el testimonio de una mirada generacional distinta y diversa sobre una cotidianidad cargada de sueños rotos, y gobernada por el absurdo de un poder y una economía liberales que se desmoronan. Y también es la muestra de una vocación por la escritura sin concesiones a lo políticamente correcto; una literatura de palabra fresca y en crecimiento.