Marcelo Báez Meza que, además de ser
un escritor de indispensable lectura es un aplicado y generoso editor, llevó
adelante el minucioso y amoroso trabajo de compilación y estudio de la poesía
de Velasco Mackenzie, que, bajo el título No tanto como todos los poemas, se presentó en la FIL de
Guayaquil, el pasado 19 de septiembre. El libro está publicado bajo el sello de Báez Editores y la Academia
Ecuatoriana de la Lengua. Compartí el trabajo de edición con Marcelo y escribí el posfacio que ustedes pueden leer a continuación.
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| Jorge Arteaga, Sueño erótico, óleo sobre tela, 180,5 x 140 cm, Premio Salón de Julio 1980. |
Existe un
poema de Jorge Velasco Mackenzie (Guayaquil, 16 de enero de 1948 – 24 de
septiembre de 2021) que vive extraviado entre los vericuetos del laberinto
municipal y húmedo de la ciudad de la ría y los manglares. Él, que transitó las
aulas de la Escuela Municipal de Bellas Artes, puso a dialogar un texto poético
con una pintura que, hasta donde han llegado mis pesquisas, no se sabe en qué
lugar de la reserva del Museo Municipal de Guayaquil se encuentra, ya sea
porque anda perdida en algún recoveco edilicio o ya sea porque, durante uno de
los períodos caóticos que vivió el municipio, la obra desapareció de la peor
manera. En la nota bio-bibliográfica que
consta en su primer cuentario, De vuelta al paraíso (1975), se dice que Jorge
ganó «el Primer Premio en el Concurso Nacional de Poema Mural, del Patronato
Municipal de Bellas Artes, en 1975». Dos años después, en la sección
«sicoseadores del mate», del único número de la revista Sicoseo (abril
de 1977), con el desparpajo y la irreverencia de aquellos sicoseadores, se
decía de Velasco: «pasó por la pintura y por la poesía y no le gustó; creyó que
el cuento era más fácil y no quiere salirse de esa patineta». Pero no se trata
de que no le hayan gustado ni la pintura ni la poesía; todo lo contrario:
Velasco escribió durante años reseñas sobre exposiciones en sus columnas «El
ojo chícharo» en diario Expreso, y «Paredes y paredones», en el
suplemento Meridiano cultural,
y fue un lector voraz e inteligente de poesía, así como un poeta
impenitente según lo demuestra este libro.
Hay casualidades en la vida que son
inverosímiles en la literatura, por lo que, mi encuentro con una foto de
nuestro escritor cuando asistía a Bellas Artes y una nota manuscrita en un
libro, resulta una de esas coincidencias que convierten la búsqueda en
hallazgos tan fortuitos como preciosos. La foto de un jovencísimo Jorge frente
a un caballete, en blanco y negro, de 6 x 9 cm, cuyo origen podríamos situar en
el primer lustro de la década del 70, estaba esperando por mí entre las páginas
de un ejemplar de Terra Nostra, de Carlos Fuentes, que Jorge me regaló
cuando se fue a España, becado por el Círculo de Lectores, en 1979.
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| Jorge Velasco Mackenzie, en sus años de estudiante de la Escuela Municipal de Bellas Artes, c.1970-1975. |
En este tiempo de la posverdad, la
foto es un testimonio de que, efectivamente, a Jorge lo tentó la pintura en el
comienzo de sus búsquedas. En 2009, escribió: «Las artes visuales, o más
certeramente, la visualidad artística y sus contenidos semánticos han ejercido
en mí una gran atracción. En las dos dimensiones de la pintura, en la
tridimensionalidad de la escultura he podido hallar registros que me han
servido para “escribir mirando”».
Diez años más tarde, dirá en una entrevista que su paso por la pintura fue
decisivo porque «gracias a las artes visuales logré situarme como autor».
En el año en que ganó la beca, Velasco
ya estaba preparando Colectivo, la antología que reunió veinte años de
poesía y que apareció en 1980. El prólogo que escribió está reproducido en este
libro, pero me interesa mostrarles el apunte que encontré en la última hoja de Terra
Nostra. Se trata de un borrador de la dedicatoria que Jorge finalmente
estampó en Colectivo: «En el colectivo viaja también Hugo Mayo, por eso
este libro está dedicado a él». Aquí, la letra nerviosa de Velasco Mackenzie
con una poética tinta verde, como aquella con la que solía escribir Neruda,
ensayaba una dedicatoria en la que el nombre de la mítica revista literaria Motocicleta
contribuía al juego de sentidos frente al título de la antología que nombra un
tipo de transporte público popular.

La lectura crítica que Velasco
desarrolla en «Terceto para Hugo Mayo» es visionaria, iluminada e iluminadora
y da cuenta de su calidad de gran lector de poesía al señalar que «lo que
pretendía [Hugo Mayo] era otra fundación poética y nacional, sus “rasgos
verbales” nunca olvidan la topografía local, pero eso sí, dentro de la misma
poesía vanguardista […] como una entrada a lo desconocido con imágenes
violentas»
.
Con Hugo Mayo, Velasco desarrolló una relación de discípulo y amigo e hizo
cuanto estuvo a su alcance para rescatar y publicar la obra de nuestro poeta vanguardista
que, desde su condición de burócrata de la Gobernación del Guayas, se
autodefinía como un «empleado público del verso». Velasco lo acompañó hasta su
muerte y Hugo Mayo (1895-1988) le dejó en un cartón de jabones sus textos, que
el hijo del poeta debía entregarle a Velasco: «Ahí están desordenados los dos
libros inéditos de los que te hablé:
Osadía de la pupila rebelde y
A
un kilómetro otro horizonte, encárgate de ellos, no dejes que se vuelvan
pura chamarasca»
.
Gastón Egas nunca le entregó la caja de jabones a Velasco y esos poemas también
se perdieron o se convirtieron en aire igual que pompas de jabón.
En Algunos tambores que suenen
así, Velasco rinde homenaje a tres de sus poetas preferidos, no solo con
los tres exergos del poemario sino con sendos poemas atravesados por un
registro de las particulares poéticas y la actitud vital de cada uno: Ezra
Pound (1885-1972), «Estaba equivocado / estaba realmente equivocado […] pese a
todo, fue siempre el mejor artesano / Lo que escribió y leyó / nadie lo
olvidará después»; Hart Crane (1899-1932), «Cada noche alcoholizándose en los
muelles de Brooklyn / entregado a las atroces fieras del vino, / escribiendo a
ratos para superar la perfección de la muerte»; y José Lezama Lima (1910-1976),
«Yo no lo he visto pero lo imagino […] Como una araña su escritura / y en la
araña atrapado en el tiempo de la infancia».
El tono de su
poesía, tanto en Algunos tambores… como en Manual de acción
imaginaria tiene reminiscencias del Archibald MacLeish (1892-1982) de Conquistador
—que Velasco conoció, seguramente, en la traducción de Francisco
Alexander—, antes que de poetas de nuestra tradición: «¿Qué significan los
muertos para nosotros en nuestra mejor fortuna? / Nos han dejado los caminos
hechos y los muros en pie: / Nos han dejado las sillas en las habitaciones: /
otras cosas que hay de ellos».
Su poesía también se emparienta con los versos conversacionales de Malcolm
Lowry (1909-1957) y el desparpajo expresivo de sus loas alcohólicas: «La idea
de libertad está ligada al trago. / Nuestra vida ideal contiene una taberna /
donde un hombre puede sentarse y hablar o pensar nada más, / sin miedo al
dragón nocturno […] donde podemos beber por siempre sin deber / con la puerta
abierta, y el viento soplando».
Con el poeta peruano Antonio
Cisneros (1942-2012) desarrollaron una amistad a distancia y mantenían una
mutua admiración. Compartían su gusto por los poetas que recorren este posfacio
y también el alcoholismo con el que ambos embriagaban su poesía y sus vidas. Y,
por supuesto, la irreverencia contra los poetas tradicionales de sus respectivos
países que Velasco Mackenzie convierte en un manifiesto poético en «Sobre los
poetas y la poesía», uno de los textos de su Manual de acción imaginaria:
«Pobres hombres los poetas sin cabeza […] Si hubieran estado con nosotros […]
no aparecerían tan serios / en las estatuas de los parques / y en las calles
que llevan sus nombres / no se cometerían tantas fechorías».
Irreverente, siempre, y practicante de formas nuevas de apropiación del habla
popular para el lenguaje de la literatura, como lo fue la actitud vital y
estética de Sicoseo y que se encarnó, básicamente, en la obra del propio
Velasco, Fernando Artieda (1945-2010) y Fernando Nieto Cadena (1947-2017).
Robert
Burns (1759-1796), pionero del romanticismo, es el poeta escocés más amado en
su tierra y es conocido en el mundo por su poema Aud Lang Syne («Por los viejos tiempos») que se canta para
despedir el año. También es famoso su poema Scotch Drink («Bebida escocesa»), en el
que celebra el papel del whisky en la vida cotidiana del ser humano y en las
celebraciones de su comunidad.
O Whisky! soul o’
plays and pranks!
Accept a bardie’s
gratfu’ thanks!
When wanting thee,
what tuneless cranks
Are my poor
verses!
Thou comes - they
rattle in their ranks,
At ither´s arses!
¡Oh, Whisky! ¡Alma de juegos y bromas!
¡Acepta la gratitud de un bardillo!
Cuando te necesito, ¡qué crujidos
desafinados
son mis pobres versos!
Tú vienes y ellos se superan en su rango.
¡A tomar por el culo!
En la tradición poética que le canta a las bebidas alcohólicas
se inscribe uno de los poemas más estremecedores de nuestra literatura a partir
de la ebriedad iluminada: «Confesiones del ebrio inmortal». Burns tiene en su
honor un cóctel llamado «Bobby Burns» del que existe una variedad de recetas,
según el bar y la época, y yo quiero, en esta ocasión, homenajear al poeta que
es Jorge Velasco Mackenzie con un cóctel al que he llamado «Tatuaje Mackenzie».
El nombre del cóctel hace alusión al motivo del tatuaje en la obra literaria
última de Jorge
y al origen escocés de su apellido materno, cuyo antepasado llegó a nuestra
América y se internó en los cañaverales de Jamaica para recalar en Ecuador en
los años del tendido de la vía de ferrocarril, obra en la que trabajaron
aproximadamente 4.000 jamaiquinos.

Al cierre de este posfacio, encontré la noticia de que
el pintor Jorge Arteaga González (Guayaquil, 1950), graduado de la Escuela
Municipal de Bellas Artes, en 1971, participó en la exposición colectiva «Cinco
Pintores de Hoy», junto a Edgar Chalco, Víctor Franco, Bolívar Peñafiel y Mario
Vásquez, organizada por la Sociedad Española de Beneficencia, en 1989. Al
revisar el catálogo me topé con el dato de que entre los galardones de Arteaga consta
el primer premio del Concurso del Poema Mural, convocado por el Centro
Municipal de Cultura (Patronato Municipal de Bellas Artes), de Guayaquil, en
1975. ¡El mismo año en que Velasco Mackenzie ganó el mismo premio! ¿Velasco
escribió el poema y el cuadro lo pintó Arteaga? No pude averiguarlo enseguida porque
en la reserva del Museo Municipal únicamente está Sueño erótico, óleo
sobre tela, 180,5 x 140 cm, con el que Arteaga ganó el Salón de Julio en 1980.
Sin embargo, días después del hallazgo, Marcelo Báez
Meza, que es el editor de esta compilación, logró contactar con Jorge Arteaga a
través de la magia que se le atribuye a la distópica vigilancia de nuestra
cotidianidad que llevan a cabo las redes sociales. El artista, de 75 años, le
confirmó que él y Velasco Mackenzie, que en aquellos años eran amigos cercanos,
participaron en colaboración de poeta y pintor, y ganaron el premio. En serio y
en broma, Artega le dijo que como a Velasco la poesía no le alcanzaba para mentir,
se pasó al cuento. Aquellas mentiras que se convierten en la verdad de la
ficción. Lamentablemente, Arteaga no tiene foto de la obra premiada, aunque
recuerda que cuadro y poema eran de tema erótico. El cuadro del poema mural que
escribió Velasco y pintó Arteaga, en 1975, se extravió para siempre en el
laberinto edilicio.
Desde el cautiverio del poeta junto al dragón nocturno,
en ese doloroso tránsito para desintoxicarse del que aquel hizo literatura en
La
casa del fabulante (2014), ya es tiempo de decir ¡salud!: «He bebido junto
al cuervo de Poe / en el barco ebrio de Hart Crane / todas esas antologías
inglesas llenas de ginebra y poesía». Más allá de los tatuajes matafóricos de
su escritura, Jorge Velasco Mackenzie llevaba tatuada la poesía en su
clandestina condición de poeta. Despellejados los versos del poema, resecados
al sol y convertidos en cuero, resuenan, en ritual de tabernas,
los tambores para una poesía perdida.