José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, marzo 18, 2024

La poesía, la que vive en mí inasible


            ¿Qué es poesía?, me preguntan con motivo de este 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía y yo intento, en vano, definir aquello que es indefinible por su propia condición de inasible. «Escribir un poema a la poesía es un asunto de Bécquer y yo soy solo un Vallejo menor de cualquier antología»[1], alcancé a balbucir en unos versos recientes con el ánimo de acunar en mi mano alguna sustancia de la poesía. Para mí, la poesía, «insostenible suspiro de luciérnagas / frágil conjunción de vocablos de espuma / Palabra / murmullo para el vasto corazón de mi noche»[2], ha sido una posibilidad de vivir en otros, de ser otros, de construir la voz de otros que no soy, pero que soy yo a mi pesar porque con aquellos comparto lo humano. Si he sido tantos en tantas otras vidas, si he sido la inocencia condenada o aquello que el poder marcó con fuego, por opción vital «soy / el mundo lapidado / por los que arrojaron con rabia las primeras piedras»[3]. A pesar de los intentos, la palabra que uno tiene, que uno da en la escritura, no alcanza a representar la voz de otros sin caer, de alguna forma, en una tergiversación esencial porque cada ser humano es la imagen de su dolor y de la historia de su tránsito. Así toda apropiación de la voz del prójimo resulta ilegítima; de ahí que: «Soy lo único que puedo ser y sin traiciones / y hasta de eso dudo, pero en ello persisto necio. / Voz de mi voz y de mi personal profundidad de soledades / y nada más que este pobre palabreo mío»[4]. La imposibilidad de poseer un resquicio de la poesía es solo comparable con aquella imposibilidad de poseer al ser amado y aceptar que, tan solo en destellos de lucidez o en instantes de gozo, logramos esa comunión que nos salva del horror, aunque tengamos que aceptar nuestra derrota continua: «El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele. / Junto a mí, tu vacío de ti y en él… / ¡la trasparencia de su Ser que arde!»[5]. En la soberbia que nos da la práctica de nuestro oficio, a veces, nos sentimos la voz del que anuncia una buena nueva o presagia una catástrofe porque la del poeta es una palabra que escudriña las regiones abisales del espíritu; es, en muchos sentidos, «lenguaje que nos convierte en seres humanos / poesía que da su numen a la voz de los profetas»[6]. De alguna manera, la poesía se escabulle de la ansiedad del mercado que, además, liquida a la ética. En aquello que escribo, siempre en busca de la poesía, soy también otros poetas que me precedieron y cuyos textos han formado mi sentido del verso, del ritmo, de la imaginería; así, puedo decir en un nuevo retrato de mí mismo: «El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano […] Soy espectro del que fui y esbozo del que anhela / ser en esta innominada poesía mía»[7]. Pero resulta que se escribe en un mundo hostil a la poesía —¿es que alguna vez el mundo fue amigable para la poesía—, un mundo que la desdeña y que no le interesa aprender a leerla, pues teme enfrentarse al espectro de su soledad y al reconocimiento de su finitud, a ese silencio que nos confronta con la muerte. «¿Para qué escribo, entonces? / Tan solo para asumir mi condición de sobreviviente»[8]. La poesía es también esa convocatoria para que el prójimo concurra a la plaza del pueblo y congregado alrededor de la palabra logre exorcizar sus miedos y saborear sus anhelos, y la ráfaga de felicidad a la que todos tenemos derecho: «El poema es una mazorca que amalgama los oficios del pueblo»[9]. La voz del poeta procura, entonces, ese canto que es semilla en tierra pródiga, que consigna la invención de vidas y de mundos en el verso libre, que da cuenta de aquello que nos acongoja y de aquello que nos obliga a la condición de rebeldes, a la necesidad de subvertir ese orden que, impunes, nos han impuesto los poderosos de todos los tiempos: «La poesía / bosque de sueños invadido / por los espectros de la realidad»[10]. En lo más íntimo de mí, estoy convencido de que «mi madre es la ardiente sustancia de mi poesía»[11] y de que existe algo mucho más importante que mis versos, que es aquello por lo que mi escritura, toda ella, es posible: «Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada / por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad»[12]. Este oficio de la poesía, la que vive en mí inasible.


[1] Raúl Vallejo, «Envío: una vez más, Márgara Báez», en Trabajos y desvelos (Ibagué: Caza de Libros Editores / Ulrika Editores, 2022), 57. La fotografía que ilustra esta entrada es mía.

[2] Raúl Vallejo, Crónica del mestizo (Quito: b@aez.editor.es / Libresa, 2007), 11.

[3] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2003», en Rituales de oficio. Poesía reunida 2003-2015 (Bogotá: Grupo Editorial Ibáñez, 2016), 18.

[4] Vallejo, Crónica…, 37.

[5] Raúl Vallejo, «Balada de Oriana y Constantino», en Cánticos para Oriana (Quito: Planeta / Seix Barral, 2003), 32.

[6] Raúl Vallejo, «Credo», en Missa solemnis (Quito: Planeta / Seix Barral, 2008), 55.

[7] Raúl Vallejo, «Autorretrato, 2015», en Mística del tabernario (La Habana: Casa de las Américas, 2017), 26.

[8] Vallejo, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo», en Mística del tabernario…, 31.

[9] Vallejo, «Roses For Export», en Trabajos y desvelos…, 51.

[10] Vallejo: «Envío», en Mística del tabernario…, 207.

[11] Vallejo, «La máquina de coser Singer», en Trabajos y desvelos…, 62.

[12] Vallejo, «Primero de mayo», en Trabajos y desvelos…, 56.


lunes, septiembre 25, 2023

«Cuerpo presente», de Siomara España: voz de la profeta que clama justicia

            

Cuerpo presente, de Siomara España Muñoz, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes. Poética documental sobre la violencia feminicida que toma partido por la justicia y la vida. (Foto: R. Vallejo, 2023)
            En su poemario De cara al fuego (2011), Siomara España, como si hubiese tenido, como si hubiese temido, la presunción de lo que alguna vez escribiría, ya nos hablaba de la poesía como una escritura en la que la voz poética se vuelve cuerpo de poeta desde el asombro que provoca lo que duele, lo que sangra: «Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta»[1]. Una poesía que invade la zona de placer de sus lectores y los confronta con el dolor que la gente, desaprensiva, a veces pretende escamotear.

            Cuerpo presente (2022), de Siomara España Muñoz (Paján, 1976), es un libro que convierte sucesos criminales, asesinatos que desgarran el espíritu, en poesía de conmovedora belleza; es una crónica poética de feminicidios que nos envuelve en el desasosiego, pero que, al mismo tiempo, en la medida en que la poeta asume la voz de una profeta laica, sus versos nos mueven a la indignación y al clamor de justicia.

            Dice con acierto Mercedes Roffé, en la contratapa, que Cuerpo presente se inscribe en una tradición que nos remonta a Gotfried Benn y su poemario Morgue (1912). En nuestra literatura, yo hermano estos poemas de Siomara España con un estremecedor texto de nuestra Ileana Espinel (1933-2001): «María Juana Pinto», aparecido en Tan solo 13 (1972). El poema de Espinel parte de una noticia aparecida en El Comercio, del 13 de abril de 1970, que cuenta que una mujer pobre fue asesinada a golpes en presencia de sus tres hijos por el guardián de una hacienda: «Te molieron a palos, María Juan Pinto / que vives en la cruz de estas palabras»[2]. Pero, en la poesía de España, esta experiencia de la crónica de crímenes reales es llevada in extremis hacia una propuesta estética que logra fundir la voz testimonial de la profeta en la belleza del horror que envuelve el registro de la voz de la poeta:

 

Soy todas las mujeres de esta orilla

soy todas las mujeres muertas

un espejo roto

que refleja el mar de las ahogadas

canto y escribo

en los pedazos

en las aceras encendidas de la ira

ya sin lumbre

ya sin nombre[3]

 

            En el libro de Siomara España la propuesta de poetizar una serie de feminicidios, acaecidos en nuestro país, es llevada con el rigor de la cronista y la libertad de la palabra poética. La poeta parte de noticias de prensa que la escritura transforma en poesía. En este sentido, estamos ante una poesía que hace de la realidad de la muerte violenta, del asesinato de mujeres, su materia poética. Una poesía que documenta el ciclo de la violencia patriarcal desde la conciencia de las víctimas, reivindicándolas desde la ternura herida:

 

Era y ya no soy

los ojos y los labios

suplicando ante la muerte

historia silenciada mil veces repetida

mis ojos van gritando la ternura traicionada

pálida y liviana

al efecto de esta agua

era y ya no soy

pájaro sin alas[4]

 

Cuerpo presente es un poemario que nos confronta con esa violencia sin hacer concesiones al lirismo escapista: la violencia de la misoginia está en la vida, y, por tanto, es posible en la poesía. No hay escape mientras no se haga justicia.

El feminicidio no es un invento de “los progres” como pretende el negacionismo neofascista del mundo. El feminicidio es inherente a la estructura patriarcal del capitalismo salvaje. En este sentido, la palabra del poeta no es para esconder lo que puede incomodar, sino para develar el horror que pretende ser disfrazado como el viejo “crimen pasional” de individuos que sufren un momento de locura:

 

las mujeres encienden sus dolores

arde por sus cuerpos un horizonte inquieto

pugna por brotar la herida

ellas son corderas horadadas

animal en el rastrojo de su propia casa[5]

 

La palabra de este poemario es la voz de una profeta que denuncia los crímenes de una sociedad patriarcal y, como en la antigüedad bíblica, es una voz que llama a la indignación del pueblo.

Siomara no escamotea la descripción de la violencia sobre el cuerpo de la mujer. Así, en «Cuchillo», el poema sobre Diana Carolina, una mujer embarazada, que fue asesinada en Ibarra, en enero de 2019, la voz profética anuncia y denuncia:

 

Diana me llama desde el vientre mi hijo muerto

por las calles de Ibarra escucho el coro de mi nombre

la voz no nata de mi hijo se une al griterío

la mano de un gendarme se queda en intención de viento

                        y yo ya no soy yo

blanca hoja en el costado de mi herida

                        puñal propicio

para este espejo

que se apaga[6]

 

            El poemario es una crónica descarnada del cuerpo y su fragilidad. En «Boleta de amparo», la poeta continúa el poema que empezara en Celebración de la memoria. En el libro de 2018, dice: «El cuerpo en vertical / escaparate blando / El cuerpo es una jaula / filigrana / que se teje lentamente / del espíritu a la memoria»[7]. En «Boleta de amparo», que es parte de la sección «Verticalidad del cuerpo» —el árbol de una cruz—, los sentidos son complementarios, pero también adquieren una fuerza política que solo es posible desde el habla poética: «El cuerpo en vertical / es una herida andante / no sé por cuánto tiempo / me sostenga en el aire / vivo en la memoria de un pasado con sus sombras / con el miedo amparado / en una hoja / que dice / que / me / salva»[8]. Pero, la realidad de ese “que dice” es la indefensión, pues no hay, no habrá salvación en una boleta de amparo. La violencia de la misoginia no conoce límites de papel.

            La sección «Horizontalidad del cuerpo» —el travesaño de una cruz— se abre con «Bufanda», un poema que prepara a los lectores para el documental sobre feminicidios al que asistiremos desde una voz suave que, sin embargo, encierra el sentido de la violencia que nos envolverá: «El tejido es un crochet con sus fractales / un ropaje para el cuello blando / el frío es corazón presurizado / un corazón sin helio / —digo—». Y cada poema lleva como título asociativo el instrumento de los crímenes o el de su causa: el cuchillo, la almohada, el vidrio, el candelabro, la guardarraya, las tijeras, la navaja, el martillo, el cartucho, el móvil, el pavimento, un árbol. El horror de los objetos de la cotidianidad es el horro de su uso. En la poesía, ese horror se concentra en los versos que le dan la voz a Sharon, la hechicera, —una artista popular que fue asesinada por su conviviente en el primer caso juzgado como feminicidio en el país—, cuyo cuerpo yace en el pavimiento de la carretera: «pero estoy aquí / sin mí / con mi cadáver». El cuerpo de la mujer que ya no es; la ausencia de la vida en la materia de la muerte.

            Durante la lectura de Cuerpo presente me detenía a respirar, porque sus versos me asfixiaban con la concentración de tanta violencia criminal. Así, las mujeres asesinadas eran un coro desgarrador en la voz poética: «El miedo es / la luz perdida de la infancia […] El miedo es soledad / extendida en las cenizas»[9]. El llanto, inútil ante la muerte, libera a quien lee, pero también lo indigna. Contemplaba por la ventana el verdor de la arboleda que rodea mi casa y la voz de la profeta me seguía con su clamor de justicia. La indignación que subyace en los versos de este libro me llevó a releer los versos finales de Celebración de la memoria (2018) para entender que la escritura es esperanzadora, aunque esté envuelta por la materia de lo abyecto:

 

La esperanza sobrevive en el corazón del poeta

La esperanza supervive en el corazón del poeta

La esperanza sobrevive al corazón del poeta

                                   escribir es hablar con los ausentes[10]

 

            Cuerpo presente, de Siomara España, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes.  En este caso, una poética que es testimonio de la violencia feminicida de nuestra sociedad patriarcal y que hace un llamado a quienes leen para tomar partido por la justicia y por la vida.

 

P.S.: Cortometraje dirigido y producido por los cineastas David Grijalva Calero y Diego Falconi Averhoff basado en el poemario Cuerpo presente, de Siomara España:

 



[1] Siomara España, «Poetas», De cara al fuego (Quito: El Ángel Editor, 2011), 83.

[2] Ileana Espinel, «María Juana Pinto», de Tan solo 13, en Poemas escogidos (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, Colección Letras del Ecuador # 77), 113.

[3] Siomara España, «Crónica», Cuerpo presente (Granada: Valparaíso Ediciones, 2022), 14.

[4] España, «Candelabro»…, 39.

[5] España, «Vidrio»…, 35.

[6] España, «Cuchillo»…, 29.

[7] Siomara España, Celebración de la memoria (Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2018), 18.

[8] España, «Boleta de amparo»…, 75.

[9] España, «Miedo»…, 76.

[10] España, Celebración…, 87.

lunes, mayo 02, 2022

«Trabajos y desvelos» en la FILBO 2022

En la FILBO 2022, se presentó el poemario Trabajos y desvelos, publicado por la editorial Caza de Libros, de Ibagué, Colombia. El evento fue parte de la programación del XXX Festival Internacionl de Poesía de Bogotá. Asimismo, en la revista colombiana Ulrika, cuyo número 70 fue lanzado en la inauguración del Festival, el 30 de abril, aparecieron dos textos de dicho libro.

            Según los editores, Trabajos y desvelos es un coral cuya tesitura emerge desde el solo del yo, que es autobiográfico y familiar; transita a través de voces femeninas que han protagonizado una historia silenciosa y silenciada; cosecha la voz de la rosa clásica en el poema florecido; hace dúo con imágenes fotográficas; canta una romanza sobre el amor intenso y efímero; evoca la vida que fue en estremecedores trenos; y, en un recitativo de cronista, deja testimonio de este tiempo del coronavirus que aún no termina.

            El poeta mexicano Jorge Aguilar-Mora ha señaldo sobre este libro: «…Y comenzará: «Yo no soy de aquellos seres imprescindibles…» y terminará: «…persistencia de dogo feliz sin calendario». En efecto, no somos imprescindibles: para ser, solo ser, hay que ser prescindible, hermano de mis hermanos, hermano de mis perros, hermano de mis perlas, hijo de mis palabras. Que seguirán volando, cómplices privilegiadas de la eternidad y del lenguaje: ¿qué secreto tienen que así viven de sobra? Aún estamos a tiempo, por lo menos, de indagarlo: aquí está, Trabajos y desvelos, la elegía de Raúl Vallejo. Que en vida descanse».

La poeta ecuatoriana Maritza Cino Alvear, por su lado, dice que Trabajos y desvelos: «es un recorrido de yoes compartidos: la memoria del niño y del hombre que fabula entre fronteras reales y ficcionales; entre la infancia y la experiencia de la adultez para autorreconocerse y nombrarse a partir de personajes y lugares evocados que construyen su imaginario real-existencial. Un riguroso y admirable ejercicio de introspección, misticismo y desdoblamiento que le permite a su autor fotografiarse ante el espejo».

            A continuación, una selección de Trabajos y desvelos que leí durante el XXX Festival Internacional de Poesía de Bogotá:

 

 

Soy un hombre prescindible

 

Yo no soy de aquellos seres imprescindibles,

herederos de Brecht que nunca se jubilan.

Mi vergüenza es el hombre necio de Sor Juana

y voy deseante tras el dios de Juan Ramón.

Aquí, Raúl Vallejo: prescindible, en jueves

de mis húmeros. Desdeño dogmas terrenos,

centros comerciales, desfiles militares,

verbo mesiánico y bíblicos patriarcados.

Amo la rosa blanca de Martí; Macondos,

rayuelas, matapalos; Dulcineas que son

Aldonzas; pizarras de Mistral y a mi perro.

Harto de charlatanes y politiqueros

camino junto al prójimo de cada día,

el de la vida en futuro imperecedero.

He de morir; me llorarán y luego olvido:

mis libros, si acaso, letras de arte burgués;

polvo mi nombre, en nuestro paralelo cero.

 

 

Primero de Mayo

 

Este oficio de escribir: tecla, pantalla y rosa de asfalto.

Este otro oficio de leer: página y rosa de papel.

Estos oficios en los que trabajamos existen por otros

oficiantes del pan y el vino, de las ofrendas del mar y la tierra

en la olla y la mesa del hogar de los días de sol y los ennubecidos,

de las cosas grandes, de las inútiles, de aquellas que tanto nos gustan,

de la electricidad y el agua, del café de la esquina, de todas las calles.

Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada

por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad.

 

 

Sor Juana y sus filosofías de cocina

para Cecilia Ansaldo Briones

 

La rosa de la sabiduría en el infinito jardín de los libros

es belleza efímera, de unos admirada y por otros maldecida;

es deseada por los hijos del maíz sobre el comal al fuego,

es temida por los inquisidores del verso y el pensamiento.

Chile pasilla, culantro tostado, pimienta y ajo, clavo y canela

molidos y puestos a freír como una redondilla en la cazuela,

que el poema es un aderezo espesito de gracias al Creador;      

puerco, chorizo y gallina: en mesa de monjas se comparte

clemole oaxaqueño, tortillas de cacahuazintle y una oración.

Dulce de nueces para la virreyna dictó Apolo a mi mollera;

por Aristóteles yo me apiado del nogal y purifico los pétalos

de la rosa en el mortero, enserenados bajo la luna de la poeta.

En la cocina del convento de san Jerónimo una mujer filosofa

y guisa; que los buñuelos se espolvorean con tantito de saberes:

Yo, la peor del mundo, rosa presuntüosa de bello entendimiento.

 

 

Nocturno de Pizarnik

 

pétalos de sangre

de la rosa que en el fuego

habita sus heridas.

 

a cantar dulce y a morirse luego.

 

pétalos de seconal

de la rosa que a sí misma

clava sus espinas.

 

 

Gota próxima[1]

 

 


 

Gota que pende del vértice ciego de la hoja trémula; gota que cuelga como el ojo ante el horror del abismo; gota que parpadea, fugaz experiencia del ser.

Gota que sacia

la agonía irredenta

de la nada próxima.

 

 

Un momento grave de la vida

 

            «El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre», escribió César Vallejo.

            Movido por la necesidad de enterrar a su muerto querido y de rendirle honores fúnebres, de no abandonarlo al anonimato de la fosa común o a la caridad de un féretro de cartón, un hijo transportó el cadáver de su padre en un viejo Trooper azul desde Guayaquil hasta la parroquia Cerecita, donde había nacido. En el asiento trasero del yip, viajaba sentado el cadáver con una mascarilla de tela blanca que cubría su nariz y boca.

            Sucedió el jueves 9 de abril. Durante el viaje, el hijo compartió el camino hacia la soledad eterna en compañía del difunto. Esa soledad, poblada en vida de los silencios cotidianos con los que platican los varones, se prolongó por cincuenta kilómetros largos. Cuando el hijo regresó del cementerio de Cerecita a la casa familiar —vacía para siempre de padre— pronunció las palabras de su orfandad definitiva:

            «El momento más grave de mi vida es haber visto a mi padre, a través del espejo retrovisor, con una mascarilla que le cubría nariz y boca, sentado y muerto, en el asiento trasero del viejo yip azul».

 

 

Mis yoes de sesenta

 

¡He sido tantos yoes que me espanto! En ocasiones, fui tú; máscara, ante los otros. En el jardín, nuestra rosa desnuda.

Fui místico en su noche oscura. Fui, también, tabernero de un antro de poetas menores.

¿Soy acaso el rostro al afeitarme mañana ante el espejo ajeno? ¿Seré ese niño perdido en el parque? ¿Poeta sepultado en París?

¿Quién despierta insecto? ¿Quién maestra de escuela?

¡Tantos yoes compartidos! Más de sesenta años de prójimo; el pan de mis Vallejos, amoroso. El prometeico caldero de la ironía sin método.

Este poema, de provisorio verso final.

 



[1] La foto es de Marcela Sánchez González, Mara. Pertenece a la sección «Prohibido tomar fotos con flash», de Trabajos y desvelos, que trabaja de manera intertextual con fotografías de dicha artista colombiana.  

lunes, abril 04, 2022

Mis clásicos Ariel

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,

donde nos haces una falta sin fondo!

 

César Vallejo, «A mi hermano Miguel»,

Los heraldos negros, 1918.

Tito Vallejo Corral (1946-2015)

         Uno por semana, los Clásicos Ariel que me regaló mi ñaño Tito fueron llegando a mis ojos miopes que los devoraron tal como aparecieron, cada jueves, con el verde intenso de mis becquerianas ensoñaciones. Intuía la poesía en el mundo y la poesía se develaba ante mí en los libros.

         ¿Cuánto habré aprendido —yo, vértigo de púber en los desfiladeros de la palabra— de la Historia antigua del padre Juan de Velasco o de la prosa inteligente de Las Catilinarias, de Montalvo? ¡No lo sé, no puedo saberlo! Tan solo recuerdo que, entre tanta luz del saber que me enceguecía, supe del espíritu rebelde al final de la quinta catilinaria: ¡Desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo!    

   

Aún conservo el primer libro de los Clásicos Ariel
Con la Tigra y Cumandá descubrí el anhelo del deseante. Nicasio Sangurima era mi abuelo César y el revólver de mi abuelo rugía en su cintura, taimado como un pacto con el diablo. Até mi alma con majagua a la canoa fantasmagórica de don Goyo; conocí del artificio humano con la visión del guaraguao fiel; enfermé de melancolía tras ingerir la prematura vejez de Medardo Ángel, su Rosa Amada y la bala definitiva; descubrí la piedad en el destino griego del niño malo al que le bailó un machete; entendí la soledad de mi madre en las quejas de la abandonada Dolores; y fui un extraño, entre los extraños del patio de la escuela, que también murió a puntapiés.

         Con mi hermano me fue revelado que la insondable culpa de Raskolnikof era la culpa escondida que padecíamos por querer igualarnos a los dioses; que el alma perpleja de Gregorio Samsa era la misma de aquellos insectos que visten corbatas lánguidas en una oficina infectada de insectos y lloré por mi hermano; que mi abuela María y mi madre estaban tan rotas como la mujer rota de Simone de Beauvoir y también lloré por la resquebrajada pupila azul de sus vacíos.

         Mi hermano me mostró la milenaria sabiduría de un profeta que predicaba bajo la sombra de los cedros del Líbano y la sabiduría fresca de un principito extraviado, igual que todos nosotros, en el desierto del mundo. Con mi hermano descubrí al Quijote de esa España pendiente en su carabela que, años después, acabó desguazada junto al escritorio del banco del que se jubiló. Y lloré por mí mismo.

 

Mamá Aída, yo y mi ñaño Tito en Cuenca, 1963.
            A mi ñaño Tito le debo tanto, tanto, tanto… que me faltan hipérboles para contarlo. Le debo el pan y la alegría de nuestra mesa de Vallejos; los dulces de coco, camote y zanahoria del caramanchelero del Correo; los domingos de Barcelona en el estadio Modelo. Le debo la ofrenda de sus sueños de artista en aras de mi poesía; la herencia de aquella felicidad sospechosa en un país de tristes; y le debo la catarsis de la letra vivida en mis Clásicos Ariel.

 

PS: Esta prosa poética es parte de Trabajos y desvelos, poemario bajo el sello editorial de Caza de Libros, Ibagué, Colombia, que será presentado el próximo 1 de mayo en la FIL Bogotá.


domingo, enero 02, 2022

Balada de Oriana y Constantino


El trovador

 

El muelle de la espera cruje asediado

de eternidad y mar cobijado en luna.

 

La paciencia de los hombres duerme

envuelta en la bruma que permanece ciega.

 

La desazón se amalgama con el ansia

moho que carcome por siglos la madera.

 

Desolado paraje de lo ignoto persiste

en su osado desvarío de convocar

al impasible ente sin final posible.

 

¿Qué recompensa, entonces, aguarda

para aquel que resiste la incertidumbre

del agua que nunca vuelve?

 

¿Qué destino toca para aquel

que plantó morada en el laberinto

irresoluble de las edades y su extravío?

 

 

Oriana

 

Vengo y debo marchar sentenciada

a no conocer de puertos para el descanso

urgida a siempre partir sembrando

la idea de mi rostro difuminado

en la persona que desde ya es ayer.

 

Soy un adiós continuo desangrado

en el espacio intenso de la entrega.

 

Vengo del azul que habita la flor

que en un día sabrá de sol y tinieblas;

ella se enciende aunque conozca

su fulgor premonitorio de cenizas

en el desvanecimiento de mis huellas.

 

Soy un adiós continuo conjugado

con la desmemoria del que se queda.

 

 

Constantino

 

He habitado el vacío del legionario perdido

la oquedad desolada que atraviesa las estaciones

he perseverado en la mirada sin culpa

de quien aguarda la volátil maroma del fuego.

 

Permanezco estacionado en la piedra

sin huella ni signo de quien se fue.

 

La espera es mi divisa

suficiente para sufrir

el cielo encarnado de las tardes

necesaria para celebrar

el infierno gentil del temeroso.

 

He construido mi febril existencia

con adioses crepitando siempre

he saldado mis cuentas con divinidades

que me condenan al tormento de aguardar.

 

Permanezco estacionado en el desvanecido

gesto de quien parte y ya no mira atrás.

 

 

Oriana

 

Sobrevivir al mundo es una osadía de los mortales

que se saben perentorios en un tiempo infinito.

Mas no me interesa la duración

milenaria de volcán apagado

ni la eternidad aletargada de los lagos.

 

Prefiero el destellante esplendor de la mariposa

arcoiris que revolotea al final de la tempestad.

Anhelo el suceso que me queme

con la vivacidad del leño

en la caldera atizada por desaprensiva mano.

 

Vivir en el mundo es trascender la conquista

de la cordura que semeja lo inerte.

Vivir es el encuentro buscado

del instante que nos marca indeleble

en el fulgor perenne de la piel extendida.

 

 

Constantino

 

Eres transeúnte, oh Mujer, y tu condición me hiere.

 

La sangre es pasajera de los siglos

que se despeñan al abismo sin retorno de lo que fue

su mancha quedará grabada como un estigma de lo perentorio

cuando la daga caliente de la piel de paso

ya penetra otra carne, otro dolor de esperas.

 

La sangre baña nuestro tránsito de solos.

 

 

Oriana

 

Dirán que fue un oasis enterrado

por la tempestad de arena

que ciega a los hombres de paso errabundo.

Pero tú y yo hemos bebido del cántaro

efímero de presente irrepetible

episodio lejano en su propio acontecer.

 

Dirán que lo inventamos todo

para construir un asidero en el futuro

de polvo desolado en el que mendigaremos.

Pero tú y yo deambulamos marcados

por la mácula de la nostalgia perpetua

en la trémula piel del cuerpo encendido.

 

Dirán, con vulgaridad, que lo habremos soñado.

 

Pero tú y yo nos estremecemos

con la ofrenda de vida que, atropellando

a la desmemoria del ser, palpita.

 

 

Constantino

 

La eternidad se ha estacionado

en el recodo de Alma al que vivo asido.

 

El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele.

 

Junto a mí, tu vacío de ti y en él...

¡la trasparencia de tu Ser que arde!

 

 

Oriana

 

Quedaron las pirámides, los palacios, las murallas;

lugares de culto a donde las muchedumbres acuden

para llevarse el piadoso recuerdo de las fotografías.

 

Los hombres han construido monumentos

que el polvo de las edades persistente desgasta.

 

De los nombres de sus constructores

apenas leyendas, rumores de presencia confusa

en el palimpsesto empolvado de las edades.

 

Oráculo en ruinas de quienes intentaron

perpetuarse en la memoria de otros hombres.

 

Yo no pretendo más eternidad

que ser la lumbre de tu espíritu inflamado

y un rostro incandescente en tu mirada.

 

En intento enajenado para derrotar al olvido,

anhelo ferviente tu semilla impregnada en mí.

 

 

Constantino

 

Vaciados de tu paso de animal migrante

los caminos, destinos enlutados, asideros

de la memoria en la que por siempre habitas;

los hogares, leños marchitos, pervivencia

del Alma incrustada en mi costado;

los relojes, crueldad del invencible Cronos,

cicatrices en la piel desgarrada del solo.

Ellos son testigos inmóviles de tu existencia.

 

Vientre impregnado, transgresión de mortales

tentando a las furias de lo efímero,

¡llévate una parte de mi existencia

en tu gruta de vida iluminada!

 

 

El trovador

 

El muelle de la espera ha perdido

el nombre de las aguas que lo bañan.

 

En un recodo del tiempo supo

del mar de Odiseo y su ansia de regreso

al vientre encendido que del mismo

que se fue espera su vuelta en vano.

 

En el presente inasible de los mares

ha sido testigo del encuentro sin tregua

anhelado por las almas extraviadas

en las encrespadas aguas de las premoniciones.

 

Los mares perviven en cruenta lucha contra el tiempo

que nos acecha feroz al otro lado del imperturbable olvido.

 
La bruma solitaria acaricia al muelle de la despedida.

 

 

De Cánticos para Oriana (2003)