José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, enero 17, 2016

El texto transgénero de William Ospina



           
William Ospina (Padua, Tolima, 1954)
Frankenstein, ese monstruo que es, más bien, un huérfano extraviado en medio de la crueldad del mundo, sin madre que lo haya criado y con un cuerpo hecho de retazos. El perturbador Vampiro que seduce muchachas y se alimenta de su sangre para vivir eternamente. Dos seres cuya creación constituye el leitmotiv de El año del verano que nunca llegó.
Frankenstein y el Vampiro fueron gestados en Villa Deodati, Ginebra, la noche del 16 de junio de 1816, doscientos años atrás. Ambos provienen de los misterios de nuestra naturaleza que fueron evocados tras la lectura de relatos fantásticos y del ímpeto de la escritura entendida como un acto vital. Mary Wollstonecraft Shelley y John William Polidori, los creadores de estos mitos de la modernidad romántica, escribieron Frankenstein o el moderno Prometeo y El Vampiro bajo el desafío, todo un juego creativo, de Percy Shelley, Lord Bryon, Claire Clairmont, la condesa Potocka y Matthew Lewis.
William Ospina (Padua, Tolima, 1954) ha logrado con El año del verano que nunca llegó un texto transgénero que es, al mismo tiempo, novela sobre una noche excepcional de la historia literaria, crónica autobiográfica de una escritura, y ensayo apasionado sobre el sentido del Romanticismo en la modernidad, escrito con prosa lírica inmersa en la intensa vida de poetas. Ospina disecciona con maestría la creación de esos dos mitos románticos que son Frankenstein y el Vampiro, y, al mismo tiempo, reflexiona sobre la influencia del romanticismo en la constitución del sujeto y la literatura contemporáneos.
En su texto, Ospina desarrolla las tensiones creativas de aquellos románticos de comienzos del siglo diecinueve, sus ideas sobre la libertad del individuo enfrentadas a sus vidas, las miserias de la vanidad de los poetas en la búsqueda de la autenticidad. Desgrana el proceso vital que los llevó a esa noche en Villa Deodati, pero también lo que esa noche les deparó en el resto de sus vidas. También, a partir de la crónica personal, propone la idea —no menos romántica— de que cuando un autor está escribiendo sobre un tema, parecería que los sucesos del mundo se conjugan y conjuran para presentársele en todo momento. Y así es como cuenta y cavila sobre su propio proceso creativo.
           
El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, es una novela sobre los avatares vitales de los protagonistas del romanticismo, un ensayo sobre la constitución del espíritu romántico cargado de precisos datos historiográficos, una crónica sobre el proceso de escritura, y es también una suerte de poema en prosa cargado de filosofía. Tal como lo concibió Mary Shelley en la introducción a la edición de Frankenstein, la de 1831, que fue revisada por ella mismo: “La invención consiste en la capacidad de captar las posibilidades de un tema, y en el poder de moldear y vestir las ideas que éste sugiere”. William Ospina ha conseguido una delicada tesitura poética y una profunda meditación filosófica en este texto transgénero en el que uno saborea la sabiduría y la belleza de las palabras.