José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, mayo 20, 2024

«Lo nuevo parecería el reciclaje creativo, en versión 2.0, de aquello que ya aconteció en la historia literaria»

En el número 187 de la revista Rocinante (mayo, 2024), aparece una entrevista que aborda reflexiones en torno al momento social actual visto bajo la lente de la literatura y la cultura. Comparto en esta entrada una versión resumida de aquella.

 

En estos tiempos de difícil interpretación, ¿cómo caracterizaría el panorama social y cultural?

Se ha vuelto un lugar común citar a Bertolt Brecht al hablar de crisis: malos tiempos para la lírica. Quizás, repetimos el título del poema de Brecht como una consigna porque la poesía, entendida como el arte de la literatura, es siempre la palabra del poeta de la tribu frente al poder del mundo que, en todos los tiempos, desdeña al poeta y su palabra. Vivimos en la cultura del espectáculo y las noticias falsas, y del ascenso de un neofascismo que reniega de las normas de convivencia de la propia democracia burguesa y que está conduciendo al mundo hacia la destrucción planetaria. Como dicen los versos finales del ya citado poema de Brecht: «En mí luchan / el entusiasmo por el manzano florecido / y el espanto por los discursos del Pintor de Brocha Gorda. / Pero solo esto último / me empuja a la mesa de escribir».

 

Hace cien años era el tiempo de las vanguardias artísticas. Hoy, ¿por dónde corren las búsquedas literarias en mayor auge?

            Cada vez nos resulta más difícil la novedad del espíritu vanguardista que se da en toda época; a lo mejor, porque, con el paso del tiempo, la tradición que nos antecede es mayor y más consciente. ¿Cómo ser originales en el arte de la novela después de la segunda parte de El Quijote? Lo nuevo parecería el reciclaje creativo, en versión 2.0, de aquello que ya aconteció en la historia literaria. Hoy, como la más interesante de las tendencias entre nosotros, existe un neo-romanticismo ecléctico que, desde una mirada contemporánea de la ironía romántica, reelabora el horror gótico y la novela histórica, conflictúa el amor desde una sexualidad no-binaria, reafirma el yo mediante la auto ficción y el individualismo liberal de quien escribe, y proclama la libertad de las formas junto con la ruptura de las fronteras de los géneros literarios. Al mismo tiempo, existe una literatura que todavía se alinea con el desencanto ideológico y el esteticismo de la posmodernidad, y otra tendencia literaria más que busca provocar al público desde los tópicos del realismo sucio. Finalmente, no es la pertenencia a una u otra tendencia —que siempre es moda y, como tal, está sostenida por el mercado— lo que define su calidad literaria, sino el texto, es decir, la escritura.

 

¿Se podría hablar de una transformación en los comportamientos lectores actuales? En una entrada de su blog, reflexionaba sobre la inteligencia artificial (IA)…

En la medida en que somos una sociedad más alfabetizada, es natural que la población lectora aumente y sea más crítica frente a lo que lee. Lastimosamente, mientras vivamos en una sociedad económicamente inequitativa y socialmente injusta, el público lector de literatura será minoritario. Soy pesimista frente a los efectos sociales inmediatos que produce el desarrollo de la IA por la manera cómo se la está abordando en el sistema educativo: veo, con preocupación pedagógica, la tendencia de promocionar a la IA como un instrumento que economiza tiempo y hace más fáciles las “tediosas” tareas de escribir y leer. Al permitir que la IA reemplace las funciones básicas del lenguaje humano ponemos en riesgo, como en una novela distópica, la capacidad misma de pensar de la humanidad.


Su novela Acoso textual (de 1999) fue una de las pioneras en abordar el mundo de la virtualidad y las posibilidades de construir y desarmar en ella las identidades.

Acoso textual es una novela epistolar en la que, en vez de las tradicionales cartas, utilicé correos electrónicos que aún se escribían en una plataforma llamada pine; pero, sobre todo, es una novela cuyos personajes viven como sujetos escindidos, que se identifican con cada una de las máscaras que permite el nombre con el que navegamos en la red, y que, a pesar de la conexión permanente, están esencialmente solos. Por eso, en Acoso textual, el personaje principal, cuya identidad genérica no está definida, necesita desconectarse de las relaciones virtuales para encontrar la libertad y el amor a través de relaciones personales en el mundo físico.

 

¿Cómo aprecia ahora el rol de las redes sociales, como espacios de interacción (des-corporeizada) que gravitan en las dinámicas sociales?

Similar a Internet, que es una biblioteca virtual caótica, mutante e infinita, las RS tienen una dinámica que satura la capacidad del ser humano para procesar hechos, datos y escenarios. X-Twitter ha transformado el diálogo democrático en una diatriba constante, cada vez más violenta, que se escuda en el anonimato y la desvergüenza, pero, asimismo, ha posibilitado una ampliación de las demandas ciudadanas y una exigencia, cada vez mayor, de rendición de cuentas a todo poder gubernamental. En Instagram, por el contrario, se ha romantizado la cotidianidad a niveles de una cursilería espantosa y, como también en Tik Tok, hay un exhibicionismo narcisista que consume el tiempo de las personas. Ninguna IA puede reponer el tiempo perdido en las tonterías de las RS; aunque, como de todo se da en el jardín de la virtualidad, también hay líneas educativas y de esparcimiento bastante dignas.

 

En su obra, algunos personajes están en situación de devenir, de proceso inacabado, y sus existencias se muestran como una interminable trans-formación…

            Somos seres que nos vamos haciendo durante la vida, seres en permanente transformación; los seres humanos siempre hemos sido transitorios. La diferencia es que ahora, con el fin del optimismo de la modernidad, somos, tal vez, más conscientes de nuestra condición de seres inacabados y escindidos, en un continuo devenir. Mis personajes —como Gabriela, la mujer trans de Gabriel(a) (2019), o los seres que padecen de intensidad de vida en la experiencia de lo erótico de Pubis equinoccial (2013)— son transeúntes, habitantes de una edad de tránsitos.

 

Otra constante de sus obras es la soledad esencial de las personas. ¿Cree que esa condición ha tomado un especial cariz en esta época de hiperconexión?

La soledad, en esta época de hiperconexión, por el aislamiento intrínseco de los individuos que conlleva la conectividad virtual, sigue siendo, en esencia, la soledad que ha experimentado el ser humano cuando se enfrenta a sí mismo, a la contemplación del mundo o a la muerte. Esta soledad, entendida como una condición de la existencia, es la que viven los personajes de Máscaras para un concierto (1986), Fiesta de solitarios (1992) o de Marilyn en el Caribe (2015), todos ellos, seres que están en la búsqueda de la ternura compartida para sobrevivir. En un poema de Cánticos para Oriana (2003) alcancé a balbucearlo: «La soledad esencial de la mujer que espero / se mezcla con el vacío que llevo adentro». Ahora vivimos la soledad sin consciencia de nuestra condición de solos y con el agravante de la falsa ilusión de comunidad que produce el mundo virtual.

 

En dicho contexto, se señala que la democracia misma (como un sistema basado en el diálogo y los consensos) está en tela de juicio. ¿Cómo analiza esta situación?

            La justificación por razones ideológicas y políticas de la posverdad —que no es sino el sobrenombre marqueteado de la mentira— y la proliferación amoral de las noticias falsas, a través de ejércitos de troles, están destruyendo el contrato social de la democracia burguesa. Lastimosamente, las RS no han democratizado el acceso al saber y al pensamiento crítico, sino a la desfachatez de la estulticia. El caso de Donald Trump y su difusión de bulos es un ejemplo que nos debería horrorizar pues la repetición en RS de su mentira sobre un inexistente fraude electoral creó las condiciones políticas para el asalto al Capitolio por una turba de fanáticos trumpistas. La receta, que al neofascismo le pareció exitosa, fue repetida por las huestes de Jair Bolsonaro, en Brasil. No es que la democracia esté en tela de juicio; lo que sucede es que el neofascismo pretende destruir los cimientos democráticos con la retórica de la Guerra Fría. Y las ganancias del negocio de la destrucción de la democracia burguesa son para Elon Musk.

Ver la entrevista completa

domingo, agosto 17, 2014

La vida es Rosa Elvira Cely



Hay libros que son necesarios para entender los abismos de la condición humana. Hay libros que recogen la realidad y la convierten en discurso literario para profundizar ciertos dramas de la vida. Hay libros que son el testimonio de la palabra comprometida. Cabalgando entre la crónica periodística y la ficción literaria, La vida es Rosa: el oscuro amanecer de Rosa Elvira Cely en el Parque Nacional, de Fernando González Santos, es un libro necesario para humanizar a la víctima de un crimen horrendo, entender el drama del feminicidio, y despertar la indignación y la solidaridad requeridas para que la sociedad enfrente la violencia que genera desde sí misma.
La madrugada del 24 de mayo de 2012, en el Parque Nacional de Bogotá, corazón verde de la capital, Rosa Elvira Cely, de 35 años, madre soltera de una niña de 12, fue víctima de una violación atroz que incluyó heridas mortales con arma blanca y empalamiento. La sevicia con la que obró el perpetrador, de nombre Javier Velasco Valenzuela, movilizó desde el horror a la ciudadanía colombiana en contra del femicidio. Velasco, que ya tenía en su haber tres crímenes contra mujeres, fue condenado a 60 años de prisión pero, debido a esos esguinces legales de último minuto que obedecen a la letra pero no al espíritu de la Ley, su condena fue reducida a 48 años.
            La novela de Fernando González Santos reconstruye estos hechos y les da voz a los protagonistas quienes, desde el monólogo interior, van mostrando sus vidas y la manera como el crimen de Rosa Elvira quiebra sus existencias. En este sentido, la novela se convierte en un libro testimonial que supera la narración de los hechos con los que se regodeó la crónica roja para mostrar el espíritu de la víctima, sus familiares y amigos cercanos. Con ese tratamiento literario, la víctima es rescatada de la situación denigrante a la que la redujo el perpetrador por medio de la violencia, para ser mostrada con la dignidad de quienes luchan por la vida.
            Al mismo tiempo, esta novela testimonial es una denuncia que pone al desnudo el horror del femicidio o feminicidio —todavía no han sido incluidos en el DRAE ninguno de los dos términos— y la incapacidad de la sociedad en su conjunto para entender su existencia. El libro se inscribe en el marco de la lucha que emprendió la hermana de la víctima, Adriana Cely, quien, junto a las abogadas Isabel Agatón y Blanca Lidia González, del Centro de Investigación en Justicia y Estudios Críticos del Derecho (Cijusticia), han propuesto a la legislatura la expedición de la Ley Rosa Elvira Cely, en la que se crea el tipo penal de feminicidio como delito autónomo. El proyecto de Ley, presentado por la senadora Gloria Inés Ramírez (Polo Democrático) aún espera la sanción legislativa.
            Fernando González ha asumido un compromiso político al denunciar la existencia de una sociedad estructuralmente feminicida. En primer lugar, su escritura se inscribe en aquello que llamamos la construcción de nuevas masculinidades pues se trata de que los hombres mismos superemos la violencia intrínseca de cierta condición masculina. En segundo, esta literatura testimonial pone al descubierto los hechos y las conductas de una sociedad que aún no se da cuenta de la violencia contra la mujer que ella mismo promueve mediante los patrones culturales que difunde. Finalmente, esta crónica confronta la conducta institucional frente a la violencia en contra de la mujer. La novela de González genera, al final, la solidaridad de quien la lee a favor de las víctimas de la violencia femicida.
            La vida es Rosa: el oscuro amanecer de Rosa Elvira Cely en el Parque Nacional, de Fernando González Santos, es una novela testimonial necesaria que contribuye con su denuncia a combatir el feminicidio y, desde la pedagogía de la solidaridad, a construir nuevas masculinidades, al mismo tiempo que humaniza a la víctima de un crimen atroz.

domingo, mayo 04, 2014

De la tierra al cielo, 100 años con Cortázar



“De la tierra al cielo: 100 años con Julio Cortázar”, propuesta de lectura artística de Rayuela, de Julio Cortázar, concebida por Rogelio Cuéllar y María Luisa Passarge.
   
     “A su manera este libro es muchos libros pero sobre todo es dos libros”. Así comienza el “Tablero de dirección” de Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914 – 1984), la novela emblemática del vitalismo de toda una generación. La condición lúdica de Rayuela está no solo en las posibilidades de lectura que plantea su autor, sino en la multiplicidad de significados que derivan de las disquisiciones teoréticas  incluidas en ella y, sobre todo, de los juegos intertextuales generados en y por la propia novela. Rayuela, en esta oportunidad, dialoga con la obra plástica de cincuenta y cinco artistas plásticos de México que han construido cinco rayuelas y dos artistas que fraguaron la puesta en escena.
El fotógrafo Rogelio Cuéllar y la editora María Luisa Passarge convocaron a los artistas para que, de acuerdo a su personal evocación de lo que fue para ellos la lectura de Rayuela, transmutaran en obra plástica cada una de las once casillas de las cinco rayuelas que armaron, según el modelo aparecido en la portada de la primera edición de la novela. La puesta en escena es una apuesta lúdica que interpela diversos lenguajes artísticos: el de las artes plásticas, el de la fotografía y el de la palabra. Un singular homenaje desde el arte y la literatura que celebra los cincuenta años de la novela y el centenario de su autor.
Los materiales utilizados por los artistas fueron múltiples también: óleo, acrílico, vidrio, hoja de plata, yeso, chapopote (asfalto), ceniza y aluminio. Cuéllar, además, fotografió a los artistas participantes de esta singular experiencia estética junto a su obra y a cada uno de ellos se les pidió que, en una hoja de cuaderno de dibujo, trazaran a mano alzada la rayuela que a bien tuvieran. Así, en el montaje de la exposición, tenemos las rayuelas, las fotografías de los autores que sostienen sus pedazos del juego, y el dibujo de su rayuela. Pero eso no es todo.
Además, acompañan a la exposición, once textos literarios de otros tantos escritores que, como si saltaran en los cuadros del juego, se acercan verbalmente a los intersticios de múltiples resonancias emanados de la propia Rayuela, que es una novela que resulta de la experiencia de rearmar una novela desde la escritura y la complicidad de la lectura. Como dice Rosa Beltrán, en “Once razones para seguir leyendo Rayuela y dos para pensárselo”: “Porque hace estallar el orden convencional de la novela sin dejar de ser una novela.”
El resultado ha sido deslumbrante, cortazariano: una lectura plástica de Rayuela, la novela convertida ahora en cinco libros de arte colgados en una pared, con incontables posibilidades de combinaciones para hacer de esas cinco rayuelas, como le gustaba a Cortázar: todas las rayuelas, la rayuela.
Los curadores, Cuéllar y Passarge, se preguntan, nos preguntan: ¿cuántas combinaciones podemos armar con cinco artistas por cada una de las once casillas de la rayuela? Y la pregunta queda flotando para algún matemático que quiera encontrar el resultado. Mientras tanto, los lectores volvemos sobre la interrogante inicial de Rayuela: ¿Encontraría a la Maga? Esta interrogante, cuya condición de “inicial” está en duda por el propio planteamiento de lectura de la novela, sin embargo, no alcanza la respuesta matemática: se trata de una incertidumbre vital. ¿Queremos todavía encontrar a la Maga? En el texto ya citado de Rosa Beltrán, la segunda razón para pensárselo es: “Porque si Oliveira es el ideal de pareja, la Maga, muda y expectante —amada inmóvil que deja morir a Rocamadour— levanta sospechas.”
Contemplo “La Tierra”, de Vicente Rojo (técnica mixta/tela/madera, 35 x 90 cm), de una de las rayuelas. Bermellón y variantes, y negro. Superficie rugosa; cinco líneas capaces de crear espacios terrígenos para un comienzo. Y miro “Cielito lindo”, de Jordi Boldo (mixta/tela/madera, 35 x 90 cm), juguete mexicanísimo de nubes como algodones y firmamento de tonalidades frías. Y, así, cada uno puede ir construyendo su particular rayuela, saltando de un cuadro a otro, de una rayuela a otra, de la novela a la exposición y viceversa, y en todos los juegos hallará, lo que señala Juan Villoro para Rayuela en otro de los textos que acompañan la propuesta plástica: fuerza sensual del lenguaje, sentido del humor y la juguetona disposición de los capítulos. En todo caso, al decir del mismo Villoro, cada rayuela propia es “un fetiche, un talismán del tiempo”.

La exposición estuvo en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, del Fondo de Cultura Económica, de Bogotá, desde el 11 de marzo al 27 de abril de 2014.

La exposición “De la tierra al cielo: 100 años con Julio Cortázar” es una propuesta para leer Rayuela en clave de obra plástica. Pero también es una invitación para releer la novela y volver a sentir las resonancias de aquel orgásmico Capítulo 68: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.” O sentir que se nos eriza la nuca al volver sobre las últimas líneas del Capítulo 32: “Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...”. Y, como Sandra Lorenzano, en el texto “Mi Rayuela”, aceptar nuestro deseo inconfesable: “Quise ser Julio Cortázar y enamorarme en Paris de las palabras, y de las mujeres, y de las calles, y del jazz… Quise dejar una piedra en la tumba de Montparnasse y llorar ahí toda la vida.”


jueves, abril 17, 2014

La muerte y su ritual maravilloso


En La Cueva, en Barraquilla, 24 de julio de 2012.
           Úrsula Iguarán murió en un día similar al que murió Gabriel García Márquez: “Amaneció muerta el Jueves Santo. La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años. La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios.” (Cien años de soledad [1967], 42da. ed., Buenos Aires, Sudamericana, 1974, p. 291) Las casualidades son más propias de la vida que de la literatura pero en este caso, como en un ceremonial de lo real maravilloso, se han combinado la vida y la literatura para la casualidad de la muerte. Y, sin embargo, García Márquez y Úrsula Iguarán vivirán como personajes de una realidad literariamente vital.
Existen, además, dos memorables momentos de muerte en Cien años de soledad. El uno, es la muerte de José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo. Una mañana, Úrsula ve acercarse a Cataure, el hermano de Visitación que había huido de la peste del insomnio, quien le dice: “He venido al sepelio del rey”. Entonces entran a la habitación de José Arcadio, pero él ya se había quedado para siempre junto a Prudencio Aguilar, en un cuarto intermedio, creyendo que se trataba del cuarto real. “Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.” (p. 125)
La otra muerte, por supuesto, es la del coronel Aureliano Buendía. Cuenta García Márquez que, durante la escritura de la novela, no se atrevía a matar al personaje hasta que una tarde pensó: “Ahora sí se jodió”. Y dice que subió temblando al segundo piso, donde estaba su mujer, Mercedes Barcha: “Supo lo que había ocurrido cuando me vio la cara. ‘Ya se murió el Coronel’, dijo. Me acosté en la cama y duré llorando dos horas.” (El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Bogotá, La Oveja Negra, 1982, p. 34). Esa tarde había llegado el circo a Macondo y el coronel vio pasar una mujer vestido de oro sobre un elefante, un dromedario triste, un oso bailarín, payasos haciendo maromas. Cuando terminó el desfile circense, el coronel se dio cuenta de su miserable soledad. “Entonces fue al castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.” (p. 229)
En Cien años de soledad la muerte está desdramatizada y es narrada como otro acontecimiento más de la vida; cuando se trata de los personajes queridos del autor, esa muerte está enmarcada en una ceremonia de lo real maravilloso que conmociona al lector.
He visto en los periódicos la foto de García Márquez en las afueras de su casa en México DF, con un ramo de rosas amarillas, el 6 de marzo de 2013, en su cumpleaños 86: es la imagen celebratoria de quien vivió durante sus últimos años atormentado por la peste del olvido que asoló a Macondo, y que será para la vida el escritor que transformó el lenguaje de nuestras letras y recuperó para la memoria de nuestra América las historias de esa realidad mágica y maravillosa de la que somos conscientes gracia a él.

sábado, marzo 15, 2014

Cuento ecuatoriano en Cuba


       
Los registros en los que el amor y el desamor se expresan son amplios y diversos. Abarcan y atraviesan la casi totalidad de los sentimientos del ser humano. En tales registros quedan grabados para la memoria de los cuerpos: las entregas y los egoísmos, las generosidades y las miserias, el éxtasis y la desolación, la realización plena de Eros y los fracasos del deseo, la incursión de la crítica social desde las subjetividades afectivas y la alienación posmoderna, etc. Es por ello que, para la realización de una muestra del cuento ecuatoriano contemporáneo, he escogido un hilo conductor de estos cuentos que muestren a los lectores el amplio espectro de la vida y el mundo, tal como la ven los escritores y las escritoras de Ecuador.
            La literatura ecuatoriana, y en general nuestra cultura diversa, está siendo conocida aún más como resultado de que el país, en su transformación política, económica y social, ha pasado a ser protagonista de un cambio de era en la escena mundial. El gobierno de la Revolución Ciudadana ha estado trabajando en estos años por nuestra segunda independencia, luchando, en conjunto con los países de la ALBA contra la hegemonía del Imperio —el complejo militar-industrial-financiero que no tiene patria pero cuyo dominio es custodiado por esa policía del mundo que son hoy los Estados Unidos—; ha recuperado el sentido de justicia social basado en la supremacía del ser humano por sobre el capital; en definitiva, ya no solo nos están conociendo sino también reconociendo por mantener para beneficio de todos los pueblos del país, esa patria que hemos recuperado. De ahí que Ecuador tiene una nueva y diferenciada voz en el concierto mundial.
            Esta muestra, construida desde la temática general de amor, es diversa en edades de los escritores, en sus tendencias literarias, en su visión del mundo. Así, he tratado de ofrecer a los lectores, sobre todo a aquellos que no están familiarizados con la literatura ecuatoriana, un abanico de expresiones estéticas. Pero, al mismo tiempo, los lectores se encontrarán con esa mirada de entre siglos atravesada por el sentido posmoderno de la hibridez. Estos cuentos, en síntesis, constituyen una visión múltiple de la realidad, su interpretación y su transformación en literatura.
            El sentido de lo contemporáneo está dado por el tiempo de escritura de los textos: todos los cuentos, aún aquellos de los autores de mayor edad, fueron publicados entre el último cuarto del siglo que pasó hasta años recientes del presente. Ciertamente, los autores escogidos tienen distinto nivel de madurez en el conjunto de su producción literaria, pero los cuentos seleccionados para esta muestra gozan de una calidad homogénea que augura, desde los escritores jóvenes, muy buena salud para las letras ecuatorianas. Por tanto, quienes lean este muestrario de cuentos se encontrarán con una producción literaria actual y de gran factura de la narrativa de Ecuador.
            Esta muestra del cuento ecuatoriano Amor y desamor en la mitad del mundo (La Habana, Arte y Literatura, 2014) está organizada en cuatro secciones: “Sonrisas después del festín”, “Obstinación de piel”, “Corazones de extraños designios” y “Fiesta encendida de cuerpos”. Fue preparada especialmente para el disfrute de los cientos de miles de lectores que, cada año, acuden a la Feria del Libro de La Habana, que, en su edición XXIII de 2014, consideró a Ecuador como el país invitado.
            Leer la literatura de un pueblo es una manera de conocerlo en sus maneras diversas de aproximarse a la realidad y a los sueños; en sus maneras de recordar y de inventar; en sus formas de amar y desamar; y también en sus propuestas para transformar al mundo y convertirlo en lenguaje. Espero que la lectura de esta muestra de la narrativa corta de Ecuador contribuya a un mayor acercamiento de nuestros pueblos y, por tanto, a un mejor conocimiento de los mismos; de tal forma que continuemos, también desde la literatura, en el camino que requiere la profundización del sentido martiano de Nuestra América.