“De la tierra al cielo: 100
años con Julio Cortázar”, propuesta de lectura artística de Rayuela, de
Julio Cortázar, concebida por Rogelio Cuéllar y María Luisa Passarge.
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“A su
manera este libro es muchos libros pero sobre todo es dos libros”. Así comienza
el “Tablero de dirección” de Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914 –
1984), la novela emblemática del vitalismo de toda una generación. La condición
lúdica de Rayuela está no solo en las posibilidades de lectura que
plantea su autor, sino en la multiplicidad de significados que derivan de las
disquisiciones teoréticas incluidas en
ella y, sobre todo, de los juegos intertextuales generados en y por la propia
novela. Rayuela, en esta oportunidad, dialoga con la obra plástica de
cincuenta y cinco artistas plásticos de México que han construido cinco
rayuelas y dos artistas que fraguaron la puesta en escena.
El fotógrafo Rogelio Cuéllar y la
editora María Luisa Passarge convocaron a los artistas para que, de acuerdo a
su personal evocación de lo que fue para ellos la lectura de Rayuela,
transmutaran en obra plástica cada una de las once casillas de las cinco
rayuelas que armaron, según el modelo aparecido en la portada de la primera
edición de la novela. La puesta en escena es una apuesta lúdica que interpela
diversos lenguajes artísticos: el de las artes plásticas, el de la fotografía y
el de la palabra. Un singular homenaje desde el arte y la literatura que
celebra los cincuenta años de la novela y el centenario de su autor.
Los materiales utilizados por los
artistas fueron múltiples también: óleo, acrílico, vidrio, hoja de plata, yeso,
chapopote (asfalto), ceniza y aluminio. Cuéllar, además, fotografió a los
artistas participantes de esta singular experiencia estética junto a su obra y
a cada uno de ellos se les pidió que, en una hoja de cuaderno de dibujo, trazaran
a mano alzada la rayuela que a bien tuvieran. Así, en el montaje de la exposición,
tenemos las rayuelas, las fotografías de los autores que sostienen sus pedazos
del juego, y el dibujo de su rayuela. Pero eso no es todo.
Además, acompañan a la
exposición, once textos literarios de otros tantos escritores que, como si
saltaran en los cuadros del juego, se acercan verbalmente a los intersticios de
múltiples resonancias emanados de la propia Rayuela, que es una novela
que resulta de la experiencia de rearmar una novela desde la escritura y la
complicidad de la lectura. Como dice Rosa Beltrán, en “Once razones para seguir
leyendo Rayuela y dos para pensárselo”: “Porque hace estallar el orden
convencional de la novela sin dejar de ser una novela.”
El resultado ha sido deslumbrante,
cortazariano: una lectura plástica de Rayuela, la novela convertida
ahora en cinco libros de arte colgados en una pared, con incontables
posibilidades de combinaciones para hacer de esas cinco rayuelas, como le
gustaba a Cortázar: todas las rayuelas, la rayuela.
Los curadores, Cuéllar y
Passarge, se preguntan, nos preguntan: ¿cuántas combinaciones podemos armar con
cinco artistas por cada una de las once casillas de la rayuela? Y la pregunta
queda flotando para algún matemático que quiera encontrar el resultado.
Mientras tanto, los lectores volvemos sobre la interrogante inicial de Rayuela:
¿Encontraría a la Maga? Esta interrogante, cuya condición de “inicial” está en
duda por el propio planteamiento de lectura de la novela, sin embargo, no
alcanza la respuesta matemática: se trata de una incertidumbre vital. ¿Queremos
todavía encontrar a la Maga? En el texto ya citado de Rosa Beltrán, la segunda
razón para pensárselo es: “Porque si Oliveira es el ideal de pareja, la Maga,
muda y expectante —amada inmóvil que deja morir a Rocamadour— levanta
sospechas.”
Contemplo “La Tierra”, de Vicente
Rojo (técnica mixta/tela/madera, 35 x 90 cm), de una de las rayuelas. Bermellón
y variantes, y negro. Superficie rugosa; cinco líneas capaces de crear espacios
terrígenos para un comienzo. Y miro “Cielito lindo”, de Jordi Boldo
(mixta/tela/madera, 35 x 90 cm), juguete mexicanísimo de nubes como algodones y
firmamento de tonalidades frías. Y, así, cada uno puede ir construyendo su
particular rayuela, saltando de un cuadro a otro, de una rayuela a otra, de la
novela a la exposición y viceversa, y en todos los juegos hallará, lo que
señala Juan Villoro para Rayuela en otro de los textos que acompañan la
propuesta plástica: fuerza sensual del lenguaje, sentido del humor y la
juguetona disposición de los capítulos. En todo caso, al decir del mismo
Villoro, cada rayuela propia es “un fetiche, un talismán del tiempo”.
La exposición estuvo en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, del Fondo de Cultura Económica, de Bogotá, desde el 11 de marzo al 27 de abril de 2014. |
La exposición “De la tierra al
cielo: 100 años con Julio Cortázar” es una propuesta para leer Rayuela en
clave de obra plástica. Pero también es una invitación para releer la novela y
volver a sentir las resonancias de aquel orgásmico Capítulo 68: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le
agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos
exasperantes.” O sentir que se nos eriza la nuca al volver sobre las últimas
líneas del Capítulo 32: “Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te
quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...”. Y, como
Sandra Lorenzano, en el texto “Mi Rayuela”,
aceptar nuestro deseo inconfesable: “Quise ser Julio Cortázar y enamorarme en
Paris de las palabras, y de las mujeres, y de las calles, y del jazz… Quise
dejar una piedra en la tumba de Montparnasse y llorar ahí toda la vida.”
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