José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, mayo 27, 2024

¿Qué hacer cuando una madre adolescente asesina a su bebe recién nacido?

           

(Fotografía de Amy Baugess, en Unplash, 2019)
            La noticia más triste y desalentadora de la semana pasada fue enterarme de que una adolescente de, aproximadamente, 15 años había dado a luz en el baño de su colegio y que, acto seguido, asesinó a su bebe recién nacido con las mismas tijeras con las que, minutos antes, había cortado el cordón umbilical. Sucedió el lunes 20 de mayo en Riobamba, pero otro delito habría ocurrido nueve meses atrás: si la adolescente era menor de catorce años, su embarazo fue producto de una violación; si ya había cumplido dicha edad, su embarazo fue producto de un estupro. Ni el profesorado del colegio ni la familia se dieron cuenta del embarazo de la menor quien fue descubierta solo porque, luego del alumbramiento, tuvo que ser internada por una hemorragia. Ya en el hospital confesó que había tenido un parto y que el bebé yacía muerto escondido en una mochila, en la cajuela de un vehículo. Por la garantía de reserva del proceso (artículo 317 del Código Orgánico de la Niñez y la Adolescencia, CONA) no conoceremos más detalles de este suceso ni esto es necesario para nuestra reflexión en dos sentidos: el cuidado de niños, niñas y adolescentes ante la violencia sexual y la crisis de la condición de inimputabilidad de adolescentes. Un informe publicado en diciembre de 2023 por la Fundación Desafío revela que, entre enero de 2021 y agosto de 2023, hubo 18.921 atenciones de consulta externa por violencia física, psicológica y sexual en el país. De dichas atenciones, se emitieron 5.238 notificaciones por violencia sexual contra personas de 0 a 19 años. Según el Ministerio de Salud del Ecuador, entre las fechas ya señaladas, se registraron 11.390 embarazos en menores de 14 años. Frente a esta problemática, ¿qué política pública se está ejecutando para enfrentar el embarazo de adolescentes?, ¿de qué manera se ha implementado el cuidado de la mujer violada luego de la despenalización del aborto por violación?, ¿qué están haciendo padres, madres y educadores, en términos educativos, para informar a las adolescentes sobre la sexualidad y los embarazos e incluir en estos procesos educativos también a los adolescentes? No se trata únicamente de condenar a la menor, sino de investigar lo sucedido y que dicha investigación sea llevada a cabo para entender la totalidad de esta dolorosa situación antes que condenarla, moralmente, sin más. Al mismo tiempo, la gravedad del crimen cometido por la adolescente al asesinar a su bebé recién nacido nos plantea otro problema grave que, como sociedad, tenemos que afrontar: ¿deberíamos revisar la condición de inimputabilidad de adolescentes en casos criminales como este partiendo del hecho que, en la adolescencia, a cierta edad, ya existe discernimiento entre la vida y la muerte? Si los y las adolescentes pueden votar y elegir gobernantes del país a los 16 años, según la Constitución vigente (artículo 62, numeral 2), ¿no estarían los adolescentes, entonces, en condición de asumir la plena de responsabilidad legal de sus actos y convertirse, por tanto, en sujetos imputables? La utilización de menores en los casos de sicariato, ¿no nos plantea la necesidad, paradójica en sí misma, de multiplicar los esfuerzos por construir, aún más y mejor, las condiciones sociales y sicológicas que protejan a los y las adolescentes, aunque, al mismo tiempo, se reconozca su pleno discernimiento entre el bien y el mal y su condición de imputables en términos legales? Asimismo, como medida de protección, hay que perseguir sin tregua a quienes reclutan menores para el cometimiento de delitos porque detrás de aquella práctica criminal existen, además, amenazas de muerte a los mismos menores y sus familias. Es imprescindible, por lo tanto, generar un debate en el que participen educadores, juristas, psicólogos, sociólogos, etc. que puedan aportar los insumos indispensables para que quienes legislan tomen las decisiones adecuadas.[1] No basta con horrorizarse y condenar; no es suficiente con invocar derechos y reducir la adolescencia a una condición de sujetos sin voluntad ni raciocinio; no soluciona el problema el descargo y traslado de la responsabilidad de los actos de los adolescentes a sus padres y educadores; y, por supuesto, el cuidado integral de la niñez y la adolescencia es una condición básica e imprescindible para determinar cuáles son sus responsabilidades. Son tristes y terribles el infanticidio cometido y todas las situaciones de vida que llevaron a una adolescente a ejecutarlo; está cargado de horror el cuadro en su totalidad, pero más triste, terrible y dolorosa será la sensación de impunidad que nos quede, como sociedad, frente al crimen llevado a cabo por la madre del infante asesinado. La tristeza y el desaliento ante una noticia como la reseñada arriba no nos deben paralizar, sino que, al contrario, nos deben llevar a debatir y acordar acciones que nos conmuevan y nos muevan para transformar la injusta realidad social en la que vivimos.


[1] En el medio digital Wambra se publicó, el 7 de marzo de 2023, el reportaje ¿Es la solución penalizar a niños y niñas involucrados en delitos?, que, con sólidas exposiciones de las abogadas María José Machado y Sybel Martínez, defiende la inimputabilidad. Por el contrario, la abogada Laura Zulima Duque Jironza, en su tesis de grado, «La responsabilidad penal de los menores infractores y la edad para la imputabilidad de los adolescentes en delitos contra la vida», sustentada en la Universidad de las Américas, en 2016, sostiene la imputabilidad desde los 16 años.


lunes, mayo 20, 2024

«Lo nuevo parecería el reciclaje creativo, en versión 2.0, de aquello que ya aconteció en la historia literaria»

En el número 187 de la revista Rocinante (mayo, 2024), aparece una entrevista que aborda reflexiones en torno al momento social actual visto bajo la lente de la literatura y la cultura. Comparto en esta entrada una versión resumida de aquella.

 

En estos tiempos de difícil interpretación, ¿cómo caracterizaría el panorama social y cultural?

Se ha vuelto un lugar común citar a Bertolt Brecht al hablar de crisis: malos tiempos para la lírica. Quizás, repetimos el título del poema de Brecht como una consigna porque la poesía, entendida como el arte de la literatura, es siempre la palabra del poeta de la tribu frente al poder del mundo que, en todos los tiempos, desdeña al poeta y su palabra. Vivimos en la cultura del espectáculo y las noticias falsas, y del ascenso de un neofascismo que reniega de las normas de convivencia de la propia democracia burguesa y que está conduciendo al mundo hacia la destrucción planetaria. Como dicen los versos finales del ya citado poema de Brecht: «En mí luchan / el entusiasmo por el manzano florecido / y el espanto por los discursos del Pintor de Brocha Gorda. / Pero solo esto último / me empuja a la mesa de escribir».

 

Hace cien años era el tiempo de las vanguardias artísticas. Hoy, ¿por dónde corren las búsquedas literarias en mayor auge?

            Cada vez nos resulta más difícil la novedad del espíritu vanguardista que se da en toda época; a lo mejor, porque, con el paso del tiempo, la tradición que nos antecede es mayor y más consciente. ¿Cómo ser originales en el arte de la novela después de la segunda parte de El Quijote? Lo nuevo parecería el reciclaje creativo, en versión 2.0, de aquello que ya aconteció en la historia literaria. Hoy, como la más interesante de las tendencias entre nosotros, existe un neo-romanticismo ecléctico que, desde una mirada contemporánea de la ironía romántica, reelabora el horror gótico y la novela histórica, conflictúa el amor desde una sexualidad no-binaria, reafirma el yo mediante la auto ficción y el individualismo liberal de quien escribe, y proclama la libertad de las formas junto con la ruptura de las fronteras de los géneros literarios. Al mismo tiempo, existe una literatura que todavía se alinea con el desencanto ideológico y el esteticismo de la posmodernidad, y otra tendencia literaria más que busca provocar al público desde los tópicos del realismo sucio. Finalmente, no es la pertenencia a una u otra tendencia —que siempre es moda y, como tal, está sostenida por el mercado— lo que define su calidad literaria, sino el texto, es decir, la escritura.

 

¿Se podría hablar de una transformación en los comportamientos lectores actuales? En una entrada de su blog, reflexionaba sobre la inteligencia artificial (IA)…

En la medida en que somos una sociedad más alfabetizada, es natural que la población lectora aumente y sea más crítica frente a lo que lee. Lastimosamente, mientras vivamos en una sociedad económicamente inequitativa y socialmente injusta, el público lector de literatura será minoritario. Soy pesimista frente a los efectos sociales inmediatos que produce el desarrollo de la IA por la manera cómo se la está abordando en el sistema educativo: veo, con preocupación pedagógica, la tendencia de promocionar a la IA como un instrumento que economiza tiempo y hace más fáciles las “tediosas” tareas de escribir y leer. Al permitir que la IA reemplace las funciones básicas del lenguaje humano ponemos en riesgo, como en una novela distópica, la capacidad misma de pensar de la humanidad.


Su novela Acoso textual (de 1999) fue una de las pioneras en abordar el mundo de la virtualidad y las posibilidades de construir y desarmar en ella las identidades.

Acoso textual es una novela epistolar en la que, en vez de las tradicionales cartas, utilicé correos electrónicos que aún se escribían en una plataforma llamada pine; pero, sobre todo, es una novela cuyos personajes viven como sujetos escindidos, que se identifican con cada una de las máscaras que permite el nombre con el que navegamos en la red, y que, a pesar de la conexión permanente, están esencialmente solos. Por eso, en Acoso textual, el personaje principal, cuya identidad genérica no está definida, necesita desconectarse de las relaciones virtuales para encontrar la libertad y el amor a través de relaciones personales en el mundo físico.

 

¿Cómo aprecia ahora el rol de las redes sociales, como espacios de interacción (des-corporeizada) que gravitan en las dinámicas sociales?

Similar a Internet, que es una biblioteca virtual caótica, mutante e infinita, las RS tienen una dinámica que satura la capacidad del ser humano para procesar hechos, datos y escenarios. X-Twitter ha transformado el diálogo democrático en una diatriba constante, cada vez más violenta, que se escuda en el anonimato y la desvergüenza, pero, asimismo, ha posibilitado una ampliación de las demandas ciudadanas y una exigencia, cada vez mayor, de rendición de cuentas a todo poder gubernamental. En Instagram, por el contrario, se ha romantizado la cotidianidad a niveles de una cursilería espantosa y, como también en Tik Tok, hay un exhibicionismo narcisista que consume el tiempo de las personas. Ninguna IA puede reponer el tiempo perdido en las tonterías de las RS; aunque, como de todo se da en el jardín de la virtualidad, también hay líneas educativas y de esparcimiento bastante dignas.

 

En su obra, algunos personajes están en situación de devenir, de proceso inacabado, y sus existencias se muestran como una interminable trans-formación…

            Somos seres que nos vamos haciendo durante la vida, seres en permanente transformación; los seres humanos siempre hemos sido transitorios. La diferencia es que ahora, con el fin del optimismo de la modernidad, somos, tal vez, más conscientes de nuestra condición de seres inacabados y escindidos, en un continuo devenir. Mis personajes —como Gabriela, la mujer trans de Gabriel(a) (2019), o los seres que padecen de intensidad de vida en la experiencia de lo erótico de Pubis equinoccial (2013)— son transeúntes, habitantes de una edad de tránsitos.

 

Otra constante de sus obras es la soledad esencial de las personas. ¿Cree que esa condición ha tomado un especial cariz en esta época de hiperconexión?

La soledad, en esta época de hiperconexión, por el aislamiento intrínseco de los individuos que conlleva la conectividad virtual, sigue siendo, en esencia, la soledad que ha experimentado el ser humano cuando se enfrenta a sí mismo, a la contemplación del mundo o a la muerte. Esta soledad, entendida como una condición de la existencia, es la que viven los personajes de Máscaras para un concierto (1986), Fiesta de solitarios (1992) o de Marilyn en el Caribe (2015), todos ellos, seres que están en la búsqueda de la ternura compartida para sobrevivir. En un poema de Cánticos para Oriana (2003) alcancé a balbucearlo: «La soledad esencial de la mujer que espero / se mezcla con el vacío que llevo adentro». Ahora vivimos la soledad sin consciencia de nuestra condición de solos y con el agravante de la falsa ilusión de comunidad que produce el mundo virtual.

 

En dicho contexto, se señala que la democracia misma (como un sistema basado en el diálogo y los consensos) está en tela de juicio. ¿Cómo analiza esta situación?

            La justificación por razones ideológicas y políticas de la posverdad —que no es sino el sobrenombre marqueteado de la mentira— y la proliferación amoral de las noticias falsas, a través de ejércitos de troles, están destruyendo el contrato social de la democracia burguesa. Lastimosamente, las RS no han democratizado el acceso al saber y al pensamiento crítico, sino a la desfachatez de la estulticia. El caso de Donald Trump y su difusión de bulos es un ejemplo que nos debería horrorizar pues la repetición en RS de su mentira sobre un inexistente fraude electoral creó las condiciones políticas para el asalto al Capitolio por una turba de fanáticos trumpistas. La receta, que al neofascismo le pareció exitosa, fue repetida por las huestes de Jair Bolsonaro, en Brasil. No es que la democracia esté en tela de juicio; lo que sucede es que el neofascismo pretende destruir los cimientos democráticos con la retórica de la Guerra Fría. Y las ganancias del negocio de la destrucción de la democracia burguesa son para Elon Musk.

Ver la entrevista completa

lunes, mayo 13, 2024

«Las nubes y las sombras», novelina sobre la virtud y la concupiscencia

           

A pesar de que «Las nubes y las sombras» abre Abandonados de la tierra (1952), el primer cuentario de César Dávila Andrade (1918-1967) es un texto poco conocido. Por su estructura y extensión, «Las nubes y las sombras» es una novelina; de tesitura realista y onírica a la vez, reúne algunas de las constantes de la narrativa daviliana: la sexualidad reprimida, el fanatismo religioso y el lirismo que atenúa el horror. La novelina transcurre entre la realidad de una vida conventual y reprimida, y la irrealidad de la divagación del espíritu y el deseo sexual. El texto se abre con la descripción del convento que es una edificación lúgubre en las afueras de la ciudad, lo que refuerza la idea del aislamiento, un espacio cerrado donde habita el deseo reprimido. El convento, que en días de lluvia despierta ideas suicidas, está concebido como una prisión de la que los novicios quieren escapar. El propio padre Roque Gómez se fugará de esta prisión buscando la liberación de su espíritu en medio del enfrentamiento, entre la castidad y la concupiscencia, que librará su alma. La batalla interior del padre Roque se muestra desde el comienzo cuando él contempla desde una de las ventanas del convento que, en un claro junto al camino, una pareja estaciona su vehículo; el sacerdote mira que el hombre extiende una alfombra sobre la hierba y, enseguida, la pareja comienza a acariciarse y a desvestirse. La contemplación de la escena sexual trae consigo la culpa: la sexualidad culpable del padre Roque se devela no solo en la manera como reprime el deseo en los novicios sino también en el tormento interior al que él mismo se somete. Al siguiente día, el padre Roque llevará a caminar a los novicios hacia el claro en donde estuvieron los amantes. Ahí, él les dará un sermón de ribetes tremendistas en el que la muerte es presentada como la poderosa entidad que arrasa con todo. Lo sexual, en el relato, está asociado a la imagen de las moscas, el hedor de lo podrido y el horror. Esas moscas que tanto revolotean en los cuentos de Dávila Andrade. De ahí que, la visión que tiene el padre Roque al contemplar las nubes se convierte en el símbolo de una herejía a la que se llega por el camino forzado de la virtud y el temor al pecado carnal. Esta contradicción, presente en todo el relato, nos deja ver un tratamiento descarnado e irreverente sobre el tema de la sexualidad y lo religioso por parte de Dávila.
La visión del padre Roque es herética: él contempla las nubes y ve que estas forman el cuerpo sensual de la virgen confrontado con la imagen del unicornio. El sacerdote quiere huir del pecado, que es la presencia del deseo, pero, luego de la visión de las nubes tiene la visita de una seductora mujer en traje de amazona con quien se vuelve a topar en la vieja casa paterna convertida en un hotel; al abandonar el convento, llega a una casa de citas habitada por prostitutas decadentes y, más adelante, camino a su pueblo, se verá enfrentado a la destrucción de aquel mundo en el que viviera de niño: el tiempo pasado es de muerte; en el presente, la batalla entre la virtud y el pecado lo conduce hacia el tiempo de la angustia y la locura. En «Las nubes y las sombras», el protagonista se presenta como un ser manipulado por un poder oscuro que convierte en inútil su batalla interior entre la virtud y el vicio. En esta novelina, atravesada por la irreverencia y la fuerza de la herejía, el protagonista resulta un individuo manejado por un ente, arbitrario y cruel, que se solaza con la inutilidad de la lucha entre la virtud y el vicio del ser humano. Esa entidad siniestra conduce la huida del ser humano, en un viaje sin sentido a través de visiones oníricas y situaciones reales en ambientes degradados, hacia la realidad última de una vida atormentada que es la locura y la muerte: «¡Una burla infinita articulaba todas las cosas existentes!»[1].

[1] César Dávila Andrade, «Las nubes y las sombras», en Abandonados en la tierra (Quito: Talleres Gráficos Minerva, 1952), 53.

Este texto es una versión resumida de la primera sección de un estudio sobre la narrativa de César Dávila Andrade. La ilustración es de Oswaldo Guayasamín, quien también diseñó la portada del libro de Dávila Andrade.