José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, mayo 13, 2024

«Las nubes y las sombras», novelina sobre la virtud y la concupiscencia

           

A pesar de que «Las nubes y las sombras» abre Abandonados de la tierra (1952), el primer cuentario de César Dávila Andrade (1918-1967) es un texto poco conocido. Por su estructura y extensión, «Las nubes y las sombras» es una novelina; de tesitura realista y onírica a la vez, reúne algunas de las constantes de la narrativa daviliana: la sexualidad reprimida, el fanatismo religioso y el lirismo que atenúa el horror. La novelina transcurre entre la realidad de una vida conventual y reprimida, y la irrealidad de la divagación del espíritu y el deseo sexual. El texto se abre con la descripción del convento que es una edificación lúgubre en las afueras de la ciudad, lo que refuerza la idea del aislamiento, un espacio cerrado donde habita el deseo reprimido. El convento, que en días de lluvia despierta ideas suicidas, está concebido como una prisión de la que los novicios quieren escapar. El propio padre Roque Gómez se fugará de esta prisión buscando la liberación de su espíritu en medio del enfrentamiento, entre la castidad y la concupiscencia, que librará su alma. La batalla interior del padre Roque se muestra desde el comienzo cuando él contempla desde una de las ventanas del convento que, en un claro junto al camino, una pareja estaciona su vehículo; el sacerdote mira que el hombre extiende una alfombra sobre la hierba y, enseguida, la pareja comienza a acariciarse y a desvestirse. La contemplación de la escena sexual trae consigo la culpa: la sexualidad culpable del padre Roque se devela no solo en la manera como reprime el deseo en los novicios sino también en el tormento interior al que él mismo se somete. Al siguiente día, el padre Roque llevará a caminar a los novicios hacia el claro en donde estuvieron los amantes. Ahí, él les dará un sermón de ribetes tremendistas en el que la muerte es presentada como la poderosa entidad que arrasa con todo. Lo sexual, en el relato, está asociado a la imagen de las moscas, el hedor de lo podrido y el horror. Esas moscas que tanto revolotean en los cuentos de Dávila Andrade. De ahí que, la visión que tiene el padre Roque al contemplar las nubes se convierte en el símbolo de una herejía a la que se llega por el camino forzado de la virtud y el temor al pecado carnal. Esta contradicción, presente en todo el relato, nos deja ver un tratamiento descarnado e irreverente sobre el tema de la sexualidad y lo religioso por parte de Dávila.
La visión del padre Roque es herética: él contempla las nubes y ve que estas forman el cuerpo sensual de la virgen confrontado con la imagen del unicornio. El sacerdote quiere huir del pecado, que es la presencia del deseo, pero, luego de la visión de las nubes tiene la visita de una seductora mujer en traje de amazona con quien se vuelve a topar en la vieja casa paterna convertida en un hotel; al abandonar el convento, llega a una casa de citas habitada por prostitutas decadentes y, más adelante, camino a su pueblo, se verá enfrentado a la destrucción de aquel mundo en el que viviera de niño: el tiempo pasado es de muerte; en el presente, la batalla entre la virtud y el pecado lo conduce hacia el tiempo de la angustia y la locura. En «Las nubes y las sombras», el protagonista se presenta como un ser manipulado por un poder oscuro que convierte en inútil su batalla interior entre la virtud y el vicio. En esta novelina, atravesada por la irreverencia y la fuerza de la herejía, el protagonista resulta un individuo manejado por un ente, arbitrario y cruel, que se solaza con la inutilidad de la lucha entre la virtud y el vicio del ser humano. Esa entidad siniestra conduce la huida del ser humano, en un viaje sin sentido a través de visiones oníricas y situaciones reales en ambientes degradados, hacia la realidad última de una vida atormentada que es la locura y la muerte: «¡Una burla infinita articulaba todas las cosas existentes!»[1].

[1] César Dávila Andrade, «Las nubes y las sombras», en Abandonados en la tierra (Quito: Talleres Gráficos Minerva, 1952), 53.

Este texto es una versión resumida de la primera sección de un estudio sobre la narrativa de César Dávila Andrade. La ilustración es de Oswaldo Guayasamín, quien también diseñó la portada del libro de Dávila Andrade.