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Cate Blanchett interpreta a la compositora y directora Lydia Tár.
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Lydia Tár (Cate Blanchett), famosa compositora
y directora de orquesta, conversa en una cafetería con su amigo Andris Davis
(Julian Glover), un director retirado, acerca de la cultura de la cancelación en
el mundo de la música a propósito de James Levine, exdirector de la ópera de
New York. Esta conversación y la
clase en la Academia Julliard son dos indicios básicos en el guion de la
película por cuanto la protagonista tiene una conducta similar a la de Levine,
sobre la que no revela remordimiento alguno y no cree en las definiciones
identitarias para la valoración del arte musical. ¿Lydia Tár es una víctima de
la cultura de la cancelación? ¿Tár es una artista genial que abusa de su
posición de poder para manipular a los demás? ¿Ella es culpable del suicidio de
Krysta Taylor? ¿Merece el ostracismo? Tár (150’, EE. UU., 2022), con dirección y guion de Todd
Field, es no solo el retrato íntimo de una artista que se extravía en el
laberinto del poder sino también una mirada crítica sobre la conflictiva
relación del arte y la moral, con una actuación impecable de una Cate Blanchett
que se apropia de todas las facetas de su personaje.
Es conflictivo el punto de vista
narrativo que Todd Field escogió para contar la historia. En la era del #MeToo
la narrativa privilegia la mirada de las víctimas; en Tár, la historia
está narrada desde la perspectiva de la perpetradora, quien domina casi todas
las escenas de la película, y hay que estar muy atentos para que la compasión
que uno siente por el personaje y su caída no nos haga olvidar que Lydia Tár es
una mujer de poder que ha usado su posición privilegiada para sus conquistas
sexuales. En el filme, Sharon Goodnow (Nina Hoss), la esposa de Tár, a quien
engaña con frecuencia, es primer violín de la orquesta; se insinúa, más allá de
la adoración que le profesa, que Francesca Lentini (Noémi Merlant), la
asistente personal, ha tenido algún romance con Tár; cuando llega a la orquesta
la chelista rusa Olga Metkina (Sophie Kauer, actriz y chelista anglo-alemana),
una millennial de modales bastos, Tár lleva adelante una doble
manipulación en función de seducirla: convence a la orquesta para que escoja el
Concierto para violonchelo en mi menor, de Edward Elgar, como apertura del
programa e incide en el proceso de audición para que el solo sea interpretado
por Olga. La misma narrativa de la película obliga a repensar los conflictos
personales de Tár y si su genialidad es suficiente para justificar sus abusos y
su conducta amoral.
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Todd Field también dirigió In the Bedroom (2001) y Little Children (2006)
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Los rumores sobre la conducta sexualmente abusiva y
acosadora de Tár revientan cuando Krysta Taylor, una de sus jóvenes
conquistas, se suicida. De la suicida sabemos muy poco y Tár se encarga de
hacerla aparecer como una muchacha desequilibrada que, al parecer, sufre una
depresión severa y está obsesionada con ella. En realidad, Tár ha desplegado su
influencia para que a Krysta se le cierren los espacios en el mundo de la
música, no se sabe si por su baja calidad artística o por una relación que,
básicamente, ha sido de tipo sexual y terminó mal. Tár, que no expresa ni el
más leve remordimiento por lo ocurrido, no es inocente ante los sucesos, pues, al
enterarse del suicidio de Krysta, le pide a Francesca que borre los mensajes de
correo de aquella. El suicidio de la antigua discípula es objeto de una
indagación judicial que pone a Lydia en jaque y que tiene como efecto el retiro
del apoyo de algunas fundaciones a su programa de jóvenes talentos y el ocaso
de su propia carrera. La historia de Krysta nos revela la conducta recurrente
de Lydia Tár que es la de convertir en su protegida a una joven talentosa,
envolverla sexualmente y luego abandonarla por una nueva joven talentosa.
Al suicidio de Krysta se suma la circulación en redes
sociales de un video, evidentemente manipulado, de su clase en Julliard, lo que
acelera su caída. La escena de la clase en Julliard, que dura algo más de diez
minutos, es decidora en términos del desarrollo del personaje; asimismo, la
escena tiene un brillante manejo de planos que contrapone los egos en conflicto
de Tár y Max, el estudiante; y, finalmente, el parlamento de Lydia es un
alegato inteligente en favor de la separación de la obra de arte y la conducta
moral del artista. El conflicto de la película está concentrado en esta escena
pues Tár no solo argumenta a favor del arte de Bach o Beethoven,
independientemente de sus conductas morales, sino de ella misma y, al mismo
tiempo, demuestra que es capaz de arrasarlo todo ya que humilla sin piedad al
estudiante con tal de imponer su perspectiva.
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Zethpham D. Smith Greist como Max, en la Academia Julliard.
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Max, que devela ciertas limitaciones artísticas
propias de un estudiante, pero desde un inamovible ego de superioridad moral, dice:
«Honestamente, como una persona pangénero Bipoc [acrónimo de Black,
Indigenous, People Of Color], la vida misógina de Bach hace que sea
imposible para mí tomar su música seriamente». Más adelante, cuando Tár interpreta
a Bach, sentados ambos en la misma banca del piano, Max agrega: «Tú tocas
realmente bien, pero por ahora los compositores varones blancos cisgénero no
son mi asunto». Tár reacciona con enojo creciente frente a los argumentos del
estudiante y con una retórica virulenta, completamente antipedagógica, le
demuestra que los mismos argumentos de una crítica basada en género,
sexualidad, etnicidad o moralidad pueden ser utilizados contra él. Humillado, Max
se retira insultándola y con ello su superioridad moral se deshace.
En el trasfondo de esta escena, el director Todd
Field, que camina por la cornisa frente al consenso de la cultura de la
cancelación, nos hace pensar que cada uno puede preferir a un artista u otro
basado en sus principios morales o identitarios, pero que no se puede negar el
valor del arte de un artista solo porque realizó acciones moralmente
reprochables. Después de todo, la Iglesia Católica censuró miles de obras
literarias juzgándolas por la moralidad del autor y el texto, y durante la
llamada Revolución Cultural, de China, el maoísmo condenó el arte de origen
burgués del pasado y con ello casi toda la historia de la música de Occidente. A
fin de cuentas, los seres humanos no somos santos y es muy hipócrita pretender
que solo aquellos a quienes consideramos moralmente buenos (basados en definiciones
identitarias o patrones morales contemporáneos) merecen seguir existiendo en la
historia del arte y la literatura. Lo dicho, sin embargo, no es una
justificación para la conducta depredadora de Tár: hoy en día, el acoso y el
abuso deben ser condenados sin cortapisas. La cuestión que sigue en debate es
cómo separar la obra del artista en estos casos y si la condena justa debe ser,
en todos los casos, esa suerte de muerte civil de quien es hallado culpable más
que por tribunales de justicia por el linchamiento mediático de las redes
sociales.
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Noémi Merlant es Francesca Lentini, la asistente de Tár.
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La actuación de Cate Blanchett es soberbia. Ella sabe
cómo administrar su cuerpo, su gestualidad y su voz: está impecable en la
entrevista inicial llevada por Adam Gopnik, escritor de The New Yorker, que
hace el papel de sí mismo. Esa escena nos permite conocer las ideas del personaje
sobre el arte musical y muestra a Tár como una compositora y directora
inteligente que habla con claridad de ideas sobre su propio arte. Ya hablamos
de la clase en Julliard, pero su faceta manipuladora la vemos, sobre todo,
cuando convence a la orquesta de incluir en el programa el solo de Elgar, o
cuando despide a Sebastian Brix (Allan Corduner), su director adjunto, y
termina por sentirse ofendida. Una faceta vulnerable de Lydia es la angustia
que le causa su hipersensibilidad auditiva que se expresa en la presencia de esos
fantasmas provocados por los imperceptibles ruidos de la noche que, para ella,
son los ruidos de sus pesadillas. Asimismo, la relación con su hija Petra
demuestra la enorme sensibilidad que subyace en el interior de Lydia y la niña
se convierte, al mismo tiempo, en un sostén emocional de la directora. Cate Blanchett
responde con una actuación esplendorosa al ritmo, los diálogos inteligentes,
los silencios medidos, las escenas oníricas y el miedo que le causan dos vecinas,
madre e hija, que viven enfermas y abandonadas por su familia. Blanchett es
capaz de llevar en sí, con brillantez y solvencia actoral, la diversidad de
máscaras con las que Todd Field ha construido su personaje.
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Sophie Kauer, actriz y chelista, es Olga Metkina
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Todo esto nos lleva de regreso a aquella conversación
con una admiradora, luego de la entrevista al inicio de la película. En la
escena, la admiradora, le pregunta si alguna obra que haya dirigido le ha
causado una emoción desbordada. Lydia le responde que siempre hay un ciclo de
expectativa y recompensa que la hace anhelar llegar al punto de la
satisfacción. Esta observación pertenece a mi admirada crítica mexicana
Fernanda Solórzano, quien concluye su artículo así: «Es un trance, agrega, que
la lleva a decir cosas que ella no recuerda —pero los demás sí—. A esta
alegoría de la seducción y el cortejo, Lydia agrega una “confesión”. El sonido
de disparos en La consagración de la primavera, de Ígor
Stravinski, le revela que se puede ser víctima y perpetrador a la vez. “Fue
hasta que la dirigí —remata— que me convencí de que todos somos
capaces de asesinar”».
La película se resuelve en el sentido de la compasión
aristotélica. Lydia Tár es castigada con el ostracismo por la institucionalidad
musical. Como una forma de purgación, ella regresa a la casa de su infancia en donde
recuerda a Leonard Bernstein, su mentor, mientras mira un video antiguo en el
que este habla sobre la música y enfatiza la manera cómo el lenguaje musical
nos revela sentimientos para los que no encontramos palabras: «La música es lo
que se siente cuando uno la escucha». En ese momento, Lydia, liberada del peso
del poder y la fama, llora y su llanto es purificador. Después, en algún lugar
del sudeste asiático, ella dirige una orquesta juvenil con la misma dignidad,
profesionalismo y arte con los que dirigía la Filarmónica de Berlín, cuando
ensayaba la Quinta sinfonía en do sostenido menor, de Gustav Malher. El
concierto de grabación de la banda sonora de un videojuego, con un público de cosplayers,
simboliza la purgación de la artista genial que, debe con sencillez, dirigir
composiciones y músicos lejanos al glamur de la música académica. Este momento
final nos remite a la primera escena cuando Francesca, se deduce, filma a Lydia
dormida en el asiento de un avión y la expone en una conversación por WhatsApp,
tal vez, con Krysta: la poderosa y genial directora es, en esa situación, una
mujer frágil. El final está concebido como una moraleja sobre la necesidad del
renacimiento de Lydia Tár cuando ha caído víctima de la cultura de la
cancelación y de sus propios excesos; Todd Field propone, como cierre, la
posibilidad de redención de la artista en el ejercicio de su propio arte.