José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, mayo 01, 2023

«De un mundo raro»: lo fantástico y el gótico tropical

En De un mundo raro, Solange Rodríguez Pappe nos descubre niveles profundos de la realidad a partir del develamiento del terror y lo fantástico de la cotidianidad convertida, por fuerza de una escritura madura y profunda, en la realidad literaria de un mundo apocalíptico y distópico donde nos contemplamos con los ojos descarnados de la muerte.

 

Inventarse una tradición de lo fantástico

«¿La tradición? Yo me inventé la tradición»[1] dice la narradora de «Una poética», el cuento que, como primera sección, abre el libro. La tradición no existe por sí misma. En el oficio de escribir, cada uno se rebela contra una línea tradicional y se conecta a otra, en parte para construir a partir de dicha rebeldía una manera distinta de decir basada en decires olvidados, en parte para evitar la orfandad. Solange Rodríguez ha roto con una tradición realista para inventarse una tradición fantástica.

Estos trece cuentos, número cabalístico de las historias de terror, se conectan en la tradición ecuatoriana con los 13 relatos (1955), de César Dávila Andrade (1918-1967). En «Una poética» la narradora/autora da forma a su noción de lo fantástico e incorpora como personaje a Dávila Andrade —quien levita en la casa de una lectora—. Así, Dávila Andrade se convierte en una presencia fantasmagórica que se le aparece a la autora para aconsejarla en su escritura, de tal manera que ella logra plantear el enunciado polisémico del cuentario: «Yo no creo en fantasmas, pero los veo».[2]

 

La celebración de lo sobrenatural

La segunda sección del cuentario gira alrededor del tema de la muerte como una presencia que nos acompaña con la naturalidad de sus horrores. «Los muertos retornaban y debíamos honrarlos»[3], dice el narrador de «Noche de difuntos», un cuento redondo que parte de la tradición del conmemorar a los muertos de la familia y que la autora lo narra en clave de horror fundiendo lo sobrenatural y lo cotidiano.

Rodríguez Pappe recupera para su escritura la tradición de los relatos orales sobre muertos y aparecidos que es parte del folklore popular. En «Compañeros de viaje», los pasajeros de un bus cuentan varias historias de aparecidos durante un viaje que es representación de la fantasmagórica circularidad de sus propias muertes. «Las dramáticas imágenes» es, en cambio, un cuento de realismo gore, en donde el horror de crimen parecería una historia inverosímil, pero que, contado en clave de crónica, nos habla de feminicidios brutales en medio de una historia familiar de violencia.

El antológico «La profundidad de los armarios» se introduce en lo sobrenatural a partir de un recuerdo de infancia que aparece en forma de gato: el viaje de la protagonista dentro del armario parecería, a partir de la búsqueda del simbólico gato de la infancia, un viaje de la protagonista a su inconsciente, en el que rastrea el significado de la relación con su madre y los claroscuros de su propia sexualidad. El mundo es un armario y el viaje en su interior puede ser leído como un regreso al útero, concebido como espacio conflictivo que almacena la vida de la semilla de origen.

 

Tiempos apocalípticos y distópicos

En medio de tiempos apocalípticos y mundos distópicos, un personaje de «El mar espera entre las astas de los ciervos» dice: «…la escritura es una forma de oración»[4]. En la tercera sección del cuentario, Rodríguez Pappe construye alegorías sobre la tierra que crece, devora cuanto necesita para seguir viva, se multiplica («Una nueva especie»); se adentra en el amor de seres de distinta especie, en un relato en el que un ser vivo no humano estudia la naturaleza del ser humano para comprenderlo, para amarlo mejor («La noche del hombre salvaje»); nos habla, en un cuento donde cierto humor triste está presente, de la necesidad que tenemos los seres vivos de sentirnos amados, deseados, y sentir, al mismo tiempo, que amamos, que deseamos, sin que importe cuánta fantasía estemos dispuestos a aceptar («Una luz inolvidable»).

 

La muerte como vivencia lúdica

La cuarta sección, en la que el tema de la muerte se vuelve vivencia lúdica, se abre con «Autodiagnóstico», un cuento que, salpicado de pinceladas de humor macabro, conjuga la vocación de la autora por fusionar lo sobrenatural con la cotidianidad. En «El mundo estará ahí afuera», una maestra, ya para jubilarse, siente un pequeño ardor en la garganta; este dolor es todo un símbolo de la consunción de la vida del ser humano en su trabajo: la garganta, instrumento de trabajo de todo docente, ha dejado de funcionar.

Rodríguez Pappe, que recupera la oralidad del folklore para su narrativa, ha reelaborado el cuento de Barba Azul mediante un juego intertextual y una alegoría de la sociedad patriarcal y las prohibiciones que pesan sobre las mujeres que son concebidas como propiedad de Barba Azul. En «Calamidad doméstica», el sótano es el submundo donde las mujeres padecen su prisión anhelando salir al mundo de la luz, pero sin que ello signifique la libertad sino una posición privilegiada dentro de la opresión del sistema patriarcal que padecen: «…mientras haya hombres habrá sótanos».[5]

El libro se cierra con una narración extraordinaria —tanto por la fuerza de su escritura cuanto porque se inscribe en la tradición de Poe— sobre la maternidad frustrada por causa de un embarazo que no fue tal. Lo monstruoso se manifiesta cuando la mujer decide conservar los restos del teratoma que le extrajeron y que, tanto ella como su marido, pensaban que era el hijo deseado. El sentimiento de orfandad de la madre y el padre es desolador y el duelo en ella se vuelve una obsesión. Así, Rodríguez Pappe ha construido una heroína que busca una parte de sí misma, ese hijo que nunca tuvo, prolongando su duelo en lo monstruoso de una realidad fantasmagórica, viviendo en una repetición alucinante de su frustrada maternidad.

 

Tormenta y pasión del gótico tropical

En síntesis, De un mundo raro, de Solange Rodríguez Pappe, es un cuentario que construye sus relatos a partir de la libertad de la imaginación, como otra aproximación que tiene el conocimiento para desentrañar los niveles ocultos de lo real; un libro que, a partir de la ironía y el humor para enfrentar la muerte y los miedos a lo sobrenatural, destruye la dicotomía racional entre lo real y lo fantástico construyendo un mundo que los contiene a ambos en lo cotidiano; un libro en el que algunas de sus historias suceden en tiempos apocalípticos y mundos distópicos como para decirnos que vivimos en un apocalipsis permanente; un libro que incorpora la oralidad del folklore en el rito solitario que integra escritura y lectura: «Ahora, lector, prende fuego y aquieta el alma, que tengo algo que contarte para pasar a noche breve que es esta vida…»[6].



[1] Rodríguez Pappe, «Una poética», en De un mundo…, 17.

[2] Rodríguez Pappe, «Una poética» …, 21.

[3] Rodríguez Pappe, «Noche de difuntos», en De un mundo…, 30.

[4] Rodríguez Pappe, «El mar espera entre las astas de los ciervos», en De un mundo…, 112.

[5] Rodríguez Pappe, «Calamidad doméstica» …, 149.

[6] Rodríguez Pappe, «Imaginatio vera» …, 173.


lunes, marzo 20, 2023

Siete fragmentos alrededor del neo-romanticismo ecléctico

Constance Mayer (1775-1821), El sueño de la felicidad (1819). Museo de Louvre.

1

Dijeron que la vida personal y la cotidianidad del autor no le interesaba al arte literario. Dijeron que el nuevo escenario tenía que ser urbano. Dijeron que la heroicidad de ahora es opaca y carece de pasión. Dijeron que había llegado el fin de la historia. Pero, contra la hegemonía del pensamiento único, estamos en un tiempo de diversidad de saberes y de un canon que se construye desde tradiciones propias; un momento de reivindicaciones políticas inéditas que implican la convivencia con la otredad; una ruptura con la modernidad cartesiana que nos lleva a la superación de la dicotomía entre cultura y naturaleza. También estamos en el tiempo de autorretratos, de las selfies que se multiplican en las redes sociales, de las confesiones reprimidas por las convenciones sociales que afloran como salidas de un baúl que se abre ya sin miedo; del reconocimiento de la naturaleza como un ente vivo y con derechos; de la emergencia de los feminismos y de los derechos de la población LGBTI; del protagonismo de personas que sobreviven a la violencia y el ascenso del neofascismo. Vivimos la continuidad de la historia desde la construcción de un nuevo yo y la lucha por nuevas libertades.

2

Nos enseñaron que no había que confundir al Narrador con el Autor; que lo único que debía considerar la crítica era el texto; y, sin embargo, hoy vemos de cuántas diversas maneras se funden la voz autoral con la voz narrativa y las formas confesionales de una voz que, siendo narrativa y autoral a la vez, las ha convertido en escritura para darnos ese objeto del deseo llamado texto. El enunciado Rousseau en Las confesiones podría ser la poética de una literatura confesional que da cuenta del yo en la complejidad de su situación espiritual e histórica: «Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y es hombre seré yo. Solo yo. Conozco mis sentimientos y conozco a los hombres […] Si no soy mejor, a lo menos soy distinto de ellos»[1]. No toda experiencia de vida puede convertirse en literatura; finalmente, la cotidianidad anodina de la especie humana carece de intriga y sucesos capaces de desautomatizar la visión cotidiana del mundo. Pero sí, toda experiencia de vida puede ser literatura, no por las anécdotas sobre su existencia sino por la contemplación de los intersticios del alma de aquella vida en la materialización que conlleva la escritura destinada a entusiasmo estético, la escritura capaz de convertir la experiencia de un alma en la conmoción espiritual del ser humano.

3

El mundo agitado por las antiguas tormenta y pasión está testimoniado en dos libros de una narrativa cargada de poesía. El uno es Nuestra piel muerta, de Natalia García Freire: novela en la que la escena del mundo rural andino reemplaza a la campiña del gótico de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX; el castillo de Otranto da paso a la casa solitaria, de resonancias lúgubres y el fanatismo religioso, tanto el ancestral como el sincrético, se ha instalado como un ente sobrenatural en los corazones de los personajes. Desde similar orilla, el cuentario Las voladoras, de Mónica Ojeda, recupera la tradición oral popular de la ruralidad andina mediante la reelaboración poética de los mitos, en el marco del sincretismo religioso y cultural del mundo indígena y mestizo. Estos cuentos de Ojeda se inscriben en esa tradición de voces rumorosas que entretejen los sentidos de la vida y de la muerte, que descubren el horror y lo místico; la tradición oral popular y los saberes ancestrales y la crueldad del mundo: todo aquellos a lo quienes leemos nos asomamos desde el sublime terror de vernos confrontados con la muerte. Las historias y los personajes de ambos libros habitan el universo de un neogótico incrustado en los Andes.

4

La preeminencia del Yo, herencia romántica por excelencia, es una característica de Los cielos de marzo, de Andrea Crespo Granda, una novela de prosa lírica que estremece, y que, desde el tono confesional, abraza un neo-romanticismo, formalmente ecléctico, que narra una conmovedora historia de amor contrariado resuelta con la inmolación de la heroína. La novela es una desgarradora novela lírica que está estructurada con formas libres; su protagonista es una memorable heroína romántica, y su escritura, envuelta en el sentido irónico del arte y en una conmovedora expresión poética, recupera el paisaje de la naturaleza en función del espíritu. Asimismo, en el registro del Yo confesional, Estancias, de Alicia Ortega (Guayaquil, 1964), es una estremecedora práctica de escritura andrógina que nos permite transitar, desde la cotidianidad de la autora, en nuestra propia experiencia de vida. Alicia Ortega escribe sus meditaciones iluminando lo que ha vivido y las convierte en filosofía de lo cotidiano y sus gestos. Este texto andrógino es escritura del Yo, pero no desde el narcisismo sino desde la mirada cómplice de la sororidad, que transita en los espacios del duelo y la fiesta. Escritura andrógina que se sitúa entre el testimonio autobiográfico y el ensayo, entre la auto ficción y la filosofía, entre el diario de viaje y la cartografía personal. Tanto la novela de Crespo como la auto ficción andrógina de Ortega son textos que se inscriben en la estética del Yo neo-romántico libre, confesional, experimental, que deviene en el tiempo del Yo confesional que se autorretrata en la escritura, ya sea a través del personaje o de la propia autora.

5

Dos cuentarios escritos en clave opuesta se inscriben en el terror de lo real y en la presencia inquietante de lo fantástico en la realidad. En De un mundo raro, Solange Rodríguez Pappe construye sus relatos extraordinarios —en el tono del horror fantástico de la tradición de Poe— a partir de la libertad de la imaginación, como otra aproximación que tiene el conocimiento para desentrañar los niveles ocultos de lo real en una atmósfera gótica del trópico: el mundo de ultratumba es parte del mundo de los vivos y las premoniciones apocalípticas son reelaboraciones de la destrucción a la que el mal somete al mundo. Este es un cuentario que, a partir de la ironía y el humor para enfrentar la muerte y los miedos a lo sobrenatural, destruye la dicotomía racional entre lo real y lo fantástico construyendo un mundo que los contiene a ambos en lo cotidiano sin solución de continuidad entre sus bordes; un libro en el que algunas de sus historias suceden en tiempos apocalípticos y mundos distópicos como para decirnos que vivimos la era de un apocalipsis permanente; un libro que incorpora la oralidad del folklore en el rito solitario que integra la escritura y la lectura. En el otro extremo, en un tono hiperrealista, el cuentario Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero, desarrolla el horror de lo abyecto del ser humano en cada cuento y asistimos al espectáculo de una galería asfixiante de monstruos sin posibilidad de redención a partir de una imaginación libérrima. Son historias que, en la tradición de Mary Shelley, E.T.A. Hoffman y Horacio Quiroga, incorporan los elementos que se desprenden del gótico del romanticismo del siglo XIX en historias y escenarios contemporáneos: la casa tenebrosa acompañada de la violencia intrafamiliar; la recuperación de la oralidad popular para potenciar el terror y lo sobrenatural; la presencia de seres de ultratumba en combinación con seres violentos en el mundo patriarcal de los vivos; todo ello, en medio de personajes que luchan dentro de sí mismos contra sentimientos depresivos, angustiantes, morbosos. En ambos cuentarios, la heroína rebelde se enfrenta a la violencia del patriarcado, lucha contra de las convenciones y disfruta de su sexualidad libre.

6

Desde la confrontación del Yo con la muerte y la redención de ese mismo yo a partir de una heroicidad cotidiana estos dos poemarios están envueltos por la atmósfera del neo-romanticismo ecléctico. Labor de duelo, de María Paulina Briones, poemario de verso deslumbrante, está alimentado de lo onírico y la terrorífica cotidianidad de la muerte. En él, la poeta medita sobre la vida atravesada por el duelo y, en su verso, recupera el sentido del dolor para continuar la vida con la sabiduría del ser que ha purgado la pérdida. El poema, en este sentido, ha transgredido el terreno sonámbulo de la muerte. Victoria Vaccaro García, en Breve mitología del cuerpo original, convierte en poesía la transición de un cuerpo, que nace varón, y la génesis de la mujer que lo habita; su escritura evoca a la naturaleza para volverla compañera de los diversos estadios del espíritu. El poemario se construye desde la textualidad ceremonial de un tránsito que es, al mismo tiempo, corporal y del espíritu.

 

y 7

François Gerard, Madame de Staël (c. 1817), Coppet Castle.


El neo-romanticismo ecléctico es una escritura que puede observarse en la literatura ecuatoriana de comienzos del siglo XXI y que, con amplia libertad de formas y preocupaciones temáticas, reelabora ciertos conceptos del romanticismo decimonónico a partir de un yo con identidad de género, la construcción de nuevas formas de relación con la naturaleza, la asimilación de variadas estéticas de la escritura, una visión crítica del mundo marcada por la diversidad sexual y étnica y el rechazo al canon patriarcal dominante. Vivimos un tiempo en el que recobra vigencia, desde perspectivas contemporáneas, el entusiasmo enfrentado al fanatismo. Ya lo señaló Madame de Staël: «El fanatismo es una pasión exclusiva, cuyo objeto es una opinión; el entusiasmo se repliega a la armonía universal: es el amor de lo bello, la elevación del alma, la alegría del sacrificio, reunidos en un mismo sentimiento lleno de grandeza y de serenidad»[2]. La amplitud que ha ganado para el arte y la literatura la definición de lo bello, el entendimiento del alma en unidad indisoluble del cuerpo ya que toda persona es un cuerpo con historia, el entendimiento del yo como un yo escindido y diverso, las nuevas libertades por las cuales se lucha, el acercamiento a la naturaleza y la relación de respeto que se establece entre el ser humano y la vida son características de un nuevo entusiasmo. La ironía del distanciamiento que se establece entre quien escribe y la escritura; el entendimiento de la literatura como un artificio ecléctico y un espacio para la problematización de la rebeldía son los cimientos de un neo-romanticismo que deconstruye las convenciones patriarcales, supera las ilusiones del liberalismo económico y concentra la mirada en el ser humano por sobre el capital. Finalmente, desde la experiencia de formas experimentales, envuelta la literatura en nuevas prácticas signadas por la vieja formulación de tormenta e ímpetu, esta tendencia neo-romántica ejerce, desde el eclecticismo textual, el sentido liberador de la escritura.



[1] Jean-Jacques Rousseau, Las confesiones [1782] (México: W.M. Jackson, Inc., 1973), 1.

[2] Madame de Staël, Alemania [1810] (Madrid: Espasa-Calpe, Colección Austral # 184, 1991), 187.

domingo, noviembre 25, 2018

Los fantasmas cotidianos que vemos en la lectura

Solange Rodríguez Pappe ha publicado entre ocho libros de cuentos: Levitaciones (2017), La bondad de los extraños (2016), y Tinta sangre, (su primer libro, 2000). Foto de Tyrone Maridueña.
             Días atrás, leí que Akihito Kondo, japonés de 35 años, se había casado con el holograma de Hatsune Miku, la cantante virtual. Según AFP, Gatebox, compañía que creó el holograma, le entregó a Kondo uno de los 3.700 certificados de matrimonio que lleva extendidos. Que un personaje literario se case con un árbol vendría a ser, entonces, una propuesta casi realista, pero no lo es. Ni siquiera porque el actor peruano Richard Torres, un militante de la poligamia vegetal, ande casándose con árboles por todo el mundo. Que el pos-capitalismo haya convertido al mundo en una distopía en ciernes, no quiere decir que el asombro haya terminado.
En el cuento «Un hombre en mi cama», una mujer se casa con un acacia macho, su hermana disfruta contemplando hombres dormidos —versión de perspectiva feminista de la novela de Kawabata—, y el mundo carece de condiciones adecuadas para la vida al aire libre. Solange Rodríguez ha logrado la poderosa creación de una «realidad otra», atravesada por la soledad, y poblada de fantasmas y monstruos que responden a las proyecciones de nuestros anhelos, búsquedas, frustraciones y miedos, en su cuentario La primera vez que vi un fantasma.
            El cuento que da nombre al libro es una joya hecha de sutileza narrativa, de impecable composición, y de honda repercusión afectiva. Todos los elementos trabajan para que la aparición del fantasma sea tomada como un hecho natural. El escenario de un pueblo cercano a Las Vegas, el escape a una vida sin ilusiones, la inclusión de la historia de Bonnie y Clyde, la detención de la rueda de fortuna en una carta del Tarot, y hasta la interpretación de la empleada de limpieza: «Si una deja que le decidan la vida, una se llena de odios, de fantasmas». El tono del libro transita alrededor de la propuesta estética de este relato.

            Las narraciones se mueven con facilidad, y sin que el lector perciba en qué momento cambió de esfera, del nivel de lo cotidiano al de lo fantástico. «A tiempo para desayunar» y «Paladar» son ejemplares en este sentido. «Matadora» es un caso aparte: tres asuntos son tejidos con maestría, mezclan lo cotidiano y lo político, para confluir en un final de sorprendentes resonancias éticas. Rodríguez también es una cultora del micro relato, y así lo demuestra en «Pistola cargada», una sugerente poética del cuento; «Un paseo de domingo», del amor filial envuelto en necrofilia; y «Cuento antes de ir a la cama», sobre la venganza del desamor. Todos ellos, micro cuentos en lo que la autora maneja la intensidad y el factor sorpresa con solvencia.
            La primera vez que vi un fantasma, de Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976), publicado por la editorial catalana Candaya, es un libro de cuentos en el que la mirada de la autora consigue hurgar más allá de la realidad que todos vemos, para materializar no solo los fantasmas y monstruos que la habitan, sino también para construir renovados puntos de vista sobre lo real y lo fantástico, y un discurso político feminista que fluye natural en sus relatos.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 23 de noviembre de 2018.