José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, septiembre 09, 2024

¡En pie! ¡Los condenados de la tierra!

De mi archivo: En 2022 apareció mi texto transgenérico Poéticas de Guayasamín, en coedición del Fondo de Cultura Económica y UArtes Ediciones. El espíritu neocolonial continúa deshumanizando al Otro y lo ha convertido en un bárbaro monstruoso al que hay que temer. He intentado una lectura del pensamiento anticolonial y emancipador de Frantz Fanon en diálogo con la obra de Guayasamín.  

 

Los condenados de la tierra, 1967-1968, óleo sobre tela, 122 x 122 cm (# 1, 3, 5 y 9), y 122 x 244 cm (# 2, 4, 6 y 8), de La edad de la ira, en La Capilla del Hombre. (Foto Jorge Medina)


¿En qué rincones del mundo cantan L’Internationale, de letra escrita, en 1871, por Eugène Pottier, aquel obrero textil que combatiera en las barracas de la Comuna de París? ¿En dónde suena aquella música compuesta, en 1888, por Pierre Degeyter, que, a los siete años, ya era obrero de una fábrica de mecánica y estudiaba en la escuela nocturna para trabajadores?

El 6 de diciembre de 1961, en el hospital de Bethesda, en Maryland, Frantz Fanon, que había ingresado en octubre de aquel año bajo el nombre de Ibrahim, moría de leucemia a los treinta y seis años. François Maspero, su editor, alcanzó a enseñarle un ejemplar impreso de Les damnés de la terre, pero Fanon no alcanzó a ver la independencia de Argelia, por la que luchó en su calidad de militante del Frente de Liberación Nacional.

¿En dónde repican aún las campanas de la lucha descolonizadora? ¿Por qué la violencia estructural de los opresores se disfraza de paz social y es celebrada como el lugar del fin de la historia? ¿Por qué la violencia liberadora de los oprimidos es sancionada moralmente por los biempensantes del poder establecido? ¿Qué parte de nuestra alma está colonizada por la negación del otro?

Frantz Fanon —negro, siquiatra, filósofo, escritor, militante independentista— escribe: «Esta opulencia europea es literalmente escandalosa porque ha sido construida sobre las espaldas de los esclavos, se ha alimentado de la sangre de los esclavos, viene directamente del suelo y del subsuelo de ese mundo subdesarrollado. El bienestar y el progreso de Europa han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos. Hemos decidido no olvidarlo».

Los condenados de la tierra llevan en sí la negación de su ser por parte de quienes han asumido, como un destino manifiesto, la opresión de los otros, de aquellos que habitan la tierra de la barbarie. El aparato colonial niega la condición humana del Otro: se la niega al negro, al árabe, al indio, al amarillo. El Otro, el que por lo general también es pobre, es la barbarie que amenaza y a la que hay que domesticar y someter. Es la barbarie a la que hay que civilizar para ponerla al servicio del capital, siempre blanco, siempre patriarcal. Las palabras finales de Fanon son un desafío permanente a nuestra conciencia: «…hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crea un hombre nuevo».

Guayasamín convierte en imágenes estremecedoras los rostros y los cuerpos de aquellos condenados de la tierra. No son los obreros de los desfiles soviéticos: son los marginados de todos los pueblos; las masas de parias; aquella legión que, verdaderamente, no tienen nada que perder sino sus cadenas. Esos rostros y esos cuerpos, de humanidad negada por sus opresores, quieren gritar, y habrán de rebelarse con la ira acumulada en siglos de cruel sometimiento.

La violencia de los condenados de la tierra, inesperada erupción de un volcán dormido, es el síntoma de la injusticia que se ha incubado en la violencia institucionalizada del capital.

El cuerpo, en posición cadavérica; los rostros, ojos desesperados hasta que desaparece la mirada y tan solo queda la boca al borde del grito. Los ojos en guerra con el mundo. Las figuras, en negro, insolentemente cubiertas de sudarios blancos, yacen, se incorporan, se apoyan en los codos; quieren levantarse. Al final, el otro desconocido, ya sin ojos, el rostro del grito de la ira.

Según palabras de Sartre, Fanon «está extirpando, en una sangrienta operación, al colono que vive en cada uno de nosotros». Al igual que Fanon, Guayasamín, a través de su arte, nos confronta con la violencia establecida del paraíso burgués que nos hemos fabricado y nos arroja, desnudamente agazapados, al mundo de los condenados, cobijados por nuestra propia soledad.


lunes, junio 24, 2024

«Visceral»: una escritura iracunda y vitalmente honesta


            «Como el dios del Antiguo Testamento, he construido una obra literaria alrededor de la ira […] La tinta de mis cuentos es la ira contra los acosadores de mi infancia y mi adolescencia […] Quiero abrazar este sentimiento y hacer con él cada cosa: bailar, marchar, escribir» (26).[1] Un libro de escritura estremecedora, descarnadamente honesto y vital. Visceral, de María Fernando Ampuero, es un texto transgenérico que da cuenta de una vida en constante enfrentamiento con las diferentes formas de violencia contra la mujer, y los estereotipos y prejuicios de una sociedad patriarcal, mediante una escritura deslumbrante, cargada de ira. Un libro que vapulea a quien lo lee con la verdad de su testimonio.

Visceral es un texto que busca alejarse del ambiguo pacto de verosimilitud de la autoficción para adentrarse en los territorios de la memoria y la confesión autobiográfica, bajo el marco invisible de una sólida reflexión cultural sobre la sociedad patriarcal. «Asfixia», el texto que abre el libro es una suerte de poética que plantea la necesidad de la escritura como una expresión de la ira que provoca la misoginia latente en el mundo y que busca la destrucción de las mujeres: «Recurro a la literatura. / Como siempre que no puedo entender algo, que la injusticia me retuerce las vísceras, que siento que podría desmayarme de ira, recurro a la literatura» (13). Esa ira es generada por el terror que causan el desastre ecológico del planeta, el abuso y la violencia contra las mujeres y el ascenso del neofascismo cuyo ejemplo es Vox, el partido de la ultraderecha española. Ampuero no teme la exposición personal porque la fuerza de sus textos reside en la brutal honestidad de su escritura.

            En Visceral, Ampuero recorre la memoria marcada por la represión social ante la libertad del espíritu de una mujer y el acoso normalizado ante un cuerpo que no calza en el molde del cuerpo que la sociedad de consumo idealiza. La miseria y el peligro para la salud generados por la industria de la delgadez son develados en «Mórbida» y «Gorda», dos textos dolorosos que diseccionan el sufrimiento en la autoestima causado por el rechazo a una persona en función de su cuerpo: «Las flacas parecían merecer más el mundo que nosotras. / Madre quería conservar a marido. Hija tenía que conseguir marido. / Ambas cosas requerían de las pastillas amarillas y naranjas de los doctores peruanos» (78). Pastillas mágicas para adelgazar que combinan el poder destructor de las anfetaminas, diuréticos y laxantes que hasta hoy siguen envenenando a las mujeres en busca del cuerpo idealizado por el mercado y, pese a su peligro mortal, carecen de control por parte de las autoridades sanitarias.

            Ampuero recorre con nostalgia y un espíritu liberado la memoria de Guayaquil, de su infancia y adolescencia, de su padre y su madre; así, la ciudad se convierte en un lugar cruel del que hay que salir para sobrevivir cuando se es una niña con inquietudes: «Nací en Guayaquil, Ecuador, una ciudad sin sueños. Miento: una ciudad donde mueren y matan los sueños» (45). Habla sobre el horror de la pandemia y el encierro, así como del amor en medio de aquel momento apocalíptico que vivió el planeta y que a ella le tocó vivirlo en Madrid: «Un hombre y una mujer encerrados por la neblina» (161). Visceral trata varios asuntos con una lúcida mirada feminista: la sexualidad, la maternidad, la migración, el desastre ecológico del mundo. Y con «Loca», Ampuero ha escrito uno texto conmovedor por su claridad, cercanía y verdad, que combina confidencias y datos periodísticos sobre la salud mental: «No sé dónde termino yo y dónde empieza la enfermedad […] Vivir con esto es como tener un animal salvaje en casa. Se traga todo y quiere más. / Vivir con esto es como vivir en una cada endemoniada. Tú eres el demonio y también la casa / Vivir con esto es sobrevivir» (138-146-147). Un texto que es también una plegaria para el cuidado de quienes sobreviven con la depresión a cuestas bajo el entendido de que «la felicidad no es una decisión. No lo es para nada» (142).

Hay una tremenda y dolorida honestidad en Visceral, que es un libro con el tono íntimo de la confidencia, con la ira de quien exorciza sus demonios tormentosos, con la furia de una escritura implacable. María Fernanda Ampuero nos confía su fragilidad en medio de la catástrofe del mundo, al mismo tiempo que nos comparte la fuerza iracunda de su literatura.



[1] María Fernanda Ampuero, «Furia», en Visceral (Madrid: Editorial Páginas de Espuma, 2024), 26. Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.


lunes, julio 25, 2022

Anda que anda

Este poema a Guayaquil está en Poéticas de Guayasamín (Texto transgenérico, 2022).  Escultura con vitral exterior que simboliza la cordillera de Los Andes. Detalle del monumento La patria joven, 1972, en el Parque Forestal, de Guayaquil. (Foto de Xavier Patiño)

 

 

En el cerro de casitas de postal

camino al faro, anda

en los puentes que atraviesan

los esteros que penetran la ciudad

anda, en las cantinas bohemias

del suburbio Oeste, anda que anda

en el vitral de los Andes de la Patria joven

y el abrazo de laguna del Parque Forestal.

Anda que nos envuelve y se esfuma a carcajadas.

 

Escurriéndose en la arboleda apretada

de la Isla Santay, anda

en el agua brava de las esclusas,

en el maderamen antiguo del Astillero

anda, sobre el lomo caliente

de las iguanas, anda que anda

en los cuerpos sudorosos

que transitan a gritos por La Bahía.

Anda que nos señala y se impregna en el aire.

 

Sobreviviendo bajo palenques y en los rellenos

de la Isla Trinitaria, anda

bajo la lluvia que nos baña de tristezas,

en los bastiones florecidos de la esperanza

anda, entre las ramas caprichosas

de los ceibos, anda que anda

en los descubrimientos lúdicos

de mi adolescencia en el Barrio del Seguro.

Anda que nos hechiza y se convierte en memoria.

 

En la noria alunada de Malecón, en la caricia

que aguarda tu mejilla, anda

en el inesperado café vespertino,

en la ría mansa de corriente aventurera

anda, en las calles calurosas

de los años viejos, anda que anda

sobre las piedras bohemias de Las Peñas,

en la dulcedumbre que te abraza.

Anda que anda, que nos toca y esconde su mano.