De mi archivo: En 2022 apareció mi texto transgenérico Poéticas de Guayasamín, en coedición del Fondo de Cultura Económica y UArtes Ediciones. El espíritu neocolonial continúa deshumanizando al Otro y lo ha convertido en un bárbaro monstruoso al que hay que temer. He intentado una lectura del pensamiento anticolonial y emancipador de Frantz Fanon en diálogo con la obra de Guayasamín.
Los condenados de la tierra, 1967-1968, óleo sobre tela, 122 x 122 cm (# 1, 3, 5 y 9), y 122 x 244 cm (# 2, 4, 6 y 8), de La edad de la ira, en La Capilla del Hombre. (Foto Jorge Medina) |
¿En qué rincones del mundo cantan L’Internationale, de letra escrita, en 1871, por Eugène Pottier, aquel obrero textil que combatiera en las barracas de la Comuna de París? ¿En dónde suena aquella música compuesta, en 1888, por Pierre Degeyter, que, a los siete años, ya era obrero de una fábrica de mecánica y estudiaba en la escuela nocturna para trabajadores?
El 6 de diciembre de 1961, en el hospital de Bethesda, en Maryland, Frantz Fanon, que había ingresado en octubre de aquel año bajo el nombre de Ibrahim, moría de leucemia a los treinta y seis años. François Maspero, su editor, alcanzó a enseñarle un ejemplar impreso de Les damnés de la terre, pero Fanon no alcanzó a ver la independencia de Argelia, por la que luchó en su calidad de militante del Frente de Liberación Nacional.
¿En dónde repican aún las campanas de la lucha descolonizadora? ¿Por qué la violencia estructural de los opresores se disfraza de paz social y es celebrada como el lugar del fin de la historia? ¿Por qué la violencia liberadora de los oprimidos es sancionada moralmente por los biempensantes del poder establecido? ¿Qué parte de nuestra alma está colonizada por la negación del otro?
Frantz Fanon —negro, siquiatra, filósofo, escritor, militante independentista— escribe: «Esta opulencia europea es literalmente escandalosa porque ha sido construida sobre las espaldas de los esclavos, se ha alimentado de la sangre de los esclavos, viene directamente del suelo y del subsuelo de ese mundo subdesarrollado. El bienestar y el progreso de Europa han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos. Hemos decidido no olvidarlo».
Los condenados de la tierra llevan en sí la negación de su ser por parte de quienes han asumido, como un destino manifiesto, la opresión de los otros, de aquellos que habitan la tierra de la barbarie. El aparato colonial niega la condición humana del Otro: se la niega al negro, al árabe, al indio, al amarillo. El Otro, el que por lo general también es pobre, es la barbarie que amenaza y a la que hay que domesticar y someter. Es la barbarie a la que hay que civilizar para ponerla al servicio del capital, siempre blanco, siempre patriarcal. Las palabras finales de Fanon son un desafío permanente a nuestra conciencia: «…hay que cambiar de piel, desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crea un hombre nuevo».
Guayasamín convierte en imágenes estremecedoras los rostros y los cuerpos de aquellos condenados de la tierra. No son los obreros de los desfiles soviéticos: son los marginados de todos los pueblos; las masas de parias; aquella legión que, verdaderamente, no tienen nada que perder sino sus cadenas. Esos rostros y esos cuerpos, de humanidad negada por sus opresores, quieren gritar, y habrán de rebelarse con la ira acumulada en siglos de cruel sometimiento.
La violencia de los condenados de la tierra, inesperada erupción de un volcán dormido, es el síntoma de la injusticia que se ha incubado en la violencia institucionalizada del capital.
El cuerpo, en posición cadavérica; los rostros, ojos desesperados hasta que desaparece la mirada y tan solo queda la boca al borde del grito. Los ojos en guerra con el mundo. Las figuras, en negro, insolentemente cubiertas de sudarios blancos, yacen, se incorporan, se apoyan en los codos; quieren levantarse. Al final, el otro desconocido, ya sin ojos, el rostro del grito de la ira.
Según palabras de Sartre, Fanon «está extirpando, en una sangrienta operación, al colono que vive en cada uno de nosotros». Al igual que Fanon, Guayasamín, a través de su arte, nos confronta con la violencia establecida del paraíso burgués que nos hemos fabricado y nos arroja, desnudamente agazapados, al mundo de los condenados, cobijados por nuestra propia soledad.