José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 03, 2025

Las apuestas críticas de Cecilia Ansaldo


Cecilia Ansaldo Briones, Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, prólogo, selección y notas de Raúl Serrano Sánchez (Cuenca: Casa Editora Universidad del Azuay, 2025). (Foto: R. Vallejo, 2025).

Ha sido maestra desde siempre y su magisterio en la literatura ha dado frutos en la obra de algunas escritoras y escritores de hoy, entre los que me cuento, y, por supuesto en una infinidad de lectoras y lectores. Anima la fiesta de la lectura y el libro desde su asesoría académica en los contenidos de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Ha difundido las novedades literarias en sus columnas de reseña en revistas y periódicos del país. Y, asimismo, es una voz autorizada y lúcida en el ámbito de la crítica literaria del Ecuador. Me refiero a Cecilia Ansaldo Briones (Guayaquil, 1949), que acaba de publicar una recopilación de sus trabajos críticos con el sugerente título de Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, un libro que se convertirá en páginas de consulta indispensable para quienes estudian nuestra literatura.[1]

En esta recopilación de los textos críticos de Cecilia Ansaldo encontramos su amplio, acucioso y profundo recorrido sobre el cuento ecuatoriano desde sus orígenes hasta las publicaciones contemporáneas. Los estudios que Cecilia ha llevado a cabo a través de algunos años dan cuenta de una las más completas lecturas críticas de la producción cuentística del país. La mirada crítica incluye una reflexión continua sobre la teoría del cuento, en tanto género literario con identidad propia al marcar distancia con la formulación de Wolfgang Kayser —que decía que este no era un género en sí— y sostener lo contrario: «creemos que es criatura con plena independencia y con tal venerable antigüedad, que la discusión se da —a estas alturas de la ciencia literaria— por descartada». Cecilia, que dice que «el cuento es arte para la sugerencia», lo describe así:

 

Al elegir como material narrativo un suceso, una situación, una experiencia; su estructura descansa en una condensación de elementos que lo vincula a los efectos de intensidad y casi temporalidad pura de la poesía; la organización de estos elementos, aunque no fijada preceptivamente, tiene su carácter propio de asociación y correlación cerrada. (52-53)

 

Un señalamiento obligado para la construcción de nuestro canon lo encontramos en el prólogo de su antología Cuento contigo (1993), en el que rescata del olvido a la escritora guayaquileña Elysa Ayala (1879-1956), cuyas obras desperdigadas en revistas y periódicos no habían sido recogidas antes en ninguna otra antología. Sobre Ayala dice: «… los tres cuentos de ella que he podido leer acusan las más claras características del género cuentístico, y la temática que cultivó en ellos la identifican como escritora en la línea del futuro realismo» (104).

En esta recopilación de los ensayos de Cecilia Ansaldo también encontramos su recorrido por algunos clásicos de nuestro canon que incluye un estudio sobre la faceta de narrador de Medardo Ángel Silva, ahondando en su novelina María Jesús; otro sobre la novelística de Alfredo Pareja Diezcanseco, de quien, además de su extensa obra novelística, destaca el sentido experimental y contemporáneo de Las pequeñas estaturas y La Manticora; un lectura analítica que ilumina el cuento «Chumbote», de José de la Cuadra; una mirada al Jorgenrique Adoum poeta, novelista y articulista; y a la literatura de Rafael Díaz Ycaza. A este último, de quien se conmemora en este 2025 el centenario de su natalicio, le dedica un amplio estudio, de una obra que abarca varios géneros, sobre la que sintetiza lo siguiente: «Poeta buceador del mar, narrador de su ciudad, articulista agudo, estas y otras facetas convergen en Rafael Díaz Ycaza, escritor que ha dedicado toda su vida al indeclinable oficio de volcar en la palabra tanto el testimonio como los sueños, su enorme sensibilidad de hombre solidario así como su necesidad de convertir en ficciones sus constantes luchas con la realidad» (199).

El libro también apuesta por el posicionamiento canónico de autores con una obra producida desde el último tercio del siglo veinte y lo que va del presente. Así, en su ensayo «“Ignívoro volcán” o los fuegos literarios de Jorge Dávila Vázquez» tenemos una visión que engloba la obra prolífica del autor cuencano que tiene en María Joaquina en la vida y en la muerte, una novela excepcional, así como una cuentística de la que Cecilia, que lo llama «un maestro del relato breve» (225), destaca Las criaturas de la noche; además de su obra dramatúrgica, ensayística y poética. Asimismo, encontramos «El Rincón de los Justos: novelas de la marginalidad», un ensayo canónico sobre la novela de Jorge Velasco Mackenzie, en el que, ya entonces, advertía con lucidez: «Esta literatura de la marginalidad enrique el presente literario del Ecuador, pero se acerca a un límite, después del cual los escritores tendrán que encontrar otros derroteros» (245).

La sección se complementa con artículos sobre la novela Sueños de lobos, de Abdón Ubidia, de la que dice: «Nostalgia, desencanto, soledad, contradicción. En Sueño de lobos se cifran los síntomas de una etapa y de un país. Y en mi reciente lectura, aprecio, también, las luchas interiores en el mantenimiento de la masculinidad» (265); también sobre Mientras llega el día, la luminosa novela histórica de Juan Valdano con la que, según Cecilia, «maduraremos hasta aceptar en los términos adecuados nuestro mestizaje, creceremos hacia la construcción de un gobierno justo, abonaremos el terreno necesario para saber quiénes somos a costa de tener claro cómo hemos sido» (278).

Además, sendos artículos sobre La luna nómada, de Leonardo Valencia, y su relación con el conjunto de su obra, de la que concluye que sus textos: «[…] recorren los caminos de mundo: Roma, China, India, las islas Galápagos, La Habana, Guayaquil son los enclaves de ficciones minuciosas, retratadas con los datos necesarios sobre los marcos culturales elegidos» (287); una visión de conjunto sobre la novelística de Ernesto Carrión, de la que señala que «Guayaquil y su amplio y disímil paisaje urbano es la plataforma preferida de sus ficciones […] Guayaquil es un madeja sobre la que se enrollan y desenrollan hilos pretéritos, para crearle un rostro y una identidad, para oírla respirar como un pulmón agitado y abrirle al lector sus verdades acalladas» (290); y, también, sobre tres textos de Marcelo Báez Meza: El gabinete del doctor Cineman, singular y lúdica reflexión sobre cine; El viajero inmóvil, su antojolía poética, y Otra vez Amarilis, una novela de radical juego metaficcional, escrita a partir de una rigurosa investigación literaria y con humor inteligente; de ella, dice Cecilia: «El pretexto [la invención de la vida de Márgara Sáenz, la poeta ecuatoriana que, a su vez, fue inventada como una broma de tres poetas peruanos] deja secuela muy ricas en el trabajo de Báez, vericuetos sugerentes de cómo la vida imita a la literatura, de cuánta ligazón hay entre autores y obras de puntos distantes del planeta, y en la medida en que se acerca al presente, los hechos pueden vincularse cuando hay detrás un demiurgo que los aproxima» (306).

Raúl Serrano Sánchez, a quien le debemos el prólogo, la selección y las notas de Apuestas críticas, dice que, en los años ochenta, cuando él todavía vivía en su natal Arenillas, le pedía a su padre que le comprara la revista Vistazo en sus viajes a Guayaquil. La razón del pedido era su avidez por leer la sección en donde Cecilia Ansaldo comentaba libros de literatura ecuatoriana y latinoamericana, y recuerda, agradecido, de qué manera estos artículos de Cecilia estimularon al lector en formación que entonces él era. Y es que otra labor permanente de Cecilia Ansaldo ha sido la de reseñar las novedades literarias. Además de su columna en Vistazo, Lo hizo también en la revista Tiempo Libre y lo continúa haciendo en su columna de diario El Universo.

Varios textos del arte de la reseña, una escritura que combina el tono de difusión con la profundidad del análisis literario y que Cecilia domina, los encontramos en la sección «Escritoras de lo pequeño y lo grande», en donde comentan libros de Carolina Andrade, «Soy admiradora apasionada de Revista y revuelta (2003), esa colección orgánica concebida como un magazín con historias independientes entre sí» (361); Gabriela Alemán, «Me detengo en el binomio salud-enfermedad [de Humo] que forma parte del núcleo narrativo: la expansión del dolor y de la muerte, como correlato de la guerra también ilustran una capacidad descriptiva elocuente y detallada» (367); Mónica Ojeda, «Nefando es una novela de la oscuridad del ser, una exploración del dolor gratuito, de la sexualidad destructora, de la anarquía que la vida puede seguir teniendo detrás de sus máscaras civilizatorias» (369); Alicia Ortega, «Para el estudioso de la literatura ecuatoriana [Fuga hacia adentro] es una puesta al día de sus asentados conocimientos de un siglo de novela de nuestro país, pero llevándolo de la mano a que haga conexiones y a que integre lo fragmentario del listado de obras y autores, a una visión macro de la historia y los procesos de desarrollo político-sociales del Ecuador» (372); María Fernanda Ampuero, «Fernanda da testimonios [en Sacrificios humanos]. Cuenta sobre su infancia —cuántas niñas y muchachas entre su humanidad literaria—, sobre su familia y barrio, sobre su experiencia migrante y su militancia feminista» (376); Solange Rodríguez, «Otra vez me atrapa la lectura de un buen libro de cuentos [El demonio de la escritura], otra vez son 13 y por repetida ocasión es de una escritora guayaquileña a quien le tengo viva admiración» (379), y Natalia García Freire, «Impresiona el suave pero firme estilo de la escritora para crear un tejido de palabras cargadas de hálito poético y capaces de levantar un copioso simbolismo con reminiscencias clásicas y bíblicas [Nuestra piel muerta]» (382). En este punto destaco el acierto de juntar en este capítulo, la amplia y estimulante visión de Cecilia Ansaldo sobre la literatura actual escrita por mujeres.

En muchos de sus trabajos críticos, Cecilia Ansaldo ha privilegiado la perspectiva feminista para iluminar las obras literarias y ha desarrollado una certera pedagogía para sensibilizar y concienciar a sus lectores al respecto. En su ponencia «Una mirada “otra” a ciertos personajes femeninos de la narrativa ecuatoriana» (1995), explica con claridad algunas premisas generales de la ginocrítica, entre las que cito tres: «[1] El análisis literario no puede ser neutral: es un análisis político que saca a la luz las prácticas del sexismo para concientizar sobre su erradicación. [2] La ginocrítica cuenta con la separación sexo y género y sostiene que toda escritura-lectura está marcada por el género. [3] El apoyo interdisciplinario para el análisis feminista también debe salir de unas ciencias humanas feministas […]» (115).

La ponencia citada arriba analiza el tratamiento que los escritores han dado a los personajes femeninos en La emancipada, de Miguel Riofrío; Cumandá, de Juan León Mera; A la Costa, de Luis A. Martínez; Débora, de Pablo Palacio; La Tigra, de José de la Cuadra; y Baldomera, de Alfredo Pareja Diezcanseco, y, luego de un minucioso trabajo textual, concluye, entre otros puntos: «Que los personajes femeninos que emergen de las obras de los primeros narradores de nuestra literatura no son auténticos personajes de ruptura, a pesar de las intenciones de sus autores. Cada uno de ellos ha sido víctima […] de una reducida, equivocada o simplísima concepción de lo femenino, que los llevó al fracaso o a la muerte» (132). Lo que no significa desconocer el valor literario de las obras mencionadas, pero sí señalar las limitaciones de los prejuicios de su época en la visión sobre la situación de la mujer en la sociedad.

            En el prólogo de Cuentan las mujeres. Antología de narradoras ecuatorianas (2001), Cecilia Ansaldo reflexiona sobre la necesidad de posicionar la literatura escrita por mujeres en el seno de una sociedad patriarcal y, con lucidez, plantea que «hay un grave riesgo en la agrupación excluyente de sus obras que consiste en dar la imagen de que las autoras escriben sobre asuntos de mujeres y para mujeres […] que lo universal es masculino […] y que lo femenino se centra en campos tan específicos, tan particulares, que esa perspectiva no es transferible a las vivencias de lo humano» (139). Pero, superado el riesgo, la apuesta por una antología de escritoras es, tanto en su momento como ahora, una necesidad crítica para entender las propuestas literarias de hoy en toda su extensión. En Cuentan las mujeres, Ansaldo combina el género de sus autoras con las propuestas estéticas de sus cuentos y, así como en 1993, ella nos descubrió a Elysa Ayala, en esta antología de 2001, la crítica apuesta por la voz nueva de Solange Rodríguez (1976), la más joven de las antologadas, que hoy es una presencia indiscutible de nuestra narrativa.

            La apuesta de Cecilia Ansaldo por la literatura escrita por mujeres incluye, en esta colección de ensayos, dos trabajos académicos de primer orden. El uno, que cierra este libro, es «“Finjamos que soy feliz”: recado de Sor Juana a Juan León Mera», que fue su discurso de ingreso como miembro correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 4 de marzo de 2015; en él, como en una tertulia literaria, Cecilia hace observaciones precisas al trabajo pionero de Mera sobre Sor Juana, que ella pondera, de tal manera que la lectura de la tradición crítica gana en profundidad. El otro es «De la voz armoniosa y profunda: mujer y poesía en la obra de María Piedad Castillo de Leví y Aurora Estrada I Ayala», que fue su discurso de ingreso como miembro de número a la AEL, para ocupar la silla H, el 7 de julio de 2022. Cecilia analiza la poesía de las dos escritoras, ubicada en la tendencia del Modernismo, y, al señalar el poco conocimiento que se tiene sobre la obra de ambas, confronta a la tradición crítica: «He llenado tardíamente mi propio desconocimiento de la literatura con sus obras y culpo a la ceguera de los historiadores, al egoísmo de los críticos y tal vez, peor, a la proverbial misoginia de los estudios literarios. ¿Por qué sus nombres no afloran junto a los modernistas que en las listas se agostan con la Generación Decapitada?» (401-402).

            Esta recopilación se cierra con una sección en la que se extiende el espacio de los ensayos hacia lo iberoamericano: un ensayo sobre José Martí, en la celebración del sesquicentenario de su natalicio, de quien dice que «fue un intelectual y un prócer, un artista y un activista político. Fue, en pocas palabras, un ser humano extraordinario» (435). Y, no podía faltar, una exquisita reflexión sobre El Quijote, del que Cecilia es una lectora especializada, a partir de los objetos simbólicos del hombre de La Mancha: aquellos con los que se arma como caballero, y aquellos otros que dan paso a las aventuras, como la bacía que por fantasía del Quijote se convierte en el yelmo de Mambrino y otros; también aborda la cuestión de los lectores que existen en la novela de Cervantes y, sobre todo, el juego metatextual que ocurre en la segunda parte: «Creo que en esta elección —de las infinitas que le suponen a un narrador componer una novela— Cervantes lleva el objeto libro a la cumbre de sus capacidades de objeto de arte y cultura: es medio de representación, ingresa a la vida concreta como entretenimiento, enseñanza y simbolización; al desprevenido lector, engaña; al ágil y dialogante, revela y completa. Libro fetiche, libro caja de Pandora, libro que abre cuevas con otra clase de mundos» (455).

            He dejado para el final, por modestia y pudor, la mención del capítulo que Cecilia dedica a mi literatura: desde la aparición de Solo de palabras (1992), pasando por Acoso textual (1999), un estudio general sobre la presencia de lo erótico en mi narrativa, El alma en los labios (2003), El perpetuo exiliado (2016), hasta Gabriel(a) (2019). En este punto, solamente me queda agradecer a la crítica, con emoción y afecto, por la lectura generosa con la que ha acompañado el desarrollo de mi obra.

            Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, de Cecilia Ansaldo Briones, es un libro que estábamos esperando con ansia en el campo de los estudios literarios, por cuanto reúne los textos fundamentales, que hasta hoy habían aparecido de manera dispersa, de una estudiosa cuyo nombre es referencia obligada en el mundo académico. Y, no está por demás decirlo, las apuestas críticas de Cecilia Ansaldo Briones son de referencia imprescindible en nuestra tradición crítica, así como una contribución indiscutible a la difusión de la literatura ecuatoriana.


[1] Cecilia Ansaldo Briones, Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, prólogo, selección y notas de Raúl Serrano Sánchez (Cuenca: Casa Editora Universidad del Azuay, 2025). El cuidado de la edición estuvo a cargo del poeta Cristóbal Zapata.

 

lunes, junio 24, 2024

«Visceral»: una escritura iracunda y vitalmente honesta


            «Como el dios del Antiguo Testamento, he construido una obra literaria alrededor de la ira […] La tinta de mis cuentos es la ira contra los acosadores de mi infancia y mi adolescencia […] Quiero abrazar este sentimiento y hacer con él cada cosa: bailar, marchar, escribir» (26).[1] Un libro de escritura estremecedora, descarnadamente honesto y vital. Visceral, de María Fernando Ampuero, es un texto transgenérico que da cuenta de una vida en constante enfrentamiento con las diferentes formas de violencia contra la mujer, y los estereotipos y prejuicios de una sociedad patriarcal, mediante una escritura deslumbrante, cargada de ira. Un libro que vapulea a quien lo lee con la verdad de su testimonio.

Visceral es un texto que busca alejarse del ambiguo pacto de verosimilitud de la autoficción para adentrarse en los territorios de la memoria y la confesión autobiográfica, bajo el marco invisible de una sólida reflexión cultural sobre la sociedad patriarcal. «Asfixia», el texto que abre el libro es una suerte de poética que plantea la necesidad de la escritura como una expresión de la ira que provoca la misoginia latente en el mundo y que busca la destrucción de las mujeres: «Recurro a la literatura. / Como siempre que no puedo entender algo, que la injusticia me retuerce las vísceras, que siento que podría desmayarme de ira, recurro a la literatura» (13). Esa ira es generada por el terror que causan el desastre ecológico del planeta, el abuso y la violencia contra las mujeres y el ascenso del neofascismo cuyo ejemplo es Vox, el partido de la ultraderecha española. Ampuero no teme la exposición personal porque la fuerza de sus textos reside en la brutal honestidad de su escritura.

            En Visceral, Ampuero recorre la memoria marcada por la represión social ante la libertad del espíritu de una mujer y el acoso normalizado ante un cuerpo que no calza en el molde del cuerpo que la sociedad de consumo idealiza. La miseria y el peligro para la salud generados por la industria de la delgadez son develados en «Mórbida» y «Gorda», dos textos dolorosos que diseccionan el sufrimiento en la autoestima causado por el rechazo a una persona en función de su cuerpo: «Las flacas parecían merecer más el mundo que nosotras. / Madre quería conservar a marido. Hija tenía que conseguir marido. / Ambas cosas requerían de las pastillas amarillas y naranjas de los doctores peruanos» (78). Pastillas mágicas para adelgazar que combinan el poder destructor de las anfetaminas, diuréticos y laxantes que hasta hoy siguen envenenando a las mujeres en busca del cuerpo idealizado por el mercado y, pese a su peligro mortal, carecen de control por parte de las autoridades sanitarias.

            Ampuero recorre con nostalgia y un espíritu liberado la memoria de Guayaquil, de su infancia y adolescencia, de su padre y su madre; así, la ciudad se convierte en un lugar cruel del que hay que salir para sobrevivir cuando se es una niña con inquietudes: «Nací en Guayaquil, Ecuador, una ciudad sin sueños. Miento: una ciudad donde mueren y matan los sueños» (45). Habla sobre el horror de la pandemia y el encierro, así como del amor en medio de aquel momento apocalíptico que vivió el planeta y que a ella le tocó vivirlo en Madrid: «Un hombre y una mujer encerrados por la neblina» (161). Visceral trata varios asuntos con una lúcida mirada feminista: la sexualidad, la maternidad, la migración, el desastre ecológico del mundo. Y con «Loca», Ampuero ha escrito uno texto conmovedor por su claridad, cercanía y verdad, que combina confidencias y datos periodísticos sobre la salud mental: «No sé dónde termino yo y dónde empieza la enfermedad […] Vivir con esto es como tener un animal salvaje en casa. Se traga todo y quiere más. / Vivir con esto es como vivir en una cada endemoniada. Tú eres el demonio y también la casa / Vivir con esto es sobrevivir» (138-146-147). Un texto que es también una plegaria para el cuidado de quienes sobreviven con la depresión a cuestas bajo el entendido de que «la felicidad no es una decisión. No lo es para nada» (142).

Hay una tremenda y dolorida honestidad en Visceral, que es un libro con el tono íntimo de la confidencia, con la ira de quien exorciza sus demonios tormentosos, con la furia de una escritura implacable. María Fernanda Ampuero nos confía su fragilidad en medio de la catástrofe del mundo, al mismo tiempo que nos comparte la fuerza iracunda de su literatura.



[1] María Fernanda Ampuero, «Furia», en Visceral (Madrid: Editorial Páginas de Espuma, 2024), 26. Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.


lunes, junio 17, 2024

«El síndrome Salinger»: la violencia sexual del patriarcado literario

           

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, ganó el XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, en el género de novela breve.

            Un laboratorio de experimentación discursiva, una escritura de enorme fuerza política, un tratamiento valiente de un problema estructural y de actualidad. Marcelo Báez Meza, ha hecho de cada libro suyo un campo de búsquedas estéticas en las que combina la investigación académica, la tradición literaria y la puesta al día de los problemas éticos que se derivan de tales búsquedas. Su novela en verso Tan lejos, tan cerca (1996) que, imbuida de cine y música, articula una crítica a los mass media. Como una prolongación de sus intereses temáticos, apareció Tierra de Nadia (2000), que se adentra en el discurso del mundo cibernético y la consciencia permanente del acto de la escritura. Asimismo, tenemos ese monumental texto metaliterario que la icónica Nunca más Amarilis (2018, Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja 2017) o ese divertimento policial en Guayaquil, escrito con humor y pasión por el arte, que es El buen ladrón (2019).

En su más reciente novelina, El síndrome Salinger, —ganadora del XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja—[1], Báez construye el estrado novelesco de un proceso de justicia poética a partir de la exposición del síndrome que lleva el nombre del escritor norteamericano Jerome David Salinger (1919-2010), autor de la célebre novela The Catcher in the Rye (En español, El cazador oculto o, también, El guardián en el centeno, 1951).

            En realidad, el síndrome Salinger se refiere al miedo de un escritor a mostrarse, a tener visibilidad, pero Báez, con una vuelta de tuerca, plantea su propia versión del síndrome y lo desarrolla a partir del señalamiento de J. D. Salinger como «un experto en el infame arte del grooming», es decir, «la actividad criminal de amistar con un (o una) menor para tener una relación sexual» (143). En el capítulo «Las diez leyes del síndrome Salinger», la voz narrativa, que es femenina, expone, como en un canon musical, episodios biográficos de Salinger en contrapunteo con la formulación de las leyes del síndrome. En este capítulo, escrito con la fuerza de la crónica periodística, la narradora disecciona el abuso que se da, en la relación de pareja, de un hombre con poder y una mujer menor encandilada por la fama de dicho hombre. El nombre de Salinger encabeza una lista de protagonistas de diversas formas de violencia patriarcal: Neruda y la violación de una criada, Pablo Milanés y el asalto infructuoso a una admiradora de su canto, Foucault y el turismo sexual con niños menores de edad, Juan José Arreola y el abuso sobre dos escritoras de sus talleres literarios, etc.

En el marco del síndrome, el centro de la confrontación entre víctima y victimario reside en la interminable y compleja discusión acerca de los límites del consentimiento. En el capítulo «El caso de Vanessa Springora», el autor describe el testimonio de esta escritora en su libro El consentimiento (2020), que trata sobre su relación con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía catorce años y él cincuenta. Producto de esta relación, Vanessa padeció «desórdenes alimenticios, drogas, internaciones, abandono del colegio y del hogar, tratamiento psiquiátrico y psicológico, dificultades para relacionarse con otros hombres, depresión […] se peleó con su mamá, que le advirtió que estaba con un pedófilo» (83).

El núcleo de la intriga novelesca es la narración de Lucrecia Lanza, una periodista cultural que, en su juventud, fue violada por su profesor de literatura, el crítico y académico ecuatoriano Eduardo Torres y que planifica tomarse la justicia por su propia mano. El libro que estamos leyendo es, a la vez, el texto de Lucrecia para desenmascarar a los depredadores. No es una terapia, como dice el personaje; es la necesidad de fijar lo sucedido en la memoria de la escritura. Al respecto, dice Lucrecia: «No sé quién soy si no escribo. Vivo a través de la escritura» (19). En «Introducción a mi letra» encontramos el descarnado autorretrato de una mujer que, durante su vida, ha sido objeto de abuso sexual y una voz que clama al final del capítulo: «(Una tipografía que se sea solo de mujer)» (23).

Báez es un maestro en el arte de novelar y utiliza todos los artificios que constituyen ese artefacto literario llamado novela. Así, para describir al profesor Eduardo Torres utiliza el recurso del falso documental y nos lo muestra en una entrada de la Enciclopedia Británica, en cuya redacción hace gala de un fino sentido del humor. Señala que Torres ha publicado estudios sobre varios autores latinoamericanos como El arco sin lira, sobre Octavio Paz, o La ciudad letras y los perros, sobre Vargas Llosa; o compilaciones como Un narrador resucitado a puntapiés, sobre Pablo Palacio, o que ha ayudado a lanzar las carreras literarias de Marcelo Chiriboga, Márgara Sáenz y Diego Donovan, todos ellos escritores que solo existen en la metaficción literaria. (35 y 36).

En el tono del falso documental, también está el juicio seguido contra Torres en Estados Unidos por otros sucesos de abuso en una universidad norteamericana del que, gracias a un arreglo económico, Torres salió librado y con dinero. Otro artificio es la introducción de crónicas y testimonios sobre depredadores reales como los que ya señalé anteriormente y no duda en dejar enumeradas las fuentes bibliográficas de las que se nutre la nutrida información de la novela. Asimismo, al final de cada capítulo hay frases sentenciosas, a veces sobrecargadas, de una voz que, a manera de moraleja, va construyendo una ética tanto de la materia tratada como de la escritura.

Esta novela, de estructura fragmentaria, está construida con crónicas sobre casos de abuso y violencia sexual, con monólogos de varias mujeres en diversas épocas históricas que develan, al igual de Springora, a sus victimarios. Báez va armándola con noticias de aquí y de allá, narraciones de sucesos similares al de la trama principal como la historia de Ana Magdalena Wilke, la esposa de J. S. Bach, en «Del género bien temperado», o reflexiones éticas y políticas partir de otros hechos como «El caso de Vanessa Springora» y el tema del consentimiento. Hay, incluso, un fragmento con una voz que se funde con la voz del autor ficcionalizado y transmutado en un/a viudo/a que se personifica como rey de su promoción, como sucede en el capítulo «La mujer que le prestó su voz a Siri»: «“El día que conocí a la locutora que le presta la voz a Siri, pensé que era objeto de una broma pesada”. Así empezada un texto que borroneé allá por el año 2015 cuando vivía en Kentucky» (125).

En «El pesado atuendo de Nora», la voz es la de Nora Barnacle, la esposa James Joyce, quien interpela a su marido por haberla ficcionalizado en su obra literaria, sobre todo en el último capítulo del Ulises: «Esa voz del monólogo final no es la mía. Es la de él. Soy yo, creada por él. Es un ladrón de textos, de voces… vocerío, voces de río. Creerá que pudo haberse robado mi voz, pero mi alma, no. ¿Qué es un alma? Yo no le di permiso para convertirme en Molly Bloom. Yo no florezco en su textualidad» (169). Aquí, sin embargo, la pregunta que emerge es si todos quienes escribimos no somos, de alguna forma, ladrones de textos y de voces. Y, claro está, todos los capítulos en los que desarrolla el síndrome Salinger. Esta fragmentación le da un tono de crónica armada con piezas de distinta índole y articuladas con el hilo de la historia principal que es la venganza de Lucrecia Lanza, un episodio que tiene el tono de un comic por la desmesura y la violencia en función de lo que es la justicia por mano propia de quien no ha podido alcanzar justicia.  

El capítulo «La violación de Lucrecia» es un texto en clave testimonial que corta el aliento: tiene fuerza narrativa y estremece, tiene verdad vital e indigna. «Qué pasa cuando se recuerda todo vívidamente. Cómo atrapar lo sucedido en palabras» (183), piensa la narradora de la historia. Todos los textos que constituyen la estructura de la novelina adquieren sentido cuando leemos este capítulo y el de su resolución «Ariadna caza al minotauro». El diálogo intertextual, que Báez maneja con maestría, adquiere su profunda dimensión ética y articula la intimidación machista que ejerce la sociedad patriarcal en la historia de la ficción que dialoga con los sucesos de la vida real. Los sentidos de la novela, así estructurada, desenmascararan el abuso y la violencia que se ejerce desde el poder que otorga la fama en el mundillo literario con el mismo sentido que el movimiento Me Too desenmascaró la violencia patriarcal en la industria del cine.

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, es una novelina fragmentaria que conjuga varios géneros discursivos y los amalgama con sabiduría estética, tiene una escritura deslumbrante y envolvente, y, con una radical consciencia política, contribuye al coro de voces de las víctimas de violencia sexual en el mundo del patriarcado literario.



[1] Marcelo Báez Meza, El síndrome Salinger (Loja: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, 2024). Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.

 


lunes, junio 10, 2024

FIL-Quito 2024: un espacio público y diverso para la ciudadanía lectora

            ¿Hay algo más patético que escuchar las lamentaciones y reclamos de una persona que escribe por no haber sido invitada a una feria de libro? No es obligación de ninguna feria de libro invitar a cada persona que escribe en el paisito, aparte de que es un imposible práctico. En una feria de libro no hay nadie imprescindible, aunque las amistades tuiteras se pregunten por qué no invitaron a fulana o a mengano. Yo mismo podría, sin mucho esfuerzo, elaborar una lista de gente que escribe y que, con más mérito que el de quienes se quejan, no ha sido invitada; pero es claro que las invitaciones dependen, entre otros factores, de la institución que organiza la feria, de la curadoría, de las editoriales que participan, de la disponibilidad de la agenda de las personas que escriben y, aunque parezca obvio decirlo, también del presupuesto. Además, existe una prensa que desconoce la deontología del periodismo y que funciona como la policía fascista y cuelga el sambenito inquisitorial de correísta a quienes son —como si ser de una tendencia política fuese un delito— y a quienes no, con tal de construir una narrativa criminalizadora, tal como hicieron los nazis con los judíos. En este marco ideológico, la FILQuito 2024 no ha estado exenta de los ataques de algunos políticos de derecha y sus aliados mediáticos, cuyas mentiras ya fueron refutadas y su bajeza puesta en evidencia. Contra los ataques y las quejas, los hechos. La lista de participantes y el programa de la FIL-Quito 2024 demuestran que el evento tiene pluralidad ideológica, escritoras y escritores de primer orden y una agenda pensada en la comunidad lectora. No voy a caer en la estulticia de enlistar a escritoras y escritores según su afinidad política e ideológica, pero sí señalaré que quienes fueron invitados están en el programa de la feria para hablar de literatura y leer poesía: por supuesto que lo harán desde su particular forma de entender el mundo porque nadie carece de ideología y en esa libertad de decir reside el debate democrático. Lo que sí resaltaré es la presencia de Colombia como país invitado y una delegación muy representativa de su hacer literario. Entre los invitados colombianos destacaré la presencia de Piedad Bonnett, a quien recientemente le ha sido entregado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en su XXIII edición, uno de los galardones más importantes de la lengua española. En una entrevista, a propósito del premio, Bonnett ha dicho: «La literatura está para mover las emociones y para movilizar las ideas».[1]  Hay varios invitados de otras latitudes cuyos nombres registran una obra literaria destacada como Mario Montalbetti y Gabriela Wiener (Perú), Mario Bellatin (México), Fernanda Frías (Uruguay), y Gabriela Cabezón Cámara (Argentina), entre otros. También están invitados ecuatorianos que viven en el extranjero como María Fernanda Ampuero, en España, y Huilo Ruales, en Francia, para citar solo dos nombres; o que viven en ciudades que no son la capital como Yuliana Ortiz, Roy Sigüenza, María de los Ángeles Martínez, Juan Carlos Morales, Andrea Crespo, Ernesto Torres Terán, Solange Rodríguez Pappe, Jeovanny Benavides, María Paulina Briones y Hans Behr, entre muchos más. Además, la curaduría ha logrado equilibrio de género en la programación de los aproximadamente300 eventos de la feria y aunque falta una mayor representación regional, el mapa literario del país, en general, está presente. Incidentes que tienen que ver con la cultura de la cancelación o con la sobrerrepresentación de una u otra tendencia política fueron tratados con tino por la organización de la feria. Finalmente, el reto de una feria de libro inclusiva es que en ella participen ángeles y demonios: cada persona escogerá a quien y qué escuchar y se formará su criterio sobre lo que escucha. Adicionalmente, la agenda aborda una gran variedad de temáticas y dedica espacios importantes a la mediación lectora para públicos infantiles y juveniles y talleres de creación. Asimismo, la feria rinde homenaje al centenario de La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera (Neiva, 1888 – New York, 1928), novela que marcó la narrativa regional y que, hoy día, nos permite entender de mejor manera la lucha por la supervivencia de la Amazonia. La frase última de la novela, «¡Los devoró la selva!», referida al protagonista Arturo Cova y sus compañeros, es apoteósica por su valor simbólico en la historia de la confrontación del ser humano con la naturaleza y por la metáfora que envuelve el final de una tendencia literaria. Valeria Coronel, actual secretaria de Cultura del Municipio de Quito,[2] con criterio y mesura señaló: «La Feria del Libro no es una pasarela de artistas sino el cumplimento de un derecho de la ciudadanía […] hicimos una apuesta por preservar el espacio público y no dar cabida a la intolerancia que afecta a la sociedad». Ahora bien, una feria no hace milagros por el libro, sino que refleja el nivel de la industria editorial y el nivel de la actividad lectora del país y la ciudad. No hace milagros, pero los provoca: lo fundamental es que la FIL-Quito 2024 sea un espacio público y diverso al que la ciudadanía lectora de la capital debe hacer suyo y disfrutarlo.



[1] Acerca del libro más conocido de Bonnett y el diálogo con la exposición Embozalados y autorretratos, de su hijo Daniel Segura Bonnett, escribí hace diez años en este blog la entrada «El único acto de la vida sin atenuantes es el suicidio»: «La poeta Piedad Bonnett, su madre, expone su espíritu doliente con el pudor de la confesión en Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), testimonio de un duelo, escrito con el estremecimiento de una palabra honda, auténtica y trágicamente bella. La escritura es también otra manera de sobrellevar una pérdida».

[2] Valeria Coronel es Ph.D. por el Departamento de Historia de la Universidad de Nueva York (NYU, 2011) y magíster en Historia Andina por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Ecuador. Ha sido profesora titular en la Universidad Javeriana de Colombia (1996-2000), investigadora invitada en la Universidad de Massachussets (2019) y la Universidad de Köln (2015) y la Universidad de Guadalajara (2020). Fue vicerrectora general académica de la FLACSO-Ecuador 2016-2018 y co-directora del laboratorio de investigación sobre regulación y desregulación de la riqueza en América Latina, CALAS, sede central México 2020-2022. Sus publicaciones abordan la contienda sociopolítica republicana, los partidos políticos con énfasis en la configuración de corrientes democráticas de raigambre popular. Estudia el republicanismo democrático, las izquierdas y los orígenes del Estado de previsión social en la crisis de entreguerras siglo XX.