José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, noviembre 22, 2020

Resistencia y resiliencia de los que claman justicia

             


El 1 de junio de 1978, el dictador Jorge Rafael Videla inauguró aquel mundial de fútbol, ejemplo de despilfarro y corrupción, que ganaría Argentina. En las calles de Buenos Aires, las Madres de la Plaza de Mayo denunciaban ante el mundo la desaparición forzada de sus hijos y la dictadura, con la complicidad de los grandes medios argentinos, justificaba la violencia criminal del Estado como una estrategia de la guerra contra la subversión. Aquel día, la vida de Julián Martínez, 50 años, soltero, sin hijos, quedó partida en el ayer de la militancia política clandestina y la sobrevivencia que vendría, al convertirse en un linyera. El Hogar, de José Henrique, es una novela que engancha a sus lectores a partir de una intriga desarrollada con el lenguaje de la crónica y la investigación periodísticas, del diario personal y del relato policial.  

            En la primera parte, Julián escapa de la persecución de la dictadura, que ha allanado su casa, convirtiéndose en un habitante de la calle. Su transformación en un desechable urbano lo pone a salvo de la tortura y, al mismo tiempo, lo convierte en nadie. La dictadura fue capaz de convertir en nadie a miles de seres humanos: Videla dijo de los desaparecidos que eran seres sin entidad. Solo que los desparecidos de Videla estaban muertos. Julián tiene una muerte civil: ha dejado de ser para transformarse en un no-ser. Desde la invisibilidad política, en la miserable libertad que da la calle, Julián contempla la represión de un poder dictatorial que ha puesto bajo sospecha a todos los habitantes del país. En la calle, Julián se topa con la miseria de los miserables: Pedro, otro linyera como él, representa el miedo, la cobardía, la comodidad del ciudadano común; ese mismo que decía de los torturados en centros clandestinos: “Si están ahí, por algo será”. Esta sección se cierra con un acto de justicia, por parte de Julián, que reivindica su dignidad de ser humano.

            En la segunda, Julián es enviado a Necochea a un hogar de ancianos de la calle, aunque él no lo es; no obstante, lo acogen porque la calle y la enfermedad lo han envejecido y puede fingir serlo. Julián continúa escapando de la represión; el militante que fue es un recuerdo lejano: se ha transformado en un viejo que ha perdido una mano. Julián necesita pensar políticamente para no perderse, dice el narrador. El hogar de ancianos es una suerte de alegoría: en ese micro país existen la corrupción, los soplones, los represores, los militantes clandestinos, así como la gente común que resiste en silencio, con ese callar que sobrevive agazapado, y está siempre a punto de reventar. El discurso novelístico se convierte en un policial. Julián decide investigar el crimen de una prostituta que es atribuido por las fuerzas represivas a un marinero yugoslavo. Hay un barco afantasmado de por medio. La investigación lleva a Julián a descubrir los efectos de la dictadura en la vida cotidiana de un hogar de ancianos. De la misma manera que en la primera parte, Julián busca la realización de un acto de justicia para recuperar, una vez más, la dignidad perdida.

            El Hogar, de José Henrique, es crónica que milita en la resistencia y resiliencia del ser humano y se inscribe en una tradición literaria que convoca a Rodolfo Walsh y Osvaldo Soriano. En esta novela hay una trama que entreteje el sórdido crimen de una prostituta y la represión de la dictadura militar; la existencia callejera de los linyeras y la vida de encierro de los ancianos en un hogar de acogida. Sus recursos narrativos incluyen las imágenes de las noticias de periódicos de la época, con lo que inserta el tiempo de la ficción en el de la historia. En tanto lectores, lo que nos genera un profundo estremecimiento es que en esta novela están presentes la memoria que nos enfrenta a la crueldad del poder militar y la búsqueda de un claro día de justicia por sobre las prácticas tenebrosas de una dictadura.

 

Henrique, José. El Hotel. Buenos Aires: Final Abierto, 2020.


miércoles, octubre 14, 2020

Perla guayaquileña (1820-2020)

El 9 de octubre pasado se cumplió el bicentenario de la declaración de independencia de Guayaquil. Mi poema quiere celebrar este bicentenario con la convicción de que una perla es la belleza de la esfera que nunca pertenece a nadie, aunque ella nos posea en el cautiverio libre del amor. Devolverla a su hogar es la única alternativa para poseerla por siempre en la memoria, es decir, en el corazón. 


Atardecer con noria iluminada (Fotografía de Cristina Velasco, marzo de 2018).

   

Descubrirte

perla del Guayas

mansedumbre de ría;

andas en manglar agreste,

bañada y cantora,

en la luz nocturna

de la noria del malecón.

 

Empaparme

en tu piel de aurora

plácida y libérrima;

refulges, perla,

húmeda y caliente

orgiástica y exultante

talismán de la razón.

 

Extasiarme

sensualidad de iguana

en tus ojos de cafetal;

existes, guayaquileña,

perla de fuego y tierra

por las calles guácharas,

en la flor del guachapelí.

 

Incendiarme

bajo soles de octubre

en hamacas de miel;

debo devolverte, perla,

a la profundidad de la ría,

tras el dulce cautiverio

de mi fiel libertad en ti.

 


lunes, septiembre 28, 2020

Abad Faciolince: Memorial de la violencia en Colombia

Paisaje de Jericó, Antioquia, Colombia (Foto de Héctor Abad Faciolince, 2012)

            Desde la firma de la paz en Colombia, el 24 de noviembre de 2016, hasta marzo de 2020, han sido asesinados 424 líderes sociales, según informe de El Espectador basado en datos de «Somos defensores»:[1] en este reportaje constan el nombre de la víctima, la fecha del asesinato, el lugar y el tipo de liderazgo que ejercía: líder comunitario de la Junta de Acción Comunal, líder indígena de la comunidad, líder que hacía parte de la mesa de víctimas, líder juvenil de las comunidades afrodescendientes, líder sindical, etc. Esta violencia institucional está retratada en El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince, así como en su novela La Oculta (2014), e incluso en parte de sus diarios, publicados como Lo que fue presente (2019).

           

El 25 de agosto de 1987, al terminar el día, Héctor Abad Gómez, médico salubrista y defensor de los derechos humanos, fue asesinado en Medellín. El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince, hijo de Abad Gómez, nace de la necesidad de procesar un duelo y su escritura es un estremecedor testimonio de la vida de su padre, del pensamiento y la lucha de este, así como del marco histórico de la violencia en que se fraguó este crimen y el de otros defensores de los derechos humanos en aquel año.

            El olvido que seremos es un testimonio narrado en primera persona que retrata, en primer lugar, la vida de un hombre bueno y querido, un maestro no solo de medicina sino de ética, un ser humano que se entregó a la defensa de la vida y a la lucha en procura del bienestar de la colectividad: «Al final de sus días acabó diciendo que su ideología era un híbrido: cristiano en religión, por la figura amable de Jesús y su evidente inclinación por los más débiles; marxista en economía, porque detestaba la explotación económica y los abusos infames de los capitalistas; y liberal en política, porque no soportaba la falta de libertad y tampoco las dictaduras, ni siquiera la del proletariado…»[2].

            Además, es un libro que contextualiza los efectos de la violencia histórica y el miedo social y personal frente a esta: hacia el final, todo apunta a Carlos Castaño como el culpable del asesinato: este jefe paramilitar que decía dedicarse a «anularles el cerebro», a quienes consideraba subversivos o aliados de los subversivos, «confiesa que mató a Pedro Luis Valencia, una semana antes que a mi papá, con ayuda de inteligencia del Estado; después, admite que mató a Luis Felipe Vélez, en el mismo sitio y en el mismo día en que mataron a mi papá»[3]. Y, a pesar del horror, también es un libro que habla del amor de un padre por su hijo y del hijo por su padre: «El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá y escogí a mi papá»[4].

           

Un retrato de esta violencia institucionalizada también se encuentra en La Oculta, que es una novela narrada a base de los tres monólogos enhebrados de los hermanos Antonio, Eva y Pilar, que construyen la nostalgia familiar simbolizada por la finca levantada en Jericó, Antioquia. Ellos defienden esta heredad, en medio del conflicto armado, contra la arremetida de los paramilitares que actúan en contubernio con el ejército, contra la crueldad de la guerrilla, que secuestra al hijo mayor de Pilar, y contra la codicia de otros finqueros y mineros aliados de la AUC[5]. La novela, narrada con un lenguaje coloquial que envuelve a quien lee en el drama de cada personaje, es una metáfora del conflicto entre tradición y modernidad, de lo que significa en términos históricos y políticos el desplazamiento, así como la urbanización de amplias zonas rurales. Al mismo tiempo, a través de los documentos que investiga Antonio, es la reconstrucción de la historia fundacional de un pueblo antioqueño y la ratificación de una tradición que habla de los ancestros judíos en los tiempos originales de Antioquia.

            Los diarios, de 1985 a 2006, publicados con el título de Lo que fue presente (2019) son una memoria sobre el aprendizaje vivencial y la aventura amorosa, las lecturas literarias de su formación, las dificultades para ser escritor, la presencia siempre luminosa del padre asesinado y sus enseñanzas, así como la presencia de la violencia de Colombia en la vida cotidiana. Tengo, no obstante, mis reparos a la publicación de los diarios en vida: más allá del acto de sinceridad que significa el desnudarse públicamente, hay sucesos y opiniones que causan dolor a las demás personas que obraron en privado sin que imaginaran que sus actos se convertirían en material público. No obstante, hay que señalar que el diario de Abad Faciolince está escrito desde la derrota en muchos planos, y esto es lo que los vuelve interesantes: él no se presenta como un héroe, sino como un antihéroe, villano en ocasiones, un ser humano cargado de la culpa judeocristiana, temeroso, cobarde a veces. Sus diarios tienen mucho del espíritu de las confesiones y su prosa limpia contribuye al interés de quien lee.

           

El diario finaliza el 8 de septiembre de 2006 comentando una llamada de Gabriel Iriarte que, entonces, era editor de Planeta, y que, habiendo terminado de leer el manuscrito de El olvido que seremos le dice que el libro le ha gustado muchísimo; «que es un libro bello, conmovedor, que lo sacudió como lector y como colombiano», pero que, como editor, «tiene una única observación: debe quitar la palabra “hijueputa” para definir al cardenal»[6]. El adjetivo se debía a que el cardenal López Trujillo, luego de haberle recomendado, en un programa radial, resignación cristiana a Maryluz, le hija mayor del médico asesinado, le prohibió al párroco de la iglesia de Santa Teresita que se oficiara la misa de difuntos en memoria de Héctor Abad Gómez por cuanto éste se había declarado ateo y nunca iba a misa.[7]

            Entrevisté a Héctor Abad Faciolince el 24 de septiembre a las 20h00, en el marco de la Feria Internacional del Libro, de Guayaquil, en un acto organizado por la librería Mr. Books y hablamos sobre estos libros. El tema de la violencia en Colombia atravesó nuestra plática porque es un tema que atraviesa la obra del autor y la historia de su país. El propio Abad recordó que, a las 08h30 de la mañana de ese mismo jueves, en la carretera que conduce a Miranda, en el límite entre el Cauca y sur del Valle, Juliana Giraldo, mujer trans de 38 años, había sido asesinada por un soldado del ejército colombiano. La violencia institucionalizada en Colombia, tristemente, es una existencia cotidiana de la que Héctor Abad Faciolince da testimonio en su escritura para que no seamos olvido.

 

Carta a una sombra (Daniela Abad y Miguel Salazar, 2015, 73' 40". Documental completo)

 

La de estribo:

 

            Carta a una sombra (2015) es un documental de Daniela Abad y Miguel Salazar basada en El olvido que seremos. Su título proviene de una frase de Abad Faciolince: «Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y ese mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra»[8]. El documental está narrado con un lenguaje visual cargado de sutileza; tiene una narración que, desde lo evocativo, nos ubica en una memoria presente; su ritmo permite la reflexión sobre las ideas de Abad Gómez; trabaja el testimonio familiar con la distancia necesaria que demanda el género, aunque en ciertos momentos caiga en la minuciosidad íntima de la familia; y utiliza tomas de archivo que contribuyen, de manera pertinente, a la verdad del relato.

            Días antes de que lo asesinaran, Héctor Abad Gómez dice: «No he querido nunca la violencia. No he propiciado nunca la violencia. No me ha gustado nunca la violencia. Yo soy médico, quiero la vida, quiero la salud y, por lo tanto, los derechos humanos que son a la libertad, a la justicia y a la paz». Abrir con esta declaración de Abad Gómez define el planteamiento del documental. Daniela Abad y Miguel Salazar han construido la narración alrededor del pensamiento de Héctor Abad Gómez, su lucha social y su vida familiar en el marco de la violencia institucional de Colombia.

            Un documental estremecedor que, justamente por respeto a la vida, invita a continuar con la lucha de Héctor Abad Gómez, en el mismo sentido en que él lo dijera días antes de ser asesinado: «Yo creo que hay que ser valiente, yo creo que uno debe afrontar la vida como es y debe decir la verdad cueste lo que cueste».



[1] «Estos son los líderes asesinados desde la firma del acuerdo del paz, El Espectador, 13 de junio de 2020, https://www.elespectador.com/colombia2020/pais/estos-son-los-lideres-asesinados-desde-la-firma-del-acuerdo-de-paz/

[2] Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (Bogotá: Editorial Planeta, 2006), 49.

[3] Abad Faciolince, El olvido…, 268.

[4] Abad Faciolince, El olvido…, 11.

[5] Autodefensas Unidas de Colombia: organización paramilitar de extrema derecha liderada por Carlos Castaño, Vicente Castaño y Salvatore Mancuso.

[6] Héctor Abad Faciolince, Lo que fue presente (Bogotá: Alfaguara, 2019), 610.

[7] Abad Faciolince, El olvido…, 175-176.

[8] Abad Faciolince, El olvido…, 22.


martes, septiembre 08, 2020

La profesión de leer y escribir

       

Juan León Mera reclamó para la profesión de leer y escribir: «Solo entre nosotros se echan a volar ideas tan estrambóticas: solo entre nosotros se quiere que se escriba y se lea en balde». Escritorio de Juan León Mera, en la Quinta Mera, en Atocha, Ambato. (Foto Raúl Vallejo, 2009)

            Si yo fuera médico este artículo sería innecesario por absurdo. A nadie se le ocurriría ir a mi consultorio o llamarme para que atienda a un enfermo en su casa y que yo no cobrase mis honorarios. Asimismo, si yo fuera electricista o plomero, el pago por mis servicios no estaría en discusión. Pero resulta que soy escritor y la mayoría de las instituciones, públicas o privadas, que requieren mis servicios pretenden que yo trabaje gratis. Es una verdad de Perogrullo, pero, en Ecuador, hay que repetirla: dictar una conferencia, participar en un coloquio, entrevistar a otra persona, presentar un libro, publicar un texto de ficción o no ficción, corregir un texto de ficción o un trabajo académico, etc., son actividades profesionales de quien tiene por oficio la lectura y la escritura y deben ser remuneradas igual que cualquier otro trabajo profesional. Asimismo, el fomento de la profesión literaria implica que esta sea considerada como una actividad económica incipiente y que requiere de decididos apoyos del Estado, al igual que lo han tenido ensambladores de carros o de línea blanca o camaroneros.

            En estos meses de cuarentena, me contactó un docente universitario para que dictara una conferencia virtual a un centenar de estudiantes sobre la escritura académica, a partir de mi Manual de escritura académica. Me prometía la presencia de las autoridades del claustro durante mi charla. Cuando llegamos al tema del pago por mis servicios profesionales, me dijo que tenía que consultarlo con las autoridades. «Es que tú conoces bien el tema y no te cuesta nada prepararlo», me dijo para convencerme de que trabajara gratis. Imagínense que yo le hubiese dicho lo mismo al técnico que arregló el horno de la cocina de mi casa. También me han contactado otras instituciones para pedirme charlas de capacitación a docentes, sin paga, pero, para ejemplo, basta una perla. Justamente, uno de los campos más amplios de trabajo para quienes escribimos es la actualización de las y los docentes de Lengua y Literatura: de contenido y de nuevas metodologías de enseñanza. Para organizar los cursos de actualización, los ministerios de Educación y Cultura deberían dotar de presupuesto, de ejecución descentralizada, a las instituciones educativas. Así, quienes escriben, en un futuro, no tendrían que esperar, como yo todavía estoy esperando, la respuesta de las autoridades de una institución para saber si le pagan o no por un trabajo profesional.

            También están los proyectos sin ánimo de lucro. En tales proyectos cobran: quien coordina, quien es asistente y todas las personas que llevan adelante el proyecto. Todos cobran un salario, excepto la persona que escribe y que es invitada a participar en alguna actividad del proyecto: una charla o un taller, por ejemplo. Está bien que sean sin ánimo de lucro, pero quienes escribimos no tenemos ánimo de pérdida: las horas que uno ha dedicado a leer y a escribir son un tiempo que debe ser pagado. Durante la pandemia, uno de los sectores damnificados ha sido el sector editorial y, dentro de él, quienes escribimos, los más perjudicados: es decir, quienes producimos la materia sustancial de la industria del libro. Y, sin embargo, se sigue cobrando IVA a los Derechos autorales y, junto a los premios literarios —que son un ingreso esporádico y, relativamente, bajo, de quienes escribimos—, continúan pagando impuesto a la renta. El costo del correo por enviar un libro a una persona amiga es más caro que el libro mismo. Y, vale la pena aclararlo, el carpintero no acepta ni mis novelas ni mis poemarios como parte de pago del anaquel para mis libros. ¡Ah, y la librería tampoco me da descuentos!

           

«Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito». Alcoba de Antonio Machado, en la Casa Museo, en Segovia. Esta casa fue la pensión donde vivió el poeta entre 1919 y 1932. (Foto Raúl Vallejo, 2019)

«Es importante para ti, como escritora o escritor, que dictes-la-conferencia y/o participes-en-el-evento [gratis] porque así promovemos tu obra». Este es el más perverso de todos los enunciados para explotar a quienes escribimos. El restaurante que recién se inaugura no les sirve gratis la comida a las y los poetas que acuden a cenar por el hecho de ser poetas. Si el Ministerio de Cultura recuperara la política del antiguo SINAB —cuyo cierre fue un error enorme de política pública— de adquirir un número de ejemplares de los libros que se editan para destinarlos a las bibliotecas del país, si promoviera los diálogos de quienes escriben con su público en dichas bibliotecas y, por supuesto, les pagaran a escritoras y escritores para que participen en ellos, habría la posibilidad cierta de crear un público lector y, en general, de promover la industria del libro. Pero, entiéndase, no es un favor que nos hacen a quienes ejercemos el oficio de la escritura; como dijera Machado: «Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago»[1].

            Para concluir, otra vez Perogrullo: Las instituciones públicas y privadas, los gobiernos autónomos descentralizados, universidades, colegios y escuelas, editoriales y librerías, deberían presupuestar el pago a escritoras y escritores por su trabajo intelectual en todos los actos culturales que organicen: conferencias, recitales poéticos, coloquios, ferias de libro, etc. Ya en el siglo XIX, Juan León Mera reclamaba el reconocimiento profesional para el oficio de escribir: «¡Qué! ¿vivir del producto de la más noble de las ocupaciones, de la ocupación de la inteligencia y de la pluma, es menos digno que vivir del arado y de la azada? Solo entre nosotros se echan a volar ideas tan estrambóticas: solo entre nosotros se quiere que se escriba y se lea en balde»[2]. Estamos en pleno siglo XXI y aún debemos seguir reclamando lo mismo: ¡el pago de honorarios para quienes ejercemos la profesión de leer y escribir![3]  



[1] Antonio Machado, «Retrato», en Antología poética (Barcelona: Salvat Editores S.A., 1970), 74.

[2] Juan León Mera, «Ajuste de cuentas liberales a El Globo», en El Semanario Popular (Quito: Imprenta de Bolívar, 1889), 141; citado por Xavier Michelena, «Estudio introductorio», en Juan León Mera, Antología esencial (Quito: Banco Central del Ecuador / Ediciones Abya Yala, 1994), xix.

[3] Este artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «La profesión de leer y escribir». Acoso textual (blog). 8 de septiembre de 2020.