José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, mayo 19, 2025

Reflexiones alrededor de un «manvscrito»

Para quienes no tienen acceso al libro físico, ya que no están en Ecuador o Colombia, y leen en Kindle, este es el vínculo para obtenerlo: Edición Kindle de Manvscrito de vna corónica inconclvsa

Julio Cortázar solía hablar de los literatos ebúrneos, esos para quienes los asuntos que aluden a la realidad histórica —aquellos en los que se evidencia la opresión y la inequidad, y la lucha de los pobres del mundo por una vida digna— no son temas literarios. Los literatos ebúrneos pretenden que la literatura viva encerrada en torres de marfil, convirtiendo en ficción todo aquello que no incomode al poder. Pero la realidad es tozuda y se introduce en el lenguaje, por lo que, para horror de los ebúrneos, la literatura no es un arte para la complacencia espiritual, sino de confrontación del ser humano consigo mismo y con las miserias del mundo, y también un espacio de disputa política. Así se entiende este poema del palestino Marwan Makhoul (al-Boquai’a, Alta Galilea, 1979): «Para escribir una poesía​​ / que no sea política / debo escuchar a los pájaros. / Pero para escuchar a los pájaros / hace falta que cese el bombardeo»[1].

            Recientemente, presenté Manvscrito de vna corónica inconclvsa en Cuenca y Loja[2], y quienes me acompañaron dieron pie para estas reflexiones incómodas alrededor de mi novelina. La poeta cuencana Ángeles Martínez Donoso me preguntó: «¿Es esta obra, como sospecho, un confesionario que ha marcado acaso tu existencia y tu reflexión política y humana?». Y es que, como bien sospecha Ángeles Martínez, esta novelina es, en un sentido político y humano, una toma de partido desde la memoria de aquellos que, en la historia del Ecuador, fueron los vencidos, es decir, los despojados de la tierra y reprimidos por las fuerzas del orden establecido por las clases dominantes.

Lamentablemente, Ecuador, nuestro país, no ha podido construir una Estado democrático, pluricultural, equitativo y de bienestar para todos. Si revisamos la cronología del poder político, constataremos que, desde la fundación de la república hasta hoy, dicho poder ha sido ejercido por las oligarquías criollas, con excepcionales interregnos en los que los sectores medios, con todas sus contradicciones, irrumpieron como una anomalía en el gobierno del Estado: la revolución Alfarista (antes del asesinato de Alfaro); los militares de la revolución Juliana; la asonada de la llamada Gloriosa (antes de que Velasco Ibarra echara a la izquierda del gobierno), el gobierno de Rodríguez Lara y el de la Revolución Ciudadana. Por ello, esta novelina es un confesionario sobre aquello que veo en la construcción de nuestra patria: la violenta historia de una herida no resuelta.

            La comunicadora lojana Ana Karina Castro me preguntó sobre los sucesos recientes que recoge la obra y lo que aquello implica. El manuscrito, que es el narrador de la novelina, inicia su relato a través de una Escribiente, historiadora, madre de una niña y cabeza de familia, que ha perdido un ojo en las manifestaciones de octubre de 2019. Obviamente, el punto de vista narrativo es el de los indignados que participaron en aquel estallido social. Esto, por supuesto, molestará a quienes se sienten satisfechos con la versión oficial del poder de turno, a quienes repiten los dicterios de la prensa hegemónica y del ejército de troles de las redes sociales contra del movimiento social. Las preguntas que la palabra literaria se hace incomodan: ¿Qué significa, en términos humanos y simbólicos, que las fuerzas represivas, cumpliendo una consigna del poder, le arrebaten un ojo a quienes protestan por una vida digna? ¿Cuánto de racismo y clasismo conlleva la criminalización de la indignación y la protesta populares?

 

Oswaldo Encalada y Ángeles Martínez, en Cuenca.
Por supuesto que ha existido violencia en los estallidos sociales, en las sublevaciones indígenas, en la huelgas obreras y en las movilizaciones estudiantiles; no obstante, hasta un conservador del siglo diecinueve como Juan León Mera reconoce los orígenes de dicha violencia social. El narrador de Cumandá (1879), al hablar de las sublevaciones de Columbe y Guamote, dice: «Con frecuencia hacían los indios estos levantamientos contra los de la raza conquistadora, y frecuentemente, asimismo, la culpa estaba de parte de los segundos, por lo inhumano de su proceder con los primeros»[3]. Más adelante, al caracterizar al personaje del terrateniente José Domingo Orozco, padre de Carlos y Cumandá, lo tacha de «cruel tirano con los indios» y describe sus dos naturalezas: la de buen esposo y padre tierno y la del inhumano y feroz heredero del conquistador Francisco de Carvajal. Su explicación, en el cuerpo de la novela, es una lúcida interpretación de la injustica estructural de la sociedad ecuatoriana:

 

Arraigada profundamnte en europeos y criollos, la costumbre de tratar a los aborígenes como gente destinada a la humillación, la esclavitud y los tormentos, los colonos de más buenas entrañas no creían faltar a los deberes de la caridad y de la civilización con oprimirlos y martirizarlos. (104)

[…]

Si las razas blanca y mestiza han obtenido inmensos beneficios de la independencia, no así la indígena: para las primeras, el sol de la libertad va ascendiendo al cenit, aunque frecuentemente oscurecido por negras nubes; para la última comienza apenas a rayar la aurora. (105)

 

              Ángeles Martínez también inquirió sobre la cartografía de personajes literarios imbricados en la realidad ecuatoriana a través de la historia. Quise también que la novelina fuera un espacio de diálogo intertextual con algunos personajes de nuestra tradición literaria. Así, he incorporado, como si se tratatse de cameos cinematográficos, al ya nombrado Domingo Orozco; a Baldomera, la vendedora de muchines; al panadero Alfredo Baldeón; aparecen también las poetas Dolores Sucre y Rita Lecumberri; y existe un nutrido diálogo intertextual con Dolores Veintimilla, Miguel Riofrío, Hugo Salazar Tamariz, César Dávila Andrade, Fernando Artieda, Ileana Espinel, Jorge Velasco Mackenzie, y varios poetas de la tradición latinoamericana como Roque Dalton, Xavier Haraud y Paco Urondo. Por supuesto que todo esto tiene que ver con escoger un punto de vista desde donde hablar. En esta era del trumpismo rampante y ascenso del neofascismo, mi opción es la de escribir y hablar desde el punto de vista de quienes, con su resistencia social y cultural, incomodan la hegemonía de un capitalismo guerrista, depredador del planeta, cada vez más concentrador de riqueza y hegemónico en términos políticos y culturales.

 

           

Ana Karina Castro y Lenin Paladines, en Loja.
El escritor y académico Oswaldo Encalada Vásquez me preguntó sobre el lenguaje literario y el tratamiento de la violencia a través de la historia. La novelina es una escritura compleja en la medida en que entreteje diversas voces en distinto tiempo. De ahí que, en su escritura, he buscado un decir literario que se acerque a los modos textuales de cada época y que, al mismo tiempo, fluya para una lectora y un lector contemporáneos. Así, hago una recreación del lenguaje de la crónica de la conquista y colonial, de la textualidad romántica y del realismo social, así como de la crónica periodística contemporánea, según cada uno de los escribientes. El lenguaje de la novelina, en sus variantes textuales, expresa con cierta crudeza las formas de la violencia de las luchas populares confrontadas con la violencia estructural durante, como lo llamó Agustín Cueva, el proceso de dominación política del Ecuador.  

Para Lenin Paladines, que fue miembro del jurado que premió la novelina, la estructura del libro y la presencia de la voz de los vencidos son dos asuntos fundamentales. La estructura está construida a partir de fragamentos: varios escribientes contribuyen, en un proceso de escritura colectiva, a la textualidad de la corónica. Yo dije que me interesa la aproximación oblicua sobre algunos momentos álgidos de la lucha social de tal forma que los escribientes/coronistas dan cuenta, desde el punto de vista de quienes han sido parte del movimiento popular, de la herida histórica que atraviesa a nuestra patria. En este sentido, el verso del poeta Humberto Vinueza cobra una enorme actualidad crítica: La patria no es una, sino dos que están en guerra.

 Manvscrito de vna corónica inconclvsa es una novela en la que hago un ejercicio de memoria que confronta la versión oficial de los hechos, que seguramente molestará a los literatos ebúrneos de los que hablaba Cortázar, y que construye, desde la verdad de la ficción, una visión literaria sobre algunas luchas sociales que han marcado la historia de nuestro país.



[1] Círculo de poesía, Muestra de poesía palestina (16 de octubre de 2023).

[2] Raúl Vallejo, Manvscrito de vna corónica inconclvsa (Bogotá: Editorial Planeta / Seix Barral Biblioteca Breve, 2025). Ver noticia: «Manvscrito de vna corónica inconclvsa en Cuenca y Loja».

[3] Juan León Mera, Cumandá o un drama entre salvajes, Estudio preliminar y edición crítica de Trinidad Barrera (Sevilla: Ediciones Alfar, 1998), 104.

lunes, abril 21, 2025

Vargas Llosa: el desencuentro entre el intelectual de la derecha y su novelística

Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 - Lima, 2025), en la recepción del premio Nobel de Literatura 2010.

            En parte, las lecturas adolescentes de Los cachorros (1967) con la que participé en un concurso del Libro Leído de mi colegio, y de La ciudad y los perros (1963) que devoré en un par de mis tantas tardes solitarias, contribuyeron a mi vocación por la escritura. El retrato del machismo y la injusticia social que se derivan de los privilegios de clase, asuntos que me tocaban directamente, así como el de la violencia intrínseca del militarismo me mostraron un mundo que decidí explorar con mi propia palabra. En aquella época, la vocación literaria de Alberto, el poeta, aquel espíritu extraviado en el colegio militar Leoncio Prado, era la mía.

Años después, Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 - Lima, 2025) se convirtió en un intelectual orgánico de la derecha global, pero yo seguí admirando su literatura. Sin embargo, me causa repulsa la paradoja ideológica y política de quien escribió El sueño del celta, novela en la que disecciona la crueldad del colonialismo, sustento de la acumulación originaria del capitalismo, y, al mismo tiempo, se dedicó a promover la economía de mercado en su versión más conservadora y socialmente excluyente.

La ciudad y los perros es de aquellas novelas cuya permanencia en la historia literaria se asienta no solo en una magistral representación de la sociedad peruana en el espacio institucional de la educación militar, sino en el tratamiento del espíritu de la adolescencia y el aprendizaje del amor y sus primeros placeres y dolores, el liderazgo entre pares, la rebelión contra la autoridad, el sentido del honor, el regionalismo y el clasismo. El tema de los privilegios de clase también subyace en medio del drama de Pichulita Cuéllar en Los cachorros, novelina que se desarrolla en la institucionalidad de una escuela católica, caracterizada por su clasismo y adoctrinamiento.

Ese Perú desgarrado socialmente, preso del autoritarismo de una dictadura militar sostenida por la plutocracia peruana, con una prensa complaciente con el gobierno de turno, atraviesa el espíritu de Zavalita, que vive las contradicciones de un individuo que cuestiona a la clase dominante a la que pertenece. Conversación en La Catedral (1969) es una de las mejores novelas políticas del siglo veinte porque disecciona magistralmente la injusticia estructural del Perú, desnuda la alianza entre el militarismo y las clases dominantes, y desnuda el papel de la prensa como un instrumento ideológico al servicio del poder. Explorando otras latitudes, Vargas Llosa se incorporó a la tendencia de la novela del dictador con La fiesta del Chivo (2000), un texto que desentraña la iniquidad del régimen dictatorial del dominicano Rafael Trujillo y que está estructurado en tres hilos narrativos entrelazados con maestría: la historia de Urania Cabral y su familia; la crónica del asesinado de Trujillo y el retrato de sus asesinos, todos ellos colaboradores del tirano; y la vida y el poder del propio Trujillo. 

La novelística de Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, está caracterizada por un continuo proceso de experimentación formal y el dominio del arte de narrar historias como en La casa verde (1966), en la que los diversos planos de la trama se entrecruzan a través de los personajes como si se tratara de una estructura de vasos comunicantes. Asimismo, el uso del humor y el trabajo de recreación textual caracterizan a novelas como La tía Julia y el escribidor (1977) en la que el lenguaje del folletín radiofónico es transformado en literatura al igual que el lenguaje de la burocracia militar es incorporado al discurso literario en Pantaleón y las visitadoras (1973).


Vargas Llosa en la inauguración del la XLVI Asamblea de Felaban, en Lima, en 2012.
La militancia política del marqués de Vargas Llosa[1] en el proyecto de dominación de las oligarquías del mundo es esencialmente contradictoria con los sentidos semánticos de su universo novelístico. Aquella sensual exploración de la relación de lo erótico en la literatura y el arte que es la novelina Elogio de la madrastra (1988) se ubica en los antípodas de la prosaica propaganda ideológica, al estilo carpool karaoke pero desafinado, que Vargas Llosa hizo con el banquero Guillermo Lasso promoviendo la agenda neoliberal o la publicidad directa en la que pidió el voto por dicho plutócrata, sin considerar sus propias crítica al maridaje del poder económico y el poder político presente en sus mejores novelas.

De igual manera, como si se hubiese olvidado de la injusticia estructural de la sociedad capitalista latinoamericana, diseccionada, para el caso peruano, en Conversación en La Catedral, o como si hubiera simplificado de la peor manera la complejidad de la lucha por el poder, el fanatismo religioso y la violencia política y el papel del Estado en función de una clase social emergente, que desarrolla magistralmente en La guerra del fin del mundo (1981), Vargas Llosa se dedicó a pedir el voto, como un activista más, por cada uno de los candidatos de la derecha ligada al poder plutocrático en América Latina: apoyó, por ejemplo, a neofascistas como Milei, en Argentina; Bolsonaro, en Brasil; o Kast, en Chile.

 

            Encarnado en el boticario Homais de Madame Bovary, terminó siendo un personajillo de la revista Hola que desdice de sus propias reflexiones sobre la civilización del espectáculo porque, como él mismo escribió, «en la civilización del espectáculo el intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón». Felizmente, su militancia como intelectual orgánico de la derecha será una nota marginal de la historia literaria en la que pervivirá la maestría de su novelística. Yo, que he hecho de la escritura y la lectura una forma de vida, seguiré conmoviéndome con las mejores novelas de Vargas Llosa, esas mentiras verdaderas que heredamos, porque desentrañan, con maestría literaria y una búsqueda constante de formas nuevas, los abismos del ser humano, las miserias del poder y su violencia estructural, y la sobrevivencia de individuo.


[1] El Marquesado de Vargas Llosa fue creado por Juan Carlos I mediante Real Decreto 134/2011, de 3 de febrero de 2011, por la «extraordinaria contribución de don Jorge Mario Vargas Llosa, apreciada universalmente, a la Literatura y a la Lengua española».


sábado, septiembre 11, 2021

"Piel de ébano", de Marco T. Robayo: esclavismo y amor en la Cartagena de finales del siglo XVIII

           


En Cartagena de Indias, el jueves 9 de febrero de 1792, el esclavo Joseph es castigado con veinte azotes en la espalda por su amo don Gonzalo de Ulloa. Joseph había intentado violar a Manuela, esclava de Ulloa, una quinceañera a la que todos consideran como la favorita del amo. El mercader español Gonzalo de Ulloa ha perdido su fortuna, estafado por su socio, José de Baltasar. De Ulloa, luego de pagar las deudas con la mercancía que le quedaba, vender casi todos sus bienes y subastar la mitad de sus esclavos, se ha mudado a una modesta vivienda con María Catalina, su mujer, y los cinco esclavos que aún le quedaban. La vida del mercader, su esposa y la esclava es narrada como un fresco de la América colonial y esclavista. Piel de ébano, de Marco T. Robayo, es una amena novela histórica que revela una rigurosa investigación sobre la vida cotidiana de la Cartagena de finales del siglo XVIII, denuncia los horrores de la esclavitud y resalta la lucha de las mujeres por su liberación en la sociedad colonial, en el marco de la vida de una mulata que lucha por ser libre y encontrar el amor.

            La novela está atravesada por la historia de Manuela, una esclava mulata que desciende de Paula de Eguiluz, esclava negra juzgada por la Inquisición tres veces bajo la acusación de brujería, en el siglo XVII. El personaje de Manuela es el de una mujer rebelde que no se doblega frente a las desventuras que le toca vivir. Ella «sabe que para ser libre debe saber un oficio y esa actividad, que ubica a negras, mulatas, solteras y viudas como artesanas en la sociedad cartagenera, es una ocupación honorable que le permitiría pagar su manumisión y vivir con dignidad en el futuro» (20). Manuela convierte la costura en un oficio que le permite mantenerse y, cuando obtiene su libertad, instala una modistería que será el espacio de ejercicio de su libertad. En medio de las vicisitudes del trabajo, Manuela conoce a Alejandro. Ambos protagonizan una historia de amor que tiene los elementos rocambolescos de una época en la que las esperas por el ser amado son desafíos para la permanencia del amor.

            Los horrores de la esclavitud se cuentan en la novela no solo con aquella tanda de azotes que Gonzalo de Ulloa propina a Joseph como castigo, sino con la mera descripción de la condición misma de la esclavitud. La crueldad de los amos hacia sus esclavos despoja a los negros de su condición humana, no solo por el maltrato físico sino porque el trato diario lleva en sí mismo la naturalización de la aberrante condición de servidumbre. La amenaza de la venta como una forma de castigo por parte del amo, el castigo cruel cuando el esclavo intenta escapar, el desprecio social a todo aquel que no sea blanco español o criollo, son elementos que están presentes a lo largo de la novela. Pero, al mismo tiempo, las mujeres esclavas, Dominga y Melchora, encarnan la resistencia de los esclavos a través del mantenimiento del mundo propio y sus prácticas culturales.

           

Marco T. Robayo (Bogotá, 1961)

En la novela de Robayo encontramos el resultado de un prolijo trabajo de investigación histórica. La descripción de la vida cotidiana de la ciudad de Cartagena, de las conductas sociales y la irrupción de personajes históricos en medio de la ficción, logran la construcción de un mundo cargado de historia. Primeramente, la novela construye el marco de las intrigas en la corte española, el papel de la Inquisición en América y logra ensartar a sus personajes en los hilos de aquellas. Así, la ejecución de Félix Fernando Martínez es consignada según el expediente del Archivo General de Indias (145). En segundo lugar, el autor introduce las conversaciones de los protagonistas sobre la rebelión de los comuneros del Socorro, en Santander, comandados por Manuela Beltrán; la presencia de Antonio Nariño como un personaje que participa tangencialmente de la historia de la novela y los avatares que vivían los mercaderes españoles envueltos en los riesgos que les deparaba la inestable fortuna. Finalmente, el autor retrata la vida de la ciudad colonial signada por el afán de lucro, la insalubridad y los prejuicios sociales.

            Marco T. Robayo es un narrador de prosa fluida y manejo medido de la intriga. Quien empiece a leer Piel de ébano querrá continuar su lectura sin tregua para enterarse de las vicisitudes de Manuela y su voluntad de vivir dignamente, en libertad y con amor.


domingo, noviembre 22, 2020

Resistencia y resiliencia de los que claman justicia

             


El 1 de junio de 1978, el dictador Jorge Rafael Videla inauguró aquel mundial de fútbol, ejemplo de despilfarro y corrupción, que ganaría Argentina. En las calles de Buenos Aires, las Madres de la Plaza de Mayo denunciaban ante el mundo la desaparición forzada de sus hijos y la dictadura, con la complicidad de los grandes medios argentinos, justificaba la violencia criminal del Estado como una estrategia de la guerra contra la subversión. Aquel día, la vida de Julián Martínez, 50 años, soltero, sin hijos, quedó partida en el ayer de la militancia política clandestina y la sobrevivencia que vendría, al convertirse en un linyera. El Hogar, de José Henrique, es una novela que engancha a sus lectores a partir de una intriga desarrollada con el lenguaje de la crónica y la investigación periodísticas, del diario personal y del relato policial.  

            En la primera parte, Julián escapa de la persecución de la dictadura, que ha allanado su casa, convirtiéndose en un habitante de la calle. Su transformación en un desechable urbano lo pone a salvo de la tortura y, al mismo tiempo, lo convierte en nadie. La dictadura fue capaz de convertir en nadie a miles de seres humanos: Videla dijo de los desaparecidos que eran seres sin entidad. Solo que los desparecidos de Videla estaban muertos. Julián tiene una muerte civil: ha dejado de ser para transformarse en un no-ser. Desde la invisibilidad política, en la miserable libertad que da la calle, Julián contempla la represión de un poder dictatorial que ha puesto bajo sospecha a todos los habitantes del país. En la calle, Julián se topa con la miseria de los miserables: Pedro, otro linyera como él, representa el miedo, la cobardía, la comodidad del ciudadano común; ese mismo que decía de los torturados en centros clandestinos: “Si están ahí, por algo será”. Esta sección se cierra con un acto de justicia, por parte de Julián, que reivindica su dignidad de ser humano.

            En la segunda, Julián es enviado a Necochea a un hogar de ancianos de la calle, aunque él no lo es; no obstante, lo acogen porque la calle y la enfermedad lo han envejecido y puede fingir serlo. Julián continúa escapando de la represión; el militante que fue es un recuerdo lejano: se ha transformado en un viejo que ha perdido una mano. Julián necesita pensar políticamente para no perderse, dice el narrador. El hogar de ancianos es una suerte de alegoría: en ese micro país existen la corrupción, los soplones, los represores, los militantes clandestinos, así como la gente común que resiste en silencio, con ese callar que sobrevive agazapado, y está siempre a punto de reventar. El discurso novelístico se convierte en un policial. Julián decide investigar el crimen de una prostituta que es atribuido por las fuerzas represivas a un marinero yugoslavo. Hay un barco afantasmado de por medio. La investigación lleva a Julián a descubrir los efectos de la dictadura en la vida cotidiana de un hogar de ancianos. De la misma manera que en la primera parte, Julián busca la realización de un acto de justicia para recuperar, una vez más, la dignidad perdida.

            El Hogar, de José Henrique, es crónica que milita en la resistencia y resiliencia del ser humano y se inscribe en una tradición literaria que convoca a Rodolfo Walsh y Osvaldo Soriano. En esta novela hay una trama que entreteje el sórdido crimen de una prostituta y la represión de la dictadura militar; la existencia callejera de los linyeras y la vida de encierro de los ancianos en un hogar de acogida. Sus recursos narrativos incluyen las imágenes de las noticias de periódicos de la época, con lo que inserta el tiempo de la ficción en el de la historia. En tanto lectores, lo que nos genera un profundo estremecimiento es que en esta novela están presentes la memoria que nos enfrenta a la crueldad del poder militar y la búsqueda de un claro día de justicia por sobre las prácticas tenebrosas de una dictadura.

 

Henrique, José. El Hotel. Buenos Aires: Final Abierto, 2020.


lunes, octubre 28, 2019

El retrato, las trenzas y la tumba de María


La tumba de María, personaje de la novela homónima de Jorge Isaacs, en el cementerio del corregimiento de Santa Elena, municipio El Cerrito, a 36 kilómetros de Cali, Colombia. (Fotos del Raúl Vallejo)
 
            En el cementerio del corregimiento de Santa Elena, municipio El Cerrito, a treinta y seis kilómetros de Cali, se encuentra la tumba de María. Está rodeada de una cerca de hierro de pequeña altura que la convierte en un espacio singular del camposanto. Hay, a manera de lápida, un libro abierto con un texto que, de forma libre y defectuosa, resume uno de los párrafos finales de la novela, cuando Efraín llega a la tumba y medita: «…atravesé por en medio de las malezas y las cruces de leño y guadua que las poblaban. al dar la vuelta a un grupo de corpulentos tamarindos. salí frente a un pedestal blanco y…manchado por las lluvias sobre el que se alzaba una cruz de hierro, en ella empecé a leer: María…». La tumba del personaje es uno de los testimonios de cómo la novela María es parte del espíritu popular.
El retrato de María es otro elemento que convierte a este personaje de la ficción en parte viva de la realidad. «La Virgen de la Silla de Rafael [Madonna della sedia, óleo sobre tabla, 1513-1514, de Rafael Sanzio], modificando un poquito la nariz, del modo que he dicho, puede servirle de modelo para esa facción; i, perdóneme la insistencia en este punto; ¿se ha fijado usted en algún retrato mío? Esa es la forma de nariz en nuestra familia; mas debe ser idealizada para aquél rostro de hermosura sobrehumana». Así describió Jorge Isaacs a María, en una carta del 22 de junio de 1880 al artista Alejandro Dorronsoro, quien, en 1879, había pintado un primer retrato del personaje. Isaacs, debido a sus apuros económicos, no pudo adquirir ninguno de los dos retratos de María.

             Isaacs quiso comprar el primer retrato al señor Fonseca Plazas, comerciante a quien Dorronsoro le había dado el cuadro para que lo vendiera. Fonseca, al enterarse de que era Isaacs quien lo quería comprar, le pidió 200 pesos —cantidad que equivalía al doble del salario anual de un jornalero—, a pesar de que Dorronsoro le había indicado que lo vendiera en cincuenta. «Yo no podía dar tanto por ella —le explica Isaacs al artista en la carta citada—, i fue crueldad, o algo muy parecido a eso, pretender que se triplicara el valor del cuadro al vendérmelo a mí, aprovechándose de la admiración que imaginaron me causaría. Los hombres de negocios suelen ser implacables».
En la misma carta, Isaacs le pide al artista que haga un nuevo retrato de María, «pero cuidado con esos ojos, de amorosísima tristeza, cuidado con esa frente, solo iluminada por pensamiento de ángel; cuidado con todo lo que de ella hai [sic] en el cuadro que Ud. hizo primero». Una copia del segundo retrato de María hecho por Alejandro Dorronsoro está en el “cuarto de María”, en la hacienda “El Paraíso”, declarada monumento nacional en 1959. El original se exhibe en el museo de arte del convento de San Joaquín, de Cali, al que lo donó Ángela Riascos, a quien se lo obsequió el artista.
Cuando uno visita la hacienda “El Paraíso”, el libreto del guía es una mezcla de la vida de Isaacs y de los personajes de la novela. En general, se asume la novela como un texto autobiográfico y a Isaacs como si él fuera, sin mediación alguna, el personaje de Efraín. De hecho, cuando el guía explica las normas de visita para los turistas habla de la existencia, en el pasado, de las trenzas de María.
Cuando María muere, Emma, la hermana de Efraín —y «alcahueta de sus amores», dice el guía—, le corta las trenzas para entregárselas a Efraín, cumpliendo un pedido postrero de María. Casi al final del capítulo LXIII, narra Efraín: «Abrí el armario: todos los aromas de los días de nuestro amor se exhalaron combinados en él. […] Halé el cajón que Emma me había indicado; el cofre precioso estaba allí. Un grito se escapó de mi pecho, y una sombra me cubrió los ojos al desenrollarse entre mis manos aquellas trenzas que parecían sensibles a mis besos». El guía, reprochando la conducta de ciertos visitantes en el pasado, nos explica a los visitantes del presente que las trenzas de María fueron robadas, años atrás, por algún turista deshonesto.
            La cruz de hierro, de la que se habla en la novela, se yergue sobre un túmulo hecho de ladrillo. En la intersección de la cruz está, forjado en hierro, el nombre de María. Los elementos de la ficción novelesca han sido trasladados a la realidad de una tumba en el cementerio de Santa Elena. Cuando, hace quince días, volví a visitar la tumba, tomé unas fotos para documentar esta crónica. En la novela, en su penúltimo párrafo, Efraín, que al retirarse de la tumba siente el vuelo de un ave de graznido siniestro, dice: «la vi volar hacia la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto». Yo también la vi posarse sobre el brazo de la cruz, pero me negué a tomar la foto porque, en medio de tanta mezcla de ficción y realidad, esa imagen hubiese resultado inverosímil.

            Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 25.10.19

lunes, mayo 20, 2019

Incendiamos las yeguas en la madrugada, una novela de aprendizaje


Al Puma, su padre intentó violarlo cuando tenía diez años y su vida es una caída hacia un fondo de violencia criminal. El Topo tiene una madre que está presa por estafa y él mismo se enreda en los vericuetos de la delincuencia. El Gusano aborrece a su padre que lo maltrata y termina enfrentado a la muerte desde la escritura. La Cucaracha, apático y depresivo, es parte de una banda de rock y odia a su padrastro. El Buitre es un arribista capaz de todo por escalar socialmente y odia a su padre pues lo culpa de la pobreza familiar. Todos son adolescentes de clase media baja que viven en el sur de Guayaquil y ambicionan el tipo de vida de los hijos de la burguesía del norte. Viven en una sórdida lucha de clases que se desarrolla en la esfera de lo cotidiano.
Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión, es una novela de aprendizaje vital que nos nuestra las vicisitudes de cinco adolescentes de clase media baja, arribistas, que se ven envueltos con el lumpen de las drogas y el crimen. La novela está narrada con gozosa fluidez, nos ofrece una galería de personajes malditos e irredentos y disecciona con crudeza una realidad social amoral y violenta.
Estos adolescentes de familias disfuncionales (¿es que acaso existirá alguna familia que funcione sin grietas ni esqueletos escondidos en el clóset?) son una concreción de la ciudad que existe en el sur. El Gusano quiere escribir «sobre cómo experimenta la ciudad un chico del sur». La novela plantea, de manera algo esquemática, el enfrentamiento social que se da, en el Guayaquil de los noventa, entre el sur de la clase media proletarizada y el norte elegante y amurallado de la burguesía. Según una voz autoral que habla cargada de lirismo, todos ellos son personajes que «salen a bailar sin música por el jardín invisible del tiempo».
Los cinco chicos ambicionan la riqueza que no tienen y buscan ser aceptados por los chicos del norte. Para ello, recurren a las drogas, el sexo y el crimen: «Fugándonos de nuestro presente sin ingresar al futuro». La única lealtad que tienen es para con sus amigos. Ellos son el testimonio de una sociedad inequitativa y de doble moral, que sucumbe ante el poder del dinero. Cada uno de ellos, «si no era excéntrico, estaba demente».
Ernesto Carrión, Cartón Piedra
El Puma y el Topo, por ejemplo, carecen de moral. Desprecian a sus padres, maltratan a sus madres y, por el deseo de vivir como los ricos del norte, no dudan en convertirse en criminales. Una escena perturbadora, que retrata la condición del Puma, es cuando su madre le expresa su preocupación debido a que maneja sin licencia un carro de dudosa procedencia: el Puma «interrumpió a su mamá desabrochándose el pantalón y bajándose ligeramente los calzoncillos. […] —Mira, mamá, yo ya tengo pelitos en la verga, así que no me jodas».
El Puma es un personaje que recorre el infierno de la ciudad. Trafica con droga, roba pasaportes, se prostituye y asesina a un hombre. No puede ingresar al círculo social de los ricos del norte a pesar de la humillación a la que se somete. El Puma termina casándose con la noviecita a la que desvirgó; ella, al final, no tiene miedo de serle infiel con uno de los ejecutivos del banco en donde trabaja, que son esos mismos chicos del norte. Como si fuera una moraleja, la vida se encarga de ubicarlos a cada uno en su estrato social y en su realidad. El Puma termina, junto a su padre, de maquinista de un montacargas en Puerto Marítimo. Un maldito domado por la realidad de una sociedad despiadada.
Edición española
La novela es una disección sin concesiones de la violencia social de una ciudad —que es Guayaquil pero que puede ser cualquier ciudad de nuestra América—. «No esperes definiciones que te gusten. Ha sido siempre así: el sitio desde donde escribo ya no existe», dice la voz autoral que irrumpe como una voz omnisciente de la novela. Pero también es la disección de una cultural juvenil desencantada y alienada, anclada al mito musical de Kurt Cobain.
Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión, ganó el premio Casa de las Américas en 2017 —no es el más dotado económicamente pero sí uno de los más prestigiados de Iberoamérica— y forma parte de esta eclosión de la literatura ecuatoriana que estamos viviendo. Una literatura que es andrógina como todo buen arte.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 10.05.19