José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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martes, septiembre 08, 2020

La profesión de leer y escribir

       

Juan León Mera reclamó para la profesión de leer y escribir: «Solo entre nosotros se echan a volar ideas tan estrambóticas: solo entre nosotros se quiere que se escriba y se lea en balde». Escritorio de Juan León Mera, en la Quinta Mera, en Atocha, Ambato. (Foto Raúl Vallejo, 2009)

            Si yo fuera médico este artículo sería innecesario por absurdo. A nadie se le ocurriría ir a mi consultorio o llamarme para que atienda a un enfermo en su casa y que yo no cobrase mis honorarios. Asimismo, si yo fuera electricista o plomero, el pago por mis servicios no estaría en discusión. Pero resulta que soy escritor y la mayoría de las instituciones, públicas o privadas, que requieren mis servicios pretenden que yo trabaje gratis. Es una verdad de Perogrullo, pero, en Ecuador, hay que repetirla: dictar una conferencia, participar en un coloquio, entrevistar a otra persona, presentar un libro, publicar un texto de ficción o no ficción, corregir un texto de ficción o un trabajo académico, etc., son actividades profesionales de quien tiene por oficio la lectura y la escritura y deben ser remuneradas igual que cualquier otro trabajo profesional. Asimismo, el fomento de la profesión literaria implica que esta sea considerada como una actividad económica incipiente y que requiere de decididos apoyos del Estado, al igual que lo han tenido ensambladores de carros o de línea blanca o camaroneros.

            En estos meses de cuarentena, me contactó un docente universitario para que dictara una conferencia virtual a un centenar de estudiantes sobre la escritura académica, a partir de mi Manual de escritura académica. Me prometía la presencia de las autoridades del claustro durante mi charla. Cuando llegamos al tema del pago por mis servicios profesionales, me dijo que tenía que consultarlo con las autoridades. «Es que tú conoces bien el tema y no te cuesta nada prepararlo», me dijo para convencerme de que trabajara gratis. Imagínense que yo le hubiese dicho lo mismo al técnico que arregló el horno de la cocina de mi casa. También me han contactado otras instituciones para pedirme charlas de capacitación a docentes, sin paga, pero, para ejemplo, basta una perla. Justamente, uno de los campos más amplios de trabajo para quienes escribimos es la actualización de las y los docentes de Lengua y Literatura: de contenido y de nuevas metodologías de enseñanza. Para organizar los cursos de actualización, los ministerios de Educación y Cultura deberían dotar de presupuesto, de ejecución descentralizada, a las instituciones educativas. Así, quienes escriben, en un futuro, no tendrían que esperar, como yo todavía estoy esperando, la respuesta de las autoridades de una institución para saber si le pagan o no por un trabajo profesional.

            También están los proyectos sin ánimo de lucro. En tales proyectos cobran: quien coordina, quien es asistente y todas las personas que llevan adelante el proyecto. Todos cobran un salario, excepto la persona que escribe y que es invitada a participar en alguna actividad del proyecto: una charla o un taller, por ejemplo. Está bien que sean sin ánimo de lucro, pero quienes escribimos no tenemos ánimo de pérdida: las horas que uno ha dedicado a leer y a escribir son un tiempo que debe ser pagado. Durante la pandemia, uno de los sectores damnificados ha sido el sector editorial y, dentro de él, quienes escribimos, los más perjudicados: es decir, quienes producimos la materia sustancial de la industria del libro. Y, sin embargo, se sigue cobrando IVA a los Derechos autorales y, junto a los premios literarios —que son un ingreso esporádico y, relativamente, bajo, de quienes escribimos—, continúan pagando impuesto a la renta. El costo del correo por enviar un libro a una persona amiga es más caro que el libro mismo. Y, vale la pena aclararlo, el carpintero no acepta ni mis novelas ni mis poemarios como parte de pago del anaquel para mis libros. ¡Ah, y la librería tampoco me da descuentos!

           

«Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito». Alcoba de Antonio Machado, en la Casa Museo, en Segovia. Esta casa fue la pensión donde vivió el poeta entre 1919 y 1932. (Foto Raúl Vallejo, 2019)

«Es importante para ti, como escritora o escritor, que dictes-la-conferencia y/o participes-en-el-evento [gratis] porque así promovemos tu obra». Este es el más perverso de todos los enunciados para explotar a quienes escribimos. El restaurante que recién se inaugura no les sirve gratis la comida a las y los poetas que acuden a cenar por el hecho de ser poetas. Si el Ministerio de Cultura recuperara la política del antiguo SINAB —cuyo cierre fue un error enorme de política pública— de adquirir un número de ejemplares de los libros que se editan para destinarlos a las bibliotecas del país, si promoviera los diálogos de quienes escriben con su público en dichas bibliotecas y, por supuesto, les pagaran a escritoras y escritores para que participen en ellos, habría la posibilidad cierta de crear un público lector y, en general, de promover la industria del libro. Pero, entiéndase, no es un favor que nos hacen a quienes ejercemos el oficio de la escritura; como dijera Machado: «Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago»[1].

            Para concluir, otra vez Perogrullo: Las instituciones públicas y privadas, los gobiernos autónomos descentralizados, universidades, colegios y escuelas, editoriales y librerías, deberían presupuestar el pago a escritoras y escritores por su trabajo intelectual en todos los actos culturales que organicen: conferencias, recitales poéticos, coloquios, ferias de libro, etc. Ya en el siglo XIX, Juan León Mera reclamaba el reconocimiento profesional para el oficio de escribir: «¡Qué! ¿vivir del producto de la más noble de las ocupaciones, de la ocupación de la inteligencia y de la pluma, es menos digno que vivir del arado y de la azada? Solo entre nosotros se echan a volar ideas tan estrambóticas: solo entre nosotros se quiere que se escriba y se lea en balde»[2]. Estamos en pleno siglo XXI y aún debemos seguir reclamando lo mismo: ¡el pago de honorarios para quienes ejercemos la profesión de leer y escribir![3]  



[1] Antonio Machado, «Retrato», en Antología poética (Barcelona: Salvat Editores S.A., 1970), 74.

[2] Juan León Mera, «Ajuste de cuentas liberales a El Globo», en El Semanario Popular (Quito: Imprenta de Bolívar, 1889), 141; citado por Xavier Michelena, «Estudio introductorio», en Juan León Mera, Antología esencial (Quito: Banco Central del Ecuador / Ediciones Abya Yala, 1994), xix.

[3] Este artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «La profesión de leer y escribir». Acoso textual (blog). 8 de septiembre de 2020.


domingo, enero 12, 2020

Espíritus de la escritura en memoriosas casas de escritores


Recreación de alcoba de mujeres y niños en la casa natal de Cervantes.

1
            No tenía título universitario, pero ejercía de zurujano, por lo tanto, no era cirujano de academia, sino cirujano de cuota. Rodrigo de Cervantes se estableció en Alcalá de Henares, donde, en 1547, nacería su hijo Miguel. La competencia entre los cirujanos de todo tipo era inclemente y, en general, la mayoría de estos padecía pobrezas. En 1614, en El coloquio de los perros, Berganza le cuenta a Cipión que un estudiante de Alcalá de Henares había dicho: «Que de cinco mil estudiantes que cursaban aquel año en la Universidad, los dos mil oían Medicina», de lo que se infería: «o que estos dos mil médicos han de tener enfermos que curar (que sería harta plaga y mala ventura), o ellos se han de morir de hambre».

           
Botica de Rodrígo de Cervantes.
La casa natal de Miguel de Cervantes, en Alcalá de Henares, donde vivió hasta 1552, cuando la familia se trasladó a Valladolid, fue abierta al público como casa-museo en 1956. La casa-museo consigue la ilusión, propia de la literatura, de convertir en verdad lo que es una mentira: los objetos son los de una familia acomodada de los siglos XVI y XVII, pero nosotros imaginamos que, en la Botica, están los instrumentos de trabajo del zurujano Rodrigo, y que, en medio de aquellos especieros, alambiques y la silla de barbero, el niño Miguel daba sus primeros pasos.
En las afueras de la casa, don Quijote y Sancho sentados en un poyo de cemento, invitan a los turistas a tomarse la fotografía que subirán a su Instagram. ¿Cuántos habrán leído El Quijote? Los dos personajes protagónicos de El Quijote son tan conocidos que los turistas hacen de cuenta que, con solo nombrarlos y recordar unos molinos de viento, la lectura de la obra queda exonerada y lo que importa es la foto.

2

El patio del limonero y la fuente de la casa natal de Antonio Machado, en Sevilla.
             De 1919 a 1931, Antonio Machado vivió en Segovia. Llegó de cuarenta y cuatro años, viudo, algo derrotado y enfermo, para desempeñarse como profesor de francés. Apenas se instaló en la ciudad participó en la fundación de la Universidad Popular Segoviana, actual Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. La casa donde se alojó era una muy modesta pensión regentada por doña María Luisa Torrego y conserva el mobiliario original que usó poeta, incluida la estufa que le regaló su hermano Manuel. La guía cuenta que Machado solía dormir con la ventana abierta y que, alguna mañana, doña María Luisa le preguntó por qué lo hacía: «Para que salga el frío, señora», le respondió el poeta.
Habitación de Machado, en la pensión de Segovia.
           Muy conocidos son los versos de Machado: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero». Ese patio y ese huerto están situados en el Palacio de las Dueñas, en Sevilla, que hoy pertenece a la Casa de Alba. En 1875, el padre del poeta, el folclorista Antonio Machado y Álvarez, se mudó al palacio en calidad de administrador. Ese año, el 26 de julio, nació el poeta. Machado nos lo recuerda en “Esta luz de Sevilla”: Esta luz de Sevilla... Es el palacio / donde nací, con su rumor de fuente. / Mi padre, en su despacho. —La alta frente, / la breve mosca, y el bigote lacio—». Uno pasea por el patio, escucha el rumor de fuente, la fragancia de azahares, limoneros y naranjos, todo lo inunda. Y la niñez del poeta emerge de entre toda aquella memoria de azulejos y flores.

3

Estatua de Platero con niños, en Moguer, frente a la iglesia de Nuestra Serñora de la Granada.
            «Cuando yo era el niñodiós / era Moguer, este pueblo, / una blanca maravilla, / la luz con el tiempo dentro», escribió Juan Ramón Jiménez en un poema de 1953. Y cuando uno visita Moguer se siente abrumado de tanta luminosidad y blancura. Juan Ramón y Zenobia Camprubí viven en todo Moguer. De hecho, la calle donde queda la casa natal de Juan Ramón lleva el nombre de Zenobia y la calle de la casa donde vivió la pareja recibe el nombre del poeta. Y sendas estatuas de Zenobia y Juan Ramón están en dos plazas principales de este pueblo engalanado de blanco luminoso.
Platero transita frente a la iglesia de Nuestra Señora de la Granada; un niño camina junto a él, y una niña abre los brazos libres sobre su lomo. Aquella iglesia y su torre fueron perennizadas en “Retorno”, el capítulo XXII de Platero y yo: «Ya en la cuesta, la torre del pueblo, coronada de refulgentes azulejos, cobraba, en el levantamiento de la hora pura, un aspecto monumental. Parecía, de cerca, como una Giralda vista de lejos, y mi nostalgia de ciudades, aguarda como la primavera, encontrar en ella un consuelo melancólico».
En la casa-museo están reproducidos el estudio de Juan Ramón en Madrid y el propio de esta casa. Los objetos son testimonio de la vida de aquel que dedicara su obra A la inmensa minoría. Ahí están libros, revistas, cartas, apuntes, borradores de poemas, y el alma impregnada en cada pieza exhibida. Un silencio memorioso habita la casa y es como si el espíritu del poeta se aferrase a las cosas para permanecer en la forma de tales cosas; ser único, yo transparente, en la eternidad de la palabra poética.

El estudio madrileño de Juan Ramón Jiménez reproducido en la casa museo de Moguer.


Todas las fotos fueron tomadas por Raúl Vallejo en noviembre de 2019.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 03.01.2020