José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, noviembre 04, 2024

«La sustancia»: crítica sangrienta sobre la cosificación del cuerpo femenino

           

Demi Moore es Elisabeth Sparkle, una actriz en decadencia que anhela una versión más joven y bella de sí misma en La sustancia (2024), dirigida por Coralie Fargeat.

La promoción es tentadora: «¿Quieres una versión mejorada de ti misma? ¿Una versión joven y bella? Entonces, prueba la sustancia y goza de una experiencia en la que compartirán, una semana tú y otra semana tu otra versión, la experiencia de una vida de eterna juventud y belleza. Pero recuerda: no eres dos personas, eres una sola con dos versiones». Pero las cosas son más complejas que lo que ofrece la publicidad. La sustancia (2024), dirigida por Coralie Fargeat, en el mejor lenguaje cinematográfico del horror corporal y actuaciones deslumbrantes, desarrolla una crítica sangrienta y terrorífica sobre la cosificación del cuerpo femenino en la industria del espectáculo. La felicidad prometida para la eternidad del cuerpo se transforma en una agresión sin retorno al propio cuerpo.

            Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una actriz que, según lo ha decidido Harvey (Denis Quaid), ejecutivo de la industria del entretenimiento, está en decadencia porque ha envejecido. Elisabeth, desesperada, se somete a un tratamiento experimental que le permite sacar de sí misma, literalmente, una versión más joven y bella. Esa versión rejuvenecida es Sue (Margaret Qualley) que enloquece a la industria cuando se presenta en la audición para reemplazar a Elisabeth. Moore convierte a un personaje superficial en una mujer que lucha contra la condena a la que la industria del entretenimiento somete a las mujeres. Quaid interpreta a un personaje detestable como odioso es Harvey Weinstein, a quien parece evocar; Quaid logra convertir a Harvey en un ser repulsivo cuya condena es su existencia caricaturesca. En esta película, todos los personajes masculinos son detestables y estúpidos. Y Qualley logra el contrapunto perfecto de Moore haciendo de Sue el monstruo insaciable de juventud y egoísmo que consume la vida de Elisabeth.

            Más allá de la crítica directa sobre la tiranía de exigencia de la eterna juventud que la industria del entretenimiento ha impuesto en el imaginario social, el trabajo cinematográfico sobre el cuerpo es brutal. La escena del nacimiento de la nueva versión de Elisabeth en la que contemplamos el contraste del blanco resplandeciente del baño y el rojo de la sangre que se vierte durante esa simulación del parto es terrorífica. La belleza de la nueva versión consume la humanidad del cuerpo matriz que envejece sin remedio ni posibilidad de rectificación. La nueva versión es insaciable y termina transformada en un monstruo porque, metafóricamente, monstruoso es pretender prolongar la juventud con la experiencia vital que da la vejez. Así, el cuerpo es sometido a una serie de aperturas, cicatrices, pinchazos, extracciones, en fin, a un doloroso acabamiento del cuerpo mismo que conmociona a la audiencia. Pero la exageración de esa agonía del cuerpo termina convirtiéndose en una desproporción de la propia película, a la que le sobran por lo menos veinte minutos.  

            La cuenta de Instagram de @thecinemanerd.ig subió un video con las variadas referencias cinematográficas que inserta La sustancia. El uso del color de El resplandor (1980) y los dramáticos primeros planos de Psicosis (1960), entre otros. Me quedan fijas las imágenes de la larga y cruel golpiza que Sue le propina a Elizabeth que me recuerda la violencia hiperbólica de La naranja mecánica (1972) y el homenaje en clave paródica al horror de la sangre en la escena del baile de gala de Carrie (1976). Esta intertextualidad visual de la película es uno de sus atributos pues nos propicia un diálogo con otras películas que nos encuentra desprevenidos y que suman horror al horror del filme que estamos viendo. La sustancia, en este sentido, es una descarnada experiencia visual que sostiene al público por la atracción que produce el terror o que, por lo contrario, lo expulsa por la repulsión que ocasionan sus excesos.

La sustancia es una película que no deja indiferente a nadie: o se la acepta con toda la exposición del horror sangriento o se la rechaza por la manipulación despiadada del cuerpo femenino. En medio del horror del cuerpo, la película es una alegoría que critica sin tregua a una industria del entretenimiento manejada como un negocio del patriarcado. El cuerpo matriz accederá a una nueva versión, bella y joven, siempre que se someta a una manipulación cruel y sangrienta de sí mismo, para ser, inexorablemente, reemplazado por la insaciable juventud. Y, así, hasta llegar a convertirse en el ser monstruoso de quien pretende la eternidad. ¿Alguien se arriesga a ingerir la sustancia?

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