«La ejecución del Inca». Grabado del siglo XIX.
En el primer capítulo de su Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana (1868), Juan León Mera adelanta una elección compleja pues señala el carácter inaugural en nuestra tradición literaria del poema «Atahualpa huañui», un texto en kichwa que él encontró y luego tradujo: «… hay unos versos sobre la muerte de Atahualpa, hechos sin duda cuando la memoria de la terrible catástrofe estaba harto viva todavía entre los indios, y los únicos de aquel tiempo que la tradición nos ha conservado; y son elegíacos, de aquellos que inspiran solo las profundas desgracias que no tienen remedio en la tierra»[1]. Su comienzo, según la traducción de propio Mera, es el siguiente:
En el grande huabo
El cárabo viejo
Con llanto de sangre
Lamentando está;
Y arriba en otro árbol
La tórtola tierna,
Con pesar intenso
Sus gemidos da.[2]
El asunto del poema es el lamento del pueblo que ha quedado en orfandad por la muerte del Padre Inca. Al igual que en la elegía cusqueña Apu Inka Atawallpaman (Al todopoderoso Inca Atahualpa), la idea del cataclismo debido a la muerte del Inca, expresada en el comportamiento inusual de la naturaleza, está presente en el símbolo del arco iris negro y en la caída del granizo que convierte la claridad del día en una oscuridad inesperada: símbolos de la metamorfosis cósmica por una causa histórica que también consta de manera expresa en el poema del Cusco: «El sol, palideciendo, anochece / —otra señal— / y amortaja a Atahualpa»[3].
Federico González Suárez disentía de Mera sobre que el autor de Atahualpa huañui fuera indígena y, en una nota de su Historia general de la República del Ecuador, concluyó que «el autor de esa composición fue, sin duda, algún ingenio quiteño, conocedor de la lengua quichua, en la cual versificaba, sujetando la lengua del Inca a las reglas de la métrica castellana, pues hasta procura guardar la asonancia o rima imperfecta casi en toda la composición»[4]. En cambio, la profesora puertorriqueña Mercedes López-Baralt, especialista en la cultura del mundo andino, al mismo tiempo que sostiene que, seguramente, la elegía es de fecha posterior a la que señala Mera, intuye que el autor, al igual que el del poema cusqueño ya citado, es «un nativo aculturado»[5].
Dados los estudios hasta la fecha, deducimos que tanto el poema del cacique de Alangasí como el de origen cuzqueño fueron escritos por poetas quichuas, bilingües y educados tanto en la cultura indígena como en la hispana, es decir, que ambos fueron aravicos que ya habrían asumido el espíritu de ambos mundos.
En todo caso, podemos señalar que la literatura ecuatoriana se inaugura con un poema elegíaco en kichwa que es testimonio de un cataclismo histórico para los pueblos originarios y reafirma la función de la poesía como memoria. Su autor, probablemente, también conocía el castellano y vivía en los mundos de las dos culturas, lo que se expresa en el tipo de estrofa y verso utilizados, por lo que asumimos que su escritura no es inmediata al suceso histórico.
Esta constatación evidencia el complejo carácter pluricultural y multiétnico de un país predominantemente mestizo y, al mismo tiempo, de la ausencia de una tradición literaria en lengua kichwa. Resulta sintomático, entonces, que una literatura que se inaugura con un poema en kichwa carezca de una tradición literaria en dicha lengua, más allá de coplas y relatos populares recogidos más como muestras folclóricas antes que como textos del canon literario. Lo dicho, sumado a la destrucción sistemática de la cultura de los pueblos originarios, es el resultado de la dominación y la exclusión sufridas por hasta el presente. Sin embargo, en este escenario existieron las luchas de resistencia de los indígenas, reprimidas de forma expedita y sangrienta, y silenciadas para borrar las contradicciones étnicas y de clase a lo largo de la historia.[6]
En su Ojeada, Mera señala que el kichwa, al momento de la conquista, se encontraba en tal desarrollo lingüístico que «se prestaba sin duda á la entonación de la oda heroica, á las vehementes estrofas del himno sacro, á la variedad de la poesía descriptiva, á los arranques del amor, á toda necesidad, á todo carácter y condición del metro, desde el festivo y punzante epigrama hasta el grave y dilatado género de la escena»[7]. La descripción de Mera sobre el nivel estético del kichwa a la llegada de los españoles nos permite identificar la grieta profunda que la colonización española abrió en el desarrollo espiritual del lenguaje de los pueblos originarios.
Todo lo cual, contribuye a la idea de que Ecuador es una patria escindida por una herida equinoccial desde su génesis.
[1] Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana (Quito: Imprenta de J. Pablo Sanz, 1868), 8.
[2] Juan León Mera, Antología ecuatoriana: Cantares del pueblo ecuatoriano (Quito: Imprenta de la Universidad Central del Ecuador, 1892), 346. Sobre esta traducción, Mera comenta: «Esta versión, aunque menos rítmica, me parece más fiel que la que publiqué en la Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana». Los versos originales son:
Rucu cuscungu
Jatum pacaipi
Huañui huacaihuan
Huacacurcami;
Urpi huahuapas
Janac yurapi
Llaqui llaquilla
Huacacurcami.
[3] Mercedes López-Baralt, El retorno del Inca rey: mito y profecía en el mundo andino (Madrid: Editorial Playor, 1987), 109. El texto original dice: «Inti tutayan q’elloyaspa / —hoc watuypi— / Atawallpata ayachaspa».
[4] Federico González Suárez, Historia general del República del Ecuador, t. I., (Guayaquil: Publicaciones Educativas Ariel, Clásicos Ariel # 28, sfe.), 111.
[5] López-Baralt, El retorno…, 55.
[6] Un libro indispensable, basado en el estudio exhaustivo de documentos oficiales de la época, para conocer la resistencia indígena a la opresión del aparato colonial es el de Segundo E. Moreno, Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia (Quito: PUCE, 1978).
[7] Mera, Ojeada…, 7.