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Escritorio de Juan León Mera en su casa-museo de Atocha, Ambato. El retrato de Mera es obra de César Villacrés, óleo sobre lata, 35 cm x 26 cm , 1906, Municipio de Ambato. (Foto: Raúl Vallejo, 2009)
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En su reseña
histórica sobre el Himno Nacional, el jesuita Aurelio Espinosa Pólit cuenta que
el expresidente conservador Luis Cordero, en 1902, a través de la Revista Cuencana, pide que se convoque un concurso de músicos y poetas para «la
composición de un himno más adecuado» ya que «han cesado para siempre los
rencores contra España, Madre que, por su pasada grandeza y su presente
infortunio, es digna de toda nuestra consideración».
En 1913, el
diplomático Víctor Manuel Rendón publicó en Madrid la versión de un «Nuevo
Himno del Ecuador», diciendo que estaba «adaptado a la música de Antonio
Neumane y propuesto para reemplazar la letra de Juan León Mera, que hoy no
debiera ya cantarse por amor y respeto a la madre patria […]».
Y sí que era conciliadora la propuesta de Rendón, poéticamente descargada de la
pasión romántica, como se puede apreciar de manera directa en la segunda
estrofa. Los opresores de tres siglos, para esa nueva clase dominante de
vocación pragmática y neocolonial, se convirtieron en sujetos de veneración
filial. España aparecía como la madre benévola y las Repúblicas americanas como
las hijas que habían superado el trauma de una infancia cargada de maltratos y
que, por lo tanto, tienen necesidad de olvidar el pasado:
Cuando evocas la
homérica lucha
en tu seno ya no
arde la saña
y hoy pronuncias el
nombre de España
con amor y respeto
filial,
que al romperse los
vínculos fieros
no pudieron hacerse
pedazos
de una madre y una
hija los lazos
estrechados, por
libres, aún más.
La propuesta no fue
inocente de ninguna manera. El mismo Rendón consiguió que en el Congreso de 1922
fuera presentada una moción para cambiar la letra del himno, misma que fue
rechazada, aunque se insistió en ella al año siguiente. La debilidad poética y
la condición neocolonial de la letra propuesta por Rendón queda aún más en
evidencia si la comparamos con la primera estrofa del himno escrito por Mera,
estrofa que si bien no se canta en la actualidad —más por costumbre antes que
por definición legal— es parte del texto ne varietur que el Congreso
declaró intangible el 29 de septiembre de 1948.
Indignados tus
hijos del yugo
que te impuso la
ibérica audacia,
de la injusta y
horrenda desgracia
que pesaba fatal
sobre ti,
santa voz a los
cielos alzaron,
voz de noble y sin
par juramento,
de vengarte del
monstruo sangriento,
de romper ese yugo servil.
El primer verso muestra
la condición de rebeldía del alma del pueblo durante la dominación colonial y
apela a un sentimiento subversivo. La indignación de los pueblos es una postura
política que, en el contexto de escritura del himno, nos recuerda el llamado a
la acción política que había significado la lucha por la independencia. La
condición colonial es calificada de «injusta y horrenda», el opresor recibe la
denominación de «monstruo sangriento», y el llamado a «romper ese yugo servil»
es un grito que conlleva todo el sentimiento libertario de los románticos. Esta
caracterización sobre la conquista y la colonia es permanente en la obra de
Mera. La fuerza de los versos, el apasionamiento de las ideas vertidas, la
subversión política que contienen, hacen de esta estrofa una apertura de
singular expresividad poética que canta la heroicidad del pueblo. Mera tiene
consciencia de que la nación se constituye sobre un pasado reciente y glorioso.
Imágenes cargadas de
fragor épico como «tras la lid la victoria volaba, / libertad tras el triunfo
venía, / y al león destrozado se oía / de impotencia y despecho rugir» (3ra
estrofa); o «Cedió al fin la fiereza española, / y hoy, oh Patria, tu libre
existencia / es la noble y magnífica herencia / que nos dio el heroísmo feliz»
(4ta estrofa); o «Venga al hierro y el plomo fulmíneo, / que a la idea de
guerra y venganza / se despierta la heroica pujanza /que hizo al fiero español
sucumbir» (5ta estrofa); conducen hacia un final de resonancia apocalíptica
como es el expresado en la sexta estrofa en la que el hablante lírico evoca,
con toda la fuerza del furor romántico, a la Naturaleza para que todo se
destruya antes de que regrese el dominio del opresor español que, por entonces,
ya amenazaba con aumentar la escalada guerrerista que, muchos en América,
percibían como el inicio de una reconquista que no estaban dispuestos a aceptar:
Y si nuevas cadenas
prepara
la injusticia de
bárbara suerte,
¡gran Pichincha!
prevén tú la muerte
de la Patria y sus
hijos al fin:
hunde al punto en
tus hondas entrañas
cuanto existe en tu
tierra: el tirano
huelle sólo
cenizas, y en vano
busque rastro de
ser junto a ti.
Para Juan León Mera, la memoria histórica,
devenida en práctica política de la libertad, era imprescindible para contribuir
al proceso de construcción de la nación. Fijar la historia de la heroicidad de
la gesta del pueblo que nacía: convertirla en poesía nueva, auténtica, propia;
cantarla con fervor cívico en los himnos cargados de patriotismo; descubrirla
en la palabra original, en el lenguaje que representaba la Naturaleza americana:
estas eran algunas de las tareas de nuestros escritores civiles del
siglo diecinueve embriagados por el espíritu del romanticismo. Los versos del
himno que contribuyen a la construcción de la nación emergen de un sentimiento
auténtico: todo en ello es verdad apasionada, imbricada en la historia. Y, para
Mera, la historia es la permanencia en la tradición popular de los sucesos
imprescindibles para la libertad. Como él mismo dijo: Los pueblos deben ser
generosos pero no desmemoriados.
Adaptado del capítulo «Juan León Mera, cantautor de la nación en
ciernes», de mi libro Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX
en nuestra América, 236-241.
Bogotá: Lumen, 2017.