José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, marzo 17, 2019

Un sacudón de las buenas conciencias sin ilusión posible


Alejandro Fajardo y Verónica Garcés, en la versión para microteatro de "Subasta", durante la presentación de Pelea de gallos en Guayaquil. El lanzamiento del libro tuvo lugar en "El Cubo", ubicado en el pabellón Humberto Salgado de la Universidad de las Artes, el 6 de septiembre de 1918.
            Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero, es un cuentario de escritura incisiva, que no da respiro ni cede ante las ilusiones de la bondad humana; escritura exacta en sus relatos memorables, aunque a ratos truculenta y esquemática; por sus historias transitan un mismo padre violento y abusador, hombres que son estereotipos machistas, y también inolvidables personajes femeninos que nos estremecen debido a su determinación y valentía para sobrevivir en esta sociedad patriarcal.

            “Subasta”, “Nam” y “Griselda” son tres relatos memorables por el manejo de la intriga y la tensión, por sus personajes llevados a situaciones extremas, y por su escritura sustantiva e impecable. En “Subasta”, duro y sin concesiones, está el mundo en el que se concentra el libro: la violencia de los hombres, adultos pederastas, el horror y la crueldad del ámbito delincuencial, la indefensión del ser humano, y la resistencia de una mujer que ha tenido que enfrentarse a la violencia masculina desde niña. En “Nam”, cuento de lucidez tremebunda, además, nos topamos con la crueldad de la guerra en la cotidianidad de las personas: un padre tullido, una hija caída en combate, la búsqueda de afectos durante la adolescencia, y el descubrimiento del horror del mundo. En “Griselda” (cuando lo seleccioné para una muestra de cuentistas ecuatorianos que hice para Hispamérica, # 125, de agosto de 2013, se llamaba “Las tortas de la señora Griselda”), la mirada infantil, que narra la soledad y el desamor desde lo cotidiano, intensifica la liberación de la suicida. Pérdida de la inocencia y brutal descubrimiento de la muerte.
En todos ellos, una misma voz de mujer, en primera persona, cuenta la historia: lo escatológico es manejado, sin tapujos, como parte del horror. Esa voz transita de la inocencia de la niñez a la confrontación con la muerte que conlleva la adultez. Cuentos de un realismo sucio, como el de Rubem Fonseca; cuentos que, además, recuerdan a ese otro realismo de nuestra tradición: el de Los que se van, pero en clave urbana y con voz de mujer.
Los cuentos de este libro tienen una constante para el personaje del padre: ausente, violento, pederasta. Por ejemplo, el padre que abusa de la empleada doméstica, que es una niña, en “Monstruos”, o el que aterroriza a su hija con su sola presencia en “Alí”; los hombres son egoístas, violentos y, casi todos, acosadores; incluido el de “Luto”, cuento ingenioso cuya truculencia lo vuelve evidente al utilizar la referencia evangélica —la resurrección de Lázaro— para forzar una historia de violencia. El libro está cargado de intencionalidad política: el combate contra el patriarcado; y ese, como todo combate por una causa en el ámbito de la escritura, va salpicado de obviedades y estereotipos junto a situaciones de dolorosa verdad humana y literaria.
Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero, es un libro necesario, descarnado, militante, que sacude las buenas conciencias y que, con su dosis de tremendismo, aniquila toda esperanza de redención.

Solange Rodríguez y María Fernanda Ampuero (al fondo), en diálogo, durante la presentación de Pelea de gallos, organizada por la Escuela de Literatura de la Universidad de las Artes, en Guayaquil, el 6 de septiembre de 1918.
 
Publicado en Cartón Piedra, suplemente cultural de El Telégrafo, 15.03.19

viernes, marzo 01, 2019

La vida convertida en literatura bajo un hálito de magia


           
García Márquez, 1927.
Úrsula
Iguarán, como Gabriel García Márquez, «amaneció muerta el Jueves Santo». Cien años de soledad apareció cien años después que María, de Jorge Isaacs, la novela paradigmática del romanticismo del siglo diecinueve. Isaacs y García Márquez murieron el 17 de abril. Estas casualidades, más propias de la vida que de la literatura, contribuyen al mito de un García Márquez imbuido en la maravilla de las mariposas amarillas. Pero no todo es casualidad: él ha construido una mitología que saquea episodios de su vida para su transformación en literatura.
            Vivir para contarla (2002) es un autobiografía de lectura placentera pues, por la belleza de la palabra, los detalles de la vida del escritor se convierten en materia literaria y la narración en una historia que dialoga textualmente con la obra del autor. El libro se abre cuando García Márquez acompaña a Luisa Santiaga, su madre, a vender la casa de Aracataca, el sábado 18 de febrero de 1950, y los recuerdos de su infancia se aglutinan durante el viaje como la epifanía que iluminará su mundo literario. «El tren hizo una parada en una estación sin pueblo, y poco después pasó frente a la única finca bananera del camino que tenía el hombre escrito en el portal: Macondo. Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética».
            En aquel viaje a la semilla, a sus 23 años, García Márquez confiesa que cuando llegó al pueblo se vio a sí mismo y a su madre «tal como vi de niño a la madre y a la hermana del ladrón que María Consuegra había matado de un tiro una semana antes, cuando trataba de forzar la puerta de su casa». El martes de la semana siguiente, a la hora de la siesta, mientras jugaba a los trompos con Luis Carmelo Correa, su más antiguo amigo, contempló a una mujer de luto que caminaba junto a una niña de doce años. «Eran la madre y la hermana menor del ladrón muerto, que llevaban flores para la tumba». Así ocurre en «La siesta del martes» (1962), donde la señora Consuegra está transformada en Rebeca, encerrada para el mundo, años después de la misteriosa muerte de José Arcadio Buendía, su esposo. La experiencia vital como referente realista de una novela caracterizada por la invención mágica.

            García Márquez cuenta que su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, veterano liberal de la Guerra de los mil días, esperó su jubilación hasta la muerte. Igual que en El coronel no tiene quien le escriba (1958). El mismo coronel, que hacía pescaditos de oro, tuvo que salir de Barrancas luego de matar, en duelo de honor, a Medardo Pacheco. Cumplió condena en Riohacha y luego en Santa Marta, para finalmente, llegar a Aracataca. «Tú no sabes lo que pesa un muerto». Es el peso que lleva José Arcadio Buendía luego de matar a Prudencio Aguilar.
            La genialidad de la escritura es lo que transforma la memoria de aquel niño, que observó el mundo de su casa con los ojos abiertos y de mirada intensa del primer Aureliano, en literatura.

                Publicado en Cartón Piedra, suplemento cultural de El Telégrafo, 01.03.19

domingo, febrero 17, 2019

De la lentitud, el conflicto de clases y el canon de belleza de Roma


Fotograma icónico de Roma, de Alfonso Cuarón, "León de Oro" del Festival de Venecia en 2018.

            ¿Qué es una película lenta? ¿Por qué cuando una película es lenta se asume sin más que es aburrida? ¿Importa que una película evidencie el conflicto social de una sociedad? ¿Por qué la presentación del conflicto social haría de una película una suerte de panfleto político? ¿Deben actrices y actores corresponder a los cánones de belleza del cine de Hollywood? Roma, de Alfonso Cuarón, es una película morosamente bella, que retrata el conflicto político en el México de los 70, y que rompe el molde de belleza del cine de Hollywood.
            Es posible que Hollywood nos haya deformado el sentido del tiempo en el cine. Al parecer, las escenas que duran más de un minuto y medio nos resultan largas, y, lo que es peor, aburridas. Y, además, tiene que existir ruido, música incidental y diálogos conflictivos. Roma, por el contrario, nos permite disfrutar de la narración morosa de la cámara, recorrer los detalles, entender el alma de los personajes desde su cotidianidad doméstica. Nos ofrece el ruido de la ciudad y nos alimenta con una música que sale de la estación de radio: ruido y música que es parte de la cotidianidad: los espectadores escuchamos lo mismo que oyen los personajes. La belleza radica en el deleite que experimentamos sobre los detalles.
José Antonio Guerrero como Fermín
            El conflicto social en Roma está integrado a la historia de la película. Así, la represión del gobierno de Echeverría al movimiento estudiantil y la participación de los llamados “Halcones” durante la “Matanza de Jueves de Corpus” es un episodio central de la película. Fermín, el enamorado de Cleo, es parte de los Halcones y la escena cuando ella lo encuentra, luego de un entrenamiento de artes marciales, y él la enfrenta con agresividad es la representación de las violencias política y patriarcal. El clímax de este conflicto llega cuando Cleo ve a su enamorado participar del asesinato de un estudiante durante la represión y aquello le desencadena el parto prematuro. Así, los personajes son parte del conflicto: como represor, el uno, y testigo, la otra: la represión no es solo un marco histórico, sino también un momento del drama personal.
           
Yalitza Aparicio es Cleo.
El que Yalitza Aparicio sea la heroína de la película es también un acierto, pues subvierte el canon de belleza al que nos tiene acostumbrado Hollywood. Yalitza, indígena de ascendencia mixteca y maestra de párvulos, es la protagonista que logra, con su deslumbrante actuación, imponer la belleza de su persona y su personaje, privilegiando su propio patrón de belleza. También está la belleza del paisaje: la casa familiar, la ciudad, el campo, la playa: Cuarón, logra, justamente por la morosidad expositiva de la fotografía, que contemplemos la belleza del mundo de la película de manera detenida.
            Suceden muchas cosas en la película: entre ellas, la transformación de una familia de clase media en una familia rota por causa del abandono paterno, y el descubrimiento de la complicidad vital de las mujeres. Así que, si se durmió con Roma, como han confesado algunos tuiteros, es porque, seguramente, tenía sueño.

                Publicado en Cartón Piedra, suplemento cultural de El Telégrafo, 15.02.19