El Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel
Cedeño ha cumplido la mayoría de edad. Organizado por la Corporación Cultural
El Quirófano, bajo la dirección del poeta Augusto Rodríguez, en su edición XVIII,
este 2025 ha contado con el auspicio relevante de la M. I. Municipalidad de
Guayaquil. En esta ocasión, el festival, que se realizó del 10 al 14 de
noviembre, contó con la participación de poetas de Argentina, Colombia, Cuba,
Venezuela, Estados Unidos, Rumania, Taiwán, Túnez y Ecuador.
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| Retrato de familia, en casa de la poeta Siomara España, el lunes 14 de noviembre de 2025. |
Una fiesta de la poesía se celebra
con una amalgama de voces diversas que le habla al espíritu de una comunidad.
¿Qué poesía?, se pregunta el argentino Guillermo Bianchi (1970) y nos ofrece un
muestrario de posibilidades: «¿la atravesada por el humo? […] ¿la que agita las
alas de albatros / que baudelaire dejó sobre cubierta? ¿la que golpea la mesa
del burgués? / ¿la que muerde el exilio / con su sangre de buey llena de
cólera? / ¿la que anida en el árbol de alejandra? […] ¿la que no dice nada / la
que no calla nunca? / ¿qué poesía?». Toda, porque la poesía —la
verdadera, la piadosa, la que encierra el espíritu de sus oficiantes— convierte
en verbo aquello que estremece el espíritu imposible del mundo y las cosas y
los seres que lo habitan.
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| María Auxiliadora Álvarez, Seth Michelson, Khédija Gadhoum, Siomara España y Raúl Vallejo, en la Biblioteca de las Artes, de la Universidad de las Artes, el lunes 10 de noviembre, en el acto preinaugural del XVIII Festival Ileana Espinel Cedeño 2025. |
Una fiesta de la poesía es un ágape
de la palabra compartida. En el Festival Ileana Espinel Cedeño la celebración
contó con la cadencia suave y especulativa de lo cotidiano, en los textos de la
tunecina Khédija Gadhoum (1959), en cuyo poemario Cuando el hombre se
despierta ella dialoga con otros poetas y, así, canta con Chico Buarque: «se
extravía / llega y se va volando / tal un canto de golondrina / el hombre
peregrino. // allende mares y mareas / surca su palpitante / cuerpo /cuna de
lira y lirio / en el lecho de una noticia de ayer. // con sal de viva cal /
escribe su nombre / essa palavra presa na garganta / con miedo a la
ceguera / y a su propia condena». El rumano Tudor Cretu
(1980), que causó admiración en los colegios, nos envolvió en el ceremonial de
un «Exorcismo»: «sal / encógete revuélcate chorrea / por mis narices o mejor
por mi coronilla / en ese instante / yo bajo un techo lleno de candelabros de
bronce / encendidos en pleno día / sonriéndome desmayándome». La cubana Liset Lantigua
(1976), que trabaja entre el rumor de los libros de una biblioteca a la que
ella le cuida el alma, invoca la posibilidad de revivir los afectos bañada en
nostalgia: «Es un espiral nacarado / la casita de alguien que no precisa tanto
para volver. / Deja que te acaricie con su brisa de mares / partidos (allá lo
navegable). / Préstale al beso tu alma, / la cicatriz luminosa, / todo. / Puede
que llore en tu mano, / puede que lama tu sal, / puede que nunca te olvide… /
Ama esa certeza» (55).
Set Michelson (1975) es un
norteamericano que trabaja en la defensa de los derechos de las comunidades
migrantes en Estados Unidos. Fue el editor de la antología Dreaming America:
Voices of Undocumented Youth in Maximum-Security Detention (2017), que
reúne poemas, escritos en talleres de poesía dirigidos por él, por adolescentes
migrantes indocumentados que están detenidos en un centro de máxima seguridad
en EE. UU. Set Michelson leyó «Gracias natural», una hermosa meditación sobre
la fusión del ser humano con la naturaleza:
Amanecer. Cielo
rosado. El sol apenas en el horizonte, comenzando a iluminar un mundo hecho
añicos. Al mismo tiempo, un montañista sube de las ruinas. Piso a piso llega a
la cima del Monte Ceniza. Allí, sudado, hambriento, sonríe sobre el valle, la
panorámica capaz de redimir cualquier espíritu. Y Ceniza, encantado, tiembla
con alegría, pero ligeramente, para que todos piensen que es la brisa que hace
tiritar las flores. (50)
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| Augusto Rodríguez, Fang-Tzu Chang y Amang Hung, en la Biblioteca de las Artes. |
Contemplamos el arte sutil y
delicado de la poesía oriental de dos poetas taiwanesas de palabra finamente
sugerente. Con su poema «Comiendo pescado», Amang Hung (1964) nos enseñó que al
comer pescado uno se alimentaría de los seres que ama, cuyas cenizas han sido
arrojadas al mar: «Solo pienso en todos los peces que he comido de ese mar /
Cada uno delicioso / Con sus escamas centelleantes / Pero cuando un pez muere,
ese destello desaparece, se convierte en carne / Un destello que me encanta
comer» (35). Chang Fan Shi (1964) nos habló de la lucha cotidiana por la
supervivencia del idioma Hakka, su lengua materna, en un poema que funde la
figura de la madre y la resistencia del ser dolido desde la urgencia de su
lengua:
Mi lengua materna
me besa cada día
los labios.
Nunca los ha
mordido
¿Por qué lucen tan
deslucidos,
por doquier
amoratados?
¡Ah! ¡Mamá!
Madre afligida.
¡Me duele!
¡Me duele!
Duele…
La colombiana Paula Andrea Pérez
Reyes (1983) presentó Réquiem desde la grieta, del que escribí en su
contratapa: «Un poemario que es una plegaria por los desaparecidos, por los
desplazados, por las víctimas de una violencia sistémica que castiga la pobreza
de la gente sencilla y la rebeldía de la disidencia […] Y así, en medio del
dolor y la resiliencia, la poesía de Paula Andrea Pérez Reyes es también una
plegaria que acompaña nuestros días y nuestra fragilidad». La evocación del
hermano que no regresó con vida aquel fatídico 13 de julio de 1994, una víctima más de la violencia en Colombia, que algunos años después desembocaría en los 6.402 falsos positivos acumulados por el terrorismo de Estado:
A sus pies
descalzos
errantes sobre las
promesas de todos mis difuntos.
Aún los escucho y
sigo con vida.
Desde el fondo del
agua,
a veces alzo mi
rostro hacia la superficie,
escucho la voz de
mi hermano riendo y diciendo:
somos el país más
feliz del mundo.
Desde abajo todo
cobra un sentido diferente.
Me cuesta este
último verso, una llaga se abre
como la fosa en la
que te enterramos.
Somos el país más
feliz del mundo.
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| Carlos Béjar Portilla, el poeta ecuatoriano homenajeado, y Augusto Rodríguez, en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, el jueves 13 de noviembre de 2025. |
Una fiesta de la poesía es también
un jolgorio de homenajes. Este año, el Festival rindió su homenaje nacional a
Carlos Béjar Portilla (Ambato, 1938), cuyo verso «Los ángeles también
envejecen», quedó estampado en la camiseta del Festival. Béjar Portilla, que ha
escrito novela, cuento y poesía, mira el mundo con el asombro del ser humano
ante su propia obra: «He visto: / la belleza de las piernas de América / en
movimientos kinéticos / sobre los escaparates de Broadway […] Hay una inmensa estatua
/ representando la libertad. / Por dentro es hueca. / El turista-polilla /
constituye su sistema circulatorio. / Grandes edificios suplicando / su ración
diaria / de aire fresco. / Lo demás no cuenta» (17-18).
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| José Vásquez, Jesyk Valdez, Madeline Durango, David Cruz, del equipo del Festival, María Auxiliadora Álvarez, la poeta homenajeada, Augusto Rodríguez, director del Festival, y Rafael Méndez Meneses. |
En el ámbito internacional, la poeta
homenajeada fue la venezolana María Auxiliadora Álvarez (1956) que, desde 2023,
es profesora emérita de Miami University, Ohio. Su poesía, de verso conciso,
con la precisión que demanda el arte de la relojería, la talla primorosa de la
palabra deslumbrante: «el pensamiento quiere estar solo / sus animales juegan /
como si la belleza escogiera sus instantes» (20). María Auxiliadora Álvarez nos
contaba que, viviendo en una comunidad en donde era muy difícil encontrar
alguien que hablase español, ella se fue acostumbrando al silencio, a convertir
su lengua materna en un lugar de meditación de voces que le hablaban desde lo
profundo de sí misma. La poesía es esa llama que calienta el espíritu de la
soledad:
si te entumece el
frío
no te acerques a
la parte de la brasa
convertida
en ceniza
allégate al calor
que aún
conserve el rastro
de algún
sistema circulatorio
porque la ceniza
bloquea
ahoga
en su propio polvo
y
la sequedad que comparte
te asfixiará (19)
Finalmente, esta fiesta de la poesía
contó con una multiplicidad de voces locales, que sería muy largo de citar
aquí. Algunas, con obra madura; otras, con palabra emergente; todas con el
oficio de la poesía atravesado en sus vidas. Augusto Rodríguez (1979), que
desde hace dieciocho años saca adelante esta celebración de la palabra, junto a
un equipo de jóvenes entusiastas y marcados por los versos, nos muestra la
tremenda carga de la poesía que nos consume: «Los poetas salvaguardan su cáliz
/ pues conocen que las palabras blancas / son inofensivas en la sangre / pero
siempre el poema / es una piedra / que crece en el cerebro / del escorpión. /
Un pez / un río / un ojo / aletea» (71-72). Y así, para esta fiesta de la
poesía, con el cáliz de Ileana Espinel Cedeño hemos celebrado el rito.