José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 17, 2025

La fiesta de la poesía celebrada en nombre de Ileana Espinel Cedeño ha cumplido 18 años

El Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño ha cumplido la mayoría de edad. Organizado por la Corporación Cultural El Quirófano, bajo la dirección del poeta Augusto Rodríguez, en su edición XVIII, este 2025 ha contado con el auspicio relevante de la M. I. Municipalidad de Guayaquil. En esta ocasión, el festival, que se realizó del 10 al 14 de noviembre, contó con la participación de poetas de Argentina, Colombia, Cuba, Venezuela, Estados Unidos, Rumania, Taiwán, Túnez y Ecuador.

 

Retrato de familia, en casa de la poeta Siomara España, el lunes 14 de noviembre de 2025.

            Una fiesta de la poesía se celebra con una amalgama de voces diversas que le habla al espíritu de una comunidad. ¿Qué poesía?, se pregunta el argentino Guillermo Bianchi (1970) y nos ofrece un muestrario de posibilidades: «¿la atravesada por el humo? […] ¿la que agita las alas de albatros / que baudelaire dejó sobre cubierta? ¿la que golpea la mesa del burgués? / ¿la que muerde el exilio / con su sangre de buey llena de cólera? / ¿la que anida en el árbol de alejandra? […] ¿la que no dice nada / la que no calla nunca? / ¿qué poesía?».[1] Toda, porque la poesía —la verdadera, la piadosa, la que encierra el espíritu de sus oficiantes— convierte en verbo aquello que estremece el espíritu imposible del mundo y las cosas y los seres que lo habitan.

           

María Auxiliadora Álvarez, Seth Michelson, Khédija Gadhoum, Siomara España y Raúl Vallejo, en la Biblioteca de las Artes, de la Universidad de las Artes, el lunes 10 de noviembre, en el acto preinaugural del XVIII Festival Ileana Espinel Cedeño 2025. 

             Una fiesta de la poesía es un ágape de la palabra compartida. En el Festival Ileana Espinel Cedeño la celebración contó con la cadencia suave y especulativa de lo cotidiano, en los textos de la tunecina Khédija Gadhoum (1959), en cuyo poemario Cuando el hombre se despierta ella dialoga con otros poetas y, así, canta con Chico Buarque: «se extravía / llega y se va volando / tal un canto de golondrina / el hombre peregrino. // allende mares y mareas / surca su palpitante / cuerpo /cuna de lira y lirio / en el lecho de una noticia de ayer. // con sal de viva cal / escribe su nombre / essa palavra presa na garganta / con miedo a la ceguera / y a su propia condena».[2] El rumano Tudor Cretu (1980), que causó admiración en los colegios, nos envolvió en el ceremonial de un «Exorcismo»: «sal / encógete revuélcate chorrea / por mis narices o mejor por mi coronilla / en ese instante / yo bajo un techo lleno de candelabros de bronce / encendidos en pleno día / sonriéndome desmayándome».[3] La cubana Liset Lantigua (1976), que trabaja entre el rumor de los libros de una biblioteca a la que ella le cuida el alma, invoca la posibilidad de revivir los afectos bañada en nostalgia: «Es un espiral nacarado / la casita de alguien que no precisa tanto para volver. / Deja que te acaricie con su brisa de mares / partidos (allá lo navegable). / Préstale al beso tu alma, / la cicatriz luminosa, / todo. / Puede que llore en tu mano, / puede que lama tu sal, / puede que nunca te olvide… / Ama esa certeza» (55).

            Set Michelson (1975) es un norteamericano que trabaja en la defensa de los derechos de las comunidades migrantes en Estados Unidos. Fue el editor de la antología Dreaming America: Voices of Undocumented Youth in Maximum-Security Detention (2017), que reúne poemas, escritos en talleres de poesía dirigidos por él, por adolescentes migrantes indocumentados que están detenidos en un centro de máxima seguridad en EE. UU. Set Michelson leyó «Gracias natural», una hermosa meditación sobre la fusión del ser humano con la naturaleza:

 

Amanecer. Cielo rosado. El sol apenas en el horizonte, comenzando a iluminar un mundo hecho añicos. Al mismo tiempo, un montañista sube de las ruinas. Piso a piso llega a la cima del Monte Ceniza. Allí, sudado, hambriento, sonríe sobre el valle, la panorámica capaz de redimir cualquier espíritu. Y Ceniza, encantado, tiembla con alegría, pero ligeramente, para que todos piensen que es la brisa que hace tiritar las flores. (50)

 

           

Augusto Rodríguez, Fang-Tzu Chang y Amang Hung, en la Biblioteca de las Artes.

             Contemplamos el arte sutil y delicado de la poesía oriental de dos poetas taiwanesas de palabra finamente sugerente. Con su poema «Comiendo pescado», Amang Hung (1964) nos enseñó que al comer pescado uno se alimentaría de los seres que ama, cuyas cenizas han sido arrojadas al mar: «Solo pienso en todos los peces que he comido de ese mar / Cada uno delicioso / Con sus escamas centelleantes / Pero cuando un pez muere, ese destello desaparece, se convierte en carne / Un destello que me encanta comer» (35). Chang Fan Shi (1964) nos habló de la lucha cotidiana por la supervivencia del idioma Hakka, su lengua materna, en un poema que funde la figura de la madre y la resistencia del ser dolido desde la urgencia de su lengua:

 

Mi lengua materna

me besa cada día los labios.

Nunca los ha mordido

¿Por qué lucen tan deslucidos,

por doquier amoratados?

 

¡Ah! ¡Mamá!

Madre afligida.

¡Me duele!

¡Me duele!

Duele…[4]

 

            La colombiana Paula Andrea Pérez Reyes (1983) presentó Réquiem desde la grieta, del que escribí en su contratapa: «Un poemario que es una plegaria por los desaparecidos, por los desplazados, por las víctimas de una violencia sistémica que castiga la pobreza de la gente sencilla y la rebeldía de la disidencia […] Y así, en medio del dolor y la resiliencia, la poesía de Paula Andrea Pérez Reyes es también una plegaria que acompaña nuestros días y nuestra fragilidad». La evocación del hermano que no regresó con vida aquel fatídico 13 de julio de 1994, una víctima más de la violencia en Colombia, que algunos años después desembocaría en los 6.402 falsos positivos acumulados por el terrorismo de Estado:

 

A sus pies descalzos

errantes sobre las promesas de todos mis difuntos.

Aún los escucho y sigo con vida.

Desde el fondo del agua,

a veces alzo mi rostro hacia la superficie,

escucho la voz de mi hermano riendo y diciendo:

somos el país más feliz del mundo.

Desde abajo todo cobra un sentido diferente.

Me cuesta este último verso, una llaga se abre

como la fosa en la que te enterramos.

Somos el país más feliz del mundo. [5]

 

Carlos Béjar Portilla, el poeta ecuatoriano homenajeado, y Augusto Rodríguez, en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, el jueves 13 de noviembre de 2025.

Una fiesta de la poesía es también un jolgorio de homenajes. Este año, el Festival rindió su homenaje nacional a Carlos Béjar Portilla (Ambato, 1938), cuyo verso «Los ángeles también envejecen», quedó estampado en la camiseta del Festival. Béjar Portilla, que ha escrito novela, cuento y poesía, mira el mundo con el asombro del ser humano ante su propia obra: «He visto: / la belleza de las piernas de América / en movimientos kinéticos / sobre los escaparates de Broadway […] Hay una inmensa estatua / representando la libertad. / Por dentro es hueca. / El turista-polilla / constituye su sistema circulatorio. / Grandes edificios suplicando / su ración diaria / de aire fresco. / Lo demás no cuenta» (17-18).

           

José Vásquez, Jesyk Valdez, Madeline Durango, David Cruz, del equipo del Festival, María Auxiliadora Álvarez, la poeta homenajeada, Augusto Rodríguez, director del Festival, y Rafael Méndez Meneses.

En el ámbito internacional, la poeta homenajeada fue la venezolana María Auxiliadora Álvarez (1956) que, desde 2023, es profesora emérita de Miami University, Ohio. Su poesía, de verso conciso, con la precisión que demanda el arte de la relojería, la talla primorosa de la palabra deslumbrante: «el pensamiento quiere estar solo / sus animales juegan / como si la belleza escogiera sus instantes» (20). María Auxiliadora Álvarez nos contaba que, viviendo en una comunidad en donde era muy difícil encontrar alguien que hablase español, ella se fue acostumbrando al silencio, a convertir su lengua materna en un lugar de meditación de voces que le hablaban desde lo profundo de sí misma. La poesía es esa llama que calienta el espíritu de la soledad:

 

si te entumece el frío

no te acerques a la parte de la brasa

                                                           convertida en ceniza

allégate al calor

                                    que aún conserve el rastro

                                    de algún sistema circulatorio

porque la ceniza bloquea

                                               ahoga en su propio polvo

                                               y la sequedad que comparte

te asfixiará (19)

 

            Finalmente, esta fiesta de la poesía contó con una multiplicidad de voces locales, que sería muy largo de citar aquí. Algunas, con obra madura; otras, con palabra emergente; todas con el oficio de la poesía atravesado en sus vidas. Augusto Rodríguez (1979), que desde hace dieciocho años saca adelante esta celebración de la palabra, junto a un equipo de jóvenes entusiastas y marcados por los versos, nos muestra la tremenda carga de la poesía que nos consume: «Los poetas salvaguardan su cáliz / pues conocen que las palabras blancas / son inofensivas en la sangre / pero siempre el poema / es una piedra / que crece en el cerebro / del escorpión. / Un pez / un río / un ojo / aletea» (71-72). Y así, para esta fiesta de la poesía, con el cáliz de Ileana Espinel Cedeño hemos celebrado el rito.

 

 


[1] Guillermo Bianchi, El incendio absoluto. Antología personal (Córdoba: Ediciones del Callejón, 2025), 29.

[2] Khédija Gadhoum, Cuando el hombre despierta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 29.

[3] Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño, Memorias. Libro de Poesía. (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 76.

[4] Fang-Tzu Chang, «Hakka», en Sé que has estado aquí, traducción del mandarín al inglés por Zhengwei Chen y del inglés al español por Khédija Gadhoum, (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 38.

[5] Paula Andrea Pérez Reyes, Réquiem desde la grieta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 36.

 

lunes, noviembre 20, 2023

XVI Festival de Poesía Ileana Espinel Cedeño: el mundo compartido en la poesía

           

Johanna Carvajal, Shiva Prakash, Rafael Courtoisie, Paula Andrea Pérez y Khédija Gadhoum, en el museo Presley Norton, el 13 de noviembre. (Foto: R. Vallejo)

¿Qué es un festival de poesía sino el espacio para compartir la palabra de la vida y sus afectos? A un festival de poesía acuden voces maduras y las que emergen, voces de palabra exacta y las que tantean, pero todas, las experimentadas y aquellas que lo serán, son voces que están en búsqueda de la poesía, que es un instante que perdura huella en el verso, que es memoria. Un festival de poesía es un espacio de encuentro de versos de diversas latitudes, de distintas maneras de entender el mundo y el uso de la palabra que permite nominarlo.

            El XVI Festival de Poesía Ileana Espinel Cedeño, que tuvo lugar, en su versión presencial, del 13 al 17 de noviembre, estampó su camiseta emblemática con un verso de Maritza Cino Alvear (Guayaquil, 1957): «Habitarme es un placer que me reservo», porque la voz de la poeta protege su intimidad, ese lugar vedado para los demás, ese lugar tan solo del yo. Ese yo de la poesía que es, al mismo tiempo, uno y comunidad que comparte la palabra poética, como lo hicieron algunos de los poetas invitados que en esta crónica breve menciono.

Así, intimidad y voz comunitaria, es la poesía de Marwan Makhoul (Boquai’a, Palestina, 1979) que, en «Wajd» (Éxtasis religioso), nos comparte su íntima felicidad por el hijo que ha nacido: «¡Qué inútil fue todo antes de ti / y después de ti, qué hermoso se volvió todo, / hijo mío! / ¡Qué insensato fue que yo postergara tu vida / y mis dos hoyuelos iguales a dos brazos abiertos / para darte la bienvenida!» y, también, como un profeta, nos habla en su verso acerca del dolor de su patria ocupada y en guerra: «Para escribir una poesía que no sea política / debo escuchar los pájaros / pero para escuchar los pájaros / hace falta que cese el bombardeo».

HS Shiva Prakash (Bangalore, India, 1954), compartió sus canciones de cuna, sus cánticos rituales, su visión espiritual del mundo, como en «Despedida»: «La gran ciudad —la guarida de los insomnes— / estaba en la cama / con la diosa del sueño oscuro / Medio cubierta por el sari / de las farolas encendidas / Me despedí de mi amada prisión / para entrar / en la impenetrable jungla de / rugientes torrentes de lluvia / donde me encontré / con las flores relampagueantes / y los frutos del trueno». Shiva supo llegar a los más pequeños, en los recitales que se dieron en las instituciones educativas, con su cántico teatral.

Con su capacidad de convertir a los clavos y su parentela (la aguja, el tornillo y otros) y con su hacer del verso una erótica de la palabra, Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) nos entregó también una poesía desnuda: «En la erótica del espacio el espejo es la piel del “otro lado”, del lado imposible de las cosas. Las palabras son apenas un gesto de las cosas, pero el espejo ignora ese gesto y desnuda la mirada de toda adyacencia, de todo ese estar vestigial para establecer un ser absoluto en la razón del deseo, en su carne»[1]. Además, él compartió esa palabra agridulce del sur, que sabe que «la poesía no está hecha solamente con palabras, / está hecha con sangre humana. / Sangre viva».

Políglota y especialista en literatura latinoamericana, la poeta tunecina-norteamericana Khédija Gadhoum (1959), no solo contribuyó con la interpretación de algunos poetas extranjeros, sino que, también, desde su palabra transeúnte nos convocó a interpretar la experiencia del ser humano que es peregrino del mundo de afuera y artífice de su mundo más íntimo. Ella sabe cómo conjugar ese peregrinaje y esa necesidad de mirarse hacia adentro: «tierra mía de ayer. hoy reducida a un puro destierro. / ¿habrá algún terruño mañana? / enseña la agridulce lección, / sin extraviarme fuera de las sabias palabras»[2].

Y, claro, también hay una poesía que confronta la racionalidad de quien la lee y lo lleva a meditar sobre diversos momentos de la existencia a partir de un verso que va hilando una filosofía poética capaz de interpelarnos. Para Juan Carlos Abril (Los Villares, Jaén, 1974), en cuya poesía anota que «nos hacen únicos las imperfecciones», un consejo es una manera de ser ante la vida: «No te conviene / la rara habilidad de la nostalgia, / ni distinguir debilidad de orgullo, / si es que se tipifica / la suma de sus partes. / En ti / de muchos modos se acordó el futuro. // Y cuando nos enrojecemos, al menos no lo lamentamos. / En eso puede consistir la vida: aprender a soñar, a despedirse»[3].

Desde Polonia, nos acompañó Sergiuz Adam Myszograj (Wroclaw, 1974). No solo hizo gala de un enorme sentido del humor, sino, y sobre todo, de una poesía que embellece la cotidianidad de los afectos y la contemplación del prójimo. En «Señorita Mayumi», la voz del deseo y su sublimación se entreteje en el verso que da cuenta de lo extraordinario: «Cada mañana / la señorita Mayumi alimenta sus peces / con monedad […] Hoy / la señorita Mayumi está bailando / Las mariposas la rodean y las pequeñas aves también. / Saltaré al alféizar de la ventana / con la esperanza de que ella me note escondido entre las flores…». [En la foto, Sergiuz con el poeta ecuatoriano Augusto Rodríguez, quien es el fundador del festival de poesía Ileana Espinel Cedeño] 

Poeta, historiadora y saxofonista: así se define Johanna Carvajal (Medellín, 1993). De su investigación acerca de las mujeres condenadas por la Inquisición, surge un poemario que es memoria del horror y también memoria del valor. Ella ha convertido en poesía, el espíritu de las mujeres que expandieron formas distintas del conocimiento y fueron sacrificadas por ello: «Navego por el mundo / solo usando las estrellas […] por cada noche de desvelo / que paso entre jardines lánguidos / ofrendo mis ojos a la oquedad / para nunca salir de este sueño»[4].

Ella es una abogada defensora de los derechos humanos, con enfoque en las víctimas del conflicto armado colombiano. La poesía de Paula Andrea Pérez Reyes (Medellín, 1983) nos entrega una mirada lúcida sobre los hechos problemáticos que acontecen al ser humano, con un verso de palabra conmovedora: «No padecen la muerte de Otro / Los amantes sufren el olvido más que la muerte / Ellos sienten el frío al descender al infierno de pasar la próxima página […] No es la pobreza / es el hambre que no se sacia / No son los gritos / Son las palabras que se callan».

También estuvo en el festival, invitado por la valía del conjunto de su obra, el novelista colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962), conocido, entre otros textos, por Rosario Tijeras (1999), Melodrama (2006) y El mundo de afuera (2014, Premio Alfaguara). Franco habló acerca de su quehacer literario y, dada su formación de guionista, sobre la relación entre cine y literatura y de qué manera su lenguaje literario tiene cercanía con el lenguaje del cinematográfico. En todo caso, Franco dijo que él escribe sus obras concentrado, básicamente, en la expresión literaria como tal, sin pensar en una posible adaptación al cine; de hecho, comentó, se asombró cuando le propusieron adaptar Rosario Tijeras. ¿Cómo adaptar la paradoja vital que encierra el comienzo de la novela en una escena sangrienta?: «Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte»[5]. [En la foto: el autor de esta crónica con la poeta Siomara España, el cineasta David Grijalva y Jorge Franco]

Obviamente, el festival de poesía Ileana Espinel Cedeño, también reunió a decenas de poetas ecuatorianos que participamos en él compartiendo nuestro quehacer hecho de diversos tonos. Al final de la jornada, la poesía nos convocó sin acartonamientos: en la sencillez de las lecturas, los versos de distinta índole fueron el alimento comunitario de un público que asume la poesía como una fiesta del espíritu.

 

Retrato de familia en casa de la poeta Siomara España.


[1] Rafael Courtoisie, La palabra desnuda (Montevideo: Yaugurú, 2021), 9.

[2] Khédija Gadhoum, «Viñetas para soñar», Más allá del mar (bibènes) (Madrid: Editorial Cuadernos del Laberinto, 2016), 79.

[3] Juan Carlos Abril, «Consejo», En busca de una pausa (Madrid: Editorial Pre-Textos, 2020), 69 y 71.

[4] Johanna Carvajal, «Paula de Eguiluz», El llanto de las sibilas (Medellín: InkSide Ediciones, 2023), 41. Paula de Eguiluz, mujer negra y esclava, natural de Santo Domingo, fue condenada, en 1624, por el Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias, acusada de practicar la brujería.

[5] Jorge Franco, Rosario Tijeras [1999] (Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2004), 11.


jueves, julio 20, 2017

Las voces que caben en la poesía


Con Hussein Habasch, Zoë Skoulding, Laura Valente y Daniel Quintero, en la Universidad Politécnica Salesiana.

           “No conoció amor hecho para tan frío invierno. // Ella pinta una habitación y en ella se refugia. / Escucha la música extendiendo dolor / como telas de araña por sus piernas”, comienza el poema traducido del chino de Ming Di, que leyó en su lengua materna durante la inauguración del X Festival de Poesía de Guayaquil “Ileana Espinel Cedeño”, cuyo director es el poeta Augusto Rodríguez. Ming Di, nom de plume de Mindy Zhang, que iba desenredando cinta de seda, abriendo abanicos, dejando caer sus versos como lluvia de papel de arroz, concluye: “Me veo a mí misma en esa habitación, luchando. Le pido / que pinte una ventana, una ventana que conduzca al cielo. / Que pinte el firmamento.”
            Declarado Festival Emblemático del Ecuador por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, el “Ileana Espinel Cedeño” reunió a cerca de 70 poetas de diversas partes del mundo: China, Japón, Kurdistán, Gales, Francia, España, Estados Unidos, México, Cuba, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina y Ecuador; y tuvo lugar del 10 al 14 de julio de 2017.
            Fui invitado al Festival y participé durante toda la semana en las lecturas de poemas que tuvieron lugar en diversos escenarios; en la inauguración, en el teatro “Pipo Martínez Queirolo”; en la Alianza Francesa, en el Centro Ecuatoriano Norteamericano, en el Aula Magna y el Salón Azul de la Universidad Politécnica Salesiana, y, finalmente, durante la clausura, en el Centro Cultural “Simón Bolívar”, MAAC.
María Auxiliadora Álvarez
            El Festival fue una muestra de la diversidad de voces que caben en la poesía. El verso maduro de Fernando Cazón Vera (Quito, 1935): “Hemos caído en la trampa, / como niños caímos en la trama, / […] no tuvimos alguna escapatoria, / la suerte estaba echada de antemano, / acaso lo sabíamos // ah, pero nos hicimos ilusiones.” La poesía desnuda que interroga y se pregunta siempre, susurrante, íntima, de María Auxiliadora Álvarez (Caracas, 1956): “Quizá en el silencio haya luz / un resquicio de iluminación necesaria / una aquiescencia […] uno / el eterno aprendiz / el dedo contable / enhebrando hilos invisibles / para trenzar el desconocimiento.” O la voz alegórica, cargada de peces y joven contemplación de la vida hacia adentro, de Fadir Delgado (Barranquilla, 1982): “¿Y quién eres? / El último gesto del pez / Una sílaba que nadie usa / Las sobras de un abrazo […] Un pez que llegó a morir lejos del mar / ¿Y tú quién eres? / El mar que vino a ver cómo mueren sus peces.”
Marta Sanz (Foto El Telégrafo)
            Mujeres de todas partes y lenguas. Marta Sanz (Madrid, 1967) y la fuerza feminista de su verso que evoca múltiples sentidos en su juego de voces: “Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente / dotada de una fuerza sobrenatural… / La voz, tan cursi y comprensiva, del doblaje de Joan Fontaine / soñaba sueños extraños. / Aquel pobre hilillo blanco que un día fue nuestro camino / avanzaba más y más… // Y yo le dije a la voz de doblaje de Joan Fontaine / que era una perra, una perra mentirosa.”
Lucila Lema
Ada Mondès
Lucila Lema (Peguche, 1974) y la voz que ora desde la tradición ancestral: “Madre luna / Madre agua / Madre tierra / Madre humana; / que como mariposa blanca / has venido / haz que suceda el aliento / y el camino / para refugiarnos en el sitio sagrado, / donde guardamos la canción / a la lluvia.” Sáyaka Osaki (Kanagawa, 1982) y la delicadeza de su mirada sobre el mundo: “Es una habitación tranquila. / No tiene puertas y hay una ventana. / Todos entran por ella. / Todos salen por ella. […] La habitación todavía no está desesperada. / Un día podrá marcharse / pues tiene una ventana apropiada. // Es una ventana grande. / Es una ventana tranquila.” Ada Mondès (Hyères, 1990) y la radicalidad de sus planteamientos: “Por la calle, a menudo, caminan con el pecho inflado o con la pelvis relativamente prominente – una zancada por delante, solo para tener el placer masculino de arrastrar tras de sí a su mujercita a la que le aprietan los tacones recién comprados / el cuero a costa de la sonrisa.”
            Una poesía urgente que expone esos espectros de la realidad que envuelven al poeta y cuya palabra transciende la coyuntura en la que escribe, de Daniel Quintero (Buenos Aires, 1959): “Yo no habito tu medio país, / mi medio país es otro, / aunque las dos mitades / sean todo este país / y mi mitad y la tuya / ocupen el mismo espacio / simultáneamente / como venciendo / una ley física / como si fuera una cuarta dimensión / próxima / palpable / pero ineludiblemente irreconciliable […] Mi medio país / se mide con memoria / es el olor de la sangre / que arrastra el viento / tiñe el cielo / hace bandera / dedos en V […] mi medio país es un triunfo de la historia / al país de mierda que armaste / y nosotros tenemos que sobrevivir.”
Una poesía que mira las cosas y la cotidianidad desde la nostalgia, de Daniel Calabrese (Dolores, 1962): “Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia. // Ella encuentra misterios, llaves / de bronce, palabras, silencio, / porque las húmedas ciudades son baúles / y ella sabe de barcos. // Yo siempre he buscado tesoros / atento al mensaje, al olor de madera / que traen los vientos. / No sé por qué mi cuerpo lleno / de sangre es una copa / o un timón que gira. // Ella sabe de barcos, / a mí me ahoga el rumor de la lluvia.” Una poesía que invoca a la tierra y los seres que la habitan, de Carlos J. Aldazábal (Salta, 1974): “Parición en el monte. // Abre las piernas a la sombra del árbol / y la cría resbala de la vida a la vida. // Pegoteada, pringosa. // La boca de la madre en la placenta / y los ojos lavados. // Así se llega al mundo. // Para correr. // Para que el tigre juegue.”
Ketty Blanco y Yirama Castaño.
            Yirama Castaño (Socorro, 1964) nos enseña la limpidez del verso y sus resonancias: “A lo lejos, / un pájaro canta / en honor del dios de los árboles. / Nadie, entre aquellos que conversan, / se ha dado cuenta de la mudez.” Siomara España (Paján, 1976) convoca a los poetas a soñar en la infinitas posibilidades de la realidad: “Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta.”
Karo Castro.
Karo Castro (Santiago de Chile, 1982) convierte en poesía un hórrido episodio, su palabra perturba y libera, la mujer gallina nos estremece: “Me dicen desde que llegué a este gallinero sin plumas / El silencio deshace las palabras de cantos / Mis labios imitan naturaleza de pájaro […] En mi cabeza está el canto del chercán / Canto / lo que los pájaros me anuncian / Canto / lo que no se dice / Canto / a mi cuerpo de gallina en llamas.” Ketty Blanco (Camagüey, 1984) teje su filigrana con palabras exactas y convierte lo sórdido en belleza: “Cuando la geisha camina por el bulevar, / el tenue parpadeo eleva de sus ojos gotas de vapor. / Los hombres le brindan cerveza, le imploran / deliciosamente abrirse. / Al andar ella tuerce un pie hacia adentro.”
            Pintores, músicos, gente de la calle de todos los días, viajeros, poetas: todos caben en los poemas en prosa de Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963) igual que cabe Dante: “Sospechar que en la armonía de los astros no está ella, y que en su luz se despedaza el resplandor del Paraíso. Y pensar esto es el origen de una condena porque, de súbito, me hallo en la primera página de otro viaje que mi mano escribe. Veo la loba, el león, la pantera, y en la encrucijada de sus acechos leo la inscripción que me lanza a la bruma. En el momento indicado digo: ¡Maestro!  Pero Virgilio no está.  Levanto la cabeza y lo veo, ajeno a mí, bordeando los abismos. Lo llamo y  no oye. Corro pero cada paso que doy es uno dado por él. La distancia es atroz y permanente.  Entonces, un nuevo Infierno, el verdadero, empieza para mí. Sin guía y con la certeza de que no hay nadie a quien seguir. Beatriz, grito, y a mi eco se une el coro de los condenados.”
Con Farid Delgado y Pablo Montoya.
 Desde Reino Unido, vino Zoë Skoulding (Bradford, 1967) nos trajo una mirada íntima sobre la tensión entre la naturaleza y la urbe que emerge en ella: “Entre los edificios / los árboles se extienden hacia abajo / los lenguajes / de la tierra y las lombrices, / las hojas glosan la jerga del cristal y el acero; / los bosques yacen sobre los pisos / para rebotar / cada palabra, cada palabras / que dices / con el largo / eco de tus pasos que descienden en el lodo […] Mira, / ahora puedes ver en las ruinas cómo / los edificios se agarraron y se te subieron / por los huesos, los escombros, las paredes de tierra, / este enredo de tubos inútiles.”
Y, nacido en Shaij al- Hadid, una aldea al norte de Siria, Hussein Habash (1970) escribe en Kurdo, su lengua natal, y en árabe, “Pongo la cabeza sobre la roca del olvido / repitiendo, cual una estrofa de canción triste, lo siguiente: / Qué importa si muero pobre o más pobre de todos los pobres del mundo / mis niños comen manzana y mastican granos de granada. / Y esto es lo que importa. […] Qué importa si muera mientras voy diciendo barbaridades o remando hacia la locura / O quizás como Cioran, mi amigo, voy tocando las noches y dejando mi destino en manos del frío y la majadería. / Mis niños sonríen en la cama, y sueñan en aves y mariposas. / Y esto es lo que importa. // Qué importa si muera o no. / Es igual / Mientras la muerte es la iluminación del alma. / Y yo lo perdí hace tiempo en los bosques del olvido. / Qué importa entonces. / Qué importa.”
            Por razones de espacio debo parar aquí. Consideración aparte merecerían las voces jóvenes del país que participaron durante los recitales. Voces talentosas, prometedoras, ávidas de mundo y poesía. El Festival “Ileana Espinel Cedeño”, en lo personal, ha sido una experiencia poética que, en medio del ruido de la urbe, convirtió por unos días a Guayaquil en un espacio urbano para escuchar voces diversas, que me permitió mirarme para adentro, interrogarme siempre, interrogar al mundo, y sentir en cada verso cómo se restituía el valor de la palabra en nuestras vidas.