José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, octubre 15, 2012

Callada como la Muerte, intensidad y justicia poética



            Un torturador que, terminada la dictadura militar de Argentina, se refugia con una identidad falsa en Quito. Una pareja con familia que ha sido torturada por aquel y que pudo escapar del tormento hacia Ecuador. Un médico, quiteño diletante con veleidades intelectuales, que se ve envuelto en una aventura que rompe la apacibilidad de su vida burguesa. Estos son los personajes de una historia intensa, atravesada por la crueldad humana y la justicia poética, que nos es contada con maestría narrativa en Callada como la Muerte, la más reciente novela corta de Abdón Ubidia, Premio Espejo de Literatura 2012.
            Ubidia ha tejido una trama que, por un lado, es profunda en desmenuzar el alma de sus personajes: las más abyectas culpas y las más nobles intenciones se entremezclan en cada uno de ellos para ejecutar acciones impregnadas del mal. El mundo se presenta como un espacio en donde la sobrevivencia es consecuencia de una lucha cruenta y sin moral. Más allá de las causas políticas o personales que cada personaje defiende, la narración nos conduce por sucesos que testimonian la espiral de la violencia de una lucha política sin concesiones.
            La intensidad está acentuada por una narración manejada con sabiduría. Los personajes hablan sin ser juzgados por el autor: son las propias palabras de aquellos las que provocan en los lectores la simpatía o la animadversión hacia estos. Los hechos, contados con lenguaje sustantivo, apretado, están desnudos con toda su ferocidad a cuestas. Y esa manera de acumularse la violencia es lo que hace de la novelina un relato fascinante y agobiante.
            La Muerte, entonces, es ese personaje escondido cuyo espectro atraviesa la historia. La Muerte, precisa, silenciosa, acude al llamado de los seres humanos que solo encuentran saciado su rencor con el exterminio del enemigo. La Muerte que se presenta necesaria para consumar el sentido poético de la justicia: no la de los tribunales, como dice un personaje, sino la de la Vida.
            Y es que no se trata de una violencia en abstracto. Se trata de la violencia de los opresores en contra de los oprimidos y de la resistencia de estos contra la persecución y la tortura. En la novela, este sentido de la violencia de los opresores que se desató en un país y que se cierne en otro, está trabajado de tal manera que se vuelve posible la complicidad de los lectores con la venganza de la viuda del militante asesinado por el torturador. Al mismo tiempo, los escrúpulos de la viuda al momento de acudir, “callada como la muerte”, a la ejecución de la venganza son los escrúpulos de los oprimidos al momento de ser parte de un acto violento, mortal. Pero existe la justicia poética. Y a ella acude el autor al momento de narrar el desenlace por el que opta.
            Estamos ante una novela atravesada por lo político en la que el autor, con mano maestra, toma partido por los oprimidos sin estridencias panfletarias. Y, en medio de esa violencia, aparece la mano experimentada del escritor que construye un relato cargado de mediaciones y sentido de lo humano. El personaje del torturador está mediatizado por la piedad del autor con sus criaturas pero también con la precisión política de quien sabe que está trabajando con una materia cargada de violencia. El personaje de la joven viuda está construido desde la solidaridad y no por ello se la exime de la sevicia con la que ejecuta su venganza.
            Callada como la Muerte, de Abdón Ubidia, es una novela corta que deslumbra por la intensidad de lo narrado, que estremece por la humanidad de sus personajes en medio de la violencia y la crueldad de sus historias, y que confronta a los lectores con el sentido profundo de la justicia.

lunes, octubre 08, 2012

Che, 45 años después de su ejecución



El Che, según Andy Warhol

En una de las aulas de la escuela de La Higuera, estaba recluido el Che. El día anterior, en el combate de la quebrada del Yuro, había sido herido en sus piernas. El lunes 9 de octubre de 1967, el gobierno boliviano y la CIA decidieron la ejecución.
           En una entrevista concedida a Paris Match, en 1977, el sargento Mario Terán, quien cumplió la orden, narró el momento:

Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así es que fui. Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: “Usted ha venido a matarme”. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: “¿Qué han dicho los otros?”. Le respondí que no habían dicho nada y él contestó: “¡Eran unos valientes!”. Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. “¡Póngase sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto.

            Hoy, los intelectuales orgánicos de la derecha con Mario Vargas Llosa a la cabeza, se han dedicado a una campaña de desprestigio de la figura del Che. Es como si quisieran asesinarlo nuevamente y matarlo en la memoria de la gente. Para ello, no dudan en llamarlo “bandolero” o “criminal” y sacan de contexto los fusilamientos de la revolución cubana a los, esos sí, criminales y torturadores de la filas de Fulgencio Batista. Con una deshonestidad intelectual perversa ocultan el hecho de que para asegurar las libertades burguesas durante la Revolución Francesa, los revolucionarios tuvieron que activar miles de veces la guillotina.
            Algunos intelectuales del Ecuador, los mismos que ayer se emocionaban con poemas al Che, se han asociado al poder mediático, perverso y mercantil, y alquilan su palabra para denigrar a los gobiernos progresistas de la región sustentados en una lectura reaccionaria de las tesis sobre el poder de Foucault. Se hacen los ciegos a la hora de solidarizarse con Cuba a pesar de que en la isla les curaron su miopía, y callan cuando se trata de la defensa del legado del Che porque ahora prefieren la visión liberal del american way of life.
Esos falsetas pretenden descalificar a quienes hemos asumidos las tareas políticas de los intelectuales, contribuyendo desde diversos campos a la Revolución Ciudadana, siguiendo al joven Marx en su tesis XI sobre Feuerbach, de 1845: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”
En medio de ese combate ideológico y político, la figura del Che se yergue como ejemplo de lo que él mismo predicó sobre el hombre nuevo, aquel individuo que debía sentirse “más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad.” El Che entregó su vida a la causa de la liberación de los pueblos y a la construcción de una sociedad más justa. Por esa entrega vital a favor de la lucha de los condenados de la tierra, Jean Paul Sartre dijo sobre el Che: “Considero que ese hombre fue no solo un intelectual sino el hombre más completo de nuestra época.”
Su mensaje a la Conferencia Tricontinental, en 1966: “Crear uno, dos, tres Vietnam es la consigna”, ha sido señalado por la derecha como la frase de un violento. Pero la consigna no se refiere a la violencia gratuita sino a la creación de focos de resistencia a la presencia militar norteamericana en el mundo. La consigna tal vez peca de voluntarista porque la resistencia de los pueblos es producto de su propia historia, pero, en Vietnam, el Imperio demostró la crueldad de la que es capaz —uso de bombas de napalm incluido— y el pueblo vietnamita mucho de la heroicidad que tienen los patriotas contra un invasor. Hoy día, la resistencia de los pueblos se expresa en los foros internacionales en donde, gobiernos revolucionarios de países como Ecuador, mantienen una posición soberana y digna frente a la iniquidades del capitalismo y de sus políticas imperiales.
            Julio Cortázar, ese cronopio que siempre tomó partido hasta mancharse, escribió en una carta a Roberto Fernández Retamar, poeta y presidente de Casa de las Américas, de Cuba, el 29 de octubre de 1967:

            Yo tuve un hermano
            […]
            No nos vimos nunca
            pero no importaba,
            mi hermano despierto
            mientras yo dormía, 
            mi hermano mostrándome
            detrás de la noche
            su estrella elegida.

            Algunos intelectuales y artistas de hoy, a pesar de nuestra pequeñez humana, nos hemos comprometido con el gobierno de la Revolución Ciudadana y luchamos por construir una sociedad más justa. En esa lucha, no exenta de errores y desalientos, intentamos seguir aquella estrella elegida.
Y como la historia está llena de paradojas vale la pena recordar que, a fines de septiembre de 2007, el oftalmólogo de una brigada de médicos cubanos que realizaban tareas solidarias en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, operó de cataratas al anciano sargento del ejército boliviano llamado Mario Terán.



Cortázar lee su poema "Yo tuve un hermano" y Pablo Milanés canta "Si el poeta eres tú"

domingo, septiembre 16, 2012

Edición conmemorativa de La muerte del cóndor



El proceso revolucionario liberal, del que fue su líder, modificó sustancialmente la constitución del Estado nacional ecuatoriano: consolidó la separación del Estado y la Iglesia, promovió la transformación del modo de producción que aún se basaba en formas de explotación feudal, institucionalizó la educación pública, laica y gratuita, y amplió los derechos civiles de la ciudadanía. Eloy Alfaro Delgado, nacido en Montecristi, provincia de Manabí, el 25 de junio de 1847, también fue un latinoamericanista que luchó por la independencia de Cuba y sostuvo, en 1898, la necesidad de crear el Derecho Público Americano para confrontar el uso imperialista de la Doctrina Monroe por parte de los Estados Unidos.
El asesinato de Eloy Alfaro, ocurrido en Quito, el 28 de enero de 1912, es un crimen abominable que, según Pío Jaramillo Alvarado, en su alegato fiscal de 1919, fue permitido por el gobierno de Carlos Freile Zaldumbide e instigado por cierta prensa oficial y oficiosa al servicio de los intereses de la naciente oligarquía plutocrática. La muerte de Alfaro es un ejemplo histórico de la alianza de los poderes fácticos que jamás han desdeñado el cometimiento de crímenes atroces para consolidar sus ambiciones políticas y económicas.
José María Vargas Vila y Eloy Alfaro se conocieron en el destierro en Nueva York que padecían junto a José Martí. Ahí, según el historiador colombiano Gonzalo España, Vargas Vila incorpora a Alfaro, a pesar de que este no tuvo la escritura entre sus talentos, a la revista Hispanoamérica, que aquel fundara. Años más tarde, cuando la revolución liberal triunfa en Ecuador, Alfaro nombra a Vargas Vila como representante del Ecuador en el Vaticano. Después, los amigos siguieron cada quien su rumbo: Vargas Vila aburguesado en Europa, Alfaro construyendo en Ecuador una nueva patria.
            En eso sucedió la hoguera bárbara, como la llamó Alfredo Pareja Diezcanseco.
José María Vargas Vila, indignado por el horrendo crimen del que fue víctima Eloy Alfaro, publicó en 1914 La muerte de cóndor, texto biográfico de estilo vanguardista en el que la expresión poética se funde con la narración de la palabra combativa, centrado en el asesinato de Alfaro. A cien años del crimen, la Embajada del Ecuador en Colombia ha reeditado este libro, que fue presentado el miércoles 12 de septiembre en Bogotá, en el Gimnasio Moderno, y el viernes 14 en la VI Fiesta del Libro y la Lectura de Medellín. Próximamente, será presentado en Cali, en donde existe un monumento a Alfaro, que ilustra la portada de esta edición, erigido en el barrio Obrero, en la tercera década del siglo veinte.
Esta edición conmemorativa ratifica el compromiso con la memoria histórica de nuestra América y con la necesidad de mostrar a los colombianos un ejemplo literario de los lazos políticos y culturales que han unido a Ecuador y Colombia a lo largo del tiempo.