José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, diciembre 08, 2025

Las incómodas Drag Queens del Museo de la Ciudad

El colectivo Up-Zurdas presentó «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda» en el Museo de la Ciudad, de Quito. (Foto del Museo de la Ciudad)

«No soy Pasolini pidiendo explicaciones / No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz / Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia / Defiendo lo que soy / y no soy tan raro».[1] Así comienza el «Manifiesto (Hablo por mi diferencia)» del escritor y activista chileno Pedro Lemebel. El espíritu lemebeliano estuvo presente en el espectáculo «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda», del colectivo Up-Zurdas, en el Museo de la Ciudad, de Quito. El espectáculo también celebraba un aniversario más de la despenalización de la homosexualidad en Ecuador que ocurrió el 25 de noviembre de 1997, «cuando el Tribunal Constitucional emitió una sentencia en el Caso 111-97-TC en que declaró inconstitucional el primer inciso del artículo 516 del Código Penal, que tipificaba las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo como un delito con una pena de cuatro a ocho años de reclusión». La puesta en escena se dio en una de las salas del museo que es la antigua capilla del Hospital San Juan de Dios, lo que ha causado una reacción escandalosa de sectores conservadores que consideran una ofensa a la religión católica la presentación de una obra teatral de Drag Queens en dicho espacio. Según comentó Mota Fajardo fundadora de la colectiva Pacha Queer, que existe desde 2013, en el programa Kike Shou del 4 de diciembre pasado, la obra pone en discusión las violencias estructurales que la población sexo-génerica diversa ha tenido que vivir históricamente tales como la falta de acceso a la familia, al trabajo, a la educación, etc. Como resultado de esa violencia estructural, según un informe de WOLA, el promedio de vida de una persona trans en América Latina es de treinta y cinco años. Entonces, ¿qué es lo que incomoda de la representación de «AristócRatas: crónica de una Marica incómoda»? Ciertos voceros de la derecha, que se dan golpes de pecho como beatos de mentalidad colonial, dicen que la obra se realizó en un recinto sagrado. La verdad no puede convertirse en un detalle menor: en realidad, la capilla del Museo de la Ciudad es una pieza de museo que está desacralizada desde 1998. Es cierto que su valor simbólico permanece en el imaginario social, pero, en términos teológicos, no estamos ante un acto sacrílego ni blasfemo porque, en realidad, no se ha profanado ningún lugar sagrado. ¿Se pudo montar la obra en otro espacio del museo? Seguramente, y eso hubiese evitado que se utilice la religión con fines políticos y partidistas, y que se alboroten los voceros del discurso homofóbico que, cuando llega a la calle, alienta los crímenes de odio. Enseguida, surgen otras preguntas: ¿Se pueden ejecutar en esta sala conciertos de música profana como el Carmina Burana o La consagración de la primavera? ¿Estaría bien realizar una sesión fotográfica con una modelo para una revista? ¿Y recitar poemas de Baudelaire en esmoquin? ¿Se debe permitir una exhibición de la obra de León Ferrari que incluya la icónica instalación «La Civilización Occidental y Cristiana» (1965) que es una obra que muestra a Cristo crucificado en la parte inferior de un bombardero estadounidense utilizado en la guerra de Vietnam? El problema es complejo porque las respuestas a estas preguntas implicarían una lista de permisos y prohibiciones, cuestión que desdice de la libertad artística que debe imperar en un museo. Sin embargo, hay que anotar que una curaduría artística sí debe tomar en cuenta cuál es el valor simbólico de un espacio; más aún en este caso, pues se trata de una capilla católica y existe una feligresía que cree en sus símbolos religiosos. La raíz del conflicto tal vez esté en el uso de un espacio que es simbólicamente religioso como si fuera un espacio cultural secular. No obstante, la agenda anti-derechos, impulsada por el trumpismo a nivel continental, no tiene límites: lo que les incomoda, en realidad, es la existencia misma de cuerpos y sexualidades diversas, no importa en dónde se presenten: ya sea en un desfile callejero el día del Orgullo, ya sea en la atención de una ventanilla de banco, ya sea en el ejercicio de la docencia, ya sea en la fiesta de Navidad de la familia, ya sea en una sala de teatro, y así, en cualquier parte. Y si bien las disculpas que ofreció el alcalde de Quito, a quienes se sintieron ofendidos, apaciguó el alboroto, por el momento, su postura política deja, en cierta medida, en la indefensión a la comunidad LGBTI+, pues, al final del día, esta termina siendo culpable de existir. Pensemos que hace solo veintiocho años, ser homosexual era un delito que se castigaba con una pena de prisión mayor que la que entonces tenía un conductor que matase a alguien manejando borracho. El espíritu colonial de los curuchupas sigue vivo a pesar de las proclamas de modernidad y las consignas libertarias. Este episodio me recuerda lo que Agustín Cueva, en 1967, al final de su texto clásico Entre la ira y la esperanza, escribió «Desde su edad de piedra, la Colonia nos persigue. Mata todo afán creador, innovador, nos esteriliza. Hay por lo tanto que destruirla».[2] Pero no es solo un problema cultural: el discurso homofóbico y anti-derechos pretende instalarse como voz dominante y no cejará en su cruzada de odio. Frente a ello, es necesario que el arte y la literatura continúen incomodando. Y entender, por supuesto, que la lucha de la comunidad LGBTI+ por la aceptación de la diversidad sexual es una lucha por la vida.   



[1] Pedro Lemebel, Loco Afán. Crónicas de sidario (Santiago: Lom Ediciones, 1997), 83-90. Lemebel leyó su «Manifiesto» en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile.

[2] Agustín Cueva, Entre la ira y la esperanza [1967] (Quito: Editorial Planeta, 1987), 153.

 

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