José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, junio 17, 2024

«El síndrome Salinger»: la violencia sexual del patriarcado literario

           

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, ganó el XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, en el género de novela breve.

            Un laboratorio de experimentación discursiva, una escritura de enorme fuerza política, un tratamiento valiente de un problema estructural y de actualidad. Marcelo Báez Meza, ha hecho de cada libro suyo un campo de búsquedas estéticas en las que combina la investigación académica, la tradición literaria y la puesta al día de los problemas éticos que se derivan de tales búsquedas. Su novela en verso Tan lejos, tan cerca (1996) que, imbuida de cine y música, articula una crítica a los mass media. Como una prolongación de sus intereses temáticos, apareció Tierra de Nadia (2000), que se adentra en el discurso del mundo cibernético y la consciencia permanente del acto de la escritura. Asimismo, tenemos ese monumental texto metaliterario que la icónica Nunca más Amarilis (2018, Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja 2017) o ese divertimento policial en Guayaquil, escrito con humor y pasión por el arte, que es El buen ladrón (2019).

En su más reciente novelina, El síndrome Salinger, —ganadora del XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja—[1], Báez construye el estrado novelesco de un proceso de justicia poética a partir de la exposición del síndrome que lleva el nombre del escritor norteamericano Jerome David Salinger (1919-2010), autor de la célebre novela The Catcher in the Rye (En español, El cazador oculto o, también, El guardián en el centeno, 1951).

            En realidad, el síndrome Salinger se refiere al miedo de un escritor a mostrarse, a tener visibilidad, pero Báez, con una vuelta de tuerca, plantea su propia versión del síndrome y lo desarrolla a partir del señalamiento de J. D. Salinger como «un experto en el infame arte del grooming», es decir, «la actividad criminal de amistar con un (o una) menor para tener una relación sexual» (143). En el capítulo «Las diez leyes del síndrome Salinger», la voz narrativa, que es femenina, expone, como en un canon musical, episodios biográficos de Salinger en contrapunteo con la formulación de las leyes del síndrome. En este capítulo, escrito con la fuerza de la crónica periodística, la narradora disecciona el abuso que se da, en la relación de pareja, de un hombre con poder y una mujer menor encandilada por la fama de dicho hombre. El nombre de Salinger encabeza una lista de protagonistas de diversas formas de violencia patriarcal: Neruda y la violación de una criada, Pablo Milanés y el asalto infructuoso a una admiradora de su canto, Foucault y el turismo sexual con niños menores de edad, Juan José Arreola y el abuso sobre dos escritoras de sus talleres literarios, etc.

En el marco del síndrome, el centro de la confrontación entre víctima y victimario reside en la interminable y compleja discusión acerca de los límites del consentimiento. En el capítulo «El caso de Vanessa Springora», el autor describe el testimonio de esta escritora en su libro El consentimiento (2020), que trata sobre su relación con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía catorce años y él cincuenta. Producto de esta relación, Vanessa padeció «desórdenes alimenticios, drogas, internaciones, abandono del colegio y del hogar, tratamiento psiquiátrico y psicológico, dificultades para relacionarse con otros hombres, depresión […] se peleó con su mamá, que le advirtió que estaba con un pedófilo» (83).

El núcleo de la intriga novelesca es la narración de Lucrecia Lanza, una periodista cultural que, en su juventud, fue violada por su profesor de literatura, el crítico y académico ecuatoriano Eduardo Torres y que planifica tomarse la justicia por su propia mano. El libro que estamos leyendo es, a la vez, el texto de Lucrecia para desenmascarar a los depredadores. No es una terapia, como dice el personaje; es la necesidad de fijar lo sucedido en la memoria de la escritura. Al respecto, dice Lucrecia: «No sé quién soy si no escribo. Vivo a través de la escritura» (19). En «Introducción a mi letra» encontramos el descarnado autorretrato de una mujer que, durante su vida, ha sido objeto de abuso sexual y una voz que clama al final del capítulo: «(Una tipografía que se sea solo de mujer)» (23).

Báez es un maestro en el arte de novelar y utiliza todos los artificios que constituyen ese artefacto literario llamado novela. Así, para describir al profesor Eduardo Torres utiliza el recurso del falso documental y nos lo muestra en una entrada de la Enciclopedia Británica, en cuya redacción hace gala de un fino sentido del humor. Señala que Torres ha publicado estudios sobre varios autores latinoamericanos como El arco sin lira, sobre Octavio Paz, o La ciudad letras y los perros, sobre Vargas Llosa; o compilaciones como Un narrador resucitado a puntapiés, sobre Pablo Palacio, o que ha ayudado a lanzar las carreras literarias de Marcelo Chiriboga, Márgara Sáenz y Diego Donovan, todos ellos escritores que solo existen en la metaficción literaria. (35 y 36).

En el tono del falso documental, también está el juicio seguido contra Torres en Estados Unidos por otros sucesos de abuso en una universidad norteamericana del que, gracias a un arreglo económico, Torres salió librado y con dinero. Otro artificio es la introducción de crónicas y testimonios sobre depredadores reales como los que ya señalé anteriormente y no duda en dejar enumeradas las fuentes bibliográficas de las que se nutre la nutrida información de la novela. Asimismo, al final de cada capítulo hay frases sentenciosas, a veces sobrecargadas, de una voz que, a manera de moraleja, va construyendo una ética tanto de la materia tratada como de la escritura.

Esta novela, de estructura fragmentaria, está construida con crónicas sobre casos de abuso y violencia sexual, con monólogos de varias mujeres en diversas épocas históricas que develan, al igual de Springora, a sus victimarios. Báez va armándola con noticias de aquí y de allá, narraciones de sucesos similares al de la trama principal como la historia de Ana Magdalena Wilke, la esposa de J. S. Bach, en «Del género bien temperado», o reflexiones éticas y políticas partir de otros hechos como «El caso de Vanessa Springora» y el tema del consentimiento. Hay, incluso, un fragmento con una voz que se funde con la voz del autor ficcionalizado y transmutado en un/a viudo/a que se personifica como rey de su promoción, como sucede en el capítulo «La mujer que le prestó su voz a Siri»: «“El día que conocí a la locutora que le presta la voz a Siri, pensé que era objeto de una broma pesada”. Así empezada un texto que borroneé allá por el año 2015 cuando vivía en Kentucky» (125).

En «El pesado atuendo de Nora», la voz es la de Nora Barnacle, la esposa James Joyce, quien interpela a su marido por haberla ficcionalizado en su obra literaria, sobre todo en el último capítulo del Ulises: «Esa voz del monólogo final no es la mía. Es la de él. Soy yo, creada por él. Es un ladrón de textos, de voces… vocerío, voces de río. Creerá que pudo haberse robado mi voz, pero mi alma, no. ¿Qué es un alma? Yo no le di permiso para convertirme en Molly Bloom. Yo no florezco en su textualidad» (169). Aquí, sin embargo, la pregunta que emerge es si todos quienes escribimos no somos, de alguna forma, ladrones de textos y de voces. Y, claro está, todos los capítulos en los que desarrolla el síndrome Salinger. Esta fragmentación le da un tono de crónica armada con piezas de distinta índole y articuladas con el hilo de la historia principal que es la venganza de Lucrecia Lanza, un episodio que tiene el tono de un comic por la desmesura y la violencia en función de lo que es la justicia por mano propia de quien no ha podido alcanzar justicia.  

El capítulo «La violación de Lucrecia» es un texto en clave testimonial que corta el aliento: tiene fuerza narrativa y estremece, tiene verdad vital e indigna. «Qué pasa cuando se recuerda todo vívidamente. Cómo atrapar lo sucedido en palabras» (183), piensa la narradora de la historia. Todos los textos que constituyen la estructura de la novelina adquieren sentido cuando leemos este capítulo y el de su resolución «Ariadna caza al minotauro». El diálogo intertextual, que Báez maneja con maestría, adquiere su profunda dimensión ética y articula la intimidación machista que ejerce la sociedad patriarcal en la historia de la ficción que dialoga con los sucesos de la vida real. Los sentidos de la novela, así estructurada, desenmascararan el abuso y la violencia que se ejerce desde el poder que otorga la fama en el mundillo literario con el mismo sentido que el movimiento Me Too desenmascaró la violencia patriarcal en la industria del cine.

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, es una novelina fragmentaria que conjuga varios géneros discursivos y los amalgama con sabiduría estética, tiene una escritura deslumbrante y envolvente, y, con una radical consciencia política, contribuye al coro de voces de las víctimas de violencia sexual en el mundo del patriarcado literario.



[1] Marcelo Báez Meza, El síndrome Salinger (Loja: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, 2024). Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.

 


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