José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, junio 24, 2024

«Visceral»: una escritura iracunda y vitalmente honesta


            «Como el dios del Antiguo Testamento, he construido una obra literaria alrededor de la ira […] La tinta de mis cuentos es la ira contra los acosadores de mi infancia y mi adolescencia […] Quiero abrazar este sentimiento y hacer con él cada cosa: bailar, marchar, escribir» (26).[1] Un libro de escritura estremecedora, descarnadamente honesto y vital. Visceral, de María Fernando Ampuero, es un texto transgenérico que da cuenta de una vida en constante enfrentamiento con las diferentes formas de violencia contra la mujer, y los estereotipos y prejuicios de una sociedad patriarcal, mediante una escritura deslumbrante, cargada de ira. Un libro que vapulea a quien lo lee con la verdad de su testimonio.

Visceral es un texto que busca alejarse del ambiguo pacto de verosimilitud de la autoficción para adentrarse en los territorios de la memoria y la confesión autobiográfica, bajo el marco invisible de una sólida reflexión cultural sobre la sociedad patriarcal. «Asfixia», el texto que abre el libro es una suerte de poética que plantea la necesidad de la escritura como una expresión de la ira que provoca la misoginia latente en el mundo y que busca la destrucción de las mujeres: «Recurro a la literatura. / Como siempre que no puedo entender algo, que la injusticia me retuerce las vísceras, que siento que podría desmayarme de ira, recurro a la literatura» (13). Esa ira es generada por el terror que causan el desastre ecológico del planeta, el abuso y la violencia contra las mujeres y el ascenso del neofascismo cuyo ejemplo es Vox, el partido de la ultraderecha española. Ampuero no teme la exposición personal porque la fuerza de sus textos reside en la brutal honestidad de su escritura.

            En Visceral, Ampuero recorre la memoria marcada por la represión social ante la libertad del espíritu de una mujer y el acoso normalizado ante un cuerpo que no calza en el molde del cuerpo que la sociedad de consumo idealiza. La miseria y el peligro para la salud generados por la industria de la delgadez son develados en «Mórbida» y «Gorda», dos textos dolorosos que diseccionan el sufrimiento en la autoestima causado por el rechazo a una persona en función de su cuerpo: «Las flacas parecían merecer más el mundo que nosotras. / Madre quería conservar a marido. Hija tenía que conseguir marido. / Ambas cosas requerían de las pastillas amarillas y naranjas de los doctores peruanos» (78). Pastillas mágicas para adelgazar que combinan el poder destructor de las anfetaminas, diuréticos y laxantes que hasta hoy siguen envenenando a las mujeres en busca del cuerpo idealizado por el mercado y, pese a su peligro mortal, carecen de control por parte de las autoridades sanitarias.

            Ampuero recorre con nostalgia y un espíritu liberado la memoria de Guayaquil, de su infancia y adolescencia, de su padre y su madre; así, la ciudad se convierte en un lugar cruel del que hay que salir para sobrevivir cuando se es una niña con inquietudes: «Nací en Guayaquil, Ecuador, una ciudad sin sueños. Miento: una ciudad donde mueren y matan los sueños» (45). Habla sobre el horror de la pandemia y el encierro, así como del amor en medio de aquel momento apocalíptico que vivió el planeta y que a ella le tocó vivirlo en Madrid: «Un hombre y una mujer encerrados por la neblina» (161). Visceral trata varios asuntos con una lúcida mirada feminista: la sexualidad, la maternidad, la migración, el desastre ecológico del mundo. Y con «Loca», Ampuero ha escrito uno texto conmovedor por su claridad, cercanía y verdad, que combina confidencias y datos periodísticos sobre la salud mental: «No sé dónde termino yo y dónde empieza la enfermedad […] Vivir con esto es como tener un animal salvaje en casa. Se traga todo y quiere más. / Vivir con esto es como vivir en una cada endemoniada. Tú eres el demonio y también la casa / Vivir con esto es sobrevivir» (138-146-147). Un texto que es también una plegaria para el cuidado de quienes sobreviven con la depresión a cuestas bajo el entendido de que «la felicidad no es una decisión. No lo es para nada» (142).

Hay una tremenda y dolorida honestidad en Visceral, que es un libro con el tono íntimo de la confidencia, con la ira de quien exorciza sus demonios tormentosos, con la furia de una escritura implacable. María Fernanda Ampuero nos confía su fragilidad en medio de la catástrofe del mundo, al mismo tiempo que nos comparte la fuerza iracunda de su literatura.



[1] María Fernanda Ampuero, «Furia», en Visceral (Madrid: Editorial Páginas de Espuma, 2024), 26. Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.


lunes, junio 17, 2024

«El síndrome Salinger»: la violencia sexual del patriarcado literario

           

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, ganó el XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, en el género de novela breve.

            Un laboratorio de experimentación discursiva, una escritura de enorme fuerza política, un tratamiento valiente de un problema estructural y de actualidad. Marcelo Báez Meza, ha hecho de cada libro suyo un campo de búsquedas estéticas en las que combina la investigación académica, la tradición literaria y la puesta al día de los problemas éticos que se derivan de tales búsquedas. Su novela en verso Tan lejos, tan cerca (1996) que, imbuida de cine y música, articula una crítica a los mass media. Como una prolongación de sus intereses temáticos, apareció Tierra de Nadia (2000), que se adentra en el discurso del mundo cibernético y la consciencia permanente del acto de la escritura. Asimismo, tenemos ese monumental texto metaliterario que la icónica Nunca más Amarilis (2018, Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja 2017) o ese divertimento policial en Guayaquil, escrito con humor y pasión por el arte, que es El buen ladrón (2019).

En su más reciente novelina, El síndrome Salinger, —ganadora del XI Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío 2023, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Loja—[1], Báez construye el estrado novelesco de un proceso de justicia poética a partir de la exposición del síndrome que lleva el nombre del escritor norteamericano Jerome David Salinger (1919-2010), autor de la célebre novela The Catcher in the Rye (En español, El cazador oculto o, también, El guardián en el centeno, 1951).

            En realidad, el síndrome Salinger se refiere al miedo de un escritor a mostrarse, a tener visibilidad, pero Báez, con una vuelta de tuerca, plantea su propia versión del síndrome y lo desarrolla a partir del señalamiento de J. D. Salinger como «un experto en el infame arte del grooming», es decir, «la actividad criminal de amistar con un (o una) menor para tener una relación sexual» (143). En el capítulo «Las diez leyes del síndrome Salinger», la voz narrativa, que es femenina, expone, como en un canon musical, episodios biográficos de Salinger en contrapunteo con la formulación de las leyes del síndrome. En este capítulo, escrito con la fuerza de la crónica periodística, la narradora disecciona el abuso que se da, en la relación de pareja, de un hombre con poder y una mujer menor encandilada por la fama de dicho hombre. El nombre de Salinger encabeza una lista de protagonistas de diversas formas de violencia patriarcal: Neruda y la violación de una criada, Pablo Milanés y el asalto infructuoso a una admiradora de su canto, Foucault y el turismo sexual con niños menores de edad, Juan José Arreola y el abuso sobre dos escritoras de sus talleres literarios, etc.

En el marco del síndrome, el centro de la confrontación entre víctima y victimario reside en la interminable y compleja discusión acerca de los límites del consentimiento. En el capítulo «El caso de Vanessa Springora», el autor describe el testimonio de esta escritora en su libro El consentimiento (2020), que trata sobre su relación con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía catorce años y él cincuenta. Producto de esta relación, Vanessa padeció «desórdenes alimenticios, drogas, internaciones, abandono del colegio y del hogar, tratamiento psiquiátrico y psicológico, dificultades para relacionarse con otros hombres, depresión […] se peleó con su mamá, que le advirtió que estaba con un pedófilo» (83).

El núcleo de la intriga novelesca es la narración de Lucrecia Lanza, una periodista cultural que, en su juventud, fue violada por su profesor de literatura, el crítico y académico ecuatoriano Eduardo Torres y que planifica tomarse la justicia por su propia mano. El libro que estamos leyendo es, a la vez, el texto de Lucrecia para desenmascarar a los depredadores. No es una terapia, como dice el personaje; es la necesidad de fijar lo sucedido en la memoria de la escritura. Al respecto, dice Lucrecia: «No sé quién soy si no escribo. Vivo a través de la escritura» (19). En «Introducción a mi letra» encontramos el descarnado autorretrato de una mujer que, durante su vida, ha sido objeto de abuso sexual y una voz que clama al final del capítulo: «(Una tipografía que se sea solo de mujer)» (23).

Báez es un maestro en el arte de novelar y utiliza todos los artificios que constituyen ese artefacto literario llamado novela. Así, para describir al profesor Eduardo Torres utiliza el recurso del falso documental y nos lo muestra en una entrada de la Enciclopedia Británica, en cuya redacción hace gala de un fino sentido del humor. Señala que Torres ha publicado estudios sobre varios autores latinoamericanos como El arco sin lira, sobre Octavio Paz, o La ciudad letras y los perros, sobre Vargas Llosa; o compilaciones como Un narrador resucitado a puntapiés, sobre Pablo Palacio, o que ha ayudado a lanzar las carreras literarias de Marcelo Chiriboga, Márgara Sáenz y Diego Donovan, todos ellos escritores que solo existen en la metaficción literaria. (35 y 36).

En el tono del falso documental, también está el juicio seguido contra Torres en Estados Unidos por otros sucesos de abuso en una universidad norteamericana del que, gracias a un arreglo económico, Torres salió librado y con dinero. Otro artificio es la introducción de crónicas y testimonios sobre depredadores reales como los que ya señalé anteriormente y no duda en dejar enumeradas las fuentes bibliográficas de las que se nutre la nutrida información de la novela. Asimismo, al final de cada capítulo hay frases sentenciosas, a veces sobrecargadas, de una voz que, a manera de moraleja, va construyendo una ética tanto de la materia tratada como de la escritura.

Esta novela, de estructura fragmentaria, está construida con crónicas sobre casos de abuso y violencia sexual, con monólogos de varias mujeres en diversas épocas históricas que develan, al igual de Springora, a sus victimarios. Báez va armándola con noticias de aquí y de allá, narraciones de sucesos similares al de la trama principal como la historia de Ana Magdalena Wilke, la esposa de J. S. Bach, en «Del género bien temperado», o reflexiones éticas y políticas partir de otros hechos como «El caso de Vanessa Springora» y el tema del consentimiento. Hay, incluso, un fragmento con una voz que se funde con la voz del autor ficcionalizado y transmutado en un/a viudo/a que se personifica como rey de su promoción, como sucede en el capítulo «La mujer que le prestó su voz a Siri»: «“El día que conocí a la locutora que le presta la voz a Siri, pensé que era objeto de una broma pesada”. Así empezada un texto que borroneé allá por el año 2015 cuando vivía en Kentucky» (125).

En «El pesado atuendo de Nora», la voz es la de Nora Barnacle, la esposa James Joyce, quien interpela a su marido por haberla ficcionalizado en su obra literaria, sobre todo en el último capítulo del Ulises: «Esa voz del monólogo final no es la mía. Es la de él. Soy yo, creada por él. Es un ladrón de textos, de voces… vocerío, voces de río. Creerá que pudo haberse robado mi voz, pero mi alma, no. ¿Qué es un alma? Yo no le di permiso para convertirme en Molly Bloom. Yo no florezco en su textualidad» (169). Aquí, sin embargo, la pregunta que emerge es si todos quienes escribimos no somos, de alguna forma, ladrones de textos y de voces. Y, claro está, todos los capítulos en los que desarrolla el síndrome Salinger. Esta fragmentación le da un tono de crónica armada con piezas de distinta índole y articuladas con el hilo de la historia principal que es la venganza de Lucrecia Lanza, un episodio que tiene el tono de un comic por la desmesura y la violencia en función de lo que es la justicia por mano propia de quien no ha podido alcanzar justicia.  

El capítulo «La violación de Lucrecia» es un texto en clave testimonial que corta el aliento: tiene fuerza narrativa y estremece, tiene verdad vital e indigna. «Qué pasa cuando se recuerda todo vívidamente. Cómo atrapar lo sucedido en palabras» (183), piensa la narradora de la historia. Todos los textos que constituyen la estructura de la novelina adquieren sentido cuando leemos este capítulo y el de su resolución «Ariadna caza al minotauro». El diálogo intertextual, que Báez maneja con maestría, adquiere su profunda dimensión ética y articula la intimidación machista que ejerce la sociedad patriarcal en la historia de la ficción que dialoga con los sucesos de la vida real. Los sentidos de la novela, así estructurada, desenmascararan el abuso y la violencia que se ejerce desde el poder que otorga la fama en el mundillo literario con el mismo sentido que el movimiento Me Too desenmascaró la violencia patriarcal en la industria del cine.

El síndrome Salinger, de Marcelo Báez Meza, es una novelina fragmentaria que conjuga varios géneros discursivos y los amalgama con sabiduría estética, tiene una escritura deslumbrante y envolvente, y, con una radical consciencia política, contribuye al coro de voces de las víctimas de violencia sexual en el mundo del patriarcado literario.



[1] Marcelo Báez Meza, El síndrome Salinger (Loja: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Loja, 2024). Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.

 


lunes, junio 10, 2024

FIL-Quito 2024: un espacio público y diverso para la ciudadanía lectora

            ¿Hay algo más patético que escuchar las lamentaciones y reclamos de una persona que escribe por no haber sido invitada a una feria de libro? No es obligación de ninguna feria de libro invitar a cada persona que escribe en el paisito, aparte de que es un imposible práctico. En una feria de libro no hay nadie imprescindible, aunque las amistades tuiteras se pregunten por qué no invitaron a fulana o a mengano. Yo mismo podría, sin mucho esfuerzo, elaborar una lista de gente que escribe y que, con más mérito que el de quienes se quejan, no ha sido invitada; pero es claro que las invitaciones dependen, entre otros factores, de la institución que organiza la feria, de la curadoría, de las editoriales que participan, de la disponibilidad de la agenda de las personas que escriben y, aunque parezca obvio decirlo, también del presupuesto. Además, existe una prensa que desconoce la deontología del periodismo y que funciona como la policía fascista y cuelga el sambenito inquisitorial de correísta a quienes son —como si ser de una tendencia política fuese un delito— y a quienes no, con tal de construir una narrativa criminalizadora, tal como hicieron los nazis con los judíos. En este marco ideológico, la FILQuito 2024 no ha estado exenta de los ataques de algunos políticos de derecha y sus aliados mediáticos, cuyas mentiras ya fueron refutadas y su bajeza puesta en evidencia. Contra los ataques y las quejas, los hechos. La lista de participantes y el programa de la FIL-Quito 2024 demuestran que el evento tiene pluralidad ideológica, escritoras y escritores de primer orden y una agenda pensada en la comunidad lectora. No voy a caer en la estulticia de enlistar a escritoras y escritores según su afinidad política e ideológica, pero sí señalaré que quienes fueron invitados están en el programa de la feria para hablar de literatura y leer poesía: por supuesto que lo harán desde su particular forma de entender el mundo porque nadie carece de ideología y en esa libertad de decir reside el debate democrático. Lo que sí resaltaré es la presencia de Colombia como país invitado y una delegación muy representativa de su hacer literario. Entre los invitados colombianos destacaré la presencia de Piedad Bonnett, a quien recientemente le ha sido entregado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en su XXIII edición, uno de los galardones más importantes de la lengua española. En una entrevista, a propósito del premio, Bonnett ha dicho: «La literatura está para mover las emociones y para movilizar las ideas».[1]  Hay varios invitados de otras latitudes cuyos nombres registran una obra literaria destacada como Mario Montalbetti y Gabriela Wiener (Perú), Mario Bellatin (México), Fernanda Frías (Uruguay), y Gabriela Cabezón Cámara (Argentina), entre otros. También están invitados ecuatorianos que viven en el extranjero como María Fernanda Ampuero, en España, y Huilo Ruales, en Francia, para citar solo dos nombres; o que viven en ciudades que no son la capital como Yuliana Ortiz, Roy Sigüenza, María de los Ángeles Martínez, Juan Carlos Morales, Andrea Crespo, Ernesto Torres Terán, Solange Rodríguez Pappe, Jeovanny Benavides, María Paulina Briones y Hans Behr, entre muchos más. Además, la curaduría ha logrado equilibrio de género en la programación de los aproximadamente300 eventos de la feria y aunque falta una mayor representación regional, el mapa literario del país, en general, está presente. Incidentes que tienen que ver con la cultura de la cancelación o con la sobrerrepresentación de una u otra tendencia política fueron tratados con tino por la organización de la feria. Finalmente, el reto de una feria de libro inclusiva es que en ella participen ángeles y demonios: cada persona escogerá a quien y qué escuchar y se formará su criterio sobre lo que escucha. Adicionalmente, la agenda aborda una gran variedad de temáticas y dedica espacios importantes a la mediación lectora para públicos infantiles y juveniles y talleres de creación. Asimismo, la feria rinde homenaje al centenario de La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera (Neiva, 1888 – New York, 1928), novela que marcó la narrativa regional y que, hoy día, nos permite entender de mejor manera la lucha por la supervivencia de la Amazonia. La frase última de la novela, «¡Los devoró la selva!», referida al protagonista Arturo Cova y sus compañeros, es apoteósica por su valor simbólico en la historia de la confrontación del ser humano con la naturaleza y por la metáfora que envuelve el final de una tendencia literaria. Valeria Coronel, actual secretaria de Cultura del Municipio de Quito,[2] con criterio y mesura señaló: «La Feria del Libro no es una pasarela de artistas sino el cumplimento de un derecho de la ciudadanía […] hicimos una apuesta por preservar el espacio público y no dar cabida a la intolerancia que afecta a la sociedad». Ahora bien, una feria no hace milagros por el libro, sino que refleja el nivel de la industria editorial y el nivel de la actividad lectora del país y la ciudad. No hace milagros, pero los provoca: lo fundamental es que la FIL-Quito 2024 sea un espacio público y diverso al que la ciudadanía lectora de la capital debe hacer suyo y disfrutarlo.



[1] Acerca del libro más conocido de Bonnett y el diálogo con la exposición Embozalados y autorretratos, de su hijo Daniel Segura Bonnett, escribí hace diez años en este blog la entrada «El único acto de la vida sin atenuantes es el suicidio»: «La poeta Piedad Bonnett, su madre, expone su espíritu doliente con el pudor de la confesión en Lo que no tiene nombre (Alfaguara, 2013), testimonio de un duelo, escrito con el estremecimiento de una palabra honda, auténtica y trágicamente bella. La escritura es también otra manera de sobrellevar una pérdida».

[2] Valeria Coronel es Ph.D. por el Departamento de Historia de la Universidad de Nueva York (NYU, 2011) y magíster en Historia Andina por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Ecuador. Ha sido profesora titular en la Universidad Javeriana de Colombia (1996-2000), investigadora invitada en la Universidad de Massachussets (2019) y la Universidad de Köln (2015) y la Universidad de Guadalajara (2020). Fue vicerrectora general académica de la FLACSO-Ecuador 2016-2018 y co-directora del laboratorio de investigación sobre regulación y desregulación de la riqueza en América Latina, CALAS, sede central México 2020-2022. Sus publicaciones abordan la contienda sociopolítica republicana, los partidos políticos con énfasis en la configuración de corrientes democráticas de raigambre popular. Estudia el republicanismo democrático, las izquierdas y los orígenes del Estado de previsión social en la crisis de entreguerras siglo XX.


lunes, junio 03, 2024

La ‘posverdad’ o el sobrenombre marqueteado de la mentira

           

Asalto al Capitolio de EE.UU por las huestes de Trump. (Imagen creada por Craiyon)

            En 2016, el diccionario Oxford declaró a posverdad como ‘la palabra del año’ y la definió como un adjetivo «[…] que denota circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales»[1]. En una entrevista reciente dije que la justificación de la posverdad como estrategia política y la proliferación de las noticias falsas y mensajes violentos a través de troles u operadores ideológicos que fungen de periodistas —y que son, en realidad, administradores de la verdad—, están destruyendo el contrato social de la democracia burguesa. Kellyanne Conway, jefa de campaña de Donald Trump, justificó que Sean Spicer, vocero de la Casa Blanca, mintiera sobre el número de asistentes a la ceremonia de posesión de Trump, y, quitándole importancia a la mentira, justificó que Spicer le ofreciera a la audiencia «datos alternativos». La estrategia de la posverdad consiste en posicionar una mentira y relativizar los hechos y datos mostrando, sin vergüenza, datos y hechos falsos: es decir, se siembra dudas sobre lo verdadero y se construye una narrativa, más o menos coherente, para que la mentira del momento corra —a sabiendas de que la mentira tiene patas cortas— hasta el próximo suceso donde otra mentira empuñará el testigo, como si se tratase de una carrera de postas sin fin. Total, la llamada ciudadanía de a pie no tiene tiempo de corroborar los datos exhibidos ni contrastar los relatos construidos con la manipulación de aquellos datos. Además, las redes sociales, RS, no han democratizado el acceso al saber y al pensamiento crítico, sino a la desfachatez de la estulticia. El caso de Trump y su difusión de bulos es un ejemplo que nos debería horrorizar pues la repetición en RS de su mentira sobre un inexistente fraude electoral creó las condiciones para el asalto al Capitolio por una turba de sus fanáticos. Justamente, por el uso de la estrategia política de la posverdad, hoy, en EE. UU. todavía existe gente que siguen creyendo que el resultado de las elecciones de 2020 fue fraudulento. La receta de poner en duda el proceso electoral, que al neofascismo trumpista le pareció exitosa, fue repetida por las huestes de Bolsonaro, en Brasil, que, bajo la consigna de fraude y pidiendo a los militares que den un golpe de Estado, atacaron la sede del Congreso, del Supremo y la Presidencia para evitar la posesión de Lula da Silva. La semana pasada, luego de ser encontrado culpable de haber comprado, a través de su exabogado, quien cumplió cárcel por ello, el silencio de una actriz porno, con la que mantuvo relaciones sexuales, Trump quiere, sin que le importe el daño a la institucionalidad, instalar en las emociones del electorado otra mentira: el presidente Biden ha manipulado un sistema de justicia que, según Trump, es corrupto. Y, si bien X-Twitter ha posibilitado una ampliación de las demandas ciudadanas y una exigencia de rendición de cuentas a todo poder gubernamental, también ha transformado el diálogo democrático en una diatriba constante —cada vez más violenta y cargada de fórmulas de odio—, que se escuda en el anonimato y la desvergüenza. El anonimato virtual es una patente de corso: así, entre menos identificable es el tuitero, más violento y mentiroso es su mensaje. Y son esos tuiteros los que, como miembros del ejército de mercenarios digitales, posicionan en las RS la mentira. No es que la democracia burguesa esté en tela de juicio; lo que sucede es que el neofascismo pretende destruir los cimientos de esa misma democracia mediante el fraude democrático que es el resultado del uso de la estrategia de la posverdad. Para que la mentira triunfe, maquillada bajo el alias de posverdad, se requiere de la alcahuetería de las corporaciones mediáticas que son instrumentos de propaganda ideológica cuya misión es posicionar la narrativa basada en los datos alternativos y poner en duda los datos verdaderos que no apuntalan aquella narrativa, así como de los portales digitales sensacionalistas dedicados a difundir bulos. Existen otros elementos que contribuyen al éxito de la posverdad: el invento de un enemigo interno, el fomento del gusto por las teorías de la conspiración, el troleo permanente posteando insultos y estupideces para desvirtuar y enlodar una información seria, etc. El uso desvergonzado de la posverdad en la arena política mundial transformó la palabra en sustantivo y resaltó su esencia perversa. El diccionario de la RAE la define con una precisión mayor que el de Oxford: «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad». En los hechos, la posverdad es el sobrenombre marqueteado de la mentira.



[1] «Post-truth is an adjective defined as “relating to or denoting circumstances in which objective facts are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and personal belief”», «Word of the Year 2016», Oxford Languages, https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/