De mi archivo: En 1989, cuatro escritoras, todas exintegrantes del taller de literatura de avanzados del Banco Central de Ecuador y la CCE, Núcleo del Guayas, dirigido por Miguel Donoso Pareja, y formadas en la Escuela de Literatura de la Universidad Católica de Guayaquil: Gilda Holst, Liliana Miraglia, Livina Santos y Marcela Vintimilla publicaron sendos cuentarios que son, hasta hoy, un punto de referencia obligado para estudiar la literatura escrita por mujeres. Algunos de sus cuentos aparecieron, en 1987, en una muestra de la «Nueva narrativa ecuatoriana», publicada en la revista Hispamérica, No. 48, editada en EE. UU, fundada y dirigida por Saul Sosnowski. En la entrega del 29 de mayo reproduje las reseñas sobre los libros de Gilda Holst y Liliana Miraglia; en esta, reproduzco las reseñas de Una noche frente al espejo, de Livina Santos, y Cualquier cosa me invento para ver, de Marcela Veintimilla.
(Foto: R. Vallejo, 2023) |
Los monos enloquecidos
Historias de todos los días
Hoy, 4 de marzo de 1991
Livina Santos (Guayaquil, 1959), en su cuentario Una noche frente al espejo, plantea con sencillez y, la mayoría de las veces, con profundidad, el entrampamiento de la mujer en el mundo («Rosas rojas para mi secretaria» —la mujer cosificada en la oficina—, «Trastoque» —la mujer que necesita “ser como hombre” para vivir en un mundo organizado a la conveniencia de los hombres—, «De regreso a casa» —la mujer envuelta en su auto represión, incapaz de modificar su rutina—, «Beatriz» —la mujer que busca entre los hombres su estabilidad—, «Una mancha» —la mujer acosada sexualmente por el hombre—, «María José ha muerto» —la mujer escritora que requiere escapar de su rutina para crear—). Esta preocupación temática y su correspondiente manera de abordarla es el testimonio de una escritura de mujer, tendencialmente, está en proceso de constitución.
Pero el universo temático de Livina Santos no se agota en la cuestión de la mujer. Ella ha optado por desarrollar, a partir de esas historias de todos los días, los temas de la cotidianidad que están presentes en las preocupaciones del ciudadano común y, entre estos, la brecha afectiva entre madre e hija («Clasificados»); los conflictos amorosos («Final de tres»); la homosexualidad y el SIDA («Figuras para desarmar»; la búsqueda de afectos («Entre amigos»).
En los cuentos en donde lo cotidiano es reemplazado por lo extraordinario, la escritora no se mueve con facilidad. La muerte del padre en «Para ir al cielo» es completamente gratuita pues no corresponde a la sintaxis de la historia contada. En «Julia tiene los senos pequeños» hay problemas de construcción por los muchos elementos que se entrecruzan a nivel de la anécdota.
En ocasiones, el tratamiento temático es superficial («En busca del sinamor», «Ella me quería a mí»). Es, en esos momentos, cuando los textos se alejan de la literatura y parecería que caen en la subliteratura.
Una noche frente al espejo demuestra la decidida vocación de narrar de Livina Santos. En general, buen manejo de la anécdota y de una prosa sencilla, sustantiva; textos en busca de lectores. Tal vez por esto, los cuentos situacionales del libro resultan poco interesantes («Con olor a insomnio», «Un cuento corto con perspectiva larga» y «Situación»).
Existe cierta inseguridad en el manejo del idioma. Solo señalaré dos ejemplos: «El día que se decida a rebanarse un tajo de sus pechos…» (el reflexivo se está usado en exceso y no es posible «rebanar un tajo»); «…sabía que aprovecharía la mínima oportunidad para seguirme agrediendo» (debió escribir: «seguir agrediéndome»).
A pesar de lo dicho anteriormente, Una noche frente al espejo, de Livina Santos, es un libro de agradable lectura que recupera, a partir de un lenguaje y una estructura sencillos, a esos personajes y a esos hechos de la vida diaria que por comunes nos hemos olvidado de desentrañar con profundidad.
Los monos enloquecidos
Visión de lo que no se ve
Hoy, 11 de marzo de 1991
En general, los cuentos de Cualquier cosa me invento para ver están impregnados de una atmósfera extraña («De calles y maquetas»), un deseo de escribir expresado en los textos («Intentando escribir la historia que acabo de soñar») y una visión —entre tierna y desencantada— de lo que puede ofrecer la vida a las personas («Para no olvidarme de ser yo»).
De los cuatro libros comentados durante las últimas semanas, este es el más cuidado a nivel de la piel del texto. Sin embargo, creo que la corrección gramatical no define al texto literario, aunque es obvio que ofrece la posibilidad de una lectura sin ruidos. En el caso del libro de Marcela Vintimilla, esta lectura sin ruidos es posible, salvo ejemplos excepcionales como al escribir «peñizcándose» en lugar de «pellizcándose» y «volverla a mirar» y «volver a mirarla». Tanto no define al texto literario la corrección gramatical que, a pesar de que este es el libro más cuidado a ese nivel, es, al mismo tiempo, entre los cuatro, el de escritura menos madura.
Algunos cuentos no terminar de cuajar. En «La calle», por ejemplo, los indicios son amontonados sin desarrollo posterior; «Todavía sigo aquí» tiene un tratamiento manido para el tema —la iniciación sexual de un adolescente con una prostituta—; en «Lo del tenis» la actitud del padre al prohibirle jugar tenis al protagonista no responde a la lógica de los indicios.
Sin embargo, también encontramos cuentos en donde el proceso de maduración es ostensible, con buen planteamiento y desarrollo de la anécdota («Para olvidarme de ser yo»), buena construcción del mundo interior del personaje («Más íntegro que nunca el cielo sigue ahí»), buen manejo de la intriga mediante el sistema de acumular indicios y dar un golpe final («La pulsión»); en general, anotaciones/observaciones sobre los detalles de la vida que modifican la conducta de los personajes y un variado abanico temático: la necesidad de triunfar en un partido de tenis, la urgencia de una cita a la que irremediablemente se llega tarde, el deseo de agredir al prójimo, la traición del burócrata al amigo, el descubrimiento del amor y la magia, el anhelo de poseer una ciudad, etc.
La perspectiva intimista con la que asume la narración de algunos cuentos («Más íntegro que nunca el cielo sigue ahí», por ejemplo) tiene una ventaja y un problema: la intriga es sostenida por el ahondamiento en el mundo interior del personaje, pero, a su vez, esto le impide a la escritora construir un personaje antagónico que sea algo más que una sombra, lo que afecta, finalmente, a la tensión del cuento.
Cualquier cosa me invento para ver es un libro de heterogénea calidad pero que nos permite afirmar la existencia de una escritura en proceso de formación y una actitud hacia la literatura en la que cualquier cosa es posible de ser inventada para contar.