José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, junio 19, 2023

La inversión local en cultura contribuye a erradicar la violencia de las ciudades

Casa de la Cultura, corregimiento de Altavista, Medellín, inaugurada el 10 de marzo de 2022. (Foto: R. Vallejo, 2022).
            La experiencia de Medellín, como la ciudad que implementó un sistema cultural que contribuyó a enfrentar la narcoviolencia en los años 90, es emblemática. En 1991, Medellín era considerada la ciudad más violenta del mundo: su tasa de homicidios era de 381 muertos por cada 100.000 habitantes; es decir, veinte crímenes diarios. «Con sus parques-biblioteca y otras acciones de un proyecto que multiplicó por cinco la inversión pública en cultura, Medellín logró reducir la tasa de muerte por homicidio en un 96,3 % en dos décadas».[1] Una de las políticas públicas que hay que implementar para contribuir a la erradicación de la violencia en las ciudades es la inversión de los gobiernos locales en la creación de un sistema cultural que implique la construcción de una red de centros comunitarios concebidos como parques-bibliotecas, la realización de una agenda de actividades artísticas articuladas al sistema educativo y los barrios y la puesta en marcha de programas de lectura con una amplia distribución de libros en el sistema de bibliotecas.

            Siguiendo el ejemplo de Medellín, el municipio de Guayaquil, por ejemplo, podría empezar el proceso de construcción de una infraestructura que transforme, en donde se pueda, y que cree nuevos espacios en donde no, de parques-bibliotecas concebidos como centros culturales comunitarios. Al comienzo, para aprovechar la infraestructura existente, se puede articular el centro cultural comunitario con las instituciones educativas de tal manera que se potencie el uso de lo público, lo que requiere una alianza del municipio con el Ministerio de Educación. Un parque-biblioteca concebido como un centro cultural comunitario crea convivencia social, disfrute estético del tiempo libre, seguridad ciudadana y genera empleo, pues se necesitan personas encargadas de la biblioteca, de la animación a la lectura, de los talleres de arte, de mantenimiento, etc.

            Antes de entrar al segundo punto, debo aclarar que no se trata de organizar megaespectáculos en donde los artistas actúen gratuitamente para beneficio político de la autoridad respectiva. Tampoco se trata, como sucede en muchos cantones, de contratar a un grupo de artistas, más o menos famosos, para un espectáculo musical al año y en él gastarse el presupuesto destinado a cultura. Se trata, más bien, de crear lazos entre las y los artistas locales y la escuela para la formación de público, así como con los barrios para la generación de una ciudadanía que aprecie el arte en sus múltiples manifestaciones. Por tanto, los gobiernos locales deberían financiar una política pública en cultura por la que la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el cine y la literatura tengan una programación permanente en las escuelas y los barrios, con la finalidad de entretener y enseñar. Al mismo tiempo, hay que considerar que un programa de esta naturaleza también genera un sinnúmero de empleos en el sector.

            En 2021, un proyecto municipal que pintó 50 murales con frases literarias terminó en un escándalo por su costo y porque no se tomó en cuenta los derechos autorales de escritoras y escritores cuyas frases fueron utilizadas en dichos murales. Qué distinto hubiera sido todo, si se convocaba a varios artistas para el diseño de los murales, a varios escritores para seleccionar con ellas y ellos los textos, a los barrios beneficiados para organizar en conjunto la inauguración del mural con lecturas de los autores e, incluso, se repartía una antología con textos de los escritores y las escritoras escogidos. Y, por supuesto, a todos se les reconocía los respectivos honorarios profesionales. Valga esta experiencia para entender que un programa de lectura debe articular a quienes escriben y a quienes leen, a quienes producen libros y a quienes animan la lectura, al sistema de bibliotecas, sin olvidarse de las bibliotecas escolares. Asimismo, el programa editorial de un plan de lectura cantonal debe considerar libros de pequeño formato para su difusión gratuita en el transporte público, libros producidos en alianza con editoriales privadas —constituidas como independientes o pymes— para el sistema de bibliotecas y su venta en librerías, quioscos y otros puntos de distribución no tradicionales.

 

Taller de lectura con madres e hijos en el Parque-Biblioteca Fernando Botero, en el corregimiento de San Cristóbal, en Medellín. (Foto: R. Vallejo, 2022).
            Medellín aumentó su inversión en cultura del 0,68%, en 2000, al 5% en 2007. Hasta 2020, esa inversión se mantuvo entre el 3% y el 5% y se centró en construcción de equipamiento culturales en los barrios más pobres y violentos.[2] «El objetivo de estos espacios era que lo público fuera un generador de equidad y calidad en todos los territorios de la ciudad», ha dicho Jorge Melguizo, consultor colombiano que estuvo vinculado al proceso de la capital antioqueña.[3] En julio de 2022, fui invitado al Festival Internacional de Poesía de Medellín y viví una experiencia maravillosa al participar de los recitales en las bibliotecas de las comunas, en los parques, en las escuelas y universidades, con un público que disfruta de la poesía. Obviamente, esto es el resultado de una política pública que ha hecho de la cultura un elemento fundamental para una ciudad que construye convivencia ciudadana en paz.



[1] Existe una extensa bibliografía sobre la experiencia de Medellín que puede ser localizada en Internet. Para quienes quieren consultar experiencias similares en Recife, Brasil, e Iztapalapa, México, recomiendo este artículo de divulgación de donde cito los datos aquí presentados: Florencia Tuchín, «Medellín o cómo erradicar la violencia a través de la cultura», El Café Latino, 6 de octubre de 2022, acceso 17 de junio de 2023, https://elcafelatino.org/es/medellin-erradicar-violencia-cultura/

[2] A lo largo de estos años, Medellín ha construido su Sistema Municipal de Cultura.

[3] Tuchín, «Medellín o cómo erradicar la violencia a través de la cultura». El 30 de noviembre de 2015, Medellín aprobó su Plan de Desarrollo Cultural a 2020.


lunes, agosto 08, 2022

Cuando la poesía se embellece de comunidad

La clausura del XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín, el 30 de julio de 2022, en el teatro al aire libre Carlos Vieco en el Cerro Nutibara. Un jardín florecido para la palabra poética.

        
¿Qué es la poesía sino la experiencia espiritual de la comunidad en la palabra del poeta? La tradición de los juglares se nutrió de la escucha de la gente y le devolvió sus afectos en la palabra del poema. Por siglos, se ha compartido la poesía como se comparte el pan y el vino de la mesa y la amistad. En el XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín, del 9 al 30 de julio, he vuelto a ser parte de un rito de tradición milenaria que convoca a poetas de todas partes del planeta. La fiesta de la poesía embellecida de comunidad llevó la palabra a los corregimientos, la esparció por las comunas, mezcló voces y lenguas, convivió y abrevó en un público conectado espiritualmente con la palabra poética.

            En la Casa de la Cultura del corregimiento de Altavista, el lunes 25 de julio, una asistente nos habló de su vida y sus duelos, del hijo desaparecido, del desplazamiento sufrido por causa de la violencia y de cómo la poesía le ha permitido vivir su duelo. Ella, con su testimonio, nos enseñó la vida en estado crudo y le dio un sentido a la poesía: la oportunidad para sanar de las heridas de una ausencia irremplazable. Herederos de los juglares, la movilización de poetas hacia los corregimientos, en las afueras de Medellín, es, como todo recital, una liberación de la poesía del claustro del libro hacia el espacio de la escucha viva. Así también, la visita a los corregimientos de San Antonio de Prado y de San Cristóbal fue un aprendizaje sobre la necesidad de compartir la palabra de la poesía y alimentarla con la palabra de la comunidad. En medio de este aprendizaje, la paisa Sara Isabel Gallego compartió con la gente una visión del paraíso en medio de la fragilidad de los cuerpos: «Si existe un cielo, el cielo serás tú, / tú, territorio cuya piel transito / mientras la muerte gira alrededor».

            El festival también es una experiencia que permite el diálogo de la diversidad de voces. En lo personal, escuchar la lectura en el portugués de Vera Duarte, de Cabo Verde, «No morí joven ni poeta / pero no quiero que mi sonrisa se desvanezca / y mi corazón deje de latir», o en el finlandés de Olli Heikkonen, «No menciones mi nombre en vano / para que acuda a tu llamado», fue sentir que en el sonido de lenguas que no conozco habita la poesía con la musicalidad pura de las palabras. Eugenia Brito, de Chile, nos conmovió evocando el asesinato del líder mapuche Camilo Castrillanca: «Los canelos y su piel verde fueron deshojados / Pero nadie advirtió la señal a pesar de que la machi / dijo que ese día había que cuidarse, que el cuerpo era un hilo delgado, sostenido por un poco de noche». El poeta catalán Jordi Virallonga nos habló de las posiblidades de ser Ulises: «Quien tira de un cuerpo hacia otros cuerpos, / a ser posible jóvenes, no es un poema, / es un enjambre con la miel justa / para cubrir la terminal de los deseos». La colombiana Lucía Estrada se apropió de la voz de la música Alma Mahler: «La clave / blanca y negra / de todo cuanto existe / se advierte / en su sinfonía de agujas». El mexicano Luis Aguilar insertó en sus versos otra pandemia, otro miedo a morir: «dos sílabas brevísimas: / si – da / qué palabra tan honda / que encoge el corazón / y nos lo aprieta». Y así, entre decenas de poetas, la poesía fue una cascada de voces diversas y estremecimientos siempre verdaderos.

 

¡Y qué maravilloso fue el espectáculo de la clausura! El teatro al aire libre Carlos Vieco, en el cerro Nutibara, se convirtió en un ágora conmovida por la poesía. El público que acudió escuchó a una treintenta de poetas de diversas latitudes, se involucró emocionalmente en los versos, celebró a las poetas, vitoreó a los poetas: toda una fiesta de la palabra. Se escucharon los versos de la barranquillera Angélica Hoyos Guzmán: «He nacido a destiempo, / dejo mi nombre en la fila de mármol / bañada por el rocío y los claveles de la mañana». De Kayo Chingonyi, desde Zambia: «Hermanito, quienes respiramos hemos convertido / la negación en arte, mira cómo hacen un tambor / con el corazón de un hombre que sigue latiendo / y cómo una mirada fija es un arma cargada». O la poesía sabia del maestro nadaísta Jotamario Arbeláez que sabe dar la mano: «Una mano agitada por el viento de la despedida / Una mano quemada al calor del afecto / Una mano acariciando unas piernas inválidas // Esas tres manos hacen de mí / El mejor de los hombres posibles». ¡Y, así, de tantos más!

            Asimismo, en este festival tuve la inmensa alegría de descubrir a la cantautora Tamya Sisa Morán, de Cotacachi, cuya voz musical, tejida en versos íntimos, encantó al público: «Niña bonita, hija del sol, / niña chiquita, tu piel color de Tierra // Manos que cuidan, las mismas que siembran / Manos que labran, manos que aman». Y me estremecí, además, con los versos de la chilena Amanda Durán: «Me advirtieron / que a las mujeres que buscan se les descose el rostro / que andan por ahí / chorreando esa herida horrenda / que están solas / tan solas / que se les calca una foto en blanco y negro / y un adónde / y ellos dicen: / no hay nadie». El XXXII Festival Internacional de Poesía de Medellín fue para su ciudad el anticipo de las fiestas de las flores: un jardin florecido por la palabra poética. Y yo escribo emocionado por lo que significa compartir la palabra con una diversidad de poetas del mundo en medio de una comunidad habitada por la poesía y la esperanza.

 

PS: Muestra poética de participantes en el XXXII Festival: Revista Prometeo 117-118 Año 40


lunes, agosto 01, 2022

Cambiar el modelo económico para proteger la naturaleza, la vida y la paz

           

Juan León Mera, Paisaje, c. 1870.
En las estribaciones de la enverdecida montaña, arropada por una colcha de nubes, se levanta un palafito de caña guadua con techo de bijao, junto a un arroyuelo naciente, rodeado de vegetación exuberante. Este paisaje al óleo, pintado por un romántico del siglo XIX de nuestra América[1], nos habla de ese encuentro fluido entre la naturaleza y el ser humano. En ese momento, la naturaleza todavía se contempla en su magnificencia y complementariedad con el ser humano que la habita y, al mismo tiempo, aquel ser humano aún se siente parte del paisaje natural. En un brevísimo lapso del tiempo, el capitalismo triunfante de la Revolución industrial reducirá la naturaleza a meros recursos naturales y, renovable o no, la concebirá como materia prima inagotable de las industrias nacientes.  

            Desde entonces, la naturaleza ya no existe para sí misma sino para ser objeto de explotación en beneficio del capital, la mayoría de las veces sin respetar sus ciclos vitales ni la convivencia ancestral del ser humano en y con ella. La tradición ecológica de las comunidades fue aniquilada en nombre del progreso. El ser humano fue separado de la naturaleza y transformado en simple fuerza de trabajo. Así, la naturaleza y el ser humano se convirtieron en elementos de un proceso de producción que pretende acumular y reproducir el capital para la fabriación de mercancías sin límite en un planeta limitado en sus posibilidades de expansión. Continentes enteros se convirtieron en proveedores de materia prima y mano de obra barata al servicio del capitalismo de los países desarrollados.

            Desde su nacimiento, el capitalismo impuso la creencia, elevada a dogma de fe por el neoliberalismo, de que la llamada mano invisible del mercado es la solución para todos los problemas que el propio capitalismo genera en la naturaleza y en los seres humanos. Como todo dogma, la fe en la mano invisible tiene inquisiciones y brazos ejecutores. «Si un ángel bajara del cielo y me garantizase que mi muerte fortalecería nuestra lucha, sería un trato justo», dijo Chico Mendes, asesinado en Brasil el 22 de diciembre de 1988 por causa de su lucha contra la tala indiscriminada de los bosques amazónicos, los incendios provocados y el desplazamiento de las comunidades. Ese año, se registraron 104 asesinatos por conflictos en el campo[2]. Años más tarde, el grupo mexicano Maná rindió homenaje a su lucha y sacrificio: «A Chico Mendes lo mataron / era un defensor y un ángel / de toda la Amazonia […] Cuando los ángeles lloran / es por cada árbol que muere». Lo más triste es que el crimen contra los defensores de la naturaleza tiene altas dosis de impunidad y complicidad: nunca tanto, como en estos casos, el Estado es utilizado por los gobernantes como un guardián de los intereses de los capitalistas que ellos mismos representan:

 

Hasta 65 ambientalistas fueron asesinados [en Colombia] durante 2020, un año que estuvo marcado por la pandemia. La violencia contra los defensores de la tierra se cobró la vida de 227 personas en todo el mundo, por encima de los 212 de 2019. México y Filipinas encabezan, después de Colombia, la lista negra que elabora cada año la organización ecologista Global Witness.[3]

 

            Hay algunas preguntas que están en el centro del debate y que los propulsores de los modelos de desarrollo capitalista prefieren silenciar. ¿Es realmente una alternativa el desarrollo sostenible? ¿Puede el capitalismo extractivista evitar y remediar los daños infringidos a la naturaleza en nombre del progreso? ¿Es posible vivir, en las actuales condiciones de desarrollo tecnológico y de consumo, sin la explotación de la naturaleza? ¿Cómo lograr, en términos legales y prácticos, que las empresas respeten y reparen los daños causados al ecosistema?

            La pregunta crucial, sin embargo, tiene que ver con el respeto a la vida en armonía con la naturaleza de las comunidades y la búsqueda de la paz. ¿Cómo terminar con los asesinatos de líderes ambientalistas y castigar a sus asesinos? La ecologista colombiana Francia Márquez -hoy vicepresidenta electa de Colombia-, que ha sufrido varios atentados a su vida, ha denunciado: «Hay un vínculo entre la violencia armada y el modelo de desarrollo económico, eso hace que Colombia sea el país con más líderes ambientales asesinados. No hay posibilidades de acceder a la justicia y cuando lo logramos es lenta e ineficaz»[4].

            La Constitución del Ecuador, en su capítulo séptimo, titulado «Derechos de la Naturaleza», define: «Art. 71.- La naturaleza o Pacha Mama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos...». El artículo 72 establece el derecho a la restauración; el 73, señala la aplicabilidad de las medidas de restricción y protección; y, el 74, protege los derechos de las comunidades a beneficiarse de la naturaleza en función del buen vivir.

            Es decir, existen instrumentos legales para la protección de la naturaleza; existen comunidades dispuestas a defender el equilibrio ecológico y a relacionarse sanamente con aquella; y también existen alternativas de desarrollo económico que buscan proteger al ser humano por sobre el capital. Hay una conciencia creciente en el mundo de que al proteger a la naturaleza estamos protegiendo la vida y los seres humanos, pero mientras no cambiemos radicalmente el modelo del capitalismo extractivista no habrá protección de la naturaleza ni de la vida y la paz será una paloma extraviada entre los árboles caídos de una paisaje devastado.

 

Ponencia presentada en el 32do. Festival Internacional de Poesía de Medellín, 27 de julio de 2022.



[1] Juan León Mera, Paisaje, c. 1870, óleo sobre tela, 62 x 42 cm, Banco del Pacífico, Guayaquil.

[2] Daniele Belmiro, «Los herederos de Chico Mendes», El País, 14 de noviembre de 2014, acceso el 25 de febrero de 2022, https://elpais.com/internacional/2014/11/14/actualidad/1415989498_987988.html 

[3] Inés Santaeulalia, «Colombia vuelve a ser en 2020 el país más peligroso para los ecologistas», El País, 13 de septiembre de 2021, acceso el 15 de febrero de 2022, https://elpais.com/internacional/2021-09-13/colombia-vuelve-a-ser-en-2020-el-pais-mas-peligroso-para-los-ecologistas.html

[4] Sally Palomino, «Francia Márquez: “Colombia es un país que discrimina y condena a quienes piensan diferente”», El País, 08 de febrero de 2021, acceso el 08 de febrero de 2022, https://elpais.com/internacional/2021-02-08/francia-marquez-la-impunidad-frente-a-los-asesinatos-de-lideres-en-colombia-es-un-premio-a-sus-victimarios.html


lunes, mayo 02, 2022

«Trabajos y desvelos» en la FILBO 2022

En la FILBO 2022, se presentó el poemario Trabajos y desvelos, publicado por la editorial Caza de Libros, de Ibagué, Colombia. El evento fue parte de la programación del XXX Festival Internacionl de Poesía de Bogotá. Asimismo, en la revista colombiana Ulrika, cuyo número 70 fue lanzado en la inauguración del Festival, el 30 de abril, aparecieron dos textos de dicho libro.

            Según los editores, Trabajos y desvelos es un coral cuya tesitura emerge desde el solo del yo, que es autobiográfico y familiar; transita a través de voces femeninas que han protagonizado una historia silenciosa y silenciada; cosecha la voz de la rosa clásica en el poema florecido; hace dúo con imágenes fotográficas; canta una romanza sobre el amor intenso y efímero; evoca la vida que fue en estremecedores trenos; y, en un recitativo de cronista, deja testimonio de este tiempo del coronavirus que aún no termina.

            El poeta mexicano Jorge Aguilar-Mora ha señaldo sobre este libro: «…Y comenzará: «Yo no soy de aquellos seres imprescindibles…» y terminará: «…persistencia de dogo feliz sin calendario». En efecto, no somos imprescindibles: para ser, solo ser, hay que ser prescindible, hermano de mis hermanos, hermano de mis perros, hermano de mis perlas, hijo de mis palabras. Que seguirán volando, cómplices privilegiadas de la eternidad y del lenguaje: ¿qué secreto tienen que así viven de sobra? Aún estamos a tiempo, por lo menos, de indagarlo: aquí está, Trabajos y desvelos, la elegía de Raúl Vallejo. Que en vida descanse».

La poeta ecuatoriana Maritza Cino Alvear, por su lado, dice que Trabajos y desvelos: «es un recorrido de yoes compartidos: la memoria del niño y del hombre que fabula entre fronteras reales y ficcionales; entre la infancia y la experiencia de la adultez para autorreconocerse y nombrarse a partir de personajes y lugares evocados que construyen su imaginario real-existencial. Un riguroso y admirable ejercicio de introspección, misticismo y desdoblamiento que le permite a su autor fotografiarse ante el espejo».

            A continuación, una selección de Trabajos y desvelos que leí durante el XXX Festival Internacional de Poesía de Bogotá:

 

 

Soy un hombre prescindible

 

Yo no soy de aquellos seres imprescindibles,

herederos de Brecht que nunca se jubilan.

Mi vergüenza es el hombre necio de Sor Juana

y voy deseante tras el dios de Juan Ramón.

Aquí, Raúl Vallejo: prescindible, en jueves

de mis húmeros. Desdeño dogmas terrenos,

centros comerciales, desfiles militares,

verbo mesiánico y bíblicos patriarcados.

Amo la rosa blanca de Martí; Macondos,

rayuelas, matapalos; Dulcineas que son

Aldonzas; pizarras de Mistral y a mi perro.

Harto de charlatanes y politiqueros

camino junto al prójimo de cada día,

el de la vida en futuro imperecedero.

He de morir; me llorarán y luego olvido:

mis libros, si acaso, letras de arte burgués;

polvo mi nombre, en nuestro paralelo cero.

 

 

Primero de Mayo

 

Este oficio de escribir: tecla, pantalla y rosa de asfalto.

Este otro oficio de leer: página y rosa de papel.

Estos oficios en los que trabajamos existen por otros

oficiantes del pan y el vino, de las ofrendas del mar y la tierra

en la olla y la mesa del hogar de los días de sol y los ennubecidos,

de las cosas grandes, de las inútiles, de aquellas que tanto nos gustan,

de la electricidad y el agua, del café de la esquina, de todas las calles.

Este oficio de escribir y leer florece en una rosa palabrera sembrada

por oficiantes de hoz y martillo proletarios en el campo y la ciudad.

 

 

Sor Juana y sus filosofías de cocina

para Cecilia Ansaldo Briones

 

La rosa de la sabiduría en el infinito jardín de los libros

es belleza efímera, de unos admirada y por otros maldecida;

es deseada por los hijos del maíz sobre el comal al fuego,

es temida por los inquisidores del verso y el pensamiento.

Chile pasilla, culantro tostado, pimienta y ajo, clavo y canela

molidos y puestos a freír como una redondilla en la cazuela,

que el poema es un aderezo espesito de gracias al Creador;      

puerco, chorizo y gallina: en mesa de monjas se comparte

clemole oaxaqueño, tortillas de cacahuazintle y una oración.

Dulce de nueces para la virreyna dictó Apolo a mi mollera;

por Aristóteles yo me apiado del nogal y purifico los pétalos

de la rosa en el mortero, enserenados bajo la luna de la poeta.

En la cocina del convento de san Jerónimo una mujer filosofa

y guisa; que los buñuelos se espolvorean con tantito de saberes:

Yo, la peor del mundo, rosa presuntüosa de bello entendimiento.

 

 

Nocturno de Pizarnik

 

pétalos de sangre

de la rosa que en el fuego

habita sus heridas.

 

a cantar dulce y a morirse luego.

 

pétalos de seconal

de la rosa que a sí misma

clava sus espinas.

 

 

Gota próxima[1]

 

 


 

Gota que pende del vértice ciego de la hoja trémula; gota que cuelga como el ojo ante el horror del abismo; gota que parpadea, fugaz experiencia del ser.

Gota que sacia

la agonía irredenta

de la nada próxima.

 

 

Un momento grave de la vida

 

            «El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre», escribió César Vallejo.

            Movido por la necesidad de enterrar a su muerto querido y de rendirle honores fúnebres, de no abandonarlo al anonimato de la fosa común o a la caridad de un féretro de cartón, un hijo transportó el cadáver de su padre en un viejo Trooper azul desde Guayaquil hasta la parroquia Cerecita, donde había nacido. En el asiento trasero del yip, viajaba sentado el cadáver con una mascarilla de tela blanca que cubría su nariz y boca.

            Sucedió el jueves 9 de abril. Durante el viaje, el hijo compartió el camino hacia la soledad eterna en compañía del difunto. Esa soledad, poblada en vida de los silencios cotidianos con los que platican los varones, se prolongó por cincuenta kilómetros largos. Cuando el hijo regresó del cementerio de Cerecita a la casa familiar —vacía para siempre de padre— pronunció las palabras de su orfandad definitiva:

            «El momento más grave de mi vida es haber visto a mi padre, a través del espejo retrovisor, con una mascarilla que le cubría nariz y boca, sentado y muerto, en el asiento trasero del viejo yip azul».

 

 

Mis yoes de sesenta

 

¡He sido tantos yoes que me espanto! En ocasiones, fui tú; máscara, ante los otros. En el jardín, nuestra rosa desnuda.

Fui místico en su noche oscura. Fui, también, tabernero de un antro de poetas menores.

¿Soy acaso el rostro al afeitarme mañana ante el espejo ajeno? ¿Seré ese niño perdido en el parque? ¿Poeta sepultado en París?

¿Quién despierta insecto? ¿Quién maestra de escuela?

¡Tantos yoes compartidos! Más de sesenta años de prójimo; el pan de mis Vallejos, amoroso. El prometeico caldero de la ironía sin método.

Este poema, de provisorio verso final.

 



[1] La foto es de Marcela Sánchez González, Mara. Pertenece a la sección «Prohibido tomar fotos con flash», de Trabajos y desvelos, que trabaja de manera intertextual con fotografías de dicha artista colombiana.  

lunes, abril 04, 2022

Mis clásicos Ariel

Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,

donde nos haces una falta sin fondo!

 

César Vallejo, «A mi hermano Miguel»,

Los heraldos negros, 1918.

Tito Vallejo Corral (1946-2015)

         Uno por semana, los Clásicos Ariel que me regaló mi ñaño Tito fueron llegando a mis ojos miopes que los devoraron tal como aparecieron, cada jueves, con el verde intenso de mis becquerianas ensoñaciones. Intuía la poesía en el mundo y la poesía se develaba ante mí en los libros.

         ¿Cuánto habré aprendido —yo, vértigo de púber en los desfiladeros de la palabra— de la Historia antigua del padre Juan de Velasco o de la prosa inteligente de Las Catilinarias, de Montalvo? ¡No lo sé, no puedo saberlo! Tan solo recuerdo que, entre tanta luz del saber que me enceguecía, supe del espíritu rebelde al final de la quinta catilinaria: ¡Desgraciado del pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo!    

   

Aún conservo el primer libro de los Clásicos Ariel
Con la Tigra y Cumandá descubrí el anhelo del deseante. Nicasio Sangurima era mi abuelo César y el revólver de mi abuelo rugía en su cintura, taimado como un pacto con el diablo. Até mi alma con majagua a la canoa fantasmagórica de don Goyo; conocí del artificio humano con la visión del guaraguao fiel; enfermé de melancolía tras ingerir la prematura vejez de Medardo Ángel, su Rosa Amada y la bala definitiva; descubrí la piedad en el destino griego del niño malo al que le bailó un machete; entendí la soledad de mi madre en las quejas de la abandonada Dolores; y fui un extraño, entre los extraños del patio de la escuela, que también murió a puntapiés.

         Con mi hermano me fue revelado que la insondable culpa de Raskolnikof era la culpa escondida que padecíamos por querer igualarnos a los dioses; que el alma perpleja de Gregorio Samsa era la misma de aquellos insectos que visten corbatas lánguidas en una oficina infectada de insectos y lloré por mi hermano; que mi abuela María y mi madre estaban tan rotas como la mujer rota de Simone de Beauvoir y también lloré por la resquebrajada pupila azul de sus vacíos.

         Mi hermano me mostró la milenaria sabiduría de un profeta que predicaba bajo la sombra de los cedros del Líbano y la sabiduría fresca de un principito extraviado, igual que todos nosotros, en el desierto del mundo. Con mi hermano descubrí al Quijote de esa España pendiente en su carabela que, años después, acabó desguazada junto al escritorio del banco del que se jubiló. Y lloré por mí mismo.

 

Mamá Aída, yo y mi ñaño Tito en Cuenca, 1963.
            A mi ñaño Tito le debo tanto, tanto, tanto… que me faltan hipérboles para contarlo. Le debo el pan y la alegría de nuestra mesa de Vallejos; los dulces de coco, camote y zanahoria del caramanchelero del Correo; los domingos de Barcelona en el estadio Modelo. Le debo la ofrenda de sus sueños de artista en aras de mi poesía; la herencia de aquella felicidad sospechosa en un país de tristes; y le debo la catarsis de la letra vivida en mis Clásicos Ariel.

 

PS: Esta prosa poética es parte de Trabajos y desvelos, poemario bajo el sello editorial de Caza de Libros, Ibagué, Colombia, que será presentado el próximo 1 de mayo en la FIL Bogotá.


jueves, junio 23, 2016

Del pan, la poesía y la paz


Recital poético en el 26 Festival Internacional de Poesía de Medellín, el 19 de junio de 2016



No me alcanzan los versos para el inventario
de tanta muerte en la memoria
viva; no me alcanza el aliento poético
y me asfixio, ya sin cielo,
pero aspiro una bocanada de aire
en los campos enverdecidos por la vida.
Y habrá reconciliación y justicia y sanarán las heridas.

            Patricia Ariza, del grupo de fundadores del Teatro La Candelaria, conoce, debido a su propia práctica artística alternativa y su militancia política desde los sectores populares, aquello que significa ser una sobreviviente de la violencia instalada en su patria como espectro de una historia de muertos y desaparecidos. La noche del lunes 14 de marzo, ella dijo que anhelaba que Guadalupe, años sin cuenta, la icónica obra del grupo, fuera una obra cuyo tema, muy pronto en estos tiempos, perdiera finalmente vigencia. Patricia, que fue parte del equipo que investigó y montó la obra en 1975, bajo la dirección de Santiago García, expresó también que tiene la esperanza de que la violencia por motivos políticos, de que la persecución y los crímenes de Estado sean, más temprano que tarde, episodios de un pasado que ya no habrá de repetirse.
            Pero todos sabemos que la voluntad de los espíritus no es suficiente para sanar a los cuerpos heridos. Las condiciones sociales, atravesadas por la inequidad y la sed de justicia, son las semillas para que germine la violencia y sus flores de luto sin tregua. La realidad de los pueblos olvidados, aquellos que habitan en la marginalidad y luchan por el pan de cada día, aquellos que crecen sin participar de la renta de la nación, es la más antipoética de las líneas que el poder de los grupos hegemónicos cincela en la infame piedra de la injusticia. Esa injusticia que Miguel Hernández, retrató así en “Vientos del pueblo me llevan”: “Empieza a vivir, y empieza / a morir de punta a punta / levantando la corteza / de su madre con la yunta. // Empieza a sentir, y siente / la vida como una guerra, / y a dar fatigosamente / en los huesos de la tierra”.
            La violencia tiene su origen en un fallido pacto nacional incluyente, en la exclusión social, en un sistema económico que ha privilegiado la voracidad de la acumulación capitalista antes que el buen vivir de las personas y una sociedad para la que los pobres son un obstáculo para el progreso y no la consecuencia de la inequidad. Los trabajadores nos recuerdan, cada Primero de Mayo, que lo único que añade valor en cualquier modo de producción es el trabajo del ser humano. El pan recién horneado, cuya fragancia solidaria invade la mesa, es el alimento que fortalece las bases para erigir la vida de una comunidad en paz. Sin el pan compartido, difícilmente alcanzaremos la cena de la paz.
           
No me alcanzan los versos para tanta violencia
pero sí para la alegría de tu gente
buena, la de la arepa fresca
en la mesa del ajiaco y de la rumba;
tus negros del Chocó, tus indios de la Guajira,
tus ruanas de Nariño, tu pueblo.
Y habrá reconciliación y justicia y sanarán las heridas.

La poesía se ha vuelto tantas cosas que cualquier cosa que sea posible es poesía. Hay poesía para los gustos clásicos y para aquellos que desgranan el lenguaje mediante la dolorosa experimentación de las palabras rotas; hay poesía para la íntima deconstrucción y recomposición del sujeto posmoderno escindido para siempre en la historia, y para aquellos que todavía tiene fe en el poder seductor del poema. Hay poesía para el pan, para los tiempos de la guerra y para el momento de la paz. O, como escribió Neruda en su “Oda a la poesía”: “Yo te pedí que fueras / utilitaria y útil, / como metal o harina, / dispuesta a ser / arado, / herramienta, / pan y vino, / dispuesta, Poesía, / a luchar cuerpo a cuerpo / y a caer desangrándote”.
            Pero la paz, al igual que la poesía, requiere de la palabra que fluye espontánea mas también de que la se instala precisa en el verso. La paz requiere que desarmemos el lenguaje cotidiano de la política doméstica. Requiere, no solo que los dirigentes cambien ese tipo de adjetivación en sus discursos que, como decía Huidobro, “cuando no da vida, mata”, sino que las personas desarmen sus espíritus y los abran hacia el reconocimiento de la Otredad. Hay que desarmar el lenguaje para que desaparezcan los oportunistas de la guerra: aquellos que, con una mezcla de Tartufo y Torquemada, se aprovechan de la violencia del mundo y, así, echan lodo sobre la mesa en donde se trabaja para que desaparezca la violencia de la aldea.
En términos humanos, todos somos LGBTI y es bajo la luminosidad variopinta del arcoíris que la poesía nos entrega su palabra para que seamos un poco más nosotros mismos; para que dejemos de ser aquel ente que procrea la maquinaria procesadora de la cultura del entretenimiento. Como reza Ernesto Cardenal en su “Oración por Marilyn Monroe”: “Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos, / el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo. / Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros / por nuestra 20th Century / por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado. / Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes”.
La poesía habita entre nosotros para que la libertad nazca desde el profundo cuestionamiento al yo, el que se esconde tras la máscara que somos y el que se muestra en el antifaz que vestimos cada día; para que, en medio de la violencia cotidiana, nos enfrentemos reconciliados a la verdad de nuestra insoslayable finitud. Y, sin bien existe la libertad para escribir y leer todo tipo de poesía, sigo cantando como Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”.
           
El cadáver de Sucre quedó en un camino de Berruecos, el 4 de junio de 1830; Rafael Uribe Uribe, amigo de Eloy Alfaro, cayó bajo el hachuela enloquecida el 15 de octubre de 1914. Pero no hubo culpables, solo sicarios. El 9 de abril de 1948, Bogotá se pobló de cadáveres durante la tarde y existe un luto que perdura en el asfalto de sangre; el 17 del mes navideño del 86, la palabra de Guillermo Cano fue acribillada pero se mantiene encendida; en un avión, a treinta mil pies de altura, el 26 de abril de 1990, Carlos Pizarro voló por última vez, y su vida se marchitó en plena primavera. Pero no hubo culpables, solo sicarios. Fueron más de cinco mil pero nadie lo cree, más de cinco mil en la bananera del olvido y Bernardo Jaramillo uno de ellos, el cuerpo del 22 de marzo de 1990, un nombre que encierra a todos los nombres; el viernes 13 de agosto de 1999, Jaime Garzón fue desdibujado de seis balazos. Pero no hubo culpables, solo sicarios.

            Quiero seguir pero no puedo; puedo continuar pero no quiero. ¿Para qué más sangre? Y, sin embargo, más allá de la cobardía y la mala conciencia del poeta, está la urgencia de la memoria, la verdad que requieren los deudos, la justicia que aplaca el ansia, la reparación que consuela al doliente, la promesa de no repetición que tranquiliza. La memoria es persistencia de la vida y solo con ella habremos de derrotar al olvido, para ya no temer a la muerte. 
Guadalupe, años sin cuenta, es la obra paradigmática de un teatro que cultiva la memoria histórica, una propuesta teatral marcada por la confrontación ética con las prácticas políticas de los sectores hegemónicos. La obra es una crítica a los círculos oligárquicos, al poder arbitral de los militares en la sociedad, a la alienante influencia de la Iglesia en el cuerpo social y al abismo que separa el espíritu del campesinado y el de las élites de la capital. Una obra que se ubica en unos años concretos pero cuyo drama se extiende hasta los días presentes: es como si la violencia política fuera un malestar continuo de la sociedad.
Es por lo que nos enseña esta obra emblemática del teatro latinoamericano que, como en “Masa” de César Vallejo, se requiere de la solidaridad de todos los seres frente al muerte, para que aunque sea uno solo de la especie recupere la celebración de la vida: “Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar”.
Aquella violencia de tantos años debe dar paso al perdón, a la reparación, a la reconciliación. En el espacio en donde habremos de compartir el pan, sentir la plenitud de la poesía en nosotros, y construir la paz y la justicia para la convivencia nos reconoceremos diversos, distintos, otros, pero, al mismo tiempo, nos sabremos una especie signada por la capacidad de resistir en nombre de la vida y del amor. O, como escribe José Luis Díaz-Granados en “El futuro era hoy”: “Entonces el futuro es este instante / en que volvemos a nacer / un peldaño más arriba de todo, / más arriba de todas las edades, / de los destierros y de los despojos”. Así es como nos reconoceremos sobrevivientes y podremos entender la alegría de la paz en los llamados territorios que no son otra cosa que las tierras de los campesinos; esos pobladores que viven lejanos al entendimiento de los centros de poder, aquellos que requieren tanto de los créditos y el arado como de la semilla de la esperanza.
Recordemos que, en 1959, Roberto Fernández Retamar celebraba la dignidad recuperada de su patria mediante el sacrificio de esos otros que no conocemos, haciendo uso de una palabra que es un homenaje a los que murieron, en otros ámbitos, para que nosotros estemos vivos: “¿sobre qué muertos estoy yo vivo, / sus huesos quedando en los míos, / los ojos que le arrancaron, viendo / por la mirada de mi cara, / y la mano que no es su mano, / que no es ya tampoco la mía, / escribiendo palabras rotas / donde él no está en la sobrevida?”. Y es que siempre resultará más fácil hablar de continuar la guerra cuando a ella van los hijos de los otros, y cuando esta sucede lejos, muy lejos de los clubes exclusivos en donde se habla de aquella frente a un whiskey en las rocas.
En el contexto de estos tiempos, las palabras de Patricia Ariza, aquella noche de inauguración del Festival de Teatro Alternativo, cobran relevancia. Dicen los que cantan nuestras penas: Guadalupe Salcedo es el viento del llano que silba desde la eternidad. Una memoria de fuego y flores. Él es un espectro que sobrevive en estos años sin cuenta pero que debería quedar anclado en el pasado de los años cincuenta, para que el cese de la violencia se instale al fin en la misma sociedad que produjo la guerra y comience una nueva cuenta de años para construir la paz.

No me alcanzan los versos pero me envuelve
la visión de tus parques florecidos,
tus campos regados con semillas de paz;
Colombia, la tierra
de la memoria, del bambuco y las mariposas
amarillas; la tierra del café, la del cacique Sopó.
Y habrá reconciliación y justicia y sanarán las heridas.

Con el poeta Freddy Ñáñez, ministro de Cultura de Venezuela; sentados: los poetas Gustavo Pereira (Ven) y Juan Manuel Roca (Col)


PS: Este texto fue leído en el XVI Festival Internacional de Poesía, de Medellín, el 20 de junio de 2016, en mesa sobre "Poesía, paz y reconciliación".