Miguel Donoso Pareja (1931-2015) Feria del Libro de Guayaquil, 2009 |
Poseía un corpachón de marinero jubilado y una piel
curtida por los soles de altamar; su espíritu albergaba una vida cargada de
exilio, amores difíciles y una batalla, personal y permanente, con el lenguaje.
De joven, su rostro fue el de un seductor romántico y bello, cargado de bohemia
y mundo; a la vejez, se le instaló la sonrisa de los abuelos querendones. No
era buen conversador y le disgustaba que le pidieran mensajes: “Los mensajes se los dejo al Papa.” Siempre llevó una
barbita de candado que junto a su pelo y las cejas pobladas fueron blanqueándose
hasta convertirlo en la réplica ecuatorial del Coronel Sanders.
En el Taller de
Literatura que, en los ochenta, inauguró Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 13 de
julio de 1931 – 16 de marzo de 2015), él solía bromear: “Mis novelas son la
escritura de un sádico para lectores masoquistas.”
La obra, experimental y profunda, se nutrió de un
vitalismo camuflado tras los malabares y las máscaras de la palabra. Dice el
narrador de Henry Black (1969):
“Hacer el amor, por ejemplo, no es para mí un acto gratuito sino una manera de
buscar la soledad. Casi, diría, que es una forma de morir.” En Día tras día (1976), la experiencia
erótica transita la angustia existencial que implica la búsqueda, el encuentro
y la pérdida de Gudrum, simbólica e inaccesible; así como las vicisitudes del
exiliado y su retorno a la patria, en Nunca
más el mar (1981). Hoy empiezo a
acordarme (1994), construye una manera propia de narrar la historia
novelesca, a través de un sujeto envuelto de manera compleja en la realidad, la
ficción y diversos niveles de verosimilitud. Miguel era un titiritero romántico,
un descreído de la felicidad.
Para mí la literatura es la fusión de dos conceptos, el uno de Flaubert, el mayor realista del orbe, quien señala que todo lo que inventamos es cierto; el otro, de la brasileña Clarice Lispector que nos recuerda que la realidad es lo increíble.
Miguel Donoso Pareja, La tercera es la vencida (2011)
Tenía una pedagogía generosa con sus talleristas, que,
muy a su pesar, generaba una imprescriptible relación de maestro y aprendiz. Su
crítica frontal, que a veces cayó en la adjetivación desprolija, le granjeó respeto,
pero también animadversión. Por ello, y por su impertinencia crítica, no fue
una persona querida en los círculos literarios, acostumbrados al elogio mutuo. En
2007, le fue otorgado el Premio Eugenio Espejo, mas el reconocimiento que le
dieron sus pares casi siempre fue a regañadientes.
En la intimidad hogareña, los dolores personales que
acumuló durante su vida cedían al amor incondicional por sus nietos. Esos
dolores están concentrados en Leonor
(2006), novela de vida y muerte, amor y desolación, de culpa y redención. Novela
desgarradoramente personal que, al mismo tiempo, testimonia el fracaso del
distanciamiento brechtiano: “Con el oscuro objeto pegado a su sien, Leonor ha
apretado el gatillo. X cae y cree que está muerto, Leonor cae y sigue pensando
que está viva, cada uno soñando por el otro.”
A tres años de su fallecimiento, y pese a los homenajes
que se apropian del Muerto —como él mismo se nombraba en sus últimos textos—, Miguel
Donoso Pareja sigue siendo un escritor más comentado que leído; pero sus libros
son su legado y esperan nuevos lectores para espantar al olvido.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 16.03.18