José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, abril 01, 2018

Mi encuentro con la edición príncipe del Quijote


Enero de 1605: Miguel de Cervantes, finalmente, acarició un ejemplar impreso por Juan de la Cuesta, de su novela El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. Según el cervantista Francisco Rico, el tiraje estuvo entre 1.500 y 1.750 ejemplares. Uno de esos se encuentra en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. y, hace una semana, yo pude hojearlo con la avidez y la emoción de un heredero menor del oficio de Cervantes. Ojear el libro, pasar sus páginas con mis propios dedos; leer en voz alta las líneas del prólogo, del dialago entre Babieca y Rozinante, y el párrafo inicial del primer capítulo, ha sido para mí una inédita experiencia de mística laica; un momento memorable en el que viví el profundo sentido de lo sublime kantiano.           
El éxito del Quijote fue tal que, a mediados del año, apareció la primera reimpresión. En el mismo 1605, ya estaba circulando en Lisboa la inaugural edición pirata del Quijote, impreso con licencia del Santo Oficio por Jorge Rodríguez, que también pude ojear y hojear. Esta edición tiene la particularidad de presentar la primigenia imagen del Quijote y Sancho en la viñeta de portada. Sancho responde más a la descripción de cuando se lo llama Sancho Zancas: “Y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas”, y no al Sancho regordete y paticorto creado por Gustavo Doré a mediados del siglo XIX, cuya imagen es la que ha prevalecido hasta hoy.
Del 1575 a 1580, Cervantes padeció su cautiverio heroico en Argel, hasta que el fraile trinitario Juan Gil pagó los 500 escudos exigidos por su rescate. La primera edición del Quijote tuvo el precio de venta de 290,50 maravedíes. El ducado, creado en 1497, equivalía a 375 maravedíes, aunque desde Carlos V se había convertido en moneda de cuenta. Para la época del rescate el escudo ya había sustituido al ducado en el uso. Por tanto, manteniendo al ducado como unidad de cambio, el rescate fue de 187.500 maravedíes, igual al precio de 645 ejemplares del Quijote, o de 1.476 gallinas de la época.

Leyendo el primer capítulo del Quijote en la edición de 1605.

 Padeció cárcel en 1592 y 1597, suerte de cautiverio infamante, por irregularidades burocráticas, en Castro del Río y Sevilla. Se dice que a esta última prisión de tres meses es a la que se refiere Cervantes cuando en el prólogo de la primera parte dice: “Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”
A finales del siglo XVII ya habían aparecido 53 ediciones (23 en otras lenguas) del Quijote. Rico sostiene que el editor de la edición príncipe tuvo mucho trabajo con la ortografía y la puntuación de don Miguel, que firmaba Cerbantes. Yo solo puedo dar testimonio de que mi encuentro cercano con la edición príncipe de la primera parte del Quijote fue exacerbado por el mismo amor quijotesco hacia Dulcinea, dado por la mucha hermosura y la buena fama, que es como decir basado en la buena fama de la novela y lo hermoso de su escritura.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 30.03.18

domingo, marzo 25, 2018

Juan Ramón Jiménez, espíritu en mi poesía

En la Universidad de Maryland, marzo 2018

Durante muchos años fui un poeta vergonzante. Escribía mis poemas en papel de reciclar y los echaba sin piedad al cesto del olvido. No solo era que no hallaba mi propia voz, sino que tampoco encontraba asuntos para mi poesía. Entonces llegué a la Universidad de Maryland, con una beca Fulbright – Laspau, para hacer una maestría en Literatura Latinoamericana. El Departamento de Español y Portugués, donde estudié, queda en el edificio Juan Ramón Jiménez.
JRJ enseñó en Maryland, entre 1943 y 1951. El 23 de enero de 1956 fue nominado por la universidad al Nobel de Literatura, que recibió en ese año. La nominación, firmada por A. E. Zucker, e impulsada por Graciela Palau de Nemes, a quien conocí en 1996, una de las mayores especialistas en la obra juanramoniana, ponía énfasis en el valor de Platero y yo, como el “mejor poema en prosa escrito en español.”
A más de cien años de su aparición, hay que disfrutar en Platero y yo de esa mirada juanramoniana que poetiza el mundo y lo puebla de recuerdos; saborear esa prosa poética impregnada de la tradición romántica y de un modernismo sin japonerías ni cisnes, poesía que invoca tanto a Bécquer como a Darío. El narrador, mientras le promete que jamás hará de él un héroe charlatán de alguna fabulilla, le dice a Platero: “Tú tienes tu idioma y no el mío, como no tengo yo el de la rosa ni ésta el del ruiseñor.”
La lectura de la obra de JRJ, especialmente, Diario de un poeta recién casado (1916) y Animal de fondo (1949), me produjo un deslumbramiento: él construyó su poesía en la búsqueda de la expresión desnuda y el encuentro con un dios propio, como pasión de vida en sacrificio de la vida misma: “durante toda esta vida mía de libertad constante, he intentado comprender la verdad y la belleza, la belleza verdadera, esa belleza que está en todo, en lo llamado bello y lo amado feo”. Estudiando a JRJ, en sus memorables antolojías, descubrí la desnudez de la poesía y encontré la voz propia buscada. Él, lleno de interrogantes y conciencia de totalidad, dijo: “¿Mi mejor poesía? Mi obra en su conjunto.”
El viernes anterior regresé a la Universidad de Maryland y ofrecí un recital basado en Mística del tabernario, que contó con la presencia de mis queridos maestros del Departamento. En “Autorretrato, 2015”, abrí la lista de aquellos con los que he alimentado mis lecturas y mi escritura de poesía, con el de JRJ: “El acertijo de mundo que soy es poema / habitado por nombres que evoco en vano. // Trasparencia de rosa desnuda en jardín / que pregunta si soy Juan Ramón Jiménez…”
En la planta baja del edificio todavía está un busto de JRJ, en bronce; su nariz es de un amarillo refulgente por causa de la creencia estudiantil de que, frotándola, el alma del poeta contribuirá a una buena nota. No resistí la tentación de oficiar el rito, y el espíritu de Juan Ramón, diseminado en ese dios deseado y deseante, herético, creado a su semejanza, estuvo conmigo durante aquella feliz lectura, así como me ha acompañado en mi escritura poética.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 23.03.18

lunes, marzo 19, 2018

Retrato con nostalgia

Miguel Donoso Pareja (1931-2015) Feria del Libro de Guayaquil, 2009

Poseía un corpachón de marinero jubilado y una piel curtida por los soles de altamar; su espíritu albergaba una vida cargada de exilio, amores difíciles y una batalla, personal y permanente, con el lenguaje. De joven, su rostro fue el de un seductor romántico y bello, cargado de bohemia y mundo; a la vejez, se le instaló la sonrisa de los abuelos querendones. No era buen conversador y le disgustaba que le pidieran mensajes: “Los mensajes se los dejo al Papa.” Siempre llevó una barbita de candado que junto a su pelo y las cejas pobladas fueron blanqueándose hasta convertirlo en la réplica ecuatorial del Coronel Sanders.
En el Taller de Literatura que, en los ochenta, inauguró Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 13 de julio de 1931 – 16 de marzo de 2015), él solía bromear: “Mis novelas son la escritura de un sádico para lectores masoquistas.”
La obra, experimental y profunda, se nutrió de un vitalismo camuflado tras los malabares y las máscaras de la palabra. Dice el narrador de Henry Black (1969): “Hacer el amor, por ejemplo, no es para mí un acto gratuito sino una manera de buscar la soledad. Casi, diría, que es una forma de morir.” En Día tras día (1976), la experiencia erótica transita la angustia existencial que implica la búsqueda, el encuentro y la pérdida de Gudrum, simbólica e inaccesible; así como las vicisitudes del exiliado y su retorno a la patria, en Nunca más el mar (1981). Hoy empiezo a acordarme (1994), construye una manera propia de narrar la historia novelesca, a través de un sujeto envuelto de manera compleja en la realidad, la ficción y diversos niveles de verosimilitud. Miguel era un titiritero romántico, un descreído de la felicidad.


Para mí la literatura es la fusión de dos conceptos, el uno de Flaubert, el mayor realista del orbe, quien señala que todo lo que inventamos es cierto; el otro, de la brasileña Clarice Lispector que nos recuerda que la realidad es lo increíble. 

Miguel Donoso Pareja, La tercera es la vencida (2011)

Tenía una pedagogía generosa con sus talleristas, que, muy a su pesar, generaba una imprescriptible relación de maestro y aprendiz. Su crítica frontal, que a veces cayó en la adjetivación desprolija, le granjeó respeto, pero también animadversión. Por ello, y por su impertinencia crítica, no fue una persona querida en los círculos literarios, acostumbrados al elogio mutuo. En 2007, le fue otorgado el Premio Eugenio Espejo, mas el reconocimiento que le dieron sus pares casi siempre fue a regañadientes.
En la intimidad hogareña, los dolores personales que acumuló durante su vida cedían al amor incondicional por sus nietos. Esos dolores están concentrados en Leonor (2006), novela de vida y muerte, amor y desolación, de culpa y redención. Novela desgarradoramente personal que, al mismo tiempo, testimonia el fracaso del distanciamiento brechtiano: “Con el oscuro objeto pegado a su sien, Leonor ha apretado el gatillo. X cae y cree que está muerto, Leonor cae y sigue pensando que está viva, cada uno soñando por el otro.”
A tres años de su fallecimiento, y pese a los homenajes que se apropian del Muerto —como él mismo se nombraba en sus últimos textos—, Miguel Donoso Pareja sigue siendo un escritor más comentado que leído; pero sus libros son su legado y esperan nuevos lectores para espantar al olvido.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 16.03.18