En la Universidad de Maryland, marzo 2018 |
Durante muchos años
fui un poeta vergonzante. Escribía mis poemas en papel de reciclar y los echaba
sin piedad al cesto del olvido. No solo era que no hallaba mi propia voz, sino
que tampoco encontraba asuntos para mi poesía. Entonces llegué a la Universidad
de Maryland, con una beca Fulbright – Laspau, para hacer una maestría en Literatura
Latinoamericana. El Departamento de Español y Portugués, donde estudié, queda
en el edificio Juan Ramón Jiménez.
JRJ enseñó en
Maryland, entre 1943 y 1951. El 23 de enero de 1956 fue nominado por la
universidad al Nobel de Literatura, que recibió en ese año. La nominación, firmada
por A. E. Zucker, e impulsada por Graciela Palau de Nemes, a quien conocí en
1996, una de las mayores especialistas en la obra juanramoniana, ponía énfasis
en el valor de Platero y yo, como el
“mejor poema en prosa escrito en español.”
A más de cien años de
su aparición, hay que disfrutar en Platero
y yo de esa mirada juanramoniana que poetiza el mundo y lo puebla de
recuerdos; saborear esa prosa poética impregnada de la tradición romántica y de
un modernismo sin japonerías ni cisnes, poesía que invoca tanto a Bécquer como
a Darío. El narrador, mientras le promete que jamás hará de él un héroe
charlatán de alguna fabulilla, le dice a Platero: “Tú tienes tu idioma y no el
mío, como no tengo yo el de la rosa ni ésta el del ruiseñor.”
La lectura de la obra
de JRJ, especialmente, Diario de un poeta
recién casado (1916) y Animal de
fondo (1949), me produjo un deslumbramiento: él construyó su poesía en la
búsqueda de la expresión desnuda y el encuentro con un dios propio, como pasión
de vida en sacrificio de la vida misma: “durante toda esta vida mía de libertad
constante, he intentado comprender la verdad y la belleza, la belleza
verdadera, esa belleza que está en todo, en lo llamado bello y lo amado feo”.
Estudiando a JRJ, en sus memorables antolojías,
descubrí la desnudez de la poesía y encontré la voz propia buscada. Él, lleno de interrogantes y conciencia de totalidad, dijo: “¿Mi mejor poesía? Mi obra en su conjunto.”
En la planta baja del
edificio todavía está un busto de JRJ, en bronce; su nariz es de un amarillo
refulgente por causa de la creencia estudiantil de que, frotándola, el alma del
poeta contribuirá a una buena nota. No resistí la tentación de oficiar el rito,
y el espíritu de Juan Ramón, diseminado en ese dios deseado y deseante, herético, creado a su semejanza, estuvo
conmigo durante aquella feliz lectura, así como me ha acompañado en mi
escritura poética.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 23.03.18
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