José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, septiembre 25, 2023

«Cuerpo presente», de Siomara España: voz de la profeta que clama justicia

            

Cuerpo presente, de Siomara España Muñoz, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes. Poética documental sobre la violencia feminicida que toma partido por la justicia y la vida. (Foto: R. Vallejo)
            En su poemario De cara al fuego (2011), Siomara España, como si hubiese tenido, como si hubiese temido, la presunción de lo que alguna vez escribiría, ya nos hablaba de la poesía como una escritura en la que la voz poética se vuelve cuerpo de poeta desde el asombro que provoca lo que duele, lo que sangra: «Cuando sufras el poema / cuando cada línea te sangre a borbotones su tinta de rabia / de dolor o esquizofrenia / cuando sufras línea a línea / verso a verso / será la hora del poeta»[1]. Una poesía que invade la zona de placer de sus lectores y los confronta con el dolor que la gente, desaprensiva, a veces pretende escamotear.

            Cuerpo presente (2022), de Siomara España Muñoz (Paján, 1976), es un libro que convierte sucesos criminales, asesinatos que desgarran el espíritu, en poesía de conmovedora belleza; es una crónica poética de feminicidios que nos envuelve en el desasosiego, pero que, al mismo tiempo, en la medida en que la poeta asume la voz de una profeta laica, sus versos nos mueven a la indignación y al clamor de justicia.

            Dice con acierto Mercedes Roffé, en la contratapa, que Cuerpo presente se inscribe en una tradición que nos remonta a Gotfried Benn y su poemario Morgue (1912). En nuestra literatura, yo hermano estos poemas de Siomara España con un estremecedor texto de nuestra Ileana Espinel (1933-2001): «María Juana Pinto», aparecido en Tan solo 13 (1972). El poema de Espinel parte de una noticia aparecida en El Comercio, del 13 de abril de 1970, que cuenta que una mujer pobre fue asesinada a golpes en presencia de sus tres hijos por el guardián de una hacienda: «Te molieron a palos, María Juan Pinto / que vives en la cruz de estas palabras»[2]. Pero, en la poesía de España, esta experiencia de la crónica de crímenes reales es llevada in extremis hacia una propuesta estética que logra fundir la voz testimonial de la profeta en la belleza del horror que envuelve el registro de la voz de la poeta:

 

Soy todas las mujeres de esta orilla

soy todas las mujeres muertas

un espejo roto

que refleja el mar de las ahogadas

canto y escribo

en los pedazos

en las aceras encendidas de la ira

ya sin lumbre

ya sin nombre[3]

 

            En el libro de Siomara España la propuesta de poetizar una serie de feminicidios, acaecidos en nuestro país, es llevada con el rigor de la cronista y la libertad de la palabra poética. La poeta parte de noticias de prensa que la escritura transforma en poesía. En este sentido, estamos ante una poesía que hace de la realidad de la muerte violenta, del asesinato de mujeres, su materia poética. Una poesía que documenta el ciclo de la violencia patriarcal desde la conciencia de las víctimas, reivindicándolas desde la ternura herida:

 

Era y ya no soy

los ojos y los labios

suplicando ante la muerte

historia silenciada mil veces repetida

mis ojos van gritando la ternura traicionada

pálida y liviana

al efecto de esta agua

era y ya no soy

pájaro sin alas[4]

 

Cuerpo presente es un poemario que nos confronta con esa violencia sin hacer concesiones al lirismo escapista: la violencia de la misoginia está en la vida, y, por tanto, es posible en la poesía. No hay escape mientras no se haga justicia.

El feminicidio no es un invento de “los progres” como pretende el negacionismo neofascista del mundo. El feminicidio es inherente a la estructura patriarcal del capitalismo salvaje. En este sentido, la palabra del poeta no es para esconder lo que puede incomodar, sino para develar el horror que pretende ser disfrazado como el viejo “crimen pasional” de individuos que sufren un momento de locura:

 

las mujeres encienden sus dolores

arde por sus cuerpos un horizonte inquieto

pugna por brotar la herida

ellas son corderas horadadas

animal en el rastrojo de su propia casa[5]

 

La palabra de este poemario es la voz de una profeta que denuncia los crímenes de una sociedad patriarcal y, como en la antigüedad bíblica, es una voz que llama a la indignación del pueblo.

Siomara no escamotea la descripción de la violencia sobre el cuerpo de la mujer. Así, en «Cuchillo», el poema sobre Diana Carolina, una mujer embarazada, que fue asesinada en Ibarra, en enero de 2019, la voz profética anuncia y denuncia:

 

Diana me llama desde el vientre mi hijo muerto

por las calles de Ibarra escucho el coro de mi nombre

la voz no nata de mi hijo se une al griterío

la mano de un gendarme se queda en intención de viento

                        y yo ya no soy yo

blanca hoja en el costado de mi herida

                        puñal propicio

para este espejo

que se apaga[6]

 

            El poemario es una crónica descarnada del cuerpo y su fragilidad. En «Boleta de amparo», la poeta continúa el poema que empezara en Celebración de la memoria. En el libro de 2018, dice: «El cuerpo en vertical / escaparate blando / El cuerpo es una jaula / filigrana / que se teje lentamente / del espíritu a la memoria»[7]. En «Boleta de amparo», que es parte de la sección «Verticalidad del cuerpo» —el árbol de una cruz—, los sentidos son complementarios, pero también adquieren una fuerza política que solo es posible desde el habla poética: «El cuerpo en vertical / es una herida andante / no sé por cuánto tiempo / me sostenga en el aire / vivo en la memoria de un pasado con sus sombras / con el miedo amparado / en una hoja / que dice / que / me / salva»[8]. Pero, la realidad de ese “que dice” es la indefensión, pues no hay, no habrá salvación en una boleta de amparo. La violencia de la misoginia no conoce límites de papel.

            La sección «Horizontalidad del cuerpo» —el travesaño de una cruz— se abre con «Bufanda», un poema que prepara a los lectores para el documental sobre feminicidios al que asistiremos desde una voz suave que, sin embargo, encierra el sentido de la violencia que nos envolverá: «El tejido es un crochet con sus fractales / un ropaje para el cuello blando / el frío es corazón presurizado / un corazón sin helio / —digo—». Y cada poema lleva como título asociativo el instrumento de los crímenes o el de su causa: el cuchillo, la almohada, el vidrio, el candelabro, la guardarraya, las tijeras, la navaja, el martillo, el cartucho, el móvil, el pavimento, un árbol. El horror de los objetos de la cotidianidad es el horro de su uso. En la poesía, ese horror se concentra en los versos que le dan la voz a Sharon, la hechicera, —una artista popular que fue asesinada por su conviviente en el primer caso juzgado como feminicidio en el país—, cuyo cuerpo yace en el pavimiento de la carretera: «pero estoy aquí / sin mí / con mi cadáver». El cuerpo de la mujer que ya no es; la ausencia de la vida en la materia de la muerte.

            Durante la lectura de Cuerpo presente me detenía a respirar, porque sus versos me asfixiaban con la concentración de tanta violencia criminal. Así, las mujeres asesinadas eran un coro desgarrador en la voz poética: «El miedo es / la luz perdida de la infancia […] El miedo es soledad / extendida en las cenizas»[9]. El llanto, inútil ante la muerte, libera a quien lee, pero también lo indigna. Contemplaba por la ventana el verdor de la arboleda que rodea mi casa y la voz de la profeta me seguía con su clamor de justicia. La indignación que subyace en los versos de este libro me llevó a releer los versos finales de Celebración de la memoria (2018) para entender que la escritura es esperanzadora, aunque esté envuelta por la materia de lo abyecto:

 

La esperanza sobrevive en el corazón del poeta

La esperanza supervive en el corazón del poeta

La esperanza sobrevive al corazón del poeta

                                   escribir es hablar con los ausentes[10]

 

            Cuerpo presente, de Siomara España, cumple con uno de los cometidos de la escritura: hablar con las ausentes.  En este caso, una poética que es testimonio de la violencia feminicida de nuestra sociedad patriarcal y que hace un llamado a quienes leen para tomar partido por la justicia y por la vida.

 

P.S.: Cortometraje dirigido y producido por los cineastas David Grijalva Calero y Diego Falconi Averhoff basado en el poemario Cuerpo presente, de Siomara España:

 



[1] Siomara España, «Poetas», De cara al fuego (Quito: El Ángel Editor, 2011), 83.

[2] Ileana Espinel, «María Juana Pinto», de Tan solo 13, en Poemas escogidos (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, Colección Letras del Ecuador # 77), 113.

[3] Siomara España, «Crónica», Cuerpo presente (Granada: Valparaíso Ediciones, 2022), 14.

[4] España, «Candelabro»…, 39.

[5] España, «Vidrio»…, 35.

[6] España, «Cuchillo»…, 29.

[7] Siomara España, Celebración de la memoria (Madrid: Huerga y Fierro Editores, 2018), 18.

[8] España, «Boleta de amparo»…, 75.

[9] España, «Miedo»…, 76.

[10] España, Celebración…, 87.

domingo, febrero 03, 2019

El violento poder del patriarcado sobre el cuerpo de la mujer


           
Obra de Pavel Egüez publicada en su cuenta de tuiter @paveleguez el 19 de enero de 2019
«Una muchacha debe ser / un velo, una sombra blanca, sin sangre alguna / como una luna sobre el agua; no / peligrosa; / debe / permanecer en silencio y evitar / los zapatos rojos, las medias rojas, pues al bailar, / si bailas, con zapatos rojos te pueden matar». Así dicen los versos finales de «Una blusa roja», de Margaret Atwood, que comienza describiendo una tarea cotidiana: junto a su hermana, está cosiendo una blusa roja para su hija. En «Tortura», un poema en que medita sobre el caso de una mujer a la que le cosieron la boca «y la devolvieron a las calles, / un símbolo mudo», se pregunta: «y no sé si los hombres buenos / que viven una vida ordenada existen / debido a estar mujer / o a pesar de ella».
            Días atrás, la ciudadanía se conmovió al conocer la violación en manada de Martha (nombre protegido), una mujer de treinta y cinco años: no estaba sola ni andaba con desconocidos; tampoco iba caminando por calles oscuras: participaba de la celebración del cumpleaños de uno de sus tres perpetradores, era su amiga de un par de años atrás y se quedó sola con ellos durante menos de media hora mientras otros asistentes a la fiesta salieron a comprar ingredientes que requerían para cocinar. La sevicia de sus violadores se cebó en el cuerpo de la mujer. Y no me voy a detener en los comentarios misóginos en la redes sociales que demostraron cuán arraigada en el imaginario social está la culpa original de Eva. Según datos de ONU-Mujeres, en Ecuador, en los últimos tres años, once mujeres han sido violadas cada día.
            «Si los hombres parieran serían menos desconsiderados», dice Nora de Jacob, un personaje de La mala hora, de García Márquez. Y es que, en el caso de Martha, según la legislación vigente, si ella hubiese quedado embarazada como producto de la violación y decidiera abortar, tendría que, además, ir presa a la cárcel. El negar la despenalización del aborto por violación es otra forma patriarcal de ejercer violencia sobre el ser de la mujer. El patriarcado, al mismo tiempo que niega y criminaliza las decisiones de la mujer sobre su propia vida, la culpabiliza de una agresión sexual por considerar que la mujer es responsable por provocar a su violador o ponerse en una situación de indefensión.
            El 24 de mayo de 2012, Rosa Elvira Cely fue golpeada, apuñalada, violada y empalada en el Parque Nacional, de Bogotá, por Javier Velasco Valenzuela, compañero de estudios, que cumple una condena de cuarenta y ocho años de prisión. Rosa Elvira murió cuatro días después pero su muerte le dejó un legado a Colombia: hoy existe la ley “Rosa Elvira Cely”, que tipifica el feminicidio. Un poema que escribí en homenaje a su memoria dice: «Es la sevicia de un hombre / la complicidad de todos los hombres / la vasta crueldad de la condición masculina». No se trata ni de drogas, de ni de alcohol, ni de seres monstruosos: la agresión sexual y el control sobre el cuerpo femenino, son apenas dos de las formas de la violencia intrínseca que ejerce el patriarcado sobre la mujer.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 01.01.19

jueves, mayo 19, 2016

Rosa Elvira Cely, nuevamente victimizada


A casi cuatro años del feminicidio de Rosa Elvira Cely (29 de mayo de 2012), la Secretaría de Gobierno de Bogotá, al contestar una demanda de la familia de Rosa Elvira, señaló que la culpable era la propia víctima por haber accedido a salir con su violador y asesino. En un extenso reportaje de El Espectador, del 15 de mayo pasado, Adriana Cely, hermana de la víctima, dijo: “Es una ofensa para mi familia, para la sociedad, para las mujeres. Siguen insistiendo en que nosotras somos las culpables. ¿Acaso mi hermana tenía que pedirle antecedentes a Javier Velasco? ¿Acaso alguien lo hace? Me da mucho dolor contarles algo así a mi mamá y a mi sobrina, sobre todo en vísperas del aniversario de su muerte. Pensaba que con el tiempo y las evidencias que están en el expediente ya no va a volver a oír esas cosas, pero veo que estaba errada”, y añadió. “Estoy indignada y me duele”.
La Ley Rosa Elvira Cely, aprobada a comienzos de 2015, es un ejemplo de cómo una víctima puede convertirse en el símbolo de la lucha contra el feminicidio y proteger a otras mujeres con su propio sacrificio. Hoy, cuando Rosa Elvira ha vuelto a ser víctima por su condición de mujer, comparto este poema en su memoria:


Rosa Elvira Cely, empalada en Bogotá

No solo es el suplicio inenarrable de tu agonía
entre los árboles solitarios del Parque Nacional.

Es la sevicia de un hombre
la complicidad de todos los hombres
la vasta crueldad de la condición masculina.

Tu sexo atravesado por la furia del falócrata
Tu vientre hollado por la violencia del amo
Tu cuerpo que ya no es tuyo sino del tormento.

Rosa Elvira Cely, 35 años, una niña de 12, martirizada
la dignidad de la vida con la atrocidad de tu muerte.



Concepto jurídico de la Secretaría de Gobierno de Bogotá, mayo 2016.
 
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