José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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domingo, febrero 03, 2019

El violento poder del patriarcado sobre el cuerpo de la mujer


           
Obra de Pavel Egüez publicada en su cuenta de tuiter @paveleguez el 19 de enero de 2019
«Una muchacha debe ser / un velo, una sombra blanca, sin sangre alguna / como una luna sobre el agua; no / peligrosa; / debe / permanecer en silencio y evitar / los zapatos rojos, las medias rojas, pues al bailar, / si bailas, con zapatos rojos te pueden matar». Así dicen los versos finales de «Una blusa roja», de Margaret Atwood, que comienza describiendo una tarea cotidiana: junto a su hermana, está cosiendo una blusa roja para su hija. En «Tortura», un poema en que medita sobre el caso de una mujer a la que le cosieron la boca «y la devolvieron a las calles, / un símbolo mudo», se pregunta: «y no sé si los hombres buenos / que viven una vida ordenada existen / debido a estar mujer / o a pesar de ella».
            Días atrás, la ciudadanía se conmovió al conocer la violación en manada de Martha (nombre protegido), una mujer de treinta y cinco años: no estaba sola ni andaba con desconocidos; tampoco iba caminando por calles oscuras: participaba de la celebración del cumpleaños de uno de sus tres perpetradores, era su amiga de un par de años atrás y se quedó sola con ellos durante menos de media hora mientras otros asistentes a la fiesta salieron a comprar ingredientes que requerían para cocinar. La sevicia de sus violadores se cebó en el cuerpo de la mujer. Y no me voy a detener en los comentarios misóginos en la redes sociales que demostraron cuán arraigada en el imaginario social está la culpa original de Eva. Según datos de ONU-Mujeres, en Ecuador, en los últimos tres años, once mujeres han sido violadas cada día.
            «Si los hombres parieran serían menos desconsiderados», dice Nora de Jacob, un personaje de La mala hora, de García Márquez. Y es que, en el caso de Martha, según la legislación vigente, si ella hubiese quedado embarazada como producto de la violación y decidiera abortar, tendría que, además, ir presa a la cárcel. El negar la despenalización del aborto por violación es otra forma patriarcal de ejercer violencia sobre el ser de la mujer. El patriarcado, al mismo tiempo que niega y criminaliza las decisiones de la mujer sobre su propia vida, la culpabiliza de una agresión sexual por considerar que la mujer es responsable por provocar a su violador o ponerse en una situación de indefensión.
            El 24 de mayo de 2012, Rosa Elvira Cely fue golpeada, apuñalada, violada y empalada en el Parque Nacional, de Bogotá, por Javier Velasco Valenzuela, compañero de estudios, que cumple una condena de cuarenta y ocho años de prisión. Rosa Elvira murió cuatro días después pero su muerte le dejó un legado a Colombia: hoy existe la ley “Rosa Elvira Cely”, que tipifica el feminicidio. Un poema que escribí en homenaje a su memoria dice: «Es la sevicia de un hombre / la complicidad de todos los hombres / la vasta crueldad de la condición masculina». No se trata ni de drogas, de ni de alcohol, ni de seres monstruosos: la agresión sexual y el control sobre el cuerpo femenino, son apenas dos de las formas de la violencia intrínseca que ejerce el patriarcado sobre la mujer.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 01.01.19

domingo, enero 06, 2019

El patriarcado: una estructura económica y social de dominación

Las diez personas más ricas del mundo, según Forbes, son hombres. (Bolsa de Valores de Londres, 1891).

            Mujeres y hombres fuimos educados y crecimos en una sociedad patriarcal. Hombre y mujeres nos acostumbramos a un modelo de familia imaginado con el padre en la cabecera de la mesa. Nos dijeron: «los chicos no lloran», «las chicas deben ser buenas esposas y madres»; más tarde, elemento de modernidad, le añadieron el término «profesionales». Nos dijeron que teníamos que ser vencedores y nos lanzaron a la lucha violenta por la conquista del poder en todas las esferas. Hombres necios que jamás se rinden ni muestran debilidad alguna; incansables como los héroes de bronce: nos educaron con una visión binaria de la sexualidad. El machismo fue engendrado en nosotros.
Pero el patriarcado no es solo una ideología, sino una estructura económica y social que requiere de dicha ideología para reproducirse. El poder del capital es una estructura masculina: las mujeres ganan menos que los hombres y su capacidad de ascenso en las corporaciones es limitada. Los dueños del capital, básicamente, son hombres; y, si no me creen, créanle a Forbes, cuya lista de las diez personas más ricas del mundo está, desde el año 2000, poblada en su casi totalidad de nombres de hombres. La excepción de la regla son dos herederas de la fortuna de Sam Walton, fundador de Wal-Mart.
Los grandes medios alimentan el imaginario machista de la sociedad. Los titulares de los diarios de crónica roja son un ejemplo violento: los asesinatos pasionales y los crímenes debido a la conducta o a la vestimenta de la mujer, perpetúan la violencia machista contra las mujeres y la peregrina idea de que la mujer víctima es culpable de su desgracia. La publicidad mediática que exhibe a la mujer como objeto sexual es inherente a la sociedad de consumo del capitalismo: la erotización del mercado apela a la mujer, en tanto objeto del deseo: la compra del producto ofertado satisface el imaginario erótico de posesión de la mujer del anuncio. Hoy, en menor escala, la cosificación se ha extendido al hombre, pero desde la misma ideología patriarcal: la oferta del deseo de todo cuerpo, sin importar ni su sexo ni su género, es utilizada como estrategia de venta.

En la crónica roja, la "pasión amorosa" encubre el feminicidio.
   El patriarcado es inequitativo con las mujeres y deshumaniza a los hombres. En términos laborales, al feminizar las tareas del hogar, la economía patriarcal vuelve invisible el valor monetario del trabajo doméstico y, por tanto, no lo suma al justo precio de la fuerza de trabajo. Una consecuencia es la extensión natural de la jornada laboral de las mujeres. Otra, es la definición del hombre como un proveedor, cosa que nos convierte en patriarcas locales en nuestra pequeña parcela de dominación. Y otra más, que, en el campo laboral, la mujer que realiza el trabajo doméstico como tarea remunerada lo hace en condiciones precarias y de explotación salarial.
El patriarcado que nos oprime a mujeres y hombres —a las mujeres, sobre todo—, es la norma cultural de un sistema económico y social que solo persigue la reproducción del capital sin que le importe el ser humano.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 04.01.19