Obra de Pavel Egüez publicada en su cuenta de tuiter @paveleguez el 19 de enero de 2019 |
Días atrás, la
ciudadanía se conmovió al conocer la violación en manada de Martha (nombre protegido),
una mujer de treinta y cinco años: no estaba sola ni andaba con desconocidos;
tampoco iba caminando por calles oscuras: participaba de la celebración del
cumpleaños de uno de sus tres perpetradores, era su amiga de un par de años
atrás y se quedó sola con ellos durante menos de media hora mientras otros
asistentes a la fiesta salieron a comprar ingredientes que requerían para
cocinar. La sevicia de sus violadores se cebó en el cuerpo de la mujer. Y no me
voy a detener en los comentarios misóginos en la redes sociales que demostraron
cuán arraigada en el imaginario social está la culpa original de Eva. Según
datos de ONU-Mujeres, en Ecuador, en los últimos tres años, once mujeres han
sido violadas cada día.
«Si los hombres
parieran serían menos desconsiderados», dice Nora de Jacob, un personaje de La mala hora, de García Márquez. Y es
que, en el caso de Martha, según la legislación vigente, si ella hubiese
quedado embarazada como producto de la violación y decidiera abortar, tendría
que, además, ir presa a la cárcel. El negar la despenalización del aborto por
violación es otra forma patriarcal de ejercer violencia sobre el ser de la
mujer. El patriarcado, al mismo tiempo que niega y criminaliza las decisiones
de la mujer sobre su propia vida, la culpabiliza de una agresión sexual por
considerar que la mujer es responsable por provocar a su violador o ponerse en
una situación de indefensión.
El 24 de mayo de 2012,
Rosa Elvira Cely fue golpeada, apuñalada, violada y empalada en el Parque
Nacional, de Bogotá, por Javier Velasco Valenzuela, compañero de estudios, que
cumple una condena de cuarenta y ocho años de prisión. Rosa Elvira murió cuatro
días después pero su muerte le dejó un legado a Colombia: hoy existe la ley
“Rosa Elvira Cely”, que tipifica el feminicidio. Un poema que escribí en
homenaje a su memoria dice: «Es la sevicia de un hombre / la
complicidad de todos los hombres / la vasta crueldad de la condición masculina».
No se trata ni de drogas, de ni de alcohol, ni de seres monstruosos: la agresión
sexual y el control sobre el cuerpo femenino, son apenas dos de las formas de la
violencia intrínseca que ejerce el patriarcado sobre la mujer.
Publicado en Cartón
Piedra, revista cultural de El
Telégrafo, el 01.01.19
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