Ilustración de Enrique Breccia para la edición de Reunión (Buenos Aires, Libros del Zorro Rojo, 2007) |
Los ebúrneos, en
cambio, se dicen que los temas de la historia contemporánea suelen desgastarse
o descalificarse rápidamente y, por ejemplo, nunca dejan de mencionar en este
contexto ciertos poemas del Canto general, de Neruda; no parecen darse
cuenta de que aún equivocándose históricamente, Neruda era el poeta de siempre,
y que la imposibilidad de aceptar hoy en día sus elogios de Stalin no altera
para nada el hecho de que haya sido sincero al escribirlos. […] Para lo
ebúrneos, en efecto, esos no son temas literarios.[3]
La anécdota de “Reunión”
recrea el desembarco de los del Gramma en Cuba para iniciar la guerra de
guerrillas contra la dictadura de Batista, aunque sin nombrar ningún lugar o
personaje de la realidad histórica. Su intriga está dada por la imperiosa
necesidad que dos grupos de insurgentes, perdidos el uno del otro por unos
días, tienen de encontrarse y de saber que el líder de uno de los grupos, Luis,
“(que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres
hasta que llegara el día)”[4],
debe vivir para que la causa política triunfe. La tensión está dada por las
dificultades que se generan para este encuentro, pues la voz narrativa, primera
persona protagonista, pertenece a uno de los miembros del grupo que no sabe por
dónde anda Luis.
El cuento se abre
con un exergo del Che, quien, en el momento más duro del desembarco, recuerda
“un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en un troco de
árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”[5].
Por su parte, el narrador protagonista del cuento, que puede ser asumido sin
dificultades como el propio Che, recuerda un tema de Mozart, que es el
movimiento inicial del cuarteto para cuerdas No. 17, K 458, La caza. A
partir de este paralelismo con el texto del Che, Cortázar construye, desde la
música de Mozart, el símbolo de la lucha en la que se encuentra los
protagonistas de “Reunión”, que son, a su vez y al momento de la publicación
del libro, los protagonistas de la revolución cubana. Este, es tal vez, el más
claro homenaje que un escritor e intelectual puede hacer a dos guerreros y
estadistas y, al mismo tiempo, es la declaración más sentida de un compromiso
político con un proceso revolucionario en marcha:
Y todo eso es
también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol
no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer
una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último
término la lleve a una victoria que sea como al restitución de una melodía
después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allego final que
sucede al adagio como un encuentro de luz. Lo que se divertiría Luis si supiera
que en ese momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco
esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su
evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué
amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del
barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el
canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra de vuelta a
sus hijos.[6]
Tres años después,
en 1969, el texto que abre Último round es “Sílaba viva”, un lúdico
homenaje al Che, que arranca con una expresión que dialoga con el título del
tango “Qué vachaché”, de Santos Discépolo. Si la letra del tango, como tantas
de Discepolín, es una descarnada visión del culto al dinero que acosa al siglo,
el poema de Cortázar es una experiencia lúdica del lenguaje que,
sobreponiéndose a la muerte del Che, rezuma esperanza en la permanencia
simbólica del guerrillero. El texto, como se verá, es una muestra de cómo
Cortázar se resiste a la obviedad del “mensaje” pero, al mismo tiempo, de cómo
Cortázar quiere expresar, desde la experiencia literaria, una posición política
contestaría y claramente comprometida, luego de la muerte de la Che.
Qué vachaché, está
aunque no lo quieran,
está en la noche,
está en la leche,
en cada coche y
cada bache y cada boche
está, le largarán
los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen,
lo buscarán a troche y moche
y él estará en el
que luche y el que espiche
y en todo el que se
agrande y se repeche
él estará, me
cachendió.[7]
Cortázar en Solentiname, Nicaragua, invitado por Ernesto Cardenal, en 1976 |
La cuestión
política también fue abordada de manera explícita por Cortázar en otros textos
literarios. En “Apocalipsis de Solentiname”, Cortázar logra una mixtura de
elementos realistas y fantásticos con la que consigue, tras el sorprendente
desenlace del cuento, una dimensión política que rebasa las expectativas del
lector. Cortázar narra su ingreso clandestino a Nicaragua, en marzo de 1976, en
compañía de Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Óscar Castillo desde Costa Rica,
en una avioneta Piper Aztec; y, luego, en el jeep del poeta José Coronel
Urtecho hasta la hacienda “Las brisas” y, de ahí en lancha, hasta llegar a la
isla Macarrón, del archipiélago de Solentiname, donde queda la comunidad
fundada por Cardenal. Una de las visiones que tiene el personaje, ya en su casa
en Paris, proyectando las diapositivas de las fotos que había tomado en
Solentiname, es la de la ejecución de Roque Dalton en medio de otras fotos de
la represión de las dictaduras latinoamericanas que irrumpen sin explicación
lógica en la proyección que el narrador, Cortázar, está revisando en la soledad
de su estudio. Lo interesante es que la muerte de Dalton no fue a manos de la
dictadura salvadoreña sino por causa del sectarismo de sus propios compañeros
de guerrilla. Así, Cortázar reafirma la actitud política crítica que lo
acompañó toda la vida:
Nunca supe si
seguía apretando o no el botón, vi un claro de selva, una cabaña con techo de
paja y árboles en primer plano, contra el trono del más próximo un muchacho
flaco mirando hacia la izquierda donde un grupo confuso, cinco o seis muy juntos
le apuntaban con fusiles y pistolas; el muchacho de cara larga y un mechón
cayéndole en la frente morena los miraba, una mano alzada a medias, la otra a
lo mejor en el bolsillo del pantalón, era como si les estuviera diciendo algo
sin apuro, casi displicentemente, y aunque la foto era borrosa yo sentí y supe
y vi que el muchacho era Roque Dalton, y entonces sí apreté el botón como si
con eso pudiera salvarlo de la infamia de esa muerte…[8]
Los registros que
utiliza Cortázar para introducir la política en su literatura son variados. El
cuento “Graffiti”, al contrario de “Apocalipsis de Solentiname”, desarrolla su
intriga desde lo no dicho, desde la insinuación como estrategia narrativa, y,
en el marco de espacio y tiempo realistas, logra su desenlace a partir de un
elemento simbólico que determina el carácter monstruoso de la represión
dictatorial en el cono sur. Lo que comienza como una comunicación amorosa entre
dos enamorados clandestinos termina siendo considerado un acto subversivo por
la dictadura: Cortázar consigue crear la atmósfera de terror estatal en una
ciudad sitiada por la dictadura, y en medio de aquella represión, el amor se
impone como un acto subversivo por sí mismo. Durante el desarrollo del cuento,
la policía arresta a ella y él sabe, como todos en la ciudad, lo que ocurre con
los detenidos. Después de buscarla durante un tiempo, él ve, junto a su dibujo,
el dibujo de ella que, con pocos trazos, refleja el inmenso horror de la
tortura. Al final del relato, en un giro cortazariano, descubierto por el
lector que ella es quien narra el relato, leemos conmocionados:
Te acercaste con
algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas
violeta de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca
aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé, ¿pero qué otra cosa hubiera podido
dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía
que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras.[9]
Entre los textos
literarios políticamente explícitos está la novela El libro de Manuel
(1973) que, aquellos críticos que quieren olvidar esta parte de la producción
literaria de Cortázar, pasan rápidamente como “una obra menor”, muy a pesar de
que la novela ganara, en 1974, el prestigioso Premio Médicis étranger. Se
trata de una novela política de corte experimental, construida como un gran collage
que utiliza recortes de periódicos, transcripción de entrevistas, télex,
cuadros estadísticos, y poemas; una novela con múltiples voces narrativas que,
con humor y chanza, construyen el discurso político de unos revolucionarios
anarquistas, empeñados en atentar contra la estabilidad burguesa y los símbolos
del capitalismo.
La novela está armada
como el libro que el grupo revolucionario elabora para Manuel, el hijo de Susana
y Patricio, una pareja del grupo en cuya casa se reúnen para discutir sobre la
política mundial y planificar sus acciones subversivas, destinadas a alterar la
paz burguesa de la sociedad de consumo, como actos simbólicos en contra del capitalismo.
Así:
…Susana va
consiguiendo recortes que pega pedagógicamente, es decir, alternando lo útil y
lo agradable, de manera que cuando llegue el día Manuel lea el álbum con el
mismo interés con que Patricio y ella leían en su tiempo El tesoro de la
juventud o el Billiken, […] y qué carajo, dice Patricio, hacés bien,
vieja, vos pegoteale nuestro propio presente y también otras cosas, así tendrá
para elegir, sabrá lo que fueron nuestras catacumbas y a lo mejor el pibe
alcanza a comerse estas uvas tan verdes que miramos desde tan abajo.[10]
No es una novela
condescendiente con la izquierda latinoamericana pues en el texto quedan al
descubierto todas las contradicciones de quienes quieren transformar la
realidad social pero viven sumidos en las prácticas ideológicas de las
relaciones de poder patriarcales. El sentido político que se desprende de la
novela, es que se trata de llegar a una revolución que abarque la totalidad de
lo humano, empezando por lo sexual y las relaciones de poder en la pareja, y no
solo lo político o lo social. Al mismo tiempo,
el sentido del humor y el tono de chanza logran desacralizar las discusiones ideológicas
y políticas, de tal forma que los diálogos quedan alivianados y exentos de
cualquier tono discursivamente panfletario: “Qué querés, a mí lo que siempre me
gustó en el rusito es que realmente vino a meter espada, agarró a Galilea y la
dio vuelta como un panqueque, no fue culpa de él si después le fabricaron una
iglesia, como tampoco a Lenin le vas a reprochar la Unión de escritores soviéticos,
no te parece”[11].
El libro de
Manuel —cuyas regalías fueron donadas por su autor
para la atención de los presos políticos en Argentina—, generó más de un
escozor en los lectores de Cortázar que estaban acostumbrados a su literatura
fantástica o al genio existencial de Rayuela. En esta novela la
distancia entre realidad y ficción es transgredida a medida que la escritura va
dando cuerpo al propio texto: los sucesos de la novela van coincidiendo con los
hechos de la realidad, que en forma de texto, están organizados para el lector
que, al final, resulta el Manuel para quien va dirigido un libro que, muy a
pesar de estar pensado para el futuro, se realiza en el presente de la lectura:
“Manuel comprenderá —le dije—, Manuel comprenderá algún día”[12].
Los únicos que todavía no comprenden la función política de la literatura son
los ebúrneos de siempre.
PD: Esta es la tercera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26.
PD: Esta es la tercera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26.
[1] Julio Cortázar, “Carta a Roberto Fernández Retamar, 24 de diciembre de
1965”, en Casa de las Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio –
Octubre 1984), p. 25 - 26.
[2] “Julio Cortázar. Un gran escritor y su soledad”, p. 52.
[3] Ibídem.
[4] Julio Cortázar, “Reunión”, en Cuentos completos / 1, Bogotá,
Alfaguara, 2004, p. 537. El cuento está en Todos los fuego el fuego
(1966).
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 541.
[7] Julio Cortázar, “Sílaba viva”, en Último round, t. I, [1969],
México, Siglo XXI Editores, 1986, p. 8.
[8] Julio Cortázar, “Apocalipsis de Solentiname”, en Cuentos completos
/ 2, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 159. El cuento está en Alguien que anda
por ahí (1977).
[9] Julio Cortázar, “Graffiti”, en Cuentos completos / 2, Bogotá,
Alfaguara, 2004, p. 400. El cuento está en Queremos tanto a Glenda
(1980).
[10] Julio Cortázar, El libro de Manuel [1973], Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1975, p. 264.
[12] Ibídem, p. 385.