José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, marzo 05, 2016

Aquello que horroriza a los ebúrneos



 
Ilustración de Enrique Breccia para la edición de Reunión (Buenos Aires, Libros del Zorro Rojo, 2007)
            Una primera noticia del cuento “Reunión”, que forma parte del libro Todos los fuegos, el fuego (1966), la encontramos en una carta de Cortázar a Roberto Fernández Retamar, fechada en París, el 24 de diciembre de 1965: “Me emocionó todo lo que me dices del Che, porque lo comparto plenamente. En marzo saldrá en Buenos Aires un nuevo tomo de cuentos míos, donde irá naturalmente el que escribí después de leer las páginas del Che sobre el desembarco con Fidel”. Y continúa con su tono burlón, consciente de cuánto molestará el cuento a los ebúrneos: “No sabes lo que me alegra que ese cuento se edite en la Argentina, donde le arañará los ojos a tanta gente que sigue lamentando lo que llaman mi ‘entrega’. En cuanto al Che, comprendo de sobra que su destino se sigue cumpliendo como debe ser, como él quiere que sea”[1].  En la ya citada entrevista para LIFE, Cortázar habla de ciertas reacciones de gente que lo felicitaba por el libro pero que lamentaban la aparición del cuento “Reunión”, “cuyos personajes eran transparentemente el Che y Fidel”[2]. Su concepción sobre la función política de la literatura es mucho más amplia que la defensa coyuntural de su propio cuento:

Los ebúrneos, en cambio, se dicen que los temas de la historia contemporánea suelen desgastarse o descalificarse rápidamente y, por ejemplo, nunca dejan de mencionar en este contexto ciertos poemas del Canto general, de Neruda; no parecen darse cuenta de que aún equivocándose históricamente, Neruda era el poeta de siempre, y que la imposibilidad de aceptar hoy en día sus elogios de Stalin no altera para nada el hecho de que haya sido sincero al escribirlos. […] Para lo ebúrneos, en efecto, esos no son temas literarios.[3]

La anécdota de “Reunión” recrea el desembarco de los del Gramma en Cuba para iniciar la guerra de guerrillas contra la dictadura de Batista, aunque sin nombrar ningún lugar o personaje de la realidad histórica. Su intriga está dada por la imperiosa necesidad que dos grupos de insurgentes, perdidos el uno del otro por unos días, tienen de encontrarse y de saber que el líder de uno de los grupos, Luis, “(que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordarnos de nuestros nombres hasta que llegara el día)”[4], debe vivir para que la causa política triunfe. La tensión está dada por las dificultades que se generan para este encuentro, pues la voz narrativa, primera persona protagonista, pertenece a uno de los miembros del grupo que no sabe por dónde anda Luis.
El cuento se abre con un exergo del Che, quien, en el momento más duro del desembarco, recuerda “un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en un troco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida”[5]. Por su parte, el narrador protagonista del cuento, que puede ser asumido sin dificultades como el propio Che, recuerda un tema de Mozart, que es el movimiento inicial del cuarteto para cuerdas No. 17, K 458, La caza. A partir de este paralelismo con el texto del Che, Cortázar construye, desde la música de Mozart, el símbolo de la lucha en la que se encuentra los protagonistas de “Reunión”, que son, a su vez y al momento de la publicación del libro, los protagonistas de la revolución cubana. Este, es tal vez, el más claro homenaje que un escritor e intelectual puede hacer a dos guerreros y estadistas y, al mismo tiempo, es la declaración más sentida de un compromiso político con un proceso revolucionario en marcha:

Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último término la lleve a una victoria que sea como al restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allego final que sucede al adagio como un encuentro de luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en ese momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra de vuelta a sus hijos.[6]

Tres años después, en 1969, el texto que abre Último round es “Sílaba viva”, un lúdico homenaje al Che, que arranca con una expresión que dialoga con el título del tango “Qué vachaché”, de Santos Discépolo. Si la letra del tango, como tantas de Discepolín, es una descarnada visión del culto al dinero que acosa al siglo, el poema de Cortázar es una experiencia lúdica del lenguaje que, sobreponiéndose a la muerte del Che, rezuma esperanza en la permanencia simbólica del guerrillero. El texto, como se verá, es una muestra de cómo Cortázar se resiste a la obviedad del “mensaje” pero, al mismo tiempo, de cómo Cortázar quiere expresar, desde la experiencia literaria, una posición política contestaría y claramente comprometida, luego de la muerte de la Che.

Qué vachaché, está aunque no lo quieran,
está en la noche, está en la leche,
en cada coche y cada bache y cada boche
está, le largarán los perros y lo mismo estará
aunque lo acechen, lo buscarán a troche y moche
y él estará en el que luche y el que espiche
y en todo el que se agrande y se repeche
él estará, me cachendió.[7]
  
Cortázar en Solentiname, Nicaragua, invitado por Ernesto Cardenal, en 1976
La cuestión política también fue abordada de manera explícita por Cortázar en otros textos literarios. En “Apocalipsis de Solentiname”, Cortázar logra una mixtura de elementos realistas y fantásticos con la que consigue, tras el sorprendente desenlace del cuento, una dimensión política que rebasa las expectativas del lector. Cortázar narra su ingreso clandestino a Nicaragua, en marzo de 1976, en compañía de Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Óscar Castillo desde Costa Rica, en una avioneta Piper Aztec; y, luego, en el jeep del poeta José Coronel Urtecho hasta la hacienda “Las brisas” y, de ahí en lancha, hasta llegar a la isla Macarrón, del archipiélago de Solentiname, donde queda la comunidad fundada por Cardenal. Una de las visiones que tiene el personaje, ya en su casa en Paris, proyectando las diapositivas de las fotos que había tomado en Solentiname, es la de la ejecución de Roque Dalton en medio de otras fotos de la represión de las dictaduras latinoamericanas que irrumpen sin explicación lógica en la proyección que el narrador, Cortázar, está revisando en la soledad de su estudio. Lo interesante es que la muerte de Dalton no fue a manos de la dictadura salvadoreña sino por causa del sectarismo de sus propios compañeros de guerrilla. Así, Cortázar reafirma la actitud política crítica que lo acompañó toda la vida:

Nunca supe si seguía apretando o no el botón, vi un claro de selva, una cabaña con techo de paja y árboles en primer plano, contra el trono del más próximo un muchacho flaco mirando hacia la izquierda donde un grupo confuso, cinco o seis muy juntos le apuntaban con fusiles y pistolas; el muchacho de cara larga y un mechón cayéndole en la frente morena los miraba, una mano alzada a medias, la otra a lo mejor en el bolsillo del pantalón, era como si les estuviera diciendo algo sin apuro, casi displicentemente, y aunque la foto era borrosa yo sentí y supe y vi que el muchacho era Roque Dalton, y entonces sí apreté el botón como si con eso pudiera salvarlo de la infamia de esa muerte…[8]

Los registros que utiliza Cortázar para introducir la política en su literatura son variados. El cuento “Graffiti”, al contrario de “Apocalipsis de Solentiname”, desarrolla su intriga desde lo no dicho, desde la insinuación como estrategia narrativa, y, en el marco de espacio y tiempo realistas, logra su desenlace a partir de un elemento simbólico que determina el carácter monstruoso de la represión dictatorial en el cono sur. Lo que comienza como una comunicación amorosa entre dos enamorados clandestinos termina siendo considerado un acto subversivo por la dictadura: Cortázar consigue crear la atmósfera de terror estatal en una ciudad sitiada por la dictadura, y en medio de aquella represión, el amor se impone como un acto subversivo por sí mismo. Durante el desarrollo del cuento, la policía arresta a ella y él sabe, como todos en la ciudad, lo que ocurre con los detenidos. Después de buscarla durante un tiempo, él ve, junto a su dibujo, el dibujo de ella que, con pocos trazos, refleja el inmenso horror de la tortura. Al final del relato, en un giro cortazariano, descubierto por el lector que ella es quien narra el relato, leemos conmocionados:

Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violeta de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé, ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras.[9]

Entre los textos literarios políticamente explícitos está la novela El libro de Manuel (1973) que, aquellos críticos que quieren olvidar esta parte de la producción literaria de Cortázar, pasan rápidamente como “una obra menor”, muy a pesar de que la novela ganara, en 1974, el prestigioso Premio Médicis étranger. Se trata de una novela política de corte experimental, construida como un gran collage que utiliza recortes de periódicos, transcripción de entrevistas, télex, cuadros estadísticos, y poemas; una novela con múltiples voces narrativas que, con humor y chanza, construyen el discurso político de unos revolucionarios anarquistas, empeñados en atentar contra la estabilidad burguesa y los símbolos del capitalismo.
La novela está armada como el libro que el grupo revolucionario elabora para Manuel, el hijo de Susana y Patricio, una pareja del grupo en cuya casa se reúnen para discutir sobre la política mundial y planificar sus acciones subversivas, destinadas a alterar la paz burguesa de la sociedad de consumo, como actos simbólicos en contra del capitalismo. Así:

…Susana va consiguiendo recortes que pega pedagógicamente, es decir, alternando lo útil y lo agradable, de manera que cuando llegue el día Manuel lea el álbum con el mismo interés con que Patricio y ella leían en su tiempo El tesoro de la juventud o el Billiken, […] y qué carajo, dice Patricio, hacés bien, vieja, vos pegoteale nuestro propio presente y también otras cosas, así tendrá para elegir, sabrá lo que fueron nuestras catacumbas y a lo mejor el pibe alcanza a comerse estas uvas tan verdes que miramos desde tan abajo.[10]

No es una novela condescendiente con la izquierda latinoamericana pues en el texto quedan al descubierto todas las contradicciones de quienes quieren transformar la realidad social pero viven sumidos en las prácticas ideológicas de las relaciones de poder patriarcales. El sentido político que se desprende de la novela, es que se trata de llegar a una revolución que abarque la totalidad de lo humano, empezando por lo sexual y las relaciones de poder en la pareja, y no solo lo político o lo social. Al mismo  tiempo, el sentido del humor y el tono de chanza logran desacralizar las discusiones ideológicas y políticas, de tal forma que los diálogos quedan alivianados y exentos de cualquier tono discursivamente panfletario: “Qué querés, a mí lo que siempre me gustó en el rusito es que realmente vino a meter espada, agarró a Galilea y la dio vuelta como un panqueque, no fue culpa de él si después le fabricaron una iglesia, como tampoco a Lenin le vas a reprochar la Unión de escritores soviéticos, no te parece”[11].
El libro de Manuel —cuyas regalías fueron donadas por su autor para la atención de los presos políticos en Argentina—, generó más de un escozor en los lectores de Cortázar que estaban acostumbrados a su literatura fantástica o al genio existencial de Rayuela. En esta novela la distancia entre realidad y ficción es transgredida a medida que la escritura va dando cuerpo al propio texto: los sucesos de la novela van coincidiendo con los hechos de la realidad, que en forma de texto, están organizados para el lector que, al final, resulta el Manuel para quien va dirigido un libro que, muy a pesar de estar pensado para el futuro, se realiza en el presente de la lectura: “Manuel comprenderá —le dije—, Manuel comprenderá algún día”[12]. Los únicos que todavía no comprenden la función política de la literatura son los ebúrneos de siempre.

PD: Esta es la tercera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26. 


[1] Julio Cortázar, “Carta a Roberto Fernández Retamar, 24 de diciembre de 1965”, en Casa de las Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio – Octubre 1984), p. 25 - 26.
[2] “Julio Cortázar. Un gran escritor y su soledad”, p. 52.
[3] Ibídem.
[4] Julio Cortázar, “Reunión”, en Cuentos completos / 1, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 537. El cuento está en Todos los fuego el fuego (1966).
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 541.
[7] Julio Cortázar, “Sílaba viva”, en Último round, t. I, [1969], México, Siglo XXI Editores, 1986, p. 8.
[8] Julio Cortázar, “Apocalipsis de Solentiname”, en Cuentos completos / 2, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 159. El cuento está en Alguien que anda por ahí (1977).
[9] Julio Cortázar, “Graffiti”, en Cuentos completos / 2, Bogotá, Alfaguara, 2004, p. 400. El cuento está en Queremos tanto a Glenda (1980).
[10] Julio Cortázar, El libro de Manuel [1973], Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1975, p. 264.
[11] Ibídem, p. 206.
[12] Ibídem, p. 385.

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