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Oswaldo Terreros Herrera, Movimiento GRSB, Papelógrafo 15 de noviembre de 1922, marcador sobre papel plano, 113 x 70 cm, 2022.
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La violencia de la represión estalló
al sur de Guayaquil, en las calles Coronel entre Febres Cordero y Capitán Nájera,
donde continuaba trabajando la panadería «Norte América», que proveía a un
cercano cuartel de la Policía. Una comisión del gremio de Panaderos fue a
hablar con los trabajadores para que plegaran al paro resuelto la noche
anterior. El propietario, J. C. Chambers, notificó al jefe del cuartel que envió
un piquete de policía al mando del oficial Maridueña. «Allí, en la primera
represión brutal, murió el obrero Alfredo Baldeón, apodado “el Rana”, dos
panaderos fueron heridos y seis fueron detenidos y llevados al Cuartel». La literatura concebida como
un testimonio de la vida: Joaquín Gallegos Lara convirtió el nombre de un
obrero, víctima de la represión, en el nombre del personaje central de su
novela, que está dedicada a la Sociedad de Panaderos de Guayaquil. La edición
de Las cruces sobre el agua, publicada por el Fondo de Cultura Económica
y UArtes Ediciones, en conmemoración del centenario del 15 de Noviembre de
1922, es una contribución a la memoria de la patria, propone una relectura artística
múltiple de la novela y ratifica el valor estético de un clásico de nuestra
tradición literaria.
Desde siempre, la oligarquía ha defendido
sus intereses a través del poder político y ha reprimido y criminalizado la
lucha obrera y popular cuando la crisis social escapa a su control. Desde 1914,
la emisión inorgánica del Banco Comercial y Agrícola, BCA, se había disparado
con el consiguiente impacto inflacionario y, para 1922, la emisión monetaria sin
respaldo del BCA superaba el 27 % del total del medio circulante el país. La banca
privada utilizó al Estado, que era su deudor, a través de un representante suyo
en el gobierno, desde 1920: «el Dr. José Luis Tamayo, liberal fervientemente
antialfarista, y, precisamente, Apoderado Jurídico del Banco Comercial y Agrícola
desde hacía más de una década». Una muestra más de que ese
maridaje perverso del poder económico y poder político es una tradición de las
clases dominantes.
Ante esta crisis económica del capital, la protesta
popular, que culminó con la marcha del miércoles 15 de noviembre de 1922, fue brutal
y criminalmente reprimida luego de un combate callejero desigual, pues los
obreros tuvieron que saquear los almacenes de armas cuando el ejército y la
policía comenzaron a disparar al bulto. El gobierno plutocrático de Tamayo se
preparó para la represión: 2.200 hombres en armas estuvieron listos en la madrugada
del 15. El jefe de Zona Militar, general Enrique Barriga, en un parte del 5 de
diciembre, dirigido al jefe de Estado Mayor, en Quito, reconoce que «los
muertos y heridos pueden llegar a doscientos. Nosotros tenemos un oficial
herido y de tropa veintiún muertos, incluyendo los de la policía». El Fígaro, medio
año después, indica que «hasta el día domingo 19, las organizaciones populares
habían identificado ya 472 compañeros muertos y más de 650 desparecidos, mutilados
y heridos de consideración». En la novela, cuando el
narrador describe la matanza, habla de trescientos, «quién sabe cuántos muertos
y heridos, cuyos andrajos ensangrentados parecían humear en el aire pesado».
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Las fotos del obrero: Avenida Olmedo y Chimborazo
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El poder oligárquico, comenzando por el mensaje del
presidente Tamayo, montaron la narrativa de “los horrores de la anarquía”, de “multitudes
enloquecidas por el influjo de bajas pasiones”, e “incontenible desenfreno”. El
18 de noviembre, Tamayo felicitó al ejército y a la policía: «Os habéis hecho
acreedores, una vez más, a la gratitud nacional. Estrecho con efusión vuestras
manos que tan bizarra y noblemente manejan las armas que os entregó la Nación
para su defensa». Y,
como era de esperarse, vino el juicio penal contra los obreros y sus dirigentes
acusados de actos vandálicos y saqueos a locales comerciales, aunque no se sabe
que hubiese alguna investigación sobre los responsables de los batallones
Cazadores de los Ríos y Marañón y del cuerpo de Policía que ejecutaron la
matanza.
El capítulo X «Fuego contra el pueblo» es el que, a
través de imágenes, en el lenguaje del documental cinematográfico, describe la
matanza. Al final del capítulo, una escena que sintetiza el nivel de crueldad
de la represión es la muerte de Tubo Bajo. Malherido, Tubo Bajo está tirado en
una carreta donde se amontonan muertos y moribundos. La carreta ha sido llevaba
a orillas del malecón para arrojar los cadáveres a la ría, luego de abrirles la
barriga para que no refloten. Tubo Bajo, consciente de lo que estaba sucediendo,
pero ya sin fuerzas, gritó que aún estaba vivo: «Seguramente ahora tampoco
sonaba su voz. Luceros lívidos le estallaron en la vista. La cabeza se le
desvanecía. El hielo de la punta del yatagán le penetró el bajovientre, cerca del
ombligo y, desgarrando, corrió hacia el estómago, hacia el pecho. El dolor
dividió su ser entero en un hachazo de negrura final».
La edición conmemorativa de Las cruces sobre el agua,
que estoy reseñando, desarrolla un proyecto editorial centrado en la
memoria. Comencemos por la imagen de la portada del artista guayaquileño Oswaldo
Terreros Herrera (1983). Un sugerente trabajo que recrea los símbolos del
movimiento obrero: la estrella de cinco puntas, emblema del comunismo; la rueda
dentada, icono del trabajo y del progreso; las multitudes y sus banderas,
retrato de la lucha obrera; una torre de transmisión que termina en un puño, representación
de los trabajadores de la empresa Luz y Fuerza Eléctrica quienes, junto a los
trabajadores de la empresa de Carros Urbanos Eléctricos, de Gas y del Ferrocarril,
constituían la vanguardia obrera; y, como un punto que conjuga la tradición y
la ruptura, dos conceptos disímiles como progresar e implosionar están
marcados en dicotomía de modernidad y posmodernidad: la idea positivista de
progreso y el vacío de significado que implica la implosión en el sentido que
le da Baudrillard.
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Las fotos del obrero: Sociedad de Carpinteros, Seis de Marzo y Bolivia
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Un elemento novedoso de esta edición es la inclusión
del proyecto «Las fotos del obrero», dirigido por el cineasta Mario Rodríguez Dávila.
El proyecto tuvo, finalmente, cuatro pliegues: cinematográfico, fotográfico,
performativo e instalativo-sonoro. El proyecto, que trabaja un archivo ficcional
o falso documental, se presentó el martes 15 de noviembre de 2022, en la Casa
de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas y uno de sus objetivos fue la reparación
simbólica a los obreros asesinos, mediante «un proceso de reconstrucción de
la memoria histórica guayaquileña, a través de la producción de imágenes de
archivo ficcional, del hecho ocurrido el 15 de noviembre de 1922». Las fotos del archivo
ficcional, además de reconstruir la época, tienen una enorme carga simbólica
en función de la lucha popular por reivindicaciones básicas como la jornada de
ocho horas o «moralizar el vocabulario soez y grosero que los señores Inspectores
usan con los empleados subalternos».
Otro aporte de esta edición de Las cruces sobre el
agua es la «Línea de tiempo de la masacre obrera del 15 de noviembre de
1922 en Guayaquil», que da cuenta de las peticiones de los trabajadores ferroviarios,
en Durán, de The Guayaquil and Quito Railways Co.: «…que se cumplan los
horarios dispuestos desde 1920 (seis días a la semana, ocho horas diarias),
prestaciones médicas, despidos anticipados con 30 días, eliminación del
impuesto a obreros para los hospitales y el alza salarial. Solicitan el nombramiento
de un médico para el hospital que tiene la Compañía del Ferrocarril en Huigra». Se cita el telegrama del
presidente José Luis Tamayo al general Enrique Barriga, jefe de Zona, el día 14
de noviembre: «Le pide que le responda al día siguiente a las 18:00, informando
que la tranquilidad ha vuelto a Guayaquil. “Cueste lo que cueste, para lo cual
queda ud. autorizado”, culmina el mensaje».
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Las fotos del obrero: «Las del Rosa Luxemburgo hacían colectas para las familias de los huelguistas, cosían banderas rojas, acudían a las asambleas y desfilaban en las manifestaciones, cantando el himno Hijos del Pueblo» (Las cruces..., 231)
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Esta edición de Las cruces sobre el agua también
tiene dos prólogos. El uno es «Las cruces sobre el agua: memoria y
esperanza de la lucha en el Ecuador», de Andrés Landázuri. En este prólogo, Landázuri,
que ubica a la novela en la cumbre del realismo social y como un texto
clave para entender la narrativa ecuatoriana del siglo veinte, plantea que «lo
que hace Gallegos Lara es materializar una memoria social y dotarla de unos símbolos
—visibles a través de un argumento, unos personajes, unos hechos, unas ideas—
que resultan poderosos y significativos», en el marco de su
militancia comunista. Esos mismos símbolos que son capaces de transcender en la
historia como una referencia necesaria frente al borramiento o domesticación de
las luchas populares por parte de las clases dominantes.
El otro prólogo, «Cinco razones para releer Las
cruces sobre el agua», de Fernando Montenegro, es no solo una invitación a
la relectura de la novela, sino, al mismo tiempo, una relectura de nuevas líneas
de significación del texto. Para Montenegro, Las cruces sobre el agua es
la novela de la migración y de la transformación urbana de Guayaquil, que da testimonio
de la violencia de género y la resistencia feminista, en medio de la explotación
laboral, la represión y la resistencia social, y que, de alguna manera, marca
una línea de la tradición literaria que persiste hasta hoy. Para. Montenegro, «lo
que le interesa a Gallegos Lara es el valor político de la literatura en un
sentido amplio por un lado y, por otro, cómo la literatura tiene un papel
crucial en la construcción de la sociedad ecuatoriana».
La primera edición de
Las cruces sobre el agua
(1946) fue publicada por Vera & Cía., editorial y librería de Alfredo Vera
Vera y Pedro Jorge Vera, ubicada en Pedro Carbo, entre Nueve de Octubre y P.
Icaza, en Guayaquil. La portada tenía un dibujo del artista Alfredo Palacio
Moreno y, en el interior, había siete grabados de Eduardo Borja Illescas. En la
solapa de la primera edición, se dice que la novela «es casi la biografía del héroe
popular Alfredo Baldeón, quien cayó en las barricadas del 15 de noviembre de
1922, y cuyo nombre lo lleva actualmente un Comité de Obreros del Pan»
. La novela apareció
cuando Velasco Ibarra ya había traicionado los postulados democráticos de
La
Gloriosa (28 de mayo de 1944) y desconocido la Constitución de 1944 y, además,
había alejado de su gobierno a los comunistas que lo llevaron al poder. La más reciente
edición de la novela —en la que extraño la presencia de voces críticas
femeninas contribuye a la memoria histórica del 15 de noviembre de 1922 en su
centenario. Su relectura constituye un recordatorio urgente de la declaración
de Alfonso Cortés que nos remueve la consciencia desde un imperativo ético
radical: «¿Cómo pretender ser felices en un mundo en que reinan el hambre y la
muerte? En nuestro infeliz país, toda alegría se la robamos a alguien. ¡Aquí no
podemos ser dichosos sin ser canallas!»
.
En síntesis, una relectura de
Las cruces sobre el
agua, de Joaquín Gallegos Lara, nos muestra una novela de impecable
estructura y caracterización maestra de sus personajes, así como de un lenguaje
cuyo tono se ajusta a cada situación de la historia, que contribuye a la memoria
de la patria para que, al menos en la consciencia histórica del pueblo, los crímenes
de la oligarquía plutocrática no queden impunes. Como ha definido Alicia Ortega:
«Las cruces tiene un aliento épico: la multitud en las calles —en marcha, luego
en fuga y finalmente acorralada—, los cadáveres arrojados a la ría, el símbolo
de las cruces como expresión de una memoria colectiva viva, hace posible la
formulación de un imaginario optimista y esperanzador, quizá erigido sobre el
sacrificio del pueblo»
. Así, los postulados sartreanos
de compromiso, responsabilidad intelectual y de la literatura como un agente de
cambio social siguen vigentes como vigente continúa el sentido memorioso, ético
y estético de
las cruces sobre el agua del río Guayas, con cuya visión
se cierra la novela: «Las ligeras ondas hacían cabecear bajo la lluvia, las
cruces negras, destacándose contra la lejanía plomiza del puerto. Alfonso pensó
que, como el cargador decía, alguien se acordaba. Quizás esas cruces eran la última
esperanza del pueblo ecuatoriano»
.
Patricio Martínez Jaime, Guayaquil,
Noviembre de 1922. Política oligárquica e insurrección popular (Guayaquil: Centro
de Estudios y Difusión Social, CEDIS, 1988), 101-102. Martínez cita el diario El
Guante, del 17 de noviembre de 1922. En el prólogo de Las cruces sobre
el agua, Andrés Landázuri cita a Alejandro Guerra Cáceres, quien, a su vez,
toma la información del semanario El Pueblo, del Partido Comunista
Ecuatoriano, del 25 de noviembre de 1972. Las circunstancias de la muerte de
Baldeón difieren del sitio en los relatos citados. El hallazgo de la tumba de
Alfredo Baldeón Silva (1900-1922), en Cementerio General de Guayaquil (puerta
3, en el cerro, en la parte conocida como el cementerio de los pobres),
fue objeto de un reportaje con motivo del centenario del 15 de Noviembre de
1922: Ricardo Zambrano, «Una bayoneta atravesó la boca de Alfredo Baldeón. ¿Su
pecado? Ser obrero y protestar por los sueldos de hambre», El Universo,
15 de noviembre de 2022, acceso 08 de abril de 2023, https://www.eluniverso.com/noticias/ecuador/cien-anos-de-la-masacre-obrera-una-bayoneta-atraveso-la-boca-de-alfredo-baldeon-su-pecado-ser-obrero-y-protestar-por-los-sueldos-de-hambre-nota/