José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, noviembre 11, 2024

«Las fotos del obrero»: la memoria visual del 15 de noviembre de 1922


Las fotos del obrero es un proyecto del artista Mario Rodríguez Dávila que persigue la construcción de una memoria gráfica y visual de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil, durante el gobierno plutocrático de José Luis Tamayo. Estamos ante un trabajo multidisciplinario que es, a la vez, cinematográfico, fotográfico, performático y sonoro.[1] Para mostrar el trabajo de las diversas aristas creativas de este proyecto, Mario Rodríguez y Bertha Díaz han editado Las fotos del obrero, un breve y revelador libro, en el que quienes participan artísticamente en el proyecto reflexionan sobre su quehacer.[2] Este libro es otra pieza más de un proceso creativo que se inscribe en los trabajos de la recuperación poética y política de la memoria histórica.


            El libro tiene, a manera de exergos interiores, los versos iniciales y finales del poema «Ciudad a oscuras» de César Dávila Andrade, de la época en que vivió en Guayaquil: «Venid a ver esta ciudad a oscuras / y sus tremendas bestias verticales» (20-21) y «Aquí los cementerios, siempre occidentales. / Aquí, muriéndose este nombre mío / y yo, detrás, ya muerto y en tinieblas» (10-11). Estos versos nos muestran a un Dávila Andrade que retrata el espíritu del puerto años después de la masacre, pero el propio poeta en «Canto a Guayaquil» (también de 1944) se encargó de señalar, con imágenes que iluminan la memoria, toda la desgarradora violencia de los hechos en ese proceso poético y político que da testimonio y toma partido:

 

Pasaron muchos años, y fuiste traicionada;

y tus hijos murieron en tu entraña…

Qué día aquel abierto por los sables

bajo la luz del sol, sobre las calles.

Nunca hubo tanto luto en la azucena,

nunca tanta agonía…

Ciegos caballos entraron en tu plaza;

ciegos soldados, tu escalera de algas

subieron espoleados por la furia.

Y tus hijos bajaron a tus aguas

cubiertos de flotantes cruces claras…

 


En este librito, Melina Wazhima Monné reflexiona sobre el montaje fílmico y dice que la película «se constituye en la rebelión gozosa de sus fantasmas que vuelven a la vida para reclamar su verdad a través de otros cuerpos» (15); Juan Pablo Ordóñez trabajó sobre la post-producción fotográfica y dice que, en medio del actual surgimiento de la inteligencia artificial, Las fotos del obrero «es una especie de impulso análogo por recuperar nuestro pasado, una necesidad que insiste en reponer y reconstruir a partir de nuestros cuerpos imágenes extraviadas e inexistentes» (25). Y es que de eso se trata: de construir una memoria visual ahí donde están los hechos y sus muertos, pero no las imágenes. Dice Bertha Díaz en su artículo «La ficción como táctica de remontaje de la historia», aparecido en la Revista Encuentros Latinoamericanos:

 

El proyecto Las fotos del obrero, en sus múltiples pliegues, ofrece una actualización de lo que implica la ficción en varios términos. Por un lado, en la suspensión de las convenciones sobre pasado-presente-porvenir. Por otro, en la pregunta sobre quién tiene derecho a la representación y quién puede prestar el rostro a alguien más. Adicionalmente, en el juego sobre lo original versus lo que es capaz de originar sentidos nuevos, operantes en múltiples direcciones. Y, finalmente, en lo que es capaz como reorganizadora de los relatos.[3]   

 

Según el guion de la película, un obrero, líder sindicalista, encarga a un fotógrafo hacer el registro de la movilización de aquel día; luego de sucedida la masacre, el fotógrafo debe ponerse a salvo a sí mismo y al material fotográfico. Tomás Sandoval, quien da vida al personaje fotógrafo, relata su vinculación al proceso y siente que, en medio del colectivo de la producción, «estamos conectados con seres que no habitan en este plano, pero que están vivos en nuestras memorias, en nuestras emociones, en nuestra piel» (33). Freddy Vallejos tiene el encargo de darle vida sonora a esa ciudad y a ese tiempo reconstruidos por el cine y señala, en términos paradojales: «Quizás la fuerza de esta reflexión sea la contemplación del silencio como una de las mejores herramientas para recuperar nuestra memoria. El miedo que profesa Guayaquil a ese silencio puede ser una forma de huir de sus propios recuerdos» (49).

Luis Franc, en tanto crítico cinematográfico, adelanta su perspectiva sobre lo que será la película, basado en el teaser. La ficción fílmica no es una reconstrucción de los hechos, «sino que toma los acontecimientos de aquel tiempo en función de una construcción ficcional creando un registro fotográfico como si fuesen reales» (36-37), aunque reales son los hechos históricos sobre los que se crea el archivo ficcional.

El fotógrafo Ricardo Bohórquez Gilbert revisita la memoria de un hecho del que existen pocas fotografías. Durante la investigación surgió un dato del que no se tiene mayor constancia y es el de la existencia de un fotógrafo de apellido Washing, que acompañó la movilización obrera de aquel día. Surgió, entonces, la idea de construir un archivo ficcional sobre los hechos. La fotografía es memoria, pero «es mucho más memoria cuando se trabaja con ella específicamente para llenar huecos en el imaginario de nuestra historia que está hecha de olvidos» (18). El archivo ficcional es una manera de acercarse a este momento histórico y construir una memoria visual que no existe de un suceso estremecedor en la historia de las luchas del movimiento obrero.

Las fotos del obrero, de Mario Rodríguez Dávila, es un proyecto artístico que reconstruye la memoria visual, que es un vacío histórico, del 15 de noviembre de 1922 en una confrontación poética y política contra el olvido.

 



[1] Publiqué una entrada en este blog a propósito de la edición de Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, conmemorativa de los cien años de la masacre. En dicha entrada también describí el proyecto «Las fotos del obrero» y presenté algunas de las fotografías para ilustrar el artículo.

[2] Mario Rodríguez y Bertha Díaz, eds, Las fotos del obrero (Guayaquil: Manso Rojo Editores, 2023). Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición.

[3] Bertha Díaz Martínez, «Las fotos del obrero: la ficción como táctica de remontaje de la historia», Revista Encuentros Latinoamericanos, Segunda Época, vol. 7, n. 1, enero-junio 2023.


lunes, abril 10, 2023

«Las cruces sobre el agua» y los 100 años del 15 de Noviembre de 1922

Oswaldo Terreros Herrera, Movimiento GRSB, Papelógrafo 15 de noviembre de 1922, marcador sobre papel plano, 113 x 70 cm, 2022.

La violencia de la represión estalló al sur de Guayaquil, en las calles Coronel entre Febres Cordero y Capitán Nájera, donde continuaba trabajando la panadería «Norte América», que proveía a un cercano cuartel de la Policía. Una comisión del gremio de Panaderos fue a hablar con los trabajadores para que plegaran al paro resuelto la noche anterior. El propietario, J. C. Chambers, notificó al jefe del cuartel que envió un piquete de policía al mando del oficial Maridueña. «Allí, en la primera represión brutal, murió el obrero Alfredo Baldeón, apodado “el Rana”, dos panaderos fueron heridos y seis fueron detenidos y llevados al Cuartel»[1]. La literatura concebida como un testimonio de la vida: Joaquín Gallegos Lara convirtió el nombre de un obrero, víctima de la represión, en el nombre del personaje central de su novela, que está dedicada a la Sociedad de Panaderos de Guayaquil. La edición de Las cruces sobre el agua, publicada por el Fondo de Cultura Económica y UArtes Ediciones, en conmemoración del centenario del 15 de Noviembre de 1922, es una contribución a la memoria de la patria, propone una relectura artística múltiple de la novela y ratifica el valor estético de un clásico de nuestra tradición literaria.[2]

            Desde siempre, la oligarquía ha defendido sus intereses a través del poder político y ha reprimido y criminalizado la lucha obrera y popular cuando la crisis social escapa a su control. Desde 1914, la emisión inorgánica del Banco Comercial y Agrícola, BCA, se había disparado con el consiguiente impacto inflacionario y, para 1922, la emisión monetaria sin respaldo del BCA superaba el 27 % del total del medio circulante el país. La banca privada utilizó al Estado, que era su deudor, a través de un representante suyo en el gobierno, desde 1920: «el Dr. José Luis Tamayo, liberal fervientemente antialfarista, y, precisamente, Apoderado Jurídico del Banco Comercial y Agrícola desde hacía más de una década»[3]. Una muestra más de que ese maridaje perverso del poder económico y poder político es una tradición de las clases dominantes.

Ante esta crisis económica del capital, la protesta popular, que culminó con la marcha del miércoles 15 de noviembre de 1922, fue brutal y criminalmente reprimida luego de un combate callejero desigual, pues los obreros tuvieron que saquear los almacenes de armas cuando el ejército y la policía comenzaron a disparar al bulto. El gobierno plutocrático de Tamayo se preparó para la represión: 2.200 hombres en armas estuvieron listos en la madrugada del 15. El jefe de Zona Militar, general Enrique Barriga, en un parte del 5 de diciembre, dirigido al jefe de Estado Mayor, en Quito, reconoce que «los muertos y heridos pueden llegar a doscientos. Nosotros tenemos un oficial herido y de tropa veintiún muertos, incluyendo los de la policía»[4]. El Fígaro, medio año después, indica que «hasta el día domingo 19, las organizaciones populares habían identificado ya 472 compañeros muertos y más de 650 desparecidos, mutilados y heridos de consideración»[5]. En la novela, cuando el narrador describe la matanza, habla de trescientos, «quién sabe cuántos muertos y heridos, cuyos andrajos ensangrentados parecían humear en el aire pesado»[6].

 

Las fotos del obrero: Avenida Olmedo y Chimborazo
            El poder oligárquico, comenzando por el mensaje del presidente Tamayo, montaron la narrativa de “los horrores de la anarquía”, de “multitudes enloquecidas por el influjo de bajas pasiones”, e “incontenible desenfreno”. El 18 de noviembre, Tamayo felicitó al ejército y a la policía: «Os habéis hecho acreedores, una vez más, a la gratitud nacional. Estrecho con efusión vuestras manos que tan bizarra y noblemente manejan las armas que os entregó la Nación para su defensa»[7]. Y, como era de esperarse, vino el juicio penal contra los obreros y sus dirigentes acusados de actos vandálicos y saqueos a locales comerciales, aunque no se sabe que hubiese alguna investigación sobre los responsables de los batallones Cazadores de los Ríos y Marañón y del cuerpo de Policía que ejecutaron la matanza[8].

El capítulo X «Fuego contra el pueblo» es el que, a través de imágenes, en el lenguaje del documental cinematográfico, describe la matanza. Al final del capítulo, una escena que sintetiza el nivel de crueldad de la represión es la muerte de Tubo Bajo. Malherido, Tubo Bajo está tirado en una carreta donde se amontonan muertos y moribundos. La carreta ha sido llevaba a orillas del malecón para arrojar los cadáveres a la ría, luego de abrirles la barriga para que no refloten. Tubo Bajo, consciente de lo que estaba sucediendo, pero ya sin fuerzas, gritó que aún estaba vivo: «Seguramente ahora tampoco sonaba su voz. Luceros lívidos le estallaron en la vista. La cabeza se le desvanecía. El hielo de la punta del yatagán le penetró el bajovientre, cerca del ombligo y, desgarrando, corrió hacia el estómago, hacia el pecho. El dolor dividió su ser entero en un hachazo de negrura final»[9].

La edición conmemorativa de Las cruces sobre el agua, que estoy reseñando, desarrolla un proyecto editorial centrado en la memoria. Comencemos por la imagen de la portada del artista guayaquileño Oswaldo Terreros Herrera (1983). Un sugerente trabajo que recrea los símbolos del movimiento obrero: la estrella de cinco puntas, emblema del comunismo; la rueda dentada, icono del trabajo y del progreso; las multitudes y sus banderas, retrato de la lucha obrera; una torre de transmisión que termina en un puño, representación de los trabajadores de la empresa Luz y Fuerza Eléctrica quienes, junto a los trabajadores de la empresa de Carros Urbanos Eléctricos, de Gas y del Ferrocarril, constituían la vanguardia obrera; y, como un punto que conjuga la tradición y la ruptura, dos conceptos disímiles como progresar e implosionar están marcados en dicotomía de modernidad y posmodernidad: la idea positivista de progreso y el vacío de significado que implica la implosión en el sentido que le da Baudrillard.

 

Las fotos del obrero: Sociedad de Carpinteros, Seis de Marzo y Bolivia
            Un elemento novedoso de esta edición es la inclusión del proyecto «Las fotos del obrero», dirigido por el cineasta Mario Rodríguez Dávila. El proyecto tuvo, finalmente, cuatro pliegues[10]: cinematográfico, fotográfico, performativo e instalativo-sonoro. El proyecto, que trabaja un archivo ficcional o falso documental, se presentó el martes 15 de noviembre de 2022, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas y uno de sus objetivos fue la reparación simbólica a los obreros asesinos, mediante «un proceso de reconstrucción de la memoria histórica guayaquileña, a través de la producción de imágenes de archivo ficcional, del hecho ocurrido el 15 de noviembre de 1922»[11]. Las fotos del archivo ficcional, además de reconstruir la época, tienen una enorme carga simbólica en función de la lucha popular por reivindicaciones básicas como la jornada de ocho horas o «moralizar el vocabulario soez y grosero que los señores Inspectores usan con los empleados subalternos»[12].

Otro aporte de esta edición de Las cruces sobre el agua es la «Línea de tiempo de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil», que da cuenta de las peticiones de los trabajadores ferroviarios, en Durán, de The Guayaquil and Quito Railways Co.: «…que se cumplan los horarios dispuestos desde 1920 (seis días a la semana, ocho horas diarias), prestaciones médicas, despidos anticipados con 30 días, eliminación del impuesto a obreros para los hospitales y el alza salarial. Solicitan el nombramiento de un médico para el hospital que tiene la Compañía del Ferrocarril en Huigra»[13]. Se cita el telegrama del presidente José Luis Tamayo al general Enrique Barriga, jefe de Zona, el día 14 de noviembre: «Le pide que le responda al día siguiente a las 18:00, informando que la tranquilidad ha vuelto a Guayaquil. “Cueste lo que cueste, para lo cual queda ud. autorizado”, culmina el mensaje»[14].

 

Las fotos del obrero: «Las del Rosa Luxemburgo hacían colectas para las familias de los huelguistas, cosían banderas rojas, acudían a las asambleas y desfilaban en las manifestaciones, cantando el himno Hijos del Pueblo» (Las cruces..., 231)

Esta edición de Las cruces sobre el agua también tiene dos prólogos. El uno es «Las cruces sobre el agua: memoria y esperanza de la lucha en el Ecuador», de Andrés Landázuri. En este prólogo, Landázuri, que ubica a la novela en la cumbre del realismo social y como un texto clave para entender la narrativa ecuatoriana del siglo veinte, plantea que «lo que hace Gallegos Lara es materializar una memoria social y dotarla de unos símbolos —visibles a través de un argumento, unos personajes, unos hechos, unas ideas— que resultan poderosos y significativos»[15], en el marco de su militancia comunista. Esos mismos símbolos que son capaces de transcender en la historia como una referencia necesaria frente al borramiento o domesticación de las luchas populares por parte de las clases dominantes.

El otro prólogo, «Cinco razones para releer Las cruces sobre el agua», de Fernando Montenegro, es no solo una invitación a la relectura de la novela, sino, al mismo tiempo, una relectura de nuevas líneas de significación del texto. Para Montenegro, Las cruces sobre el agua es la novela de la migración y de la transformación urbana de Guayaquil, que da testimonio de la violencia de género y la resistencia feminista, en medio de la explotación laboral, la represión y la resistencia social, y que, de alguna manera, marca una línea de la tradición literaria que persiste hasta hoy. Para. Montenegro, «lo que le interesa a Gallegos Lara es el valor político de la literatura en un sentido amplio por un lado y, por otro, cómo la literatura tiene un papel crucial en la construcción de la sociedad ecuatoriana».

            La primera edición de Las cruces sobre el agua (1946) fue publicada por Vera & Cía., editorial y librería de Alfredo Vera Vera y Pedro Jorge Vera, ubicada en Pedro Carbo, entre Nueve de Octubre y P. Icaza, en Guayaquil. La portada tenía un dibujo del artista Alfredo Palacio Moreno y, en el interior, había siete grabados de Eduardo Borja Illescas. En la solapa de la primera edición, se dice que la novela «es casi la biografía del héroe popular Alfredo Baldeón, quien cayó en las barricadas del 15 de noviembre de 1922, y cuyo nombre lo lleva actualmente un Comité de Obreros del Pan»[16]. La novela apareció cuando Velasco Ibarra ya había traicionado los postulados democráticos de La Gloriosa (28 de mayo de 1944) y desconocido la Constitución de 1944 y, además, había alejado de su gobierno a los comunistas que lo llevaron al poder. La más reciente edición de la novela —en la que extraño la presencia de voces críticas femeninas contribuye a la memoria histórica del 15 de noviembre de 1922 en su centenario. Su relectura constituye un recordatorio urgente de la declaración de Alfonso Cortés que nos remueve la consciencia desde un imperativo ético radical: «¿Cómo pretender ser felices en un mundo en que reinan el hambre y la muerte? En nuestro infeliz país, toda alegría se la robamos a alguien. ¡Aquí no podemos ser dichosos sin ser canallas!»[17].

En síntesis, una relectura de Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, nos muestra una novela de impecable estructura y caracterización maestra de sus personajes, así como de un lenguaje cuyo tono se ajusta a cada situación de la historia, que contribuye a la memoria de la patria para que, al menos en la consciencia histórica del pueblo, los crímenes de la oligarquía plutocrática no queden impunes. Como ha definido Alicia Ortega: «Las cruces tiene un aliento épico: la multitud en las calles —en marcha, luego en fuga y finalmente acorralada—, los cadáveres arrojados a la ría, el símbolo de las cruces como expresión de una memoria colectiva viva, hace posible la formulación de un imaginario optimista y esperanzador, quizá erigido sobre el sacrificio del pueblo»[18]. Así, los postulados sartreanos de compromiso, responsabilidad intelectual y de la literatura como un agente de cambio social siguen vigentes como vigente continúa el sentido memorioso, ético y estético de las cruces sobre el agua del río Guayas, con cuya visión se cierra la novela: «Las ligeras ondas hacían cabecear bajo la lluvia, las cruces negras, destacándose contra la lejanía plomiza del puerto. Alfonso pensó que, como el cargador decía, alguien se acordaba. Quizás esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano»[19].  



[1] Patricio Martínez Jaime, Guayaquil, Noviembre de 1922. Política oligárquica e insurrección popular (Guayaquil: Centro de Estudios y Difusión Social, CEDIS, 1988), 101-102. Martínez cita el diario El Guante, del 17 de noviembre de 1922. En el prólogo de Las cruces sobre el agua, Andrés Landázuri cita a Alejandro Guerra Cáceres, quien, a su vez, toma la información del semanario El Pueblo, del Partido Comunista Ecuatoriano, del 25 de noviembre de 1972. Las circunstancias de la muerte de Baldeón difieren del sitio en los relatos citados. El hallazgo de la tumba de Alfredo Baldeón Silva (1900-1922), en Cementerio General de Guayaquil (puerta 3, en el cerro, en la parte conocida como el cementerio de los pobres), fue objeto de un reportaje con motivo del centenario del 15 de Noviembre de 1922: Ricardo Zambrano, «Una bayoneta atravesó la boca de Alfredo Baldeón. ¿Su pecado? Ser obrero y protestar por los sueldos de hambre», El Universo, 15 de noviembre de 2022, acceso 08 de abril de 2023, https://www.eluniverso.com/noticias/ecuador/cien-anos-de-la-masacre-obrera-una-bayoneta-atraveso-la-boca-de-alfredo-baldeon-su-pecado-ser-obrero-y-protestar-por-los-sueldos-de-hambre-nota/

[2] Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua, prólogos de Andrés Landázuri y Fernando Montenegro (Quito: Fondo de Cultura Económica / UArtes Ediciones, 2022).

[3] Martínez, Guayaquil, Noviembre de 1922…, 22. En esta página está inserto el cuadro estadístico, año tras año (1914-1922), que compara la emisión inorgánica del BCA con la deuda del gobierno central. El proceso inflacionario de los artículos importados de consumo popular (en ese entonces 66,4 % del total de las importaciones nacionales) acusó un alza aproximada del 300 % (1920-1922), según Martínez (21-24).

[4] Martínez, Guayaquil, Noviembre de 1922…, 105.

[5] Citado por Martínez, Guayaquil, Noviembre 1922…, 127.

[6] Gallegos Lara, Las cruces…, 241.

[7] «Manifiesto del Señor Presidente de la República», del 18 de noviembre de 1922, citado por Martínez, Guayaquil, Noviembre de 1922…, 128-129.

[8] El Archivo Histórico del Guayas publicó como «Documento del mes», el 10 de noviembre de 2020, el Juicio Penal contra los trabajadores del 15 de noviembre de 1922, que puede ser consultado en: https://archivohistoricodelguayas.culturaypatrimonio.gob.ec/AHG/?p=386

[9] Gallegos Lars, Las cruces…, 247.

[10] En el anexo de la edición de la novela se habla de tres pliegues. En cambio, en el sitio web de la Universidad de las Artes se ha añadido el elemento performativo. Para mayor información sobre el proyecto, consultar: https://www.uartes.edu.ec/sitio/blog/2022/11/10/las-fotos-del-obrero-se-presenta-este-15-de-noviembre-en-el-mismo-dia-de-la-masacre-obrera-de-hace-100-anos/

[11] «Las fotos del obrero», en Gallegos Lara, Las cruces…, 279.

[12] «Pliego de peticiones de los empleados, motoristas y conductores de la Empresa de Carros Urbanos de Guayaquil», en Martínez, Guayaquil, Noviembre 1922…, 62-63.

[13] «Línea de tiempo de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil», en Gallegos Lara, Las cruces…, 45.

[14] «Línea de tiempo de la masacre…», 51.

[15] Andrés Landázuri, «Las cruces sobre el agua: memoria y esperanza de la lucha en el Ecuador», en Gallegos Lara, Las cruces…, 22.

[16] Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua (Guayaquil: Vera & Cía. Editores, 1946).

[17] Gallegos Lara, Las cruces…, 271.

[18] Alicia Ortega Caicedo, Fuga hacia dentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX (Quito / Buenos Aires: UASB / Ediciones Corregidor, 2017), 225.

[19] Gallegos Lara, Las cruces…, 275.