José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, junio 20, 2022

Jorge Dávila Vázquez y su reino de lo breve


La imaginación anida y emerge desde lo profundo de los sueños, ella multiplica la existencia del mundo de lo fantástico, su bestiario y sus ángeles, la frontera sutil entre los vivos y los fantasmas que transitan en la muerte; en la narrativa de Jorge Dávila Vázquez, la imaginación también descubre los intersticios que yacen en lo oculto de la cotidianidad, libera las posibilidades discursivas de la ucronía y la escritura transforma todo aquello que el imaginero sueña en la realidad ficcional del texto literario. Jorge Dávila Vázquez nos ha mostrado su maestría en el reino de lo breve en su abundante producción literaria de microrrelatos.

El diálogo intertextual con el mundo clásico griego es una constante en los microrrelatos de Dávila Vázquez que él desarrolla ampliamente en la sección «De la antigüedad», de Arte de la brevedad. Por ejemplo, Dávila Vázquez recrea a Circe, con su característico humor y su profundo conocimiento de la mitología griega, en «Tríptico de la Odisea»: «Vendió todo y se fue de la isla, nadie sabe a dónde. Parece que la partida de un marinero y su gente, con quienes pasaban ella y sus amigas agradables veladas, la desquiciara. Ahora, hay en su casa una fábrica de embutidos»[1]. Su reinterpretación de los mitos, de la vida de dioses y semidioses es también una manera de exponer una poética que se nutre de la imaginación de los relatos orales, insertos en la tradición literaria o en los decires de provincia. Además, ha trabajado el tema de la frontera deleznable entre la muerte y la vida que siempre es cruzada a uno u otro lado por la palabra del poeta. Así, en «El cruce de la Estigia», el viejo ciego que ha subido a la nave le dice a Caronte que no tiene oro, pero puede contarle una historia: «Y suelta los remos para escuchar mejor la historia de unos despiadados guerreros que llegaron a Ilión, la de las altas murallas, desde las islas lejanas, para rescatar a una bella mujer, raptada por un príncipe hermoso y cobarde…»[2].

Dávila Vázquez, que es uno de los principales exponentes del microrrelato en nuestro país, transita en el género, además de lo que ha sido dicho, con la levedad de espíritu de su narrativa, el humor corrosivo, la transgresión de la realidad cotidiana para instalar en ella el mundo de los fantástico, y un permanente diálogo intertextual con el arte de la música. La sección «Rumores de música» es un armonioso conjunto de textos que devela el sentido de la música como representación de la conducta humana; así está en ese texto que conjuga lo sublime y lo prosaico, desde la delicada vanidad de una flauta: «Tiembla ante el sonido del oboe, pero no soporta que el hombre que lo toca saque la boquilla llena de saliva, de tiempo en tiempo, y la sacuda allí mismo, junto a donde ella intenta cantar como un pájaro en medio de la marea de la orquesta»[3]. Los valses de ruptura, además de compenetrar la palabra con el ritmo musical, nos ofrecen metáforas en las que se conjugan el arte y la vida y esa angustia de saber si conseguirá la belleza deseada que siempre atormenta al artista: «… como esta composición, tan intensa y al mismo tiempo tan efímera, tan llena del espíritu de un ser como nosotros, artista, dueño de unas pasiones oscuras y aparentemente eternas, y, como los dos, permanentemente atormentado por lo imposible».[4]   

 Leer los microrrelatos de Dávila Vázquez es disfrutar de un diálogo intertextual exquisito y de un estilo que cuida la palabra como una joya expresiva. En sus textos breves deambulan fantasmas que se vuelven seres cotidianos, van cargando su inocencia los ángeles en sus diversas manifestaciones y tienen lugar los mundos utópicos y los bestiarios que los pueblan. Una sobremesa en la que los comensales niegan la existencia de los fantasmas termina así: «Todos estuvieron de acuerdo, y Dora estaba a punto de excusarse, cuando vio que empezaban a desvanecerse, y habría dado un alarido de esos que hielan la sangre en ciertas películas de miedo, si ella misma no hubiera sido parte del alegre grupo de espectros»[5]. Un ángel petrificado, afuera de la iglesia del pueblo de Balbanera, se volvió de piedra al contemplar la violencia inmisericorde del zurriago de un latifundista contra un campesino; Dávila Vázquez, que ha convertido la rumorosa oralidad en una fuente del narrador de sus historias le da una vuelta de tuerca al desenlace de la historia e introduce un elemento de honda repercusión política: «Claro que otros dicen que se volvió de piedra el día en que vio levantarse del suelo, todavía sangrante a su protegido, al que el señor maltrataba salvajemente, hundirle una hoz en el corazón y correr sin rumo, como enfebrecido o ebrio. Es posible»[6]. Y, como fórmula de una poética de la imaginación, el mundo utópico de Chatt-Daut y los seres que pueblan el bestiario del autor existen porque están en la escritura: «Total. Daut, la esplendorosa, puede muy bien existir con solo que alguien crea en ella»[7].

Leer la narrativa breve de Dávila Vázquez es un goce estético que engarza la mitología clásica griega desacralizada, el arte musical entrelazado con la palabra literaria y el mundo de lo fantástico construido con utopías, fantasmas, ángeles y bestiario propios; se expresa a través de un sentido del humor ácido que ayuda a sobrellevar la tristeza; construye la memoria del mundo y la vida y la atraviesa de nostalgia; finalmente, invoca a los sueños y libera a la imaginación para que la vida continúe esparciendo bellezas en las cotidianidades prosaicas.

Termino estas reflexiones alrededor del reino de lo breve de Jorge Dávila Vázquez celebrando el giro irónico, característico de su escritura literaria, con un texto de la sección «Micro-micros» de su más reciente libro Días de la vida (2022): «Discurso: una hora. ¿Risitas? ¿Bostezos? ¿Sueño? ¡Qué gran pieza oratoria!»[8].  

 

P.S.: Este artículo es un extracto del discurso de recepción que ofrecí con motivo de la incorporación de Jorge Dávila Vázquez como Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el viernes 17 de junio, en el Aula Magna, de la Universidad de Cuenca. En esta entrega me he concentrado en las características de los microrrelatos del autor cuencano. La próxima entrega abordará las características del microrrelato en tanto género literario. Leer el discurso completo



[1] Jorge Dávila Vázquez, «Tríptico de la Odisea. Circe», en Este mundo es el camino, 2da. ed. (Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Azuay, 1985), 107. La fotografía que ilustra esta entrada es mía.

[2] Dávila Vázquez, «El cruce de la Estigia», en Arte de la…, 95.

[3] Jorge Dávila Vázquez, «Flauta», en Minimalia. Cien historias cortas (Quito: Editorial El Conejo, 2005), 12.

[4] Dávila Vázquez, «Vals sentimental Opus 51 No. 6», en Minimalia…, 41.

[5] Jorge Dávila Vázquez, «Los fantasmas existen», en Danza de fantasmas (Quito: Grupo Editorial Norma, 2011). 13.

[6] Jorge Dávila Vázquez, Acerca de los ángeles (Cuenca: Imprenta Monsalve Moreno, 1995), 16.

[7] Jorge Dávila Vázquez, «El esplendor. (Mito de la época media)», en Cuentos breves y fantásticos (Quito: Editorial El Conejo, 1984), 20.

[8] Jorge Dávila Vázquez, «Discurso», en Días de la vida. Cien microcuentos (Cuenca: Universidad del Azuay / Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Azuay, 2022), 121.


lunes, junio 13, 2022

«1984»: impecable y descarnada puesta en escena

La actuación de Patrick Valembois en el papel de Winston Smith es extraordinaria.

«La guerra es la paz. / La libertad es la esclavitud. / La ignorancia es la fuerza» son las tres consignas del Partido con las que el Ministerio de la Verdad —Miniver, en neolengua— educa políticamente a los ciudadanos. En las telepantallas aparece el rostro Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo y comienzan los Dos minutos de Odio en los que todos, quisieran o no, eran irremisiblemente arrastrados a participar: «A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecerían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador vociferante»[1]. El rostro de Goldstein se desvanece y da paso al rostro del Gran Hermano. En la sala Malayerba, en Quito, bajo la dirección de Eduardo Hinojosa, Distópico Teatro ha estrenado 1984, una impecable y descarnada puesta en escena de la novela homónima de George Orwell.

           

O'Brien (David Noboa) y Winston Smith
El horror de la distopía política orwelliana está presente en los varios niveles semánticos de la obra teatral. La adaptación mantiene el sentido político de la novela, representa con credibilidad actoral el carácter de los personajes y sostiene, con los recursos propios del diálogo teatral, la tensión de un mundo vigilado por el aparato represivo y el ojo del Gran Hermano. El Estado totalitario es un ente omnipresente, de manera asfixiante, a lo largo de la obra: desde la oficina del Miniver, donde el miedo impera, hasta la habitación 101, en donde Winston es torturado por O’Brien para que sane de su inadaptación y acepte que ama al Gran Hermano: «Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo»[2].

            La actuación de Patrick Valembois en el papel de Winston Smith es extraordinaria. Desde el comienzo, Valembois logra una caracterización convincente de su personaje: su mirada, su voz, su actitud corporal, todo contribuye a convertirlo en el atormentado y desconfiado Winston Smith que descubre la verdad detrás de su trabajo de reescritura de la historia según los postulados del Ministerio de la Verdad. La fuerza actoral de Valembois dialoga con el espectador sobre el padecimiento del ciudadano común frente al miedo y la alienación que el Estado totalitario produce en cada uno: en la transformación del cuerpo del actor, desde el burócrata alienado del Miniver hasta la piltrafa deshumanizada de la habitación 101, se concentra el terror del totalitarismo dicho por O’Brien (David Noboa logra la repulsa que su cínico y cruel personaje genera en el espectador): «La tortura solo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder»[3].

 

Fernanda Corral, como Parsons, en uno de sus tres papeles, junto a Patrick Valembois como Smith.

            Hay que destacar el despliegue escénico de Fernanda Corral, que tiene a su cargo tres papeles: el del burócrata Parsons, el de la anticuaria informante y el del Gran Hermano. La actriz pasa del miedo del alienado burócrata a la hipocresía canalla de la anticuaria y remata con la representación del poder absoluto del implacable Gran Hermano. La versatilidad de Fernanda Corral en sus tan diferentes caracterizaciones habla de un excelente trabajo actoral y la mano de una dirección de actores notable.

           

El recurso audiovisual está bien logrado para mostrarnos la acción en otros escenarios. Proyectado en la pantalla, el video sobre el encuentro de Winston y Julia (Doménica López) fuera de la ciudad.

            La puesta en escena de 1984 utiliza el recurso audiovisual de manera lograda. La telepantalla en donde aparece el Gran Hermano y desde donde los controla todo, los escenarios exteriores, el bosque y el cuarto vigilado por el GH, en donde suceden los encuentros de Winston y Julia (Doménica López, que consigue convertirse en la representación de la idealización amorosa que será la perdición de ambos), y los elementos de la actualidad social (al comienzo de la obra) y del miedo mayor de la tortura (casi al final) son elementos que fluyen contribuyendo a la acción de la obra. Uno siente que el expresionismo minimalista de la utilería se complementa con los videos que reproduce una telepantalla en la que quienes lo observamos todo somos nosotros, espectadores del horror de una distopía que podría convertirse en una realidad del presente.  

           

Si bien Orwell concibió su obra para denunciar el peligro que, para las sociedades democráticas, representaba el totalitarismo, tanto del comunismo estalinista como del fascismo, su distopía política continúa vigente. El Estado del capitalismo neoliberal del siglo veintiuno se basa en la vigilancia permanente a sus ciudadanos, en una policía del pensamiento único dispuesta a criminalizar la disidencia, en la fabricación de un enemigo al cual odiar y en una neolengua que manipula la historia y los hechos para justificar la expoliación, la acumulación y la guerra. La versión teatral de 1984, de Distópico Teatro, nos recuerda el horror de poder totalitario con la contundencia política y la belleza estremecedora que emana del arte escénico.



[1] George Orwell, 1984 [1949] (Barcelona: Ediciones Destino, 2008), 21.

[2] Orwell, 1984, 276.

[3] Orwell, 1984, 257.


lunes, junio 06, 2022

«Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones»

En el Bicentenario de la muerte de Abdón Calderón

 

 

Captura de pantalla del retrato de Abdón Calderón y comentario sobre su muerte en: Issac J. Barrera, Relación de las fiestas del Primer Centenario de la batalla de Pichincha 1822-1922 (Quito: Talleres Tipográficos Nacionales, 1922), 23.


            El 28 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre, en su informe sobre la Batalla de Pichincha, hace el siguiente balance: «Cuatrocientos cadáveres enemigos y doscientos nuestros han regado el campo de batalla: además tenemos 190 heridos de los españoles y 140 de los nuestros»; luego, consigna esta mención especial con su estilo sustantivo: «…hago una particular memoria de la conducta del teniente Calderón que, habiendo recibido consecutivamente cuatro heridas, jamás quiso retirarse del combate. Probablemente morirá; pero el Gobierno de la República sabrá compensar a su familia los servicios de este oficial heroico»[1]. El capitán Abdón Calderón Garaycoa (Cuenca, 30 de julio de 1804 – Quito, 7 de junio de 1822) —que, desde su incorporación en 1820, había peleado en varias batallas del ejército patriota— combatió heroicamente el 24 de mayo de 1822 en las faldas del Pichincha, con el grado de Teniente.[2] En esta celebración del Bicentenario, es necesario que, en nuestro sistema educativo, la figura de Abdón Calderón sea desmontada de la leyenda inverosímil que ha menoscabado su justo valor patriótico y que su participación en la gesta libertaria adquiera un nuevo significado en su real dimensión histórica.

El equívoco proviene de la amplia difusión que tuvo un texto de Manuel de J. Calle (1866-1918) sobre Abdón Calderón que forma parte de Leyendas del tiempo heroico (1905); su objeto, según advertencia de su autor, «es el de facilitar a los niños un pequeño libro de lectura que les hable de los grandes días de la Emancipación y procure despertar su infantil curiosidad que les lleve, más tarde, a un estudio serio de aquella época de la historia patria»[3]. En el relato de Calle, una bala rompe el brazo derecho de Calderón, pasa la espada a la izquierda y continúa arengando a los suyos al grito de «¡Viva la Patria!»; otra bala hiere su brazo izquierdo y él sigue adelante con la espada entre los dientes; otra bala más le atraviesa el muslo; al final, una bala de cañón le despedaza las piernas. «Y, allí, en el suelo, sin brazos, sin piernas, destrozado, mínima parte de sí mismo, aún respira con el aliento de valor gigantesco y lanza entre el hipo de la muerte el último viva la República»[4]. Calle quería despertar la curiosidad infantil; lastimosamente, ni siquiera los profesores fueron más allá de la lectura repetitiva y acrítica de su texto y, lo que es peor, lo fueron adornando, hasta tornarlo una caricatura, con tremendismos de todo tipo.

            Los investigadores Víctor Hugo Arellano Paredes y Mariano Sánchez Bravo, miembros de la Academia de Historia Marítima, descubrieron, a principios de este siglo, un expediente del 18 de diciembre de 1832 en el que Manuela Garaycoa de Calderón solicita las partidas de defunción de su esposo Francisco —también héroe de la lucha independentista que fue fusilado en diciembre de1812, en Ibarra, por orden del coronel español José Sámano, último virrey de Virreinato de Nueva Granada— y de su hijo Abdón. La partida de defunción de Abdón Calderón dice:

 

Maestro Fray Pedro Albán Provincial.- Ante mi presentado Fray Manuel Perre, Secretario de la Provincia, en cumplimiento del superior mandato que precede, certifico que el señor Abdón Calderón murió en casa del señor José Félix Valdivieso en siete de junio de mil ochocientos veinte y dos, y al día siguiente fue conducido con los mayores actos fúnebres y acompañamiento del lugar a esta iglesia del Convento Máximo en donde se le hicieron las exequias y fue sepultado su cadáver. Para los efectos que convengan doy en este Convento Máximo de San Nicolás de Quito, a diez de octubre de mil ochocientos treinta y dos.- Fray Ramón Carrillo, Presidente Comendador.[5]

 

Al enterarse de la muerte de Calderón, Simón Bolívar lo ascendió de manera póstuma al grado de Capitán y decretó que el sueldo fuera entregado a la madre del fallecido, Manuela Garaycoa de Calderón. Asimismo, dejó establecido que el Batallón Yaguachi no tendría en el futuro a nadie con dicho rango y que, cuando se pasara revista y se mencionara el nombre del capitán Abdón Calderón, la tropa respondiese: «Murió gloriosamente en Pichincha, pero vive en nuestros corazones»[6]. Así, Bolívar no solo rendía homenaje a un joven patriota, sino que establecía en el imaginario de la nación la figura de un héroe de las guerras de independencia como referente para la construcción de una ciudadanía que sintiera suya la gesta libertaria de la patria naciente.[7]

En un artículo reciente, Gonzalo Ortiz Crespo, citando los documentos de Arellano y Sánchez, describe el contenido del «… expedientillo, en papel sellado de “doce reales” (con sello República de Colombia y sobresello Estado del Ecuador) …», comenta la participación en la gesta independentista tanto de Abdón Calderón como de Francisco, su padre, y concluye: «El gran historiador Eric Hobsbawm advertía que el historiador debe reaccionar ante los intentos de sustituir la historia por el mito. Habría que completar la frase: y cuando los mitos se han vuelto caricaturas, como pasó con Abdón Calderón, la obligación es volver a los hechos históricos comprobados, y dar a quien se lo merece su lugar de héroe».[8] Afortunadamente, ya existen varios textos en los que se revisa la leyenda de Manuel de J. Calle y se esclarece la verdad del heroísmo de llamado héroe niño. Los responsables del área de Estudios Sociales del sistema educativo tienen el deber cívico de restituir la condición heroica del capitán Abdón Calderón, más aún cuando los hechos lo señalan como un héroe verdadero: la construcción permanente de la identidad nacional necesita resignificar el valor de sus referentes históricos para comprender de mejor manera el sentido actual de la patria.

 

Poema de Manuela Garaycoa de Calderón, M. G. de C., dedicado a Simón Bolívar, en: Elías Muñoz Vicuña (comp.), Mujeres. Antología (Guayaquil: Universidad de Guayaquil, 1984), 61. La foto del poema es cortesía de Gustavo Salazar Calle y está incluido en el tomo primero de su antología, en dos tomos, Poesía ecuatoriana escrita por mujeres (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana / Centro Cultural Benjamín Carrión, 2022).


PS: La emisión del sello postal de Correos del Ecuador, en 1954, fue para conmemorar el sesquicentenario del natalicio de Abdón Calderón.

[1] Antonio José de Sucre, «Los resultados de la jornada de Pichincha», en De mi propia mano, selección y prólogo de J. L. Salcedo Bastardo (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2009), 93-94.

[2] Octavio Cordero Palacios, Vida de Abdón Calderón, 2da. ed. (Cuenca: Tipografía del Colegio Nacional Benigno Malo, 1940). En esta biografía se describe el itinerario militar de Abdón Calderón: Ingresó como voluntario en el ejército de Sucre (octubre de 1820); ascendió a Subteniente en el Batallón Voluntarios de la Patria, después del 9 de octubre; ascendió a Teniente, luego de la batalla de Camino Real (noviembre de 1820). En 1821, participa en las batallas de Tanizagua (enero), Yaguachi (agosto), Huachi (septiembre). En 1822, como Teniente al mando de la Tercera Compañía de Yaguachi, combate en la batalla de Tapi (abril) y en Pichincha (mayo).  

[3] Manuel de J. Calle, Leyendas del tiempo heroico, Introducción de Hernán Rodríguez Castelo (Guayaquil-Quito: Publicaciones Educativas Ariel, Clásicos Ariel # 22, sfe.), 21.

[4] Calle, Leyendas…, 140-141.

[5] Este reportaje cita parte del expediente hallado por Arellano y Sánchez, cuya ortografía he modernizado: «La muerte de Abdón Calderón: 7 de junio de 1822», El Universo, 7 de junio de 2004, acceso 4 de junio de 2022, https://www.eluniverso.com/2004/06/07/0001/18/A890EC80C90D40D291972147F6B9F5AB.html/

[6] Enrique Ayala Mora, Manual de Cívica (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar / Corporación Editora Nacional, 2009), 74. En este manual ya se restituye la dimensión heroica de Abdón Calderón con datos apegados a la historia.

[7] Edgar Allan García ha escrito un didáctico relato biográfico, narrado en primera persona, sobre Abdón Calderón: https://www.facebook.com/100008433424081/posts/pfbid024tFuJEJoeJdmXQMfu4QUBcQFxJxJ5hUgWgU9JG65ceJLmcuvwpwzF9wrKPwkGBBMl/?app=fbl

[8] Gonzalo Ortiz Crespo, «Abdón Calderón, héroe grande de la patria», Mundo Diners, 1 de junio de 2022, acceso 3 de junio de 2022, https://revistamundodiners.com/abdon-calderon/?utm_source=web&utm_medium=primicias&utm_campaign=junio


lunes, mayo 30, 2022

La memoria mural del Bicentenario

Mural Bicentenario, de Pavel Egüez, en la Plaza de la República, Quito. (Foto Raúl Vallejo, mayo 2022)
            Está compuesto por 6 510 piezas de cerámica policromada de 30 x 30 cm, pintadas a mano, una por una, e instaladas sobre los 600 metros cuadrados de la fachada ciega del edificio del Consejo Provincial de Pichincha, construido en 1979. En la parte superior del mural, la Tierra, el Sol y la Luna están representados en una figura única que alberga dos rostros humanos, metafóricamente en la Mitad del Mundo para reafirmar el sentido universal de la gesta libertaria, y los rayos de acero que rodean al círculo son el fuego del espíritu de los hombres y mujeres que lucharon con heroísmo por nuestra primera independencia. El mural del Bicentenario de la Batalla de Pichincha, de Pavel Egüez, es una memoria que nos recordará, desde la trascendencia del arte en el tiempo, que la patria se expresa con una amalgama de voces que transitan historias de luchas; una monumental expresión estética de la gesta de un pueblo que construye, permanentemente, el hogar de una nación para que el ser humano lo habite con la felicidad cotidiana de una comunidad socialmente justa.

            Pavel Egüez (Quito, 1959) es un artista de reconocida obra pictórica que tiene una amplia experiencia como muralista y sabe lo que es dignificar el muro de mudez solitaria y convertirlo en un espacio identitario que dialoga con la gente que transita la calle. «Simón Bolívar», de bellísimo dibujo que integra el rostro de Bolívar en el mapa de América del Sur y «Somos maíz», de luminoso simbolismo sobre la naturaleza y la cultura ancestral, ubicados en sendas fachadas de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, son dos murales que exhiben tanto la fuerza expresiva de la concepción artística como la calidad técnica de la instalación. Otro ejemplo de la obra de Egüez es el «Grito de la memoria», mural instalado en la pared exterior de la actual Secretaría Nacional de Planificación, en Quito, que, según el historiador Jorge Núñez Sánchez, es «bello por su factura, su colorido y vigor creativo, y terrible por el tema que rememora, en nombre de las víctimas de la crueldad humana»[1]

 

Murales «Somos maíz» y «Simón Bolívar», en la UASB, Quito (Foto Raúl Vallejo, mayo 2022)
            Un mural es una narrativa alternativa, en lenguaje artístico, de un pasaje de la historia y, por lo general, interpela y reinterpreta las narrativas hegemónicas. En el mural «Bicentenario», la presencia de Manuela Sáenz (1779-1856), que participó en la gesta libertaria; y la de Dolores Cacuango (1881-1971) y Tránsito Amaguaña (1909-2009), luchadoras por los derechos del pueblo indígena, construye una narrativa que interpela el silenciamiento del que han sido objeto las mujeres en la historia de la patria. Además, la presencia de mujeres anónimas se instala en el mural como cuerpos que rompen el silenciamiento patriarcal y adquieren relevancia en su tránsito histórico. Esta presencia de las mujeres se prolonga en la lucha contra la violencia feminicida, como parte de una segunda independencia, por lo que «…también representan aquellas mujeres violadas, desaparecidas o asesinadas: Claudia, Esther, Teresa, Ingrid, Fabiola, Valeria de las que nos habla Vivir Quintana en su “Canción Sin Miedo”. Por eso, en el mural se lee la frase: “Ni una menos”»[2]. Esta narrativa del mural «Bicentenario» construye su crítica social en el sentido señalado por la activista y teórica feminista Judith Butler, quien dijera hace un par de años en la sede Villa Lynch de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, de Argentina: «Nuestro enemigo es el régimen patriarcal, homofóbico y capitalista»[3].

Un mural es también un espacio de contemplación abierta. La cromática del mural se incorpora al paisaje quiteño como una atalaya que da la bienvenida al Centro Histórico de la capital. La torre café oscura, de ochenta metros de alto, del edificio del Consejo Provincial se ha transformado, por efecto del cromatismo del mural, en una torre en diversos tonos de azul que emergen vigorosos e irrumpen y armonizan la contemplación de un horizonte quiteño hecho con la perspectiva de la urbe que avanza hacia el Centro Histórico y el paisaje natural de cielo y montaña que cobijan la ciudad. La monumentalidad del mural incorpora el goce estético de la mirada y esa mirada se consigue con la integración de la totalidad del paisaje que se ve. Como dice la historiadora y crítica de arte Avelina Lésper: «El gran formato es parte de esta transformación fundamental: el muro, el lienzo extenso que abarca las miradas de todos. Los murales están para que el espectador se involucre como parte de la obra, se viven en espacios públicos, se integran como un elemento social y urbano»[4].

 

Mural «Grito de la memoria», en la Secretaría Nacional de Planificación, Quito. (Foto Raúl Vallejo, mayo 2022)
            El mural Bicentenario no ha estado exento de una crítica visceral y sectaria que tiene mucho que ver con la coyuntura política. Coincidió con la inauguración, en días previos, de un mural del artista español Okuda San Miguel en el boulevard de la avenida 24 de Mayo, en el centro histórico de Quito. El mural de San Miguel, expresión de arte callejero, es parte de un proyecto municipal llamado CaminArte, en el marco del Bicentenario. El mural de San Miguel, donado por la Embajada de España, rinde homenaje a las mujeres bordadoras de la comunidad de Llano Grande y causó polémica por la inclusión de Pikachú, un elemento figurativo de la cultura pop, y haber sido presentado, en términos comunicacionales, como celebratorio del Bicentenario. El mural de San Miguel, por el tipo de los materiales utilizados, es de vida corta, salvo que el municipio haya previsto un programa de mantenimiento y restauración de murales de arte callejero. Más allá de la polémica, el camino del arte es amplio y en él hay espacio para múltiples formas de expresión artística por tanto este mural de Okuda San Miguel cumple a cabalidad su función de arte decorativo de fachadas en un paseo callejero, pero, en su simbolismo histórico, no tiene nada que ver con el mural de Egüez, por lo tanto, no son comparables en ninguna dirección. Insistir en ello, desde la crítica gástrica del “me gusta más tal o cual”, es simple ignorancia en cuestiones de arte o perversa mala fe… o ambas.

            Y, como una expresión más del fanatismo del odio, también se ha criminalizado el costo de este mural que asciende a 480 000 dólares. El fanatismo del odio es, por supuesto, selectivo. La instalación del monumento a Guayas y Kil, de Edgar Cevallos Rosales, un bronce de quince metros de altura sobre una base de hormigón de diez, en el distribuidor de tráfico a la entrada del puente de la Unidad Nacional, en Guayaquil, tuvo un costo de 2 450 000 dólares[5]. Las «Seis Virtudes de Guayaquil» del mismo artista, que consiste en seis estatuas en la Plaza de la Administración, también contratadas por el municipio porteño, tuvieron un costo total de 660 000 dólares[6]. En ninguno de los dos casos ni la prensa ni cierto activismo tuitero y su ejército de troles, erigidos en críticos de arte ad hoc, cuestionaron ni el costo ni el proceso de adjudicación y menos el valor artístico de las esculturas. Tampoco se ha informado ni observado el costo de los monumentos en espacios públicos llevados a cabo por diferentes administraciones municipales de la capital. En síntesis, la crítica al mural se disfrazó de criterio estético y moralista cuando lo que yace en el fondo es una profunda odiosidad política contra la prefecta de Pichincha, dada su militancia partidaria, y un rechazo visceral a la definición ideológica del artista. No obstante, habría que revisar, para el desarrollo futuro de políticas culturales sobre el uso de espacios públicos, el proceso de adjudicación discrecional que actualmente consta en el artículo 2 de la Ley Orgánica del Sistema de Contratación Pública y en el artículo 93 de su Reglamento[7]: lo óptimo es que existan concursos de convocatoria amplia, con jurados conformados por académicos, críticos y artistas de reconocida trayectoria, para los proyectos artísticos que involucren espacios y dinero públicos.  

            Entre 1922 y 1923, por encargo de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación, Diego Rivera pintó el mural «La creación» en el antiguo colegio de San Ildefonso, hoy Museo de San Ildefonso, en el Centro Histórico de Ciudad de México. Es conocido que, mientras trabajaba en el mural en el que el hombre mexicano emerge del árbol de la vida, Rivera pintaba con una pistola en el cinto para protegerse de la agresión de los fanáticos religiosos conservadores.[8] En 1988, a Guayasamín los intelectuales orgánicos de las oligarquía y burguesía colonizadas volvieron a insultarlo con la muletilla de “indio comunista” por causa del imponente mural «Imagen de la Patria», instalado en el salón de sesiones del antiguo Congreso, hoy Asamblea Nacional, por encargo de una comisión multipartidista.[9] De aquellos fanáticos solo queda el olvido y los murales de Rivera y Guayasamín permanecen con toda su belleza dignificando el espacio público, convertidos en memoria simbólica del pueblo. En el transcurrir del tiempo, con el mural «Bicentenario», de Pavel Egüez, sucederá lo mismo: cuando ya no estemos nosotros y el fanatismo del odio sea tan solo una nota al pie de página, la esplendorosa monumentalidad del mural continuará incorporada al paisaje del cielo de Quito como una memoria indeleble de la gesta independentista de nuestra patria.



[1] Jorge Núñez Sánchez, «El poder del arte mural latinoamericano como herramienta política para construcción de identidad popular», Cronicón. El observatorio latinoamericano, 26 de septiembre de 2020, acceso, 26 de mayo de 2022, https://cronicon.net/wp/el-poder-del-arte-mural-latinoamericano-como-herramienta-politica-para-construccion-del-poder-popular/

[2] Jacques Ramírez G., «A propósito de la Conmemoración del Bicentenario:  una relectura desde el feminismo», Ruta Krítica, 25 de mayo de 2022, acceso 26 de mayo de 2022, https://rutakritica.org/a-proposito-de-la-conmemoracion-del-bicentenario-una-relectura-desde-el-feminismo/?v=3fd6b696867d 

[3] «Judith Butler en la UNTREF: “El feminismo busca la igualdad”», Mundo UNTREF, 10 de abril de 2019, acceso 29 de mayo de 2022, https://www.untref.edu.ar/mundountref/judith-butler-feminismo-igualdad

[4] Avelina Lésper, «Textos sobre la obra de Pavel Egüez», en CONGOPE, Pavel Egüez (Quito: CONGOPE / Anaconda Comunicación, 2016), 105.

[5] «Escultura de 25 m de Guayas y Quil», El Universo, 2 de abril de 2014, acceso 27 de mayo de 2022, https://www.eluniverso.com/noticias/2014/04/02/nota/2561541/escultura-25-m-guayas-quil/?src=web

[6] «Las 6 virtudes de Guayaquil llegan a la Plaza de la Administración», El Telégrafo, 28 de octubre de 2017, acceso 27 de mayo de 2022, https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/guayaquil/10/las-6-virtudes-de-guayaquil-llegan-a-la-plaza-de-la-administracion

[7] Para quienes requieran una mayor información, pueden consultar el Manual de Usuario. Procedimientos de régimen especial: obra artística literaria o científica – entidades contratantes, abril de 2020, en https://portal.compraspublicas.gob.ec/sercop/wp-content/uploads/downloads/2020/07/MANUAL-DE-USUARIO-OBRA-O-ACTIVIDAD-ARTI%CC%81STICA.pdf

[8] J. M. Sadurní, «Diego Rivera, el pintor de la identidad mexicana», Historia National Geographic, 25 de noviembre de 2019, acceso 28 de mayo de 2022, https://historia.nationalgeographic.com.es/a/diego-rivera-pintor-identidad-mexicana_14934

[9] «Guayasamín retrató la “Imagen de la Patria” hace 30 años», El Telégrafo, 22 de septiembre de 2018, acceso 29 de mayo de 2022, https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/1/guayasamin-retrato-imagen-patria-hace30-anos