La actuación de Patrick Valembois en
el papel de Winston Smith es extraordinaria.
«La guerra es la paz. / La libertad es la esclavitud. / La
ignorancia es la fuerza» son las tres consignas del Partido con las que el
Ministerio de la Verdad —Miniver, en neolengua— educa
políticamente a los ciudadanos. En las telepantallas aparece el rostro Emmanuel
Goldstein, el Enemigo del Pueblo y comienzan los Dos minutos de Odio en los que
todos, quisieran o no, eran irremisiblemente arrastrados a participar: «A los
treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un
deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecerían
recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a
uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador vociferante»[1]. El rostro de Goldstein se
desvanece y da paso al rostro del Gran Hermano. En la sala Malayerba, en Quito,
bajo la dirección de Eduardo Hinojosa, Distópico Teatro ha estrenado 1984,
una impecable y descarnada puesta en escena de la novela homónima de George
Orwell.
O'Brien (David Noboa) y Winston Smith |
La actuación de Patrick Valembois en el papel de Winston Smith es extraordinaria. Desde el comienzo, Valembois logra una caracterización convincente de su personaje: su mirada, su voz, su actitud corporal, todo contribuye a convertirlo en el atormentado y desconfiado Winston Smith que descubre la verdad detrás de su trabajo de reescritura de la historia según los postulados del Ministerio de la Verdad. La fuerza actoral de Valembois dialoga con el espectador sobre el padecimiento del ciudadano común frente al miedo y la alienación que el Estado totalitario produce en cada uno: en la transformación del cuerpo del actor, desde el burócrata alienado del Miniver hasta la piltrafa deshumanizada de la habitación 101, se concentra el terror del totalitarismo dicho por O’Brien (David Noboa logra la repulsa que su cínico y cruel personaje genera en el espectador): «La tortura solo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder»[3].
Fernanda Corral, como Parsons, en uno de sus tres papeles, junto a Patrick Valembois como Smith.
Hay que destacar el despliegue
escénico de Fernanda Corral, que tiene a su cargo tres papeles: el del burócrata
Parsons, el de la anticuaria informante y el del Gran Hermano. La actriz pasa
del miedo del alienado burócrata a la hipocresía canalla de la anticuaria y
remata con la representación del poder absoluto del implacable Gran Hermano. La
versatilidad de Fernanda Corral en sus tan diferentes caracterizaciones habla
de un excelente trabajo actoral y la mano de una dirección de actores notable.
El recurso audiovisual está bien logrado para mostrarnos la acción en otros escenarios. Proyectado en la pantalla, el video sobre el encuentro de Winston y Julia (Doménica López) fuera de la ciudad.
La puesta en escena de 1984
utiliza el recurso audiovisual de manera lograda. La telepantalla en donde
aparece el Gran Hermano y desde donde los controla todo, los escenarios
exteriores, el bosque y el cuarto vigilado por el GH, en donde suceden los
encuentros de Winston y Julia (Doménica López, que consigue convertirse en la
representación de la idealización amorosa que será la perdición de ambos), y
los elementos de la actualidad social (al comienzo de la obra) y del miedo
mayor de la tortura (casi al final) son elementos que fluyen contribuyendo a la
acción de la obra. Uno siente que el expresionismo minimalista de la utilería
se complementa con los videos que reproduce una telepantalla en la que quienes lo
observamos todo somos nosotros, espectadores del horror de una distopía que
podría convertirse en una realidad del presente.
Si bien Orwell concibió su obra para denunciar el peligro que, para las sociedades democráticas, representaba el totalitarismo, tanto del comunismo estalinista como del fascismo, su distopía política continúa vigente. El Estado del capitalismo neoliberal del siglo veintiuno se basa en la vigilancia permanente a sus ciudadanos, en una policía del pensamiento único dispuesta a criminalizar la disidencia, en la fabricación de un enemigo al cual odiar y en una neolengua que manipula la historia y los hechos para justificar la expoliación, la acumulación y la guerra. La versión teatral de 1984, de Distópico Teatro, nos recuerda el horror de poder totalitario con la contundencia política y la belleza estremecedora que emana del arte escénico.
[1] George Orwell, 1984 [1949] (Barcelona: Ediciones Destino, 2008), 21.
[2] Orwell, 1984, 276.
[3] Orwell, 1984, 257.