El trovador
El muelle de la espera cruje asediado
de eternidad y mar cobijado en luna.
La paciencia de los hombres duerme
envuelta en la bruma que permanece ciega.
La desazón se amalgama con el ansia
moho que carcome por siglos la madera.
Desolado paraje de lo ignoto persiste
en su osado desvarío de convocar
al impasible ente sin final posible.
¿Qué recompensa, entonces, aguarda
para aquel que resiste la incertidumbre
del agua que nunca vuelve?
¿Qué destino toca para aquel
que plantó morada en el laberinto
irresoluble de las edades y su extravío?
Oriana
Vengo y debo marchar sentenciada
a no conocer de puertos para el descanso
urgida a siempre partir sembrando
la idea de mi rostro difuminado
en la persona que desde ya es ayer.
Soy un adiós continuo desangrado
en el espacio intenso de la entrega.
Vengo del azul que habita la flor
que en un día sabrá de sol y tinieblas;
ella se enciende aunque conozca
su fulgor premonitorio de cenizas
en el desvanecimiento de mis huellas.
Soy un adiós continuo conjugado
con la desmemoria del que se queda.
Constantino
He habitado el vacío del legionario perdido
la oquedad desolada que atraviesa las estaciones
he perseverado en la mirada sin culpa
de quien aguarda la volátil maroma del fuego.
Permanezco estacionado en la piedra
sin huella ni signo de quien se fue.
La espera es mi divisa
suficiente para sufrir
el cielo encarnado de las tardes
necesaria para celebrar
el infierno gentil del temeroso.
He construido mi febril existencia
con adioses crepitando siempre
he saldado mis cuentas con divinidades
que me condenan al tormento de aguardar.
Permanezco estacionado en el desvanecido
gesto de quien parte y ya no mira atrás.
Oriana
Sobrevivir al mundo es una osadía de los mortales
que se saben perentorios en un tiempo infinito.
Mas no me interesa la duración
milenaria de volcán apagado
ni la eternidad aletargada de los lagos.
Prefiero el destellante esplendor de la mariposa
arcoiris que revolotea al final de la tempestad.
Anhelo el suceso que me queme
con la vivacidad del leño
en la caldera atizada por desaprensiva mano.
Vivir en el mundo es trascender la conquista
de la cordura que semeja lo inerte.
Vivir es el encuentro buscado
del instante que nos marca indeleble
en el fulgor perenne de la piel extendida.
Constantino
Eres transeúnte, oh Mujer, y tu condición me hiere.
La sangre es pasajera de los siglos
que se despeñan al abismo sin retorno de lo que fue
su mancha quedará grabada como un estigma de lo perentorio
cuando la daga caliente de la piel de paso
ya penetra otra carne, otro dolor de esperas.
La sangre baña nuestro tránsito de solos.
Oriana
Dirán que fue un oasis enterrado
por la tempestad de arena
que ciega a los hombres de paso errabundo.
Pero tú y yo hemos bebido del cántaro
efímero de presente irrepetible
episodio lejano en su propio acontecer.
Dirán que lo inventamos todo
para construir un asidero en el futuro
de polvo desolado en el que mendigaremos.
Pero tú y yo deambulamos marcados
por la mácula de la nostalgia perpetua
en la trémula piel del cuerpo encendido.
Dirán, con vulgaridad, que lo habremos soñado.
Pero tú y yo nos estremecemos
con la ofrenda de vida que, atropellando
a la desmemoria del ser, palpita.
Constantino
La eternidad se ha estacionado
en el recodo de Alma al que vivo asido.
El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele.
Junto a mí, tu vacío de ti y en él...
¡la trasparencia de tu Ser que arde!
Oriana
Quedaron las pirámides, los palacios, las murallas;
lugares de culto a donde las muchedumbres acuden
para llevarse el piadoso recuerdo de las fotografías.
Los hombres han construido monumentos
que el polvo de las edades persistente desgasta.
De los nombres de sus constructores
apenas leyendas, rumores de presencia confusa
en el palimpsesto empolvado de las edades.
Oráculo en ruinas de quienes intentaron
perpetuarse en la memoria de otros hombres.
Yo no pretendo más eternidad
que ser la lumbre de tu espíritu inflamado
y un rostro incandescente en tu mirada.
En intento enajenado para derrotar al olvido,
anhelo ferviente tu semilla impregnada en mí.
Constantino
Vaciados de tu paso de animal migrante
los caminos, destinos enlutados, asideros
de la memoria en la que por siempre habitas;
los hogares, leños marchitos, pervivencia
del Alma incrustada en mi costado;
los relojes, crueldad del invencible Cronos,
cicatrices en la piel desgarrada del solo.
Ellos son testigos inmóviles de tu existencia.
Vientre impregnado, transgresión de mortales
tentando a las furias de lo efímero,
¡llévate una parte de mi existencia
en tu gruta de vida iluminada!
El trovador
El muelle de la espera ha perdido
el nombre de las aguas que lo bañan.
En un recodo del tiempo supo
del mar de Odiseo y su ansia de regreso
al vientre encendido que del mismo
que se fue espera su vuelta en vano.
En el presente inasible de los mares
ha sido testigo del encuentro sin tregua
anhelado por las almas extraviadas
en las encrespadas aguas de las premoniciones.
Los mares perviven en cruenta lucha contra el tiempo
que nos acecha feroz al otro lado del imperturbable olvido.
La bruma solitaria acaricia al muelle de la
despedida.
De Cánticos para Oriana (2003)