José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, enero 02, 2022

Balada de Oriana y Constantino


El trovador

 

El muelle de la espera cruje asediado

de eternidad y mar cobijado en luna.

 

La paciencia de los hombres duerme

envuelta en la bruma que permanece ciega.

 

La desazón se amalgama con el ansia

moho que carcome por siglos la madera.

 

Desolado paraje de lo ignoto persiste

en su osado desvarío de convocar

al impasible ente sin final posible.

 

¿Qué recompensa, entonces, aguarda

para aquel que resiste la incertidumbre

del agua que nunca vuelve?

 

¿Qué destino toca para aquel

que plantó morada en el laberinto

irresoluble de las edades y su extravío?

 

 

Oriana

 

Vengo y debo marchar sentenciada

a no conocer de puertos para el descanso

urgida a siempre partir sembrando

la idea de mi rostro difuminado

en la persona que desde ya es ayer.

 

Soy un adiós continuo desangrado

en el espacio intenso de la entrega.

 

Vengo del azul que habita la flor

que en un día sabrá de sol y tinieblas;

ella se enciende aunque conozca

su fulgor premonitorio de cenizas

en el desvanecimiento de mis huellas.

 

Soy un adiós continuo conjugado

con la desmemoria del que se queda.

 

 

Constantino

 

He habitado el vacío del legionario perdido

la oquedad desolada que atraviesa las estaciones

he perseverado en la mirada sin culpa

de quien aguarda la volátil maroma del fuego.

 

Permanezco estacionado en la piedra

sin huella ni signo de quien se fue.

 

La espera es mi divisa

suficiente para sufrir

el cielo encarnado de las tardes

necesaria para celebrar

el infierno gentil del temeroso.

 

He construido mi febril existencia

con adioses crepitando siempre

he saldado mis cuentas con divinidades

que me condenan al tormento de aguardar.

 

Permanezco estacionado en el desvanecido

gesto de quien parte y ya no mira atrás.

 

 

Oriana

 

Sobrevivir al mundo es una osadía de los mortales

que se saben perentorios en un tiempo infinito.

Mas no me interesa la duración

milenaria de volcán apagado

ni la eternidad aletargada de los lagos.

 

Prefiero el destellante esplendor de la mariposa

arcoiris que revolotea al final de la tempestad.

Anhelo el suceso que me queme

con la vivacidad del leño

en la caldera atizada por desaprensiva mano.

 

Vivir en el mundo es trascender la conquista

de la cordura que semeja lo inerte.

Vivir es el encuentro buscado

del instante que nos marca indeleble

en el fulgor perenne de la piel extendida.

 

 

Constantino

 

Eres transeúnte, oh Mujer, y tu condición me hiere.

 

La sangre es pasajera de los siglos

que se despeñan al abismo sin retorno de lo que fue

su mancha quedará grabada como un estigma de lo perentorio

cuando la daga caliente de la piel de paso

ya penetra otra carne, otro dolor de esperas.

 

La sangre baña nuestro tránsito de solos.

 

 

Oriana

 

Dirán que fue un oasis enterrado

por la tempestad de arena

que ciega a los hombres de paso errabundo.

Pero tú y yo hemos bebido del cántaro

efímero de presente irrepetible

episodio lejano en su propio acontecer.

 

Dirán que lo inventamos todo

para construir un asidero en el futuro

de polvo desolado en el que mendigaremos.

Pero tú y yo deambulamos marcados

por la mácula de la nostalgia perpetua

en la trémula piel del cuerpo encendido.

 

Dirán, con vulgaridad, que lo habremos soñado.

 

Pero tú y yo nos estremecemos

con la ofrenda de vida que, atropellando

a la desmemoria del ser, palpita.

 

 

Constantino

 

La eternidad se ha estacionado

en el recodo de Alma al que vivo asido.

 

El tiempo es la verdad inaccesible que nos duele.

 

Junto a mí, tu vacío de ti y en él...

¡la trasparencia de tu Ser que arde!

 

 

Oriana

 

Quedaron las pirámides, los palacios, las murallas;

lugares de culto a donde las muchedumbres acuden

para llevarse el piadoso recuerdo de las fotografías.

 

Los hombres han construido monumentos

que el polvo de las edades persistente desgasta.

 

De los nombres de sus constructores

apenas leyendas, rumores de presencia confusa

en el palimpsesto empolvado de las edades.

 

Oráculo en ruinas de quienes intentaron

perpetuarse en la memoria de otros hombres.

 

Yo no pretendo más eternidad

que ser la lumbre de tu espíritu inflamado

y un rostro incandescente en tu mirada.

 

En intento enajenado para derrotar al olvido,

anhelo ferviente tu semilla impregnada en mí.

 

 

Constantino

 

Vaciados de tu paso de animal migrante

los caminos, destinos enlutados, asideros

de la memoria en la que por siempre habitas;

los hogares, leños marchitos, pervivencia

del Alma incrustada en mi costado;

los relojes, crueldad del invencible Cronos,

cicatrices en la piel desgarrada del solo.

Ellos son testigos inmóviles de tu existencia.

 

Vientre impregnado, transgresión de mortales

tentando a las furias de lo efímero,

¡llévate una parte de mi existencia

en tu gruta de vida iluminada!

 

 

El trovador

 

El muelle de la espera ha perdido

el nombre de las aguas que lo bañan.

 

En un recodo del tiempo supo

del mar de Odiseo y su ansia de regreso

al vientre encendido que del mismo

que se fue espera su vuelta en vano.

 

En el presente inasible de los mares

ha sido testigo del encuentro sin tregua

anhelado por las almas extraviadas

en las encrespadas aguas de las premoniciones.

 

Los mares perviven en cruenta lucha contra el tiempo

que nos acecha feroz al otro lado del imperturbable olvido.

 
La bruma solitaria acaricia al muelle de la despedida.

 

 

De Cánticos para Oriana (2003)


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