En la sala de la casa Cino - Fabiani, convertida en un escenario teatral, durante una presentación de Rabia, adaptada y dirigida por Sebastián Cordero, sobre su propia película homónima. |
La
madera nocturna parece alimentarse de crujidos y susurros con el paso de la
gente que transita de la entrada al comedor, del comedor al cuarto de la
empleada, de ahí a la sala, de la sala al sótano, luego, al dormitorio del hijo.
La madera se eriza con las pisadas de ese público hecho de ojos; público que
fisgonea, desde los diversos espacios de las entrañas de un hogar, el drama de
unos personajes con los que se entremezcla en un contacto hecho de miradas. La
madera es un murmullo que avanza junto a los mirones, un murmullo que va
siguiendo a las actrices y actores de un drama teatral, como si fuera la vida, la vida misma… hasta cierto punto, en
medio de todos, con la complicidad de todos.
Se trata de la casa Cino –
Fabiani, una construcción patrimonial con más de cien años, ubicada en el
tradicional barrio de Las Peñas, en Guayaquil. La casa ha sido convertida, en
su totalidad, en el escenario de Rabia,
adaptada para teatro y dirigida por Sebastián Cordero, basada en su película
homónima de 2009, y producida por Arnaldo Gálvez, que administra la casa.
José María (Alejandro Fajardo, sin camisa) |
José María (Alejandro Fajardo),
el personaje principal, lleva dentro de sí una furia que no puede controlar:
los celos que genera el machismo propio y el de los otros, la rebeldía frente a
la explotación laboral, la venganza por causa de la violación de la mujer que
ama, y un sentido particular de la justicia. Todas estas razones lo llevan al
crimen y a vivir escondido, simbólicamente como rata, en el interior de la casa
sin que nadie lo sepa. En él se concentra la
rabia de un hombre contra el mundo y sus violencias cotidianas, esas que
son aceptadas como naturales, aquellas que van acumulándose hasta que se
expresan en la violencia que cercena la vida, esa que escandaliza.
Los espectadores asistimos el
crecimiento de esa rabia. Las
perspectivas son múltiples: junto a los personajes, en su mismo espacio,
compartiendo los planos; desde arriba, contemplándolos como una cámara en
picado y, simultáneamente, contemplando a esa otra parte del público, que
también es una representación: desde arriba, unos espectadores ven a los
personajes y a otros espectadores convertidos en personajes que están viendo
una obra y son mirados por la otra parte de la audiencia.
El público invade la intimidad
del personaje: Rosa (Cilia Figueroa), la empleada doméstica, está en su
habitación tratando de echar al joven de
la familia. No lo puede sacar, como tampoco puede echar al público que se
ha instalado frente a su cama, junto a la puerta, que la contempla desde una
ventana y siente su pánico, su parálisis, su impotencia y su llanto. De alguna
manera, el público queda anonadado y cómplice ante la violencia sexual a la que
Rosa es sometida.
Los espectadores contemplan a otros espectadores |
La experiencia del público, en
tanto mirones instalados en la casa, está cargada de verdad. Por
aproximadamente dos horas, los espectadores se han convertido en intrusos de la
intimidad de los personajes. La catarsis llega cuando revienta el llanto y la
casa Cino-Fabiani se convierte en un hogar para el dolor de todos, para la rabia contenida.
Publicado en Cartón Piedra,
revista cultural de El Telégrafo, el 15.06.18 (Las fotos son publicadas por cortesía de Sebastián Cordero).