Don Quijote y Sancho en la imprenta de Barcelona. Dibujo de Luis Paret, grabado por J. Montero Tejada, para la edición de Gabriel Sancha, publicada en Madrid, en 1797. |
Ya
en el capítulo VI, de la primera parte, cuando el cura y el barbero realizan el
escrutinio de la biblioteca de don Quijote, asistimos a un coloquio de
criterios literarios no solo sobre las novelas de caballería sino sobre los
libros de ficción de la época de Cervantes. La reflexión sobre Los cuatro libros del virtuoso caballero
Amadís de Gaula, (1508), de Garci Rodríguez de Montalvo, nos ofrece un
aleccionador intercambio de criterios sobre los textos fundacionales. El cura
quiere condenarlo al fuego porque lo considera «dogmatizador de una secta tan
mala», pero el barbero lo salva diciendo «que también he oído decir que es el
mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como
único en su arte, se debe perdonar».
Cervantes
no duda en introducirse en la escena: hacia el final del escrutinio, el barbero
se topa con La Galatea. Así que, en
boca del cura, pone el siguiente comentario: «Muchos años ha que es grande
amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en dichas que en versos. Su
libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada…». Al
final, La Galatea queda recluida con el barbero.
Hacia
el final del capítulo II, de la segunda parte, Don Quijote y Sancho, descubren
que son personajes de un libro. Sancho le dice a don Quijote que el bachiller
Sansón Carrasco le ha contado que «andaba ya en libros la historia de vuestra
merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo
don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mismo
nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que
pasamos nosotros a solas…». Y, luego de que don Quijote comenta que debe
haberla escrito un sabio encantador, Sancho aclara que «el autor de la historia
se llama Cide Hamete Berenjena».
En el capítulo IV, de la segunda
parte, mientras conversan don Quijote, el bachiller Carrasco, y Sancho, se
menciona el episodio de la desaparición del asno de Sancho, que este resuelve
diciendo «no sé qué responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería
descuido del impresor». Y en el LXII, don Quijote visita una imprenta en
Barcelona y ahí ve al Quijote de
Avellaneda: «pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente».
La conciencia de saberse
personajes de un libro publicado y de otro que se va escribiendo mientras ellos
viven sus aventuras, es una maravilla lúdica que testimonia la modernidad literaria
del Quijote, más allá del tuiter.
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