José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, noviembre 24, 2025

«Pánica alegría», el cóctel en homenaje a Ileana Espinel Cedeño


El destello de la sabiduría nos toma por sorpresa, sucede en el poema y se establece en el verso con un sentido del humor cargado de cierta sorna: «Que una mosca divina se ha bebido / el secreto final de las arterias».[1] Hay en la voz poética un anhelo por la permanencia de la belleza inasible en medio de la crueldad del mundo: «La Poesía —su vuelo, sus raíces— / y el universo del Amor que crea […] Infinidad de cosas que adoro —que adorables / mido en silencio—  como / leer un libro puro —puro de fiel belleza— […]».[2] Quiero brindar con Ileana Espinel Cedeño —acompañados los dos por la sabiduría irreverente y dolorosa de sus versos, llenos de nostalgia, de amor y de anhelo de justicia social— con este cóctel creado en su memoria y su poesía.

El pasado miércoles 12 de noviembre, presenté este cóctel con sabor de caña y almendras, perfumado de naranja, en la barra de La Cueva Jazz Bar, en la calle Numa Pompilio Llona # 174 del barrio de Las Peñas, de Guayaquil. La presentación se dio en el marco del XVIII Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño. Un homenaje a la autenticidad de una poeta que dejó sentado, con la fuerza irónica de la libertad romántica, su desdén por las ventajas del matrimonio por conveniencia y prefería la ilusión de la pasión amorosa: «De la raíz más honda del practicismo, brota: / “Ileana, un comerciante… ¡Un comerciante, Ileana!” // Pero Ileana, / la tonta, / la lírica, / la loca / se casa / —si se casa— / con un poeta pobre».[3]

El nombre nació durante un café de mediodía con Siomara España, Marcelo Báez y Karen y Karina Nogales y surgió dándole vueltas al texto de «Valium 10», ese soneto estremecedor de Ileana Espinel que conjuga la dependencia de los fármacos y el canto a los efectos sedantes de la pastilla contra la ansiedad crónica de la poeta. Luego de leer: «Con una Valium 10 tu ser podría / fusionar al ángel de la angustia / y convertir esa sonrisa mustia / en cascabel de pánica alegría»[4], Marcelo recitó en voz alta este último verso, que corresponde al segundo cuarteto, y, como si se tratara de una epifanía, repitió las dos últimas palabras.

 

Cóctel «Pánica alegría»

 

Ingredientes:

1 ½ oz de ron añejo

½ oz de vermut rojo

½ oz de vermut seco

½ oz de amaretto

Un golpe de amargo de Angostura

 

Preparación:

Mezclar todos los ingredientes en coctelera con hielo.

Torcer la tira de cáscara de naranja sobre la copa.

 

Presentación:

Servir en copa de cóctel.

Adornar con una espiral de cáscara de naranja al filo de la copa.

 

            Este cóctel, que vivifica la fiesta caribeña del ron añejo con la reminiscencia entre dulzona y amarga de la almendra, y busca la calma mediante la combinación equilibrada del vermut rojo y del seco, evoca la permanencia de Ileana en la verdad apasionada de la poesía.

Y recuerda que Ileana rememoraba a García Lorca y su poesía que sobreviven a su muerte criminal a manos de los fascistas: «Mientras la luna sea / flor de sueño y de llanto, / serás eterno tú… […] En todo lo que canta y lo que gime, / serás eterno tú…».[5] Y saborea la rebeldía del verso de Ileana a partir de la imagen de las sandalias del Tío Ho: «Canto tu corazón anochecido / en el suplicio del Vietnam libérrimo. / ¡Y escribo por el triunfo de tu Pueblo!».[6] Y comparte con Ileana su amor de memoria inmarcesible por el poeta David Ledesma: «Se llamaba David. ¿Mejor no fuera / llamarlo dulce eternidad que llora? […] Y era su lira como salto de agua / que en la cima purísima se fragua. / Se llamaba David. ¡Se llama Orfeo!»[7]

El cóctel «Pánica alegría» nos invita a la contemplación serena de la felicidad del instante para disipar la angustia de lo prosaico de todos los días, aunque, paradójicamente, nos envuelva en la melancólica fiesta de la poesía de Ileana: «Mi carcajada: / harapo rojo de la nostalgia».[8]



[1] Los versos citados en esta entrada fueron tomados de: Ileana Espinel, Poemas escogidos, Colección Letras del Ecuador No. 77 (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1978). A continuación, citaré únicamente el título del poema y la página de esta edición, así: «Sabiduría», 62.  

[2] «Un balance de cosas adorables», 49.

[3] «El practicismo», 33.

[4] «Valium 10», 99.

[5] «Canción para el gitano eterno», 14 y 15.

[6] «Las sandalias de “Tío Ho”», 112.

[7] «Soneto que interroga», 69.

[8] «Tránsito», 61.

 

lunes, noviembre 17, 2025

La fiesta de la poesía celebrada en nombre de Ileana Espinel Cedeño ha cumplido 18 años

El Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño ha cumplido la mayoría de edad. Organizado por la Corporación Cultural El Quirófano, bajo la dirección del poeta Augusto Rodríguez, en su edición XVIII, este 2025 ha contado con el auspicio relevante de la M. I. Municipalidad de Guayaquil. En esta ocasión, el festival, que se realizó del 10 al 14 de noviembre, contó con la participación de poetas de Argentina, Colombia, Cuba, Venezuela, Estados Unidos, Rumania, Taiwán, Túnez y Ecuador.

 

Retrato de familia, en casa de la poeta Siomara España, el lunes 14 de noviembre de 2025.

            Una fiesta de la poesía se celebra con una amalgama de voces diversas que le habla al espíritu de una comunidad. ¿Qué poesía?, se pregunta el argentino Guillermo Bianchi (1970) y nos ofrece un muestrario de posibilidades: «¿la atravesada por el humo? […] ¿la que agita las alas de albatros / que baudelaire dejó sobre cubierta? ¿la que golpea la mesa del burgués? / ¿la que muerde el exilio / con su sangre de buey llena de cólera? / ¿la que anida en el árbol de alejandra? […] ¿la que no dice nada / la que no calla nunca? / ¿qué poesía?».[1] Toda, porque la poesía —la verdadera, la piadosa, la que encierra el espíritu de sus oficiantes— convierte en verbo aquello que estremece el espíritu imposible del mundo y las cosas y los seres que lo habitan.

           

María Auxiliadora Álvarez, Seth Michelson, Khédija Gadhoum, Siomara España y Raúl Vallejo, en la Biblioteca de las Artes, de la Universidad de las Artes, el lunes 10 de noviembre, en el acto preinaugural del XVIII Festival Ileana Espinel Cedeño 2025. 

             Una fiesta de la poesía es un ágape de la palabra compartida. En el Festival Ileana Espinel Cedeño la celebración contó con la cadencia suave y especulativa de lo cotidiano, en los textos de la tunecina Khédija Gadhoum (1959), en cuyo poemario Cuando el hombre se despierta ella dialoga con otros poetas y, así, canta con Chico Buarque: «se extravía / llega y se va volando / tal un canto de golondrina / el hombre peregrino. // allende mares y mareas / surca su palpitante / cuerpo /cuna de lira y lirio / en el lecho de una noticia de ayer. // con sal de viva cal / escribe su nombre / essa palavra presa na garganta / con miedo a la ceguera / y a su propia condena».[2] El rumano Tudor Cretu (1980), que causó admiración en los colegios, nos envolvió en el ceremonial de un «Exorcismo»: «sal / encógete revuélcate chorrea / por mis narices o mejor por mi coronilla / en ese instante / yo bajo un techo lleno de candelabros de bronce / encendidos en pleno día / sonriéndome desmayándome».[3] La cubana Liset Lantigua (1976), que trabaja entre el rumor de los libros de una biblioteca a la que ella le cuida el alma, invoca la posibilidad de revivir los afectos bañada en nostalgia: «Es un espiral nacarado / la casita de alguien que no precisa tanto para volver. / Deja que te acaricie con su brisa de mares / partidos (allá lo navegable). / Préstale al beso tu alma, / la cicatriz luminosa, / todo. / Puede que llore en tu mano, / puede que lama tu sal, / puede que nunca te olvide… / Ama esa certeza» (55).

            Set Michelson (1975) es un norteamericano que trabaja en la defensa de los derechos de las comunidades migrantes en Estados Unidos. Fue el editor de la antología Dreaming America: Voices of Undocumented Youth in Maximum-Security Detention (2017), que reúne poemas, escritos en talleres de poesía dirigidos por él, por adolescentes migrantes indocumentados que están detenidos en un centro de máxima seguridad en EE. UU. Set Michelson leyó «Gracias natural», una hermosa meditación sobre la fusión del ser humano con la naturaleza:

 

Amanecer. Cielo rosado. El sol apenas en el horizonte, comenzando a iluminar un mundo hecho añicos. Al mismo tiempo, un montañista sube de las ruinas. Piso a piso llega a la cima del Monte Ceniza. Allí, sudado, hambriento, sonríe sobre el valle, la panorámica capaz de redimir cualquier espíritu. Y Ceniza, encantado, tiembla con alegría, pero ligeramente, para que todos piensen que es la brisa que hace tiritar las flores. (50)

 

           

Augusto Rodríguez, Fang-Tzu Chang y Amang Hung, en la Biblioteca de las Artes.

             Contemplamos el arte sutil y delicado de la poesía oriental de dos poetas taiwanesas de palabra finamente sugerente. Con su poema «Comiendo pescado», Amang Hung (1964) nos enseñó que al comer pescado uno se alimentaría de los seres que ama, cuyas cenizas han sido arrojadas al mar: «Solo pienso en todos los peces que he comido de ese mar / Cada uno delicioso / Con sus escamas centelleantes / Pero cuando un pez muere, ese destello desaparece, se convierte en carne / Un destello que me encanta comer» (35). Chang Fan Shi (1964) nos habló de la lucha cotidiana por la supervivencia del idioma Hakka, su lengua materna, en un poema que funde la figura de la madre y la resistencia del ser dolido desde la urgencia de su lengua:

 

Mi lengua materna

me besa cada día los labios.

Nunca los ha mordido

¿Por qué lucen tan deslucidos,

por doquier amoratados?

 

¡Ah! ¡Mamá!

Madre afligida.

¡Me duele!

¡Me duele!

Duele…[4]

 

            La colombiana Paula Andrea Pérez Reyes (1983) presentó Réquiem desde la grieta, del que escribí en su contratapa: «Un poemario que es una plegaria por los desaparecidos, por los desplazados, por las víctimas de una violencia sistémica que castiga la pobreza de la gente sencilla y la rebeldía de la disidencia […] Y así, en medio del dolor y la resiliencia, la poesía de Paula Andrea Pérez Reyes es también una plegaria que acompaña nuestros días y nuestra fragilidad». La evocación del hermano que no regresó con vida aquel fatídico 13 de julio de 1994, una víctima más de la violencia en Colombia, que algunos años después desembocaría en los 6.402 falsos positivos acumulados por el terrorismo de Estado:

 

A sus pies descalzos

errantes sobre las promesas de todos mis difuntos.

Aún los escucho y sigo con vida.

Desde el fondo del agua,

a veces alzo mi rostro hacia la superficie,

escucho la voz de mi hermano riendo y diciendo:

somos el país más feliz del mundo.

Desde abajo todo cobra un sentido diferente.

Me cuesta este último verso, una llaga se abre

como la fosa en la que te enterramos.

Somos el país más feliz del mundo. [5]

 

Carlos Béjar Portilla, el poeta ecuatoriano homenajeado, y Augusto Rodríguez, en la Biblioteca Municipal de Guayaquil, el jueves 13 de noviembre de 2025.

Una fiesta de la poesía es también un jolgorio de homenajes. Este año, el Festival rindió su homenaje nacional a Carlos Béjar Portilla (Ambato, 1938), cuyo verso «Los ángeles también envejecen», quedó estampado en la camiseta del Festival. Béjar Portilla, que ha escrito novela, cuento y poesía, mira el mundo con el asombro del ser humano ante su propia obra: «He visto: / la belleza de las piernas de América / en movimientos kinéticos / sobre los escaparates de Broadway […] Hay una inmensa estatua / representando la libertad. / Por dentro es hueca. / El turista-polilla / constituye su sistema circulatorio. / Grandes edificios suplicando / su ración diaria / de aire fresco. / Lo demás no cuenta» (17-18).

           

José Vásquez, Jesyk Valdez, Madeline Durango, David Cruz, del equipo del Festival, María Auxiliadora Álvarez, la poeta homenajeada, Augusto Rodríguez, director del Festival, y Rafael Méndez Meneses.

En el ámbito internacional, la poeta homenajeada fue la venezolana María Auxiliadora Álvarez (1956) que, desde 2023, es profesora emérita de Miami University, Ohio. Su poesía, de verso conciso, con la precisión que demanda el arte de la relojería, la talla primorosa de la palabra deslumbrante: «el pensamiento quiere estar solo / sus animales juegan / como si la belleza escogiera sus instantes» (20). María Auxiliadora Álvarez nos contaba que, viviendo en una comunidad en donde era muy difícil encontrar alguien que hablase español, ella se fue acostumbrando al silencio, a convertir su lengua materna en un lugar de meditación de voces que le hablaban desde lo profundo de sí misma. La poesía es esa llama que calienta el espíritu de la soledad:

 

si te entumece el frío

no te acerques a la parte de la brasa

                                                           convertida en ceniza

allégate al calor

                                    que aún conserve el rastro

                                    de algún sistema circulatorio

porque la ceniza bloquea

                                               ahoga en su propio polvo

                                               y la sequedad que comparte

te asfixiará (19)

 

            Finalmente, esta fiesta de la poesía contó con una multiplicidad de voces locales, que sería muy largo de citar aquí. Algunas, con obra madura; otras, con palabra emergente; todas con el oficio de la poesía atravesado en sus vidas. Augusto Rodríguez (1979), que desde hace dieciocho años saca adelante esta celebración de la palabra, junto a un equipo de jóvenes entusiastas y marcados por los versos, nos muestra la tremenda carga de la poesía que nos consume: «Los poetas salvaguardan su cáliz / pues conocen que las palabras blancas / son inofensivas en la sangre / pero siempre el poema / es una piedra / que crece en el cerebro / del escorpión. / Un pez / un río / un ojo / aletea» (71-72). Y así, para esta fiesta de la poesía, con el cáliz de Ileana Espinel Cedeño hemos celebrado el rito.

 

 


[1] Guillermo Bianchi, El incendio absoluto. Antología personal (Córdoba: Ediciones del Callejón, 2025), 29.

[2] Khédija Gadhoum, Cuando el hombre despierta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 29.

[3] Festival de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño, Memorias. Libro de Poesía. (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 76.

[4] Fang-Tzu Chang, «Hakka», en Sé que has estado aquí, traducción del mandarín al inglés por Zhengwei Chen y del inglés al español por Khédija Gadhoum, (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 38.

[5] Paula Andrea Pérez Reyes, Réquiem desde la grieta (Guayaquil: El Quirófano Ediciones, 2025), 36.

 

lunes, noviembre 10, 2025

Réquiem por el señor Mushu

Mushu, Quito, 15 de agosto de 2011 - Guayaquil, 6 de noviembre de 2025.

Aún te veo deambular como una calesita enloquecida por toda la casa, aunque ya no estés. Repites tus recorridos sin tregua alrededor de la tertulia familiar, del ágape de la amistad, del horno donde se cuecen los alimentos y sus afectos. Le has dado catorce vueltas al mundo y tu lengüita sedienta es un corazón de perro que se te escapa por la boca. Te estrellas contra las paredes blancas, contra las patas de las sillas, contra los libros que están a ras del suelo; te chocas con el recuerdo de la luz en presente de sombras. Las tinieblas y el silencio a tu alrededor te envuelven en el universo único del día de tu existencia. Tus ojos son canicas extraviadas en la noche perpetua; el silencio te susurra en las orejas tristes como caracol reseco, lejano del mar. No quiero hablar más de aquello que es el deterioro del cuerpo por pudor y por el miedo de imaginarme que a todos habrá de sucedernos en el constante camino hacia la muerte que es nuestra existencia. No quiero detallar cada dolencia tuya. Quiero recordarte con tus ojos saltones e iluminados, con el rabo de molinete revolviendo la felicidad en el destello del instante,  con el júbilo de tus cabriolas alrededor de Aengus —que yace eterno bajo la tierra de Puembo—, con el trotecillo elegante de tu paso sobre el mundo, con la oda a la alegría de existir de tus ladridos exaltados.  Rememorar nuestras caminatas nocturnas sobre el adoquín desolado del barrio, durante la pandemia; el breve rincón donde te ovillabas en la cama matrimonial y tu compañía diaria desde mi sillón de lectura que era tuyo. Y si bien los recuerdos desafían la finitud de todo lo que existe, hoy solo quiero llorarte porque ya no eres tú, aunque seas la memoria que tengo de ti.  ¿Qué dios me alimentó con el fruto del Árbol de la Sabiduría y me dio el poder para decidir el último latido de tu pecho? Vomito el fruto que encierra el veneno del poder de los dioses y me consuelo con la verdad sin remedio: es sabido que toda vida existe con su muerte a cuestas. Esta oración ante tus cenizas, señor Mushu —dragoncito de la alegría, felpudo de pelaje feliz, tarantantán canino sobre la sabana verdecida del jardín—, es la piadosa persistencia de la única eternidad posible: la plegaria del día en que respiramos. Esta escritura oficia el réquiem que acompaña a mi llanto y a mi duelo; es un adiós inevitable por la condición implacable de la naturaleza; pero, también, es la ilusión de la vida que perdura en la evocación del ser que hemos amado.