José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, octubre 06, 2025

Centenario del natalicio de Rafael Díaz Icaza

           

Ángel Emilio Hidalgo y Bertha Díaz
            El Registro Civil lo tiene asentado como Ycaza; sin embargo, para el homenaje por el centenario de su natalicio, su hija Bertha Díaz Martínez recuperó el apellido Icaza, originalmente con I latina, que, por motivos burocráticos, terminó con la Y griega que todos conocemos y que su padre usó durante toda su vida.[1] Conmemorar a Rafael Díaz Icaza (Guayaquil, 1925-2013) es celebrar la trayectoria de un intelectual que fue un generoso gestor cultural, un narrador de ruptura y un poeta de personalísima voz, a quien es necesario releer para profundizar y ampliar, con una mirada contemporánea, nuestra tradición literaria. Después de todo, este homo poeticus pertenece a una especie animal en extinción, como él lo dijo: «Somos, aunque nos pese, / animales extraños / alimentados de papel impreso».[2]

            Recuerdo que quienes conformamos Sicoseo hicimos de la irreverencia una actitud literaria y vital. Más que ser parricidas, que es una cíclica rebeldía generacional, decíamos que la oposición a la generación anterior era por razones ideológicas y políticas. Disquisiciones aparte, lo que quiero señalar es que, en medio de la confrontación, Rafael Díaz Icaza que, entonces era presidente del núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, no solo publicó en sus talleres editoriales el único número de la revista Sicoseo (abril 1977), sino que dio cabida en la colección Letras del Ecuador, a Fernando Nieto Cadena, Jorge Velasco Mackenzie y Fernando Artieda, entre otros. Así, mostró su espíritu generoso, amplio y tolerante y su vocación por la promoción de la literatura de los jóvenes.[3] Vale recalcar que la colección Letras del Ecuador, creada y dirigida por él, es uno de los más importantes programas editoriales de los 70 y 80.[4]

            Cuando a Rafael Díaz Icaza le concedieron el Premio Eugenio Espejo (2011), yo publiqué un estudio sobre su obra cuentística, así que en este párrafo únicamente diré que el encasillamiento que se hizo de su narrativa como epigonal del realismo social solo cabe para sus dos primeros libros. A partir de su novela Los prisioneros de la noche (1967) y su cuentario Tierna y violentamente (1970) estamos ante un narrador que abandona los temas del realismo social y ahonda en la problemática existencial de los individuos e incursiona en lo fantástico. Su cuentario Prometeo el joven y otras morisquetas (1986, Premio Aurelio Espinosa Pólit) es un libro antológico de nuestra narrativa corta: lenguaje sensual, desacralización atravesada por el humor, asunción de lo fantástico como elemento de la realidad, reflexión sobre el oficio de escribir. «Morisqueta IV (Prometo el Joven)» es una joya del ars narrandi, un metatexto sobre la dificultad de la escritura, el proceso creativo y la vocación literaria. El hombre que se enfrenta a la máquina de escribir y al lápiz como instrumentos que manipulan su escritura con la repetición, se da cuenta de su temor para introducirse en lo nuevo y persiste en su oficio: «Aunque pudiera durar muchos años, el hombre mantenía en su interior, cual secreta encomienda, la voluntad de volver a escribir».[5]

           

Rafael Díaz Icaza lee sus poemas
            Jorgenrique Adoum, en su prólogo a la antología poética Bestia pura del alba (2007), nombra una trilogía de grandes poetas ecuatorianos que emergieron de llamada Generación Madrugada: César Dávila Andrade, Efraín Jara Idrovo y Rafael Díaz Icaza.[6] Su poesía abarca los grandes temas del mundo: el horror de la guerra, la heroicidad de los vencidos, la soledad del individuo, la confrontación con la muerte, la búsqueda de la poesía en todo; y, en ella, la ternura siempre presente. Su «Credo», de Zona prohibida (1972) es una declaración de amor al ser humano y la naturaleza: «Creo en vosotros, animales y plantas / microorganismos y hombres / tranquilos elementos / dioses sin pectorales y sin mitras / ángeles errantes / sin varas de poder ni bastones de mando» (223). Adoum cita el pensamiento de Díaz Icaza sobre su quehacer poético: «En cada cosa, en cada retrato, en cada paso en que el ser humano va dejando algo de sí, queda la impronta de su sufrimiento o de su júbilo, y la Poesía no es otra cosa, para mí, que la más cara, más pura y más honrada suma de experiencias y tránsitos» (16 y 17). Díaz Icaza, entendió, desde la profundidad de su verdad poética, que somos seres de transición en medio de la crueldad del mundo, exploradores del amor, esencialmente solitarios, que estamos irremediablemente condenados a la muerte, pero que debemos resistir en nombre de la vida:

 

Tenías todos los ases y figuras

pero no era tu mesa. Tenías todos los dados

y estabas, sin embargo, condenado a perder.

[…]

Pero jamás dijiste estoy vencido.

Devuelvan a su sitio mis pupilas.

Quiten las ancas, porque quiero vivir.

Tú no sabías perder

a pesar de las trampas de la muerte. (32 y 33)

 

            En el homenaje por los cien años de su natalicio, Sonia Manzano planteó la necesidad de que se publiquen las obras completas de Rafael Díaz Icaza. Me parece que es una tarea pendiente del Municipio de Guayaquil y la Casa de la Cultura Ecuatoriana que tienen la obligación de honrar a quien sirvió a la institución y, en su literatura, retrató con pasión a su ciudad. En estas líneas, yo quiero recordarlo con la voz juvenil de su primer poemario Estatuas en el mar con el que, a los 21 años, ganó el premio de la Academia Literaria del Instituto Nacional de Santiago de Chile porque da cuenta del amor por el mundo que atraviesa su obra: «¡Yo soy, yo soy la Tierra! ¡Yo soy la eterna madre! / Soy el grito primero que lanzaron los hombres. / Yo sé que un día mis hijos romperán las cadenas / reclamando lo suyo. / ¡Porque yo soy la Tierra!».[7]   



[1] El homenaje a Rafael Díaz Icaza se llevó a cabo en el auditorio del Museo de Antropología y Arte Contemporáneo, MAAC, el jueves 2 de octubre de 2025 y participaron en él Sonia Manzano, Ángel Emilio Hidalgo y Bertha Díaz. En este artículo, me atendré a la propuesta de su hija y escribiré el Icaza con I latina, salvo en la citación de sus obras en la que, por razones de exigencia bibliográfica, mantendré la Y griega.

[2] Rafael Díaz Ycaza, Mareas altas. Canciones y elegías (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1993), 17.

[3] Yo publiqué Daguerrotipo (1978), número 73 de la colección Letras del Ecuador, con el generoso auspicio de Rafael Díaz Icaza.

[4] El primer libro de Letras del Ecuador fue Crónica del hombre que aprendió a llorar, de Walter Bellolio (1930-1974) y apareció en octubre de 1975.

[5] Rafael Díaz Ycaza, Prometo el Joven y otras morisquetas (Quito: PUCE, 1986), 71.

[6] Rafael Díaz Ycaza, Bestia pura del alba. Antología poética (Quito: Ediciones Archipiélago, 2007), 8-9.

[7] Rafael Díaz Ycaza, “Soy la tierra”, de «Estatuas en el mar» (1946), en Señas y contrasueñas (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1978), 232.

 

lunes, septiembre 29, 2025

Un fanzine con las crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate

La portada del fanzine sobre el detalle de un cuadro de Vicente Donoso Román inspirado en el perfil costero de Salinas, s/f (Foto: R. Vallejo, 2025)

            ¿Qué es la crónica de viaje sino un ejercicio de escritura del viajante que combina la mirada y la imaginación poética sobre un territorio cuyo descubrimiento quiere mostrar a sus lectores? El cronista nos comparte su vivencia personal, por lo tanto, un lugar siempre será el lugar que el cronista ha vivido: esa es su riqueza, esa es también su limitación. Jorge Martillo Monserrate es un poeta y es cronista, y, a lo largo de su ejercicio periodístico, nos ha entregado una crónica cargada de poesía.[1] Canutero Editorial acaba de publicar Al filo del mar: crónicas de la Costa,[2] una selección de textos tomada del libro Viajando por pueblos costeños (1991), en formato de fanzine, que es una contribución a la bibliografía de Martillo en busca de nuevas lecturas.

En estas crónicas, Martillo nos conduce por una travesía que empieza en la provincia de Esmeraldas, en La Tola, continúa en Muisne. Después, llegamos a Olón, Valdivia y otros pueblos costeros de la actual provincia de Santa Elena, hasta llegar a Guayaquil y su río. Martillo ha retratado al Guayaquil de finales del siglo veinte en sus crónicas La bohemia de Guayaquil & otras historias crónicas (1999), Guayaquil de mis desvaríos. Crónicas urbanas (2010) y en El carnaval de la vida de Julio Jaramillo (2019), y, en una tradición que se remonta a Pedro Cieza de León, sus crónicas también dan cuenta de los pueblos costeños, su gente y su cultura diversa.

            Como cronista de oficio, Martillo describe la geografía que visita, plantea los problemas sociales de las comunidades que visita, entrevista a su gente, muestra en términos positivos sus expresiones culturales. Así, en «Memorias del marimbero Escobar», el marimbero habla sobre el arte y la necesidad de conservarlo: «para decir que uno sabe de marimba es primordial haberla vivido, bailado, tocado. Los que más o menos sabían han ido muriendo». Y esa permanencia del arte de la marimba es la que testimonia el cronista: «Remberto Escobar, además de bailas y tocar todos los instrumentos de la marimba, tiene en su casa un taller donde construye estos instrumentos. Recuerda que la primera marimba reglamentaria —o sea, una de veinticuatro tablas— la vendió a 700 sucres y que actualmente una cuesta 40 mil sucres. Y que el total de los instrumentos de la marimba (el cununo, el bombo, la guasa) en estos días tienen un valor de 70 mil sucres»[3] (18).

            La mirada de Martillo, además, está cargada de imaginación poética y eso hace de sus crónicas una lectura conmovedora. Así, «En la playita Miami Beach del Guasmo» leemos: «El fuego del sol incendiaba el equinoccio del cielo. Algodones de nubes huían; huían como potros salvajes. El asfalto vomitaba humo que se pegaba a los cuerpos como vaho del averno» (51). O, en el párrafo final de la crónica sobre el marimbero Escobar: «El sol achicharra los caminos, el mar lejano es un oasis. Al bajar la loma, me parece ver, en una cantina, a unos negros tocando la marimba y a las parejas bailando, pero son los fantasmas del sol o prófugos de las memorias del marimbero Escobar» (19). Esa escritura es lo que convierte las crónicas de Martillo en literatura. Asimismo, a la hora de invocar a la poesía, Martillo nos comparte sus lecturas, como en la crónica sobre La Tola cuando cita los versos del gran poeta esmeraldeño: «A lo lejos, alguien toca una marimba. Al hombre le pareció escuchar los versos de Antonio Preciado: “¡Atabé!/ ¡Atabé! / ¡Ururé! / ¡Matábara! / Tengo una hoguera de estrellas, / de las estrellas más altas, / y un lugar en plena luna para que arda”. La marimba y los tambores no cesan de latir» (15).

            Aunque no se trata de una edición crítica, extraño en este fanzine que reedita las crónicas costeras de Martillo, de 1991, algunas notas al pie que las ubicarían de mejor manera a quienes las leen hoy día. Por ejemplo, cuando se refiere a Olón, el cronista dice que es un «lejanísimo pueblo de la provincia del Guayas», aunque, desde el 7 de noviembre de 2007, es una comuna de la provincia de Santa Elena, que se creó en esa fecha; así, también, hay elementos mínimos que el editor deberían anotar como en la crónica final sobre el American Park, que no tiene una sola referencia temporal y quien la lee no sabe de qué época de Guayaquil el cronista está hablando; o la cotización del dólar en sucres, anotado en esta reseña, que es un dato que nos permite comprender de mejor manera la condición económica y social del marimbero.

            Pero, por sobre las exigencias periodísticas propias de la crónica, que las cumple, Martillo es un ejemplo del transeúnte de su país, de aquel que lo recorre para convertirlo en escritura; un ejemplo de quien observa la vida de su pueblo con la mirada del poeta. En «Remembranzas de San Pablo», la contemplación del atardecer marino envuelve el final de la crónica: «El sol no está sobre nuestras cabezas, ahora se hunde, envuelto en llamas, en una línea de mar. El paisaje es digno de ser plasmado en un cuadro a lápiz y pastel. Cantan las olas himnos al falleciiento del sol. San Pablo se cubre de sombras […] El camino se abre como manojo de naipes. La luna sobre nuestra cabezas» (42). Esa forma expresión poética para rematar un texto la encontramos a lo largo de todas sus crónicas.

            Al filo del mar: crónicas de la Costa, de Jorge Martillo Monserrate, en formato de fanzine, editado por Canutero Editorial,[4] es un trabajo hecho con el afecto y el espíritu de resistencia de la artesanía editorial, que entrega y mantiene viva la palabra de un poeta y cronista que ha retratado con amoroso vitalismo al Guayaquil y la costa ecuatoriana del último cuarto del siglo veinte.



[1] En 2024, Jorge Martillo Monserrate (Guayaquil, 1957) recibió el Premio Eugenio Espejo 2024, que es la máxima distinción que otorga el Estado ecuatoriano a una persona por el conjunto de su obra literaria. Sobre su poesía acaba de salir mi artículo «La poesía de Jorge Martillo Monserrate: del infierno amoroso, ebrio y vital, y la confrontación con la muerte», en Pie de página. Revista de creación y crítica, No. 14, (primer semestre 2025): 135-148.

[2] Jorge Martillo Monserrate, Al filo del mar: crónicas de la Costa (Guayaquil: Fanzine de Canutero Editorial, 2025). Canutero Editorial también ha publicado del mismo autor Crónicas del manglar.

[3] La cotización del dólar en el mercado libre, en enero de 1991 fue de, aproximadamente, 1.100 sucres por dólar. Al cierre del año, en diciembre, era de 1.287 sucres por dólar. Fuente: Cotización histórica del sucre.

[4] Congratulaciones por el trabajo de edición general de Joaquín Tamayo; de diseño y diagramación de Alison Yanchaguano; y de corrección ortotipográfica de María Daniela Astudillo; estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad Casa Grande, de Guayaquil.

lunes, septiembre 22, 2025

«No tanto como todos los poemas»: dispersos e inéditos de Jorge Velasco Mackenzie

Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) (Foto: Durán, 2020)
           En 1981, Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) publicó Algunos tambores que suenen así, un poemario autoeditado, sin pie de imprenta, con ilustración de Pilar Bustos, que él distribuyó entre algunos de sus amigos y que, finalmente, quemó en la terraza del edificio de la Casa de la Cultura, en Guayaquil. No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, recupera y ordena su obra poética dispersa, incorpora un texto inédito, y reúne sus reflexiones sobre la poesía. Este libro se presentó en la FIL de Guayaquil, y está publicado bajo el sello de Báez Editores y la Academia Ecuatoriana de la Lengua.[1]

            Marcelo Báez Meza que, además de ser un escritor de indispensable lectura es un aplicado y generoso editor, llevó adelante el minucioso y amoroso trabajo de compilación y estudio de la poesía de Velasco Mackenzie. En su texto introductorio —que es una versión ampliada de su discurso de incorporación como miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua— señala, entre otras conclusiones:

 

Los poemas de Jorge Velasco Mackenzie son manifestaciones de una misma búsqueda artística y personal, dos modos de explorar las mismas profundidades existenciales. Su obra es un buen ejemplo del profundo diálogo entre la poesía y la narrativa […]  El legado de JVM como poeta es el testimonio de un escritor que quizás dejó de escribir poesía, pero que jamás dejó de inyectar lírica en su narrativa. (43 y 44)

            

           Aparte de la reproducción íntegra del poemario incinerado acompañado de una reseña de Sonia Manzano, No tanto como todos los poemas incluye el conjunto «Manual de acción imaginaria» (1978), con el que JVM obtuvo el Segundo Premio del Concurso de Poesía Festival de las Artes Fundación de Guayaquil de dicho año y que apareció en el suplemento Tricolor de diario El Telégrafo, el domingo 6 de agosto de 1978. Asimismo, encontramos en el libro «Confesiones del ebrio inmortal», uno de los poemas más conmovedores y deslumbrantes de la poesía sobre el alcoholismo, que Velasco padeció. El poema fue publicado en la revista Uso de la palabra, en 1984, y años más tarde, Velasco lo incluyó en su novela Tatuaje de náufragos (2009). Hay también algunos poemas que son parte de La casa del fabulante, novela en la que ficcionaliza su experiencia en un centro de rehabilitación para alcohólicos. El libro también entrega «Manual de vidas tatuadas» un poema inédito, de más de 800 versos de arte menor, de tema amatorio. Finalmente, este libro incluye dos reflexiones de JVM sobre poesía: la una es su prólogo para la antología Colectivo (1980), en la que JVM reunió una muestra de veinte años de poesía ecuatoriana (1960-1980) y, la otra, un estudio en tres partes sobre la poesía de Hugo Mayo.

            Mi contribución es el posfacio «Tambores para una poesía perdida», en el que a partir del relato de la búsqueda de un poema perdido de JVM, comparto mi lectura sobre su poesía. El poema extraviado es aquel con el que Velasco Mackenzie ganó el primer premio del Concurso Nacional de Poema Mural, organizado por el Patronato de Bellas Artes, del Municipio de Guayaquil, en 1975. El poema y el cuadro del pintor Jorge Arteaga González (1950) eran de tema erótico, pero tampoco el pintor tiene una foto del cuadro con el texto. La obra debió ser parte de la reserva del Museo Municipal, pero, lamentablemente, al igual que la casi totalidad de los cuadros premiados de dicho concurso que tuvo al menos veinte convocatorias, ha desparecido.

 

            

           Hacer una hoguera con los ejemplares de su poemario es un gesto similar al de Medardo Ángel Silva que incineró la edición de El Árbol del Bien y del Mal al comprobar que no se había vendido un solo ejemplar. Las razones de Velasco para destruir los ¿300? ¿600? ejemplares de Algunos tambores que suenen así no están claras, pero lo cierto es que, hoy día, los ejemplares de este libro son inencontrables. Por ello, No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, es una joya literaria que, al reunir su poemario incinerado y sus poemas dispersos, complementa la bibliografía de un autor que hizo de la literatura una militancia vital en el arte de la escritura.


[1] Jorge Velasco Mackenzie, No tanto como todos los poemas, introducción, compilación y notas de Marcelo Báez Meza y posfacio de Raúl Vallejo Corral (Quito: Báez Editores / Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2025). La presentación, el viernes 19 de septiembre, estuvo a cargo de Cecilia Ansaldo Briones, Marcelo y yo.