José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, octubre 13, 2025

Tambores para una poesía perdida

Marcelo Báez Meza que, además de ser un escritor de indispensable lectura es un aplicado y generoso editor, llevó adelante el minucioso y amoroso trabajo de compilación y estudio de la poesía de Velasco Mackenzie, que, bajo el título No tanto como todos los poemasse presentó en la FIL de Guayaquil, el pasado 19 de septiembre. El libro está publicado bajo el sello de Báez Editores y la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Compartí el trabajo de edición con Marcelo y escribí el posfacio que ustedes pueden leer a continuación.

Jorge Arteaga, Sueño erótico, óleo sobre tela, 180,5 x 140 cm, Premio Salón de Julio 1980.



            Existe un poema de Jorge Velasco Mackenzie (Guayaquil, 16 de enero de 1948 – 24 de septiembre de 2021) que vive extraviado entre los vericuetos del laberinto municipal y húmedo de la ciudad de la ría y los manglares. Él, que transitó las aulas de la Escuela Municipal de Bellas Artes, puso a dialogar un texto poético con una pintura que, hasta donde han llegado mis pesquisas, no se sabe en qué lugar de la reserva del Museo Municipal de Guayaquil se encuentra, ya sea porque anda perdida en algún recoveco edilicio o ya sea porque, durante uno de los períodos caóticos que vivió el municipio, la obra desapareció de la peor manera.

            En la nota bio-bibliográfica que consta en su primer cuentario, De vuelta al paraíso (1975), se dice que Jorge ganó «el Primer Premio en el Concurso Nacional de Poema Mural, del Patronato Municipal de Bellas Artes, en 1975». Dos años después, en la sección «sicoseadores del mate», del único número de la revista Sicoseo (abril de 1977), con el desparpajo y la irreverencia de aquellos sicoseadores, se decía de Velasco: «pasó por la pintura y por la poesía y no le gustó; creyó que el cuento era más fácil y no quiere salirse de esa patineta». Pero no se trata de que no le hayan gustado ni la pintura ni la poesía; todo lo contrario: Velasco escribió durante años reseñas sobre exposiciones en sus columnas «El ojo chícharo» en diario Expreso, y «Paredes y paredones», en el suplemento Meridiano cultural,[1] y fue un lector voraz e inteligente de poesía, así como un poeta impenitente según lo demuestra este libro.

Hay casualidades en la vida que son inverosímiles en la literatura, por lo que, mi encuentro con una foto de nuestro escritor cuando asistía a Bellas Artes y una nota manuscrita en un libro, resulta una de esas coincidencias que convierten la búsqueda en hallazgos tan fortuitos como preciosos. La foto de un jovencísimo Jorge frente a un caballete, en blanco y negro, de 6 x 9 cm, cuyo origen podríamos situar en el primer lustro de la década del 70, estaba esperando por mí entre las páginas de un ejemplar de Terra Nostra, de Carlos Fuentes, que Jorge me regaló cuando se fue a España, becado por el Círculo de Lectores, en 1979.

Jorge Velasco Mackenzie, en sus años de estudiante de la Escuela Municipal de Bellas Artes, c.1970-1975.

            En este tiempo de la posverdad, la foto es un testimonio de que, efectivamente, a Jorge lo tentó la pintura en el comienzo de sus búsquedas. En 2009, escribió: «Las artes visuales, o más certeramente, la visualidad artística y sus contenidos semánticos han ejercido en mí una gran atracción. En las dos dimensiones de la pintura, en la tridimensionalidad de la escultura he podido hallar registros que me han servido para “escribir mirando”»[2]. Diez años más tarde, dirá en una entrevista que su paso por la pintura fue decisivo porque «gracias a las artes visuales logré situarme como autor»[3].

En el año en que ganó la beca, Velasco ya estaba preparando Colectivo, la antología que reunió veinte años de poesía y que apareció en 1980. El prólogo que escribió está reproducido en este libro, pero me interesa mostrarles el apunte que encontré en la última hoja de Terra Nostra. Se trata de un borrador de la dedicatoria que Jorge finalmente estampó en Colectivo: «En el colectivo viaja también Hugo Mayo, por eso este libro está dedicado a él». Aquí, la letra nerviosa de Velasco Mackenzie con una poética tinta verde, como aquella con la que solía escribir Neruda, ensayaba una dedicatoria en la que el nombre de la mítica revista literaria Motocicleta contribuía al juego de sentidos frente al título de la antología que nombra un tipo de transporte público popular.


             La lectura crítica que Velasco desarrolla en «Terceto para Hugo Mayo» es visionarias, iluminada e iluminadora y da cuenta de su calidad de gran lector de poesía al señalar que «lo que pretendía [Hugo Mayo] era otra fundación poética y nacional, sus “rasgos verbales” nunca olvidan la topografía local, pero eso sí, dentro de la misma poesía vanguardista […] como una entrada a lo desconocido con imágenes violentas»[4]. Con Hugo Mayo, Velasco desarrolló una relación de discípulo y amigo e hizo cuanto estuvo a su alcance para rescatar y publicar la obra de nuestro poeta vanguardista que, desde su condición de burócrata de la Gobernación del Guayas, se autodefinía como un «empleado público del verso». Velasco lo acompañó hasta su muerte y Hugo Mayo (1895-1988) le dejó en un cartón de jabones sus textos, que el hijo del poeta debía entregarle a Velasco: «Ahí están desordenados los dos libros inéditos de los que te hablé: Osadía de la pupila rebelde y A un kilómetro otro horizonte, encárgate de ellos, no dejes que se vuelvan pura chamarasca»[5]. Gastón Egas nunca le entregó la caja de jabones a Velasco y esos poemas también se perdieron o se convirtieron en aire igual que pompas de jabón.

En Algunos tambores que suenen así, Velasco rinde homenaje a tres de sus poetas preferidos, no solo con los tres exergos del poemario sino con sendos poemas atravesados por un registro de las particulares poéticas y la actitud vital de cada uno: Ezra Pound (1885-1972), «Estaba equivocado / estaba realmente equivocado […] pese a todo, fue siempre el mejor artesano / Lo que escribió y leyó / nadie lo olvidará después»; Hart Crane (1899-1932), «Cada noche alcoholizándose en los muelles de Brooklyn / entregado a las atroces fieras del vino, / escribiendo a ratos para superar la perfección de la muerte»; y José Lezama Lima (1910-1976), «Yo no lo he visto pero lo imagino […] Como una araña su escritura / y en la araña atrapado en el tiempo de la infancia».

            El tono de su poesía, tanto en Algunos tambores… como en Manual de acción imaginaria tiene reminiscencias del Archibald MacLeish (1892-1982) de Conquistador —que Velasco conoció, seguramente, en la traducción de Francisco Alexander—, antes que de poetas de nuestra tradición: «¿Qué significan los muertos para nosotros en nuestra mejor fortuna? / Nos han dejado los caminos hechos y los muros en pie: / Nos han dejado las sillas en las habitaciones: / otras cosas que hay de ellos»[6]. Su poesía también se emparienta con los versos conversacionales de Malcolm Lowry (1909-1957) y el desparpajo expresivo de sus loas alcohólicas: «La idea de libertad está ligada al trago. / Nuestra vida ideal contiene una taberna / donde un hombre puede sentarse y hablar o pensar nada más, / sin miedo al dragón nocturno […] donde podemos beber por siempre sin deber / con la puerta abierta, y el viento soplando»[7].

Con el poeta peruano Antonio Cisneros (1942-2012) desarrollaron una amistad a distancia y mantenían una mutua admiración. Compartían su gusto por los poetas que recorren este posfacio y también el alcoholismo con el que ambos embriagaban su poesía y sus vidas. Y, por supuesto, la irreverencia contra los poetas tradicionales de sus respectivos países que Velasco Mackenzie convierte en un manifiesto poético en «Sobre los poetas y la poesía», uno de los textos de su Manual de acción imaginaria: «Pobres hombres los poetas sin cabeza […] Si hubieran estado con nosotros […] no aparecerían tan serios / en las estatuas de los parques / y en las calles que llevan sus nombres / no se cometerían tantas fechorías»[8]. Irreverente, siempre, y practicante de formas nuevas de apropiación del habla popular para el lenguaje de la literatura, como lo fue la actitud vital y estética de Sicoseo y que se encarnó, básicamente, en la obra del propio Velasco, Fernando Artieda (1945-2010) y Fernando Nieto Cadena (1947-2017).

Robert Burns (1759-1796), pionero del romanticismo, es el poeta escocés más amado en su tierra y es conocido en el mundo por su poema Aud Lang Syne («Por los viejos tiempos») que se canta para despedir el año. También es famoso su poema Scotch Drink («Bebida escocesa»)[9], en el que celebra el papel del whisky en la vida cotidiana del ser humano y en las celebraciones de su comunidad.


O Whisky! soul o’ plays and pranks!

Accept a bardie’s gratfu’ thanks!

When wanting thee, what tuneless cranks

Are my poor verses!

Thou comes - they rattle in their ranks,

At ither´s arses!

 

¡Oh, Whisky! ¡Alma de juegos y bromas!

¡Acepta la gratitud de un bardillo!

Cuando te necesito, ¡qué crujidos desafinados

son mis pobres versos!

Tú vienes y ellos se superan en su rango.

¡A tomar por el culo!


           

En la tradición poética que le canta a las bebidas alcohólicas se inscribe uno de los poemas más estremecedores de nuestra literatura a partir de la ebriedad iluminada: «Confesiones del ebrio inmortal». Burns tiene en su honor un cóctel llamado «Bobby Burns» del que existe una variedad de recetas, según el bar y la época, y yo quiero, en esta ocasión, homenajear al poeta que es Jorge Velasco Mackenzie con un cóctel al que he llamado «Tatuaje Mackenzie». El nombre del cóctel hace alusión al motivo del tatuaje en la obra literaria última de Jorge[10] y al origen escocés de su apellido materno, cuyo antepasado llegó a nuestra América y se internó en los cañaverales de Jamaica para recalar en Ecuador en los años del tendido de la vía de ferrocarril, obra en la que trabajaron aproximadamente 4.000 jamaiquinos.


Al cierre de este posfacio, encontré la noticia de que el pintor Jorge Arteaga González (Guayaquil, 1950), graduado de la Escuela Municipal de Bellas Artes, en 1971, participó en la exposición colectiva «Cinco Pintores de Hoy», junto a Edgar Chalco, Víctor Franco, Bolívar Peñafiel y Mario Vásquez, organizada por la Sociedad Española de Beneficencia, en 1989. Al revisar el catálogo me topé con el dato de que entre los galardones de Arteaga consta el primer premio del Concurso del Poema Mural, convocado por el Centro Municipal de Cultura (Patronato Municipal de Bellas Artes), de Guayaquil, en 1975. ¡El mismo año en que Velasco Mackenzie ganó el mismo premio! ¿Velasco escribió el poema y el cuadro lo pintó Arteaga? No pude averiguarlo enseguida porque en la reserva del Museo Municipal únicamente está Sueño erótico, óleo sobre tela, 180,5 x 140 cm, con el que Arteaga ganó el Salón de Julio en 1980.

Sin embargo, días después del hallazgo, Marcelo Báez Meza, que es el editor de esta compilación, logró contactar con Jorge Arteaga a través de la magia que se le atribuye a la distópica vigilancia de nuestra cotidianidad que llevan a cabo las redes sociales. El artista, de 75 años, le confirmó que él y Velasco Mackenzie, que en aquellos años eran amigos cercanos, participaron en colaboración de poeta y pintor, y ganaron el premio. En serio y en broma, Artega le dijo que como a Velasco la poesía no le alcanzaba para mentir, se pasó al cuento. Aquellas mentiras que se convierten en la verdad de la ficción. Lamentablemente, Arteaga no tiene foto de la obra premiada, aunque recuerda que cuadro y poema eran de tema erótico. El cuadro del poema mural que escribió Velasco y pintó Arteaga, en 1975, se extravió para siempre en el laberinto edilicio.

 

             Desde el cautiverio del poeta junto al dragón nocturno, en ese doloroso tránsito para desintoxicarse del que aquel hizo literatura en La casa del fabulante (2014), ya es tiempo de decir ¡salud!: «He bebido junto al cuervo de Poe / en el barco ebrio de Hart Crane / todas esas antologías inglesas llenas de ginebra y poesía». Más allá de los tatuajes matafóricos de su escritura, Jorge Velasco Mackenzie llevaba tatuada la poesía en su clandestina condición de poeta. Despellejados los versos del poema, resecados al sol y convertidos en cuero, resuenan, en ritual de tabernas, los tambores para una poesía perdida.



[1] En Lecturas tatuadas. Letras, plástica, música (Quito: Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, 2009), les dedicó «las lecturas (los resultados) de un exégeta arbritrario que nunca para de fabular sobre lo que mira» (138-139), a Judith Gutiérrez, Estuardo Maldonado, Enrique Tábara y José Carreño.

[2] Lecturas tatuadas…, 135.

[3] Roberto Bayot Cevallos, «Jorge Velasco Mackenzie: “Creo que el hecho de la inmediatez, de leer solo lo que nos gusta, lastima», Aullido, marzo 6 de 2019, acceso 19 de julio de 2025, https://aullidolit.com/jorge-velasco-mackenzie-entrevista/

[4] Lecturas tatuadas…, 61.

[5] Lecturas tatuadas…, 64-65.

[6] Archibald MacLeish, Conquistador, versión española por Francisco Alexander (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1960), 15.

[7] Malcolm Lowry, «Sin el dragón nocturno», en Un trueno en el Popocatépetl. Poemas selectos, edición bilingüe, traducciones de Rafael Vargas, José Emilio Pachecho y Jaime García Terrés (México D.F.: Ediciones Era, 2000), 69.

[8] Jorge Velasco Mackenzie, Manual de acción imaginaria, El Telégrafo, suplemento cultural Tricolor, domingo 6 de agosto de 1978, 2. Con este conjunto de poemas, Velasco ganó el segundo premio en el Concurso Nacional de Poesía, convocado por el Centro Municipial de Cultura, de Guayaquil, en 1978. El seudónimo que utilizó fue: El Oso Hormiguero, en alusión al poemario de Antonio Cisneros Canto ceremonial contra un oso hormiguero, premio Casa de las Américas 1968. Como nota curiosa, consigno aquí que Velasco utilizó la ilustración de la portada de Como higuera en un campo de golf (1972), de Cisneros, para la portada de su cuentario Raymundo y la creación del mundo (1979), con la anuencia del peruano.

[9] Robert Burns, «Scotch Drink», National Trust for Scotland, 23 de diciembre de 2019, acceso 19 de julio de 2025, https://www.nts.org.uk/stories/scotch-drink Burns escribió este poema en el invierno de 1785 y lo publicó al año siguiente en su libro Poems, Chiefly in the Scottish Dialect.

[10] Recordemos Tatuaje de náufragos (novela, 2008), Lecturas tatuadas (ensayos, 2009), Tatuajes para el alma (teatro, 2011) y el poema inédito Manual de vidas tatuadas (2015) que aparece en este libro. Además, está su novela inédita Ciudad tatuada (2020).

No hay comentarios:

Publicar un comentario