José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, agosto 25, 2025

«Caminando sobre arenas movedizas», v. III: la dramaturgia poética de Patricio Vallejo Aristizábal, un artista del teatro

Patricio Vallejo Aristizábal, en la presentación de Caminando sobre arenas movedizas, v. III, el 11 de diciembre de 2024 en la Facultad de Artes de la Universidad Central del Ecuador, en Quito.

Él es un artista del teatro que dirige, actúa, enseña y escribe, y, sobre todo, persevera en la escena teatral con el colectivo Contraelviento Teatro. Patricio Vallejo Aristizábal es consciente de que el teatro también se lee y que aquella disputa entre la representación escénica y la expresión literaria está superada en el texto dramatúrgico, entendido como un proceso que incluye la puesta en escena que se apropia de la palabra poética cuando la acción teatral así lo requiere. Cómo él mismo dijera años atrás: «La dramaturgia es el territorio paradojal donde habita el sentido del escenario […] la palabra en el escenario es acción […] por eso no es el papel sino la escena la que acoge a la palabra viva en el teatro, y en la frontera está el actor»[1].

            Su más reciente publicación es el volumen 3 de Caminando sobre arenas movedizas, una serie que reúne su dramaturgia y que, con precisión teórica, tiene por subtítulo desde un comienzo Textos escritos para el escenario. Y es que es en la escena, es decir, en la acción teatral, en donde estos textos se realizan. No obstante, leerlos es también una manera de representarlos en nuestra imaginación y, más aún, cuando el texto nos conduce al seno de la acción teatral y la expresión poética refuerza el sentido escénico. El texto dramatúrgico está a disposición de otras agrupaciones teatrales para que le den vida desde su propia perspectiva. De hecho, el volumen II tiene obras que fueron escritas para que las representen otros elencos: «el trabajo en conjunto con ellos supuso un enriquecimiento de nuestro acervo y una ampliación del horizonte de sentido de nuestra cultura grupal»[2].

Este nuevo volumen contine las obras más representativas, tal vez, que Contraelviento Teatro ha representado y que Vallejo considera «un momento de consolidación de nuestra propuesta técnica, creativa, estética y pedagógica que denominamos “comportamiento barroco del actor y de la escena”, entre 2006 y 2021»[3]. Este comportamiento barroco ha sido la propuesta estética de Vallejo y Contraelviento de tal forma que sus obras son un tejido de diversos lenguajes y una acumulación de elementos significativos en la puesta en escena. Los textos son guiones que se van transformando durante la construcción escénica de tal forma que el texto dramático viene a ser el producto de un proceso de creación teatral. Las obras que leemos son el resultado del trabajo en el escenario y adquieren su propio valor textual en la medida en que la palabra poética se ha instalado en ellas.

 

Verónica Falconí en La flor de la Chukirawa.
          Quiero referirme especialmente a esa obra de enorme fuerza poética y política que es La flor de la Chukirawa, estrenada en julio de 2007[4]. Una anciana solitaria, sobreviviente de la tragedia de La Josefina, en 1993, se consume en sus recuerdos picando piedras en la vía entre Cuenca y Azogues. Su hijo, tras ser reclutado por el ejército norteamericano bajo la promesa de la green card, ha muerto en una guerra en el extranjero y la prensa local quiere saber más de este héroe ecuatoriano. Solamente la trama ya plantea varios conflictos que van desde la pobreza estructural del país, la migración por causa de la pobreza y el abandono familiar, hasta la guerra imperial. La política abraza la trama de esta obra cuyos personajes se expresan con una conmovedora fuerza poética en escena: la Madre, el Ángel del Hijo Muerto, el Ángel Mensajero y el Encantador de Feria.

Los elementos escenográficos, acumulados con conciencia de lo barroco, están articulados para que la acción se desarrolle en una permanente confrontación con la realidad no dicha, pero que existe en los espectadores. Las escenas se suceden con la fuerza simbólica de los ángeles: el del hijo muerto, es una presencia fantasmal; el del mensajero, es la representación de una prensa que tiene un relato grueso para vender, pero que no escucha ni entiende los matices de la vida. La Madre es un personaje condenado a sobrevivir en soledad el eterno duelo que es la pérdida de un hijo, a repetir el trabajo inútil de picar piedras que la mantiene en la pobreza, a evocar el secreto de la vida: «La flor de la Chukirawa es hermosa y atractiva pero no se la puede tocar porque es dura y tiene espinas» (112).

Patricio Vallejo también aborda el tema de migración en Las señales del cielo (2017) de una manera profundamente humana que nos deja un sabor agridulce, que nos remite, al mismo tiempo, a la esperanza de los sueños y a la tristeza de sus límites. El problema de la pobreza estructural está presente siempre, pero lo que más nos conmueve es el drama personal de cada miembro de una familia que migra y la nostalgia andina que envuelve a los personajes. No es solo la condición social, es, sobre todo, la condición humana del ser transeúnte. Cada uno lleva su dolor a cuestas, pero también sus ilusiones y sus deseos; cada uno se va en la búsqueda de lo que no puede ser quedándose. La abuela, símbolo de la tradición y de la tierra, es la que se queda, tratando de entender el destino de todos, alegrándose por la felicidad de su nieto que intenta cruzar fronteras una y otra vez. Y, cubriéndolo todo, las señales del cielo que la abuela entiende como premoniciones del viaje de cada uno. La abuela tiene la luz del optimismo que dan el amor por la vida y el cuidado de los otros.


Verónica Falconí y María Belén Bonilla en La canción del sicomoro.
             El teatro de Patricio Vallejo atravesado por elementos culturales andinos también dialoga intertextualmente con los clásicos. La canción del sicomoro (2016)[5] es una obra que nos habla de los feminicidios de hoy a través de la deconstrucción de de Desdémona, que paga con su vida los celos de Otelo. La Actriz, personaje contemporáneo que dialoga con el espíritu de Shakespeare, reafirma el valor de su arte para confrontar el horror del feminicidio: «A pesar de la indiferencia sigo siendo mujer y siendo actriz, valorando el teatro como valoro mi vida». En Al final de la noche otra vez (2006)[6], Eva, una mujer joven que desafía los prejuicios sociales y que se va transformando, en las diversas escenas, en cuerpos rebeldes, se enfrenta a Los Antepasados de Dios, y en medio de esta confrontación, está la Vida, una suerte de desdoblamiento de Eva que le permite interpelarse a sí misma. Encerrada en el horror de la existencia, Eva exclama: «Doblemente engañada. Cuando me soltaron en esta mierda y me dijeron que era el Edén. Cuando me expulsaron y nada. ¿Qué queda más allá de la niebla y la montaña?» (87), lo que complementa aquello que ha señalado en una escena anterior: «el juego es ser suicida y no matarse» (84).

La práctica teatral de Patricio Vallejo concuerda con lo dicho por Antonin Artaud, según el parlamento de la Cantora en su obra Estruendo: ceremonia para enjuiciar al espíritu del tiempo (2021)[7]: «El teatro como la peste desata conflictos, libera fuerzas, desencadena sucesos, y si esos sucesos y esas fuerzas son oscuras no son la peste o el teatro los culpables, sino la vida» (192). Aquí, nuevamente está presente el diálogo intertextual con Shakespeare que se combina con la canción protesta de Víctor Jara, y esa manera de incluir los problemas sociales contemporáneos para confrontar al poder: en este caso, el confinamiento debido a la pandemia y la actitud tragicómica del gobierno para proteger a la población.

     

(Foto: R. Vallejo, 2025)
 A modo de epílogo, este volumen recoge un texto de Verónica Falconí, de actriz de Contralviento Teatro, confiesa que, como actriz de la mayoría de las obras teatrales, ha habitado los mundos creados en ellas y reconocerse en los actos de sus personajes. «Y siempre, cada texto me ha sido un territorio amable, cada palabra escrita que hice mía en el escenario, me hizo crecer, encontrarme con la belleza de la valentía, de la poesía, de la coherencia, del dolor, de la infinita dulzura…» (215). Este tercer volumen de la dramaturgia de Patricio Vallejo Aristizábal complementa su obra reunida, que es un legado poético y político para los colectivos teatrales de nuestra América.

 


[1] Patricio Vallejo Aristizábal, Caminando sobre arenas movedizas. Textos escritos para el escenario. Obra reunida, volumen I, 1999-2003 (Quito: Fondo Editorial del Ministerio de Cultura del Ecuador, 2012), 18. Contiene las obras «Tarjeta sucia», «Herodías y la luna del desierto», «¡Adiós!» y «Réquiem».

[2] Patricio Vallejo Aristizábal, Caminando sobre arenas movedizas. Textos escritos para el escenario. Obra reunida, volumen II (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2019), 22-23. Contiene las obras «Al final de la noche», «A ver, una historia», «Cantares desde la caverna», «Las trazas del tiempo», «Donde la luz se abraza con la sombra» y «Ecos bajo la luna».

[3] Patricio Vallejo Aristizábal, Caminando sobre arenas movedizas. Textos escritos para el escenario. Obra reunida, volumen III (Quito: Ediciones Contraelviento, 2024), 41. Contiene las obras «Al final de la noche otra vez», «La flor de Chukirawa», «La canción del sicomoro», «Las señales del cielo», y «Estruendo: Ceremonia para enjuiciar al espíritu del tiempo».

[4] El enlace dirige al video de la presentación de La flor de la Chukirawa en el Teatro Prometeo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en Quito, en octubre de 2021.

[5] El enlace dirige al video de la presentación de La canción del sicomoro en el Teatro Nacional Sucre, de Quito, como parte del Festival Fiesta Escénica 2021, en junio de 2021.

[6] El enlace dirige al video de la presentación de Al final de la noche otra vez en la sala El Monasterio de Contraelviento Teatro, de Quito, en junio de 2009.

[7] El enlace dirige al video de la presentación de Estruendo: ceremonia para enjuiciar al espíritu del tiempo en La Cabaña de Vidrio, una vivienda rural en la parroquia de La Merced, de Quito, intervenida para representaciones teatrales, en abril de 2021, durante el encierro debido a la Covid-19.

 

lunes, agosto 18, 2025

El diálogo democrático es imposible en las redes sociales

           

Imagen generada con CrAIyon
            Uno se imaginaba que una red social se transformaría en una comunidad que compartiría opiniones diversas, que debatiría con respeto diferentes puntos de vista, que buscaría construir acuerdos para la convivencia democrática de una sociedad. Lamentablemente, en lugar de la optimista promesa de la democracia liberal, y a pesar del esfuerzo de algunos individuos que tuitean con responsabilidad, las redes sociales, particularmente X-Twitter, han devenido una especie de circo romano en donde quienes hacen uso de la palabra gritan para hablar, en donde pululan grupos de divulgadores asalariados para posicionar objetivos políticos de quienes los contratan y en donde existen activistas digitales disfrazados de periodistas que esparcen noticias falsas y granjas de troles que distorsionan el sentido mismo del diálogo democrático.

            El formato de X-Twitter, por ejemplo, no solo impide el diálogo democrático, sino que lo ha reventado. La virulencia del lenguaje ha reemplazado la sustentación de argumentos con fuentes y datos confiables, y las ideas se refuerzan con insultos. Por ejemplo, gente sin ninguna formación en derecho ha opinado sobre la existencia y los fallos de la Corte Constitucional adjetivándola con bajeza y confundiendo la gimnasia con la magnesia a la hora de endilgarle los males sociales a sus dictámenes. Con la invocación a la libertad de opinión, hay influencers que son todólogos y escriben, con dedos expeditos, sobre cualquier materia política, económica o social. Así, las teorías conspirativas sobre el origen y los famosos consejos para prevenir el contagio durante la pandemia de la Covid-19 causaron miles de muertos, pero quienes divulgaron tales mentiras siguen opinando con impunidad.

            En X-Twitter, la figura del influencer —que pulula en todas las redes sociales—ha desplazado a la del intelectual, cuya denigración es el objetivo mayor de una guerra cultural que, demagógicamente, ha transformado al estudio y la reflexión en defectos. Convertido en activista asalariado que se alimenta de likes y cobra por ellos, el influencer es un todólogo que opina con una suficiencia desvergonzada sobre materias que ignora, apelando al sentido común. En realidad, su sentido común está alineado a una agenda cuyos propulsores le pagan por cada tuit, ya sea en efectivo o en los beneficios económicos que genera cierto reconocimiento social y acceso al círculo de poder. En el caso de la Corte Constitucional, por ejemplo, él o la influencer que la denigra no conoce de derecho constitucional, pero recibe un libreto de sus patrones y se presenta como una voz ciudadana. Así, el poder político y económico que está detrás de una consigna evita el desgaste de su capital político que supone afrontar el debate y la pedagogía sobre un determinado asunto

 

Granja de troles de tecnología básica y antigua (tomada de X-Twitter)

 

             Lo más dañino del formato de X-Twitter, por su nivel de impunidad y posicionamiento social, es la proliferación de mercenarios digitales disfrazados de periodistas y la multiplicación de granjas de troles. Los mercenarios digitales tienen espacios de supuesto periodismo digital cuya misión es difundir noticas recargadas ideológicamente y presentarlas de la peor manera para los enemigos políticos, así como la dañina difusión de noticias falsas. Estos mercenarios están respaldados, la mayor parte de las veces, por granjas de troles que se encargan de posicionar sus mentiras y prejuicios. La granja de troles también se dedica a insultar a cualquiera que opine con racionalidad y, en general, sus insultos están cargados de racismo, aporofobia, misoginia y homofobia. Es el espacio ideal para los abusadores de toda laya. No les interesa el debate de las ideas, sino el posicionamiento de sus consignas.

              En el marco de la democracia liberal, las redes sociales y, particularmente el formato de X-Twitter, con la prevalencia de su lenguaje violento, sus influencers todólogos, mercenarios digitales disfrazados de periodistas y las granjas de troles, ha destruido el sentido del debate político y lo ha tornado imposible.


lunes, agosto 11, 2025

«Los enterramientos», de Sandra Araya: familia, muerte y duelo

           

(Foto: R. Vallejo, 2024)

La primera frase de Anna Karenina, de Lev Tolstoi, dice: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia desdichada lo es a su manera». En algunas novelas de Sandra Araya (Quito, 1980) encontramos familias en proceso de desintegración, con secretos indecibles y con la insania mental como en esqueleto escondido en el clóset. En Los enterramientos (2024, Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja 2023)[1], Sandra Araya nos revela las interioridades secretas de dos familias que, a su manera, enfrentan la desdicha, la muerte y el duelo, desde la voz de una narradora protagonista que escribe la crónica sobre el descubrimiento de un enterramiento aborigen encontrado en los terrenos de una ruinosa propiedad rural.

            La familia atravesada por un profundo conflicto es un motivo que Sandra Araya ha explorado desde sus primeras novelas. En Orange (2014), familia Donoso está signada por una maldición en la que el fuego es protagónico. Un abuelo que ha incendiado una propiedad vecina es el origen de una vocación pirómana en sus descendientes. El fuego, finalmente, se convierte en un instrumento para la justicia y la purificación. Asimismo, en La familia del Dr. Lehman (2015, Premio de Novela Corta La Linares) asistimos a la desintegración familiar y la muerte de sus miembros, en un ambiente siniestro que conjuga, en clave de horror, la perversión, la insania mental, la muerte y el duelo.

            En Los enterramientos el conjunto de tumbas ancestrales se convierte en el espacio que permite la meditación sobre la muerte y la asunción del duelo familiar. La disposición de las tumbas semeja un ritual funerario comunitario: así, los personajes del presente intentan construir una narración sobre este hallazgo para entenderse a sí mismo y entender lo que habrá de sucederles cuando descubran (o inventen) lo que ha sucedido con aquellos muertos ajenos y lejanos. Emma Rahn, la narradora protagonista, es también escritora y, al tiempo que es parte de los acontecimientos novelescos, está escribiendo una crónica sobre aquellos enterramientos; crónica que termina convertida en un relato sobre su propia vida.

            ¿Cómo se llora a los muertos? Hacia el final de la novela, un texto de Emma es una suerte de oración fúnebre en la que invoca a los muertos que son parte de cada uno de nosotros y de la ciudad que habitamos: «Caminamos sobre muertos. Vivimos sobre muertos […] Dormimos sobre muertos. Ellos descansan. Nosotros soñamos. Dormimos con muertos. Dormimos como si estuviéramos muertos» (191). Las familias de Emma y de Canaima, que pertenece a la familia dueña de la hacienda, están atravesadas por la muerte y deben sobrellevar el duelo. Los muertos de ahora dialogan con los muertos de los enterramientos y así se da una continuación de la vida por sobre los malestares familiares.

«La muerte es irse de alguien» (165), dice Emma Rahn. En Los enterramientos, Sandra Araya ha logrado una bella y dolorosa meditación sobre el duelo con un lenguaje lleno de resonancias poéticas y filosóficas que diseccionan los meandros de la vida en medio de la inevitabilidad y contundencia de la muerte. Los seres amados no se van de nosotros y, más allá de su muerte, permanecen en la memoria de nuestras familias. Solo el olvido es la muerte definitiva.



[1] Sandra Araya, Los enterramientos (Quito: Severo Editorial, 2024).